Amor Prohibido - Capítulo 96
—¡Jobeaux!
Yenny finalmente lo consiguió. A pesar de que sus padres habían arribado a la casona de los Swart junto con más gente. A pesar de estar ya amenazada por un león ahora ciego para terminar siendo descubierta. A pesar de haberlo dejado plantado aquella noche. Yenny consiguió atrapar a solas a Jobeaux.
El goblin había salido de la casona. Se encaminaba a pie en dirección al pueblo. Necesitaba alejarse del ajetreo de la casona con la excusa de hacer algunas compras. La coneja aprovechó que nadie vigilaba la salida para salir sin tener que dar explicaciones. Desde que su cobardía le impidió llegar hasta él durante la noche de luna ni siquiera le había podido dirigir la palabra. No tenía idea de qué pasaba por la cabeza del goblin. ¿Se habrá enojado con ella? De tan solo imaginarlo sentía el peso de la angustia en su interior. Necesitaba resolver este tema pendiente como si fuera lo último que le quedara en la vida.
El goblin no se encontraba demasiado lejos cuando oyó aquel grito. Se volteó hacia todas direcciones en busca de ojos indiscretos. El camino se encontraba vacío. Solo era un sencillo camino de tierra en medio de un valle con un bosque a lo lejos. No parecía existir mayores señales de vida salvo ellos dos.
—¡Jobeaux! —Yenny llegó hasta donde el goblin corriendo a más no poder. Se detuvo para recuperar aire respirando agitadamente. El goblin no pudo evitar sorprenderse al encontrarse nuevamente con ella. Desde la noche del plantón, estaba comenzando a arrepentirse de la locura que ambos habían confabulado—. Necesito hablar contigo —balbuceó mientras se calmaba.
—¿Yenny? —cuestionó sin saber cómo reaccionar. Su sola presencia le regalaba unos nervios que no era capaz de aguantarse.
—Necesito hablar contigo —repitió—. Quiero saber si estás enojado conmigo —fue directo al grano apuntando su vista morada directamente hacia el goblin.
—¿Qué? —por alguna razón, Jobeaux no se esperaba aquellas palabras. En realidad no se esperaba el momento de volver a hablar con ella, a pesar de que en el fondo temía que ese momento iba a llegar.
—Yo lo siento mucho —la chica se aferró a uno de los brazos del goblin—. Yo…
El golpe emotivo le llegó tan repentinamente que se sintió desbaratar de la nada. Volver a sentir su tacto aunque sea a través de su brazo completó un vacío que había conseguido olvidar que tenía. Se abrazó a Jobeaux mientras comenzaba a llorar desconsoladamente. Preso de la sorpresa, el goblin solo atinó a responder su abrazo. Se sentía protector de una frágil flor amenazada por un tornado. Él no era capaz de dejarla sola. No en medio de la tormenta que estaba viviendo.
Por un instante comprendió su actuar. El miedo a veces nos hace retroceder. El miedo a veces nos empuja a cometer errores. Enfrentar el miedo no es fácil. Enfrentar el miedo es tropezar muchas veces. Es avanzar mucho menos de lo que se esperaba. No era fácil mantener una locura como la que ellos habían armado. Pero él no debía abandonarla. Ella lo necesitaba más que nunca. Se iba a convertir en ese pilar que ella necesitaba.
—Ya, tranquila —le susurró al oído. Acariciaba suavemente su espalda. Realmente extrañaba su tacto. No pudo evitar sonreír al tenerla finalmente entre sus brazos.
La coneja se desahogó a través de sus lágrimas por un buen rato. Ambos se quedaron bajo el alero del cielo azulado con los tres soles de testigos de aquel momento. El goblin la abrazó con fuerza. Le quería transmitir la seguridad que él comenzaba a sentir en sus brazos. No importaba el momento ni el lugar. Iban a salir de esta juntos.
Yenny lo miró a los ojos. Ambos pares de ojos brillantes se toparon frente a frente. Sus rostros estaban separados por una distancia contada en centímetros. La coneja se alegró de por fin tener a su amor frente a frente. El corazón de ambos latía con la fuerza de la alegría, del reencuentro, del amor. Atraídos por el sentimiento sincronizado entre ambos, sellaron el momento con un largo y sincero beso en los labios. El abrazo se apretó entre los dos, en un deseo por convertirse en una sola persona. Ni siquiera con el apocalipsis cayendo por sus cabezas les haría finalizar aquel nirvana que finalmente habían conseguido soltar.
Literalmente el apocalipsis avanzaba a paso lento hacia nuestra parejas. Las primeras nubes comenzaban a ocultar el cielo azulado mientras que se levantaba una ventolera que amenazaba con arrancarle los pétalos a las flores. El primer paso era una tormenta.
Yang no había salido del cuarto en donde lo dejaron en cama desde que había despertado ese día. Apenas la gente se retiró de esa habitación, él no quiso volver a ser visto por nadie. Había sido un trago amargo confrontar a sus hijos tras revelarse la verdad. Confrontar a antiguos conocidos y a los desconocidos era una misión que simplemente no era capaz de lograr. Por más vueltas que le daba al asunto, no podía comprender por qué su historia había terminado así. Se la había pasado entre dolores de cabezas y recuerdos perdidos para terminar sin tener idea de cómo todo se había ido al carajo. Solo con Sara había sentido la seguridad suficiente en medio de este torbellino que le impidiera caer en la locura.
En aquel tiempo de encierro sólo recibió la visita de Yin. Era ella quien se encargaba de llevarle las cuatro comidas. A pesar de finalmente tenerla junto a él luego de tantas peripecias, no tenía las palabras precisas para lograr romper con el silencio. Era un tema que a Yin le preocupaba. Sentía el hielo de su vacío. Una presencia gélida castigadora que no sabía cómo romper. Solo podía verlo en silencio mientras sorbía la sopa de sémola.
—¿Está todo bien? —Yin se aventuró en preguntar más allá de las típicas preguntas clichés con las cuales hasta ahora apagaba el silencio.
—Sí. Estoy bien —contestó el conejo sin alzar la vista.
Las palabras murieron definitivamente en aquel momento. Yin hubiera querido abrazarlo repentinamente, zamarrearlo con fuerza, ¡sentirlo vivo! ¿Qué estaba pasando con él? ¿Cómo saberlo? Era un peso más en esta lluvia de problemas. Toda su vida estaba a punto de irse al demonio y no era capaz de despertarlo. ¿Qué había pasado con él? Yang ya no era el mismo y no sabía qué hacer.
Sus pasos la dirigieron hacia el exterior de la casona. Cerca del invernadero pudo ver a Carl paseándose por entre los matorrales. Se le veía absorto con un objeto que traía entre manos. Era fácil inferir que se trataba del Amnesialeto. Como una forma de olvidarse de absolutamente todo, encontró en aquel artilugio el rompecabezas perfecto para olvidarse de sus penurias. Que lástima que ese rompecabezas no tenga solución.
Antes de que la coneja llegase junto a Carl, notó su enojo desde la distancia. En cierto punto la cucaracha agarró el amuleto y lo lanzó contra el suelo. El aparato quedó enterrado entre la tierra sin sufrir más que suciedad. Carl lo observaba furioso ante la frustración de no poder activar el Amnesialeto. ¡Tantas peripecias para alcanzarlo y sin poder activarlo! Juraba que era más fácil utilizarlo. Al menos el Maestro de la Noche lo hacía ver tan fácil de activar. ¿Por qué él no podía? La frustración ante una meta inalcanzable sin rumbo le hacía perder los estribos.
—¿Carl?
Yin decidió intervenir. Se acercó con calma a una cucaracha que respiraba con dificultad pidiéndole al cielo un poco de paciencia. Paciencia que llegó de improviso en forma de una voz que no sabía que extrañaba. De un salto se reincorporó, volteandose hacia ella. Su corazón dio un vuelco y comenzó a sentir los nervios que le hicieron olvidar su rabieta.
—¿Estás bien? —preguntó Yin.
El día era hermoso. La tormenta se encontraba aún distante de ellos dos. Las flores asomaban por los arbustos mientras el verde era protagonista del paisaje con su brillo lustroso cortesía de los rayos solares. Era imposible sentirse mal en un día como ese, bueno, casi imposible. Carl balbuceó unos cuantos sonidos ininteligibles, incapaz de formar aunque fuera una palabra.
—S-si —balbuceó finalmente una palabra con sentido.
Tras un suspiro, la coneja prosiguió:
—Sé que no he tenido la oportunidad de decírtelo porque han pasado demasiadas cosas de golpe, pero te quisiera dar las condolencias por lo ocurrido con tu novia.
Carl tragó saliva para evitar soltar sus primeras lágrimas.
—N-no te preocupes —balbuceó agachando la mirada—. To-to-to-do est-estará b-bien.
—La verdad no me esperaba este desenlace —Yin suspiró pesadamente—. Aunque conocí poco a Mónica, y a pesar de los problemas que tuvimos cerca del final cuando la acusé de secuestrar a Jimmy, ella era una buena enfermera. Siempre se preocupó de mis hijos.
Carl afirmó lentamente con la cabeza intentando quitarse esa espina del corazón que le acarreaba el recuerdo de Mónica.
—Y… ¿Irás al funeral? —volvió a insistir Yin con el tema.
—No —contestó Carl—. Marcelo estará ahí, y no quiero encontrarme con él.
—Entiendo —afirmó Yin.
—Yo —prosiguió la cucaracha levantando la vista hacia la coneja. El tenerla frente a frente lo impactó más de lo que esperaba—... prefiero no seguir con el tema.
—Sé que puede ser muy doloroso —insistió la coneja—, pero cerrarte a esto no te hará bien.
—Me refiero a que ahora están diciendo que la asesinaron y que Yang la mató —respondió Carl sin poder ocultar la frustración en su voz—. Y la verdad ni siquiera entiendo todo esto. ¿De dónde él pudo haberla matado? ¿Por qué? Y lo peor de todo es que Bob lo está defendiendo, haciendo todo esto aún más raro.
La cuacaracha le dio la espalda mientras paseaba por el lugar dando vuelta en círculos.
—Intenté vengarme, ¡es cierto! —prosiguió expresando su discurso—, pero, ¿qué saco de todas formas, si al parecer ni siquiera parece estar en sus cabales? ¿Darle una paliza? Tal vez. ¿Mancharme las manos de sangre? Probablemente. ¿Traer de vuelta a Mónica? Quizás cuando me encuentre con el cronológicum.
—Lo único que me queda es esta porquería —agregó Carl mientras levantaba el Amnesialeto del suelo—. Esta cosa se supone que debía cambiarlo todo —agregó mostrándoselo a Yin—. ¡Era la solución a nuestros problemas! —le dijo mientras comenzaba a ser dominado por la exasperación—. ¿Te acuerdas? Estábamos afuera de las bodegas del Patriarca. Acordamos que con esta cosa no solo íbamos a detener a ese tipo, sino que además te iba a ayudar con tu familia. ¿Te acuerdas? ¿Eh? ¿Eh?
Antes de que Yin alcanzara a responder, Carl lanzó con furia el amuleto al suelo.
—¡Y no funciona! —gritó alejándose—. He intentado de todo. Lo he revisado con lupa, he inspeccionado cada detalle, he presionado cada maldito botón secreto que he descubierto. He usado cada hechizo, poder, tipo de magia, aura, ¡Todo! Incluso usé un par de pociones y le pedí por favor. ¡Esta basura está muerta! Incluso seguí al pie de la letra el manual que me consiguió Ella Mental. ¡Y nada! En serio ya no sé qué hacer.
Aquella última oración sonó con una voz brutalmente frustrada. Tan quebrada como el alma de su dueño. La cucaracha terminó de espaldas a varios metros de Yin, con la cabeza gacha. Apretó los puños con fuerza. Cerró los ojos con desesperación. Sentía cómo poco a poco estaba siendo dominado por sus propias emociones.
—Carl, yo… —Yin intentó tranquilizarlo.
—¿Y sabes qué fue lo peor? —repentinamente Carl se volteó hacia ella, regalándole una mirada suplicante—. Que no pude cumplirte mi promesa.
A la coneja se le partió el corazón al verlo tan destrozado. Sus lágrimas caían lentamente desde sus ojos por sus mejillas hasta amenazar caer desde el mentón hacia el suelo. Era difícil cuestionarse el por qué a Carl le afectaba tanto el último punto. ¿Qué importaba ahora ocultar el secreto del incesto, ahora que todo el mundo lo sabe?
—De veras lo siento —Carl se secó un poco sus lágrimas con el dorso de su mano derecha—. Te he fallado.
—No te preocupes por eso —insistió Yin antes de que la cucaracha alcanzara a decir cualquier cosa—. De veras, eso no es importante. Ahora que todo el mundo lo sabe, pues no tiene mucho caso.
—Llegué tarde y sin solución —prosiguió Carl con su lamento—. Quizás por cuánto tuviste que pasar tú y tus hijos por culpa de todo esto.
—En serio no tienes porqué preocuparte por ello —respondió Yin acercándose a la cucaracha—. Lo importante es que todos estamos aquí, y todos estamos bien —agregó sonriéndole—. Ya encontraremos la forma de salir de esta.
Ambos se quedaron observando frente a frente. Carl parecía un desastre con los mocos colgando y las lágrimas mojando gran parte de su cara. Yin le regalaba una sonrisa conciliadora. Verla tan tranquila y feliz lo culpabilizaba aún más por dentro. Carl sentía que no había hecho suficiente por ayudarla, por protegerla de esta batahola de problemas. Era un insecto miserable incapaz de nada. A la hora de la verdad, todos recordarán cómo había fallado estrepitósa…
La cucaracha no se esperó el abrazo que le regaló la coneja. Yin lo rodeó con sus brazos llenando de una extraña calidez a la cucaracha. Carl fue tomado por sorpresa al sentirse rodeado por sus brazos, por su cuerpo. Su frustración y pesar volaron de inmediato, mientras que la sorpresa rodeaba su mente. Se sentía bien, muy bien. Era un instante de oasis que ya había perdido la esperanza de volver a sentir. Yin era más alta que él, por lo que ella posaba su mentón a la altura de sus antenas y él podía sentir la calidez de su busto y el olor del perfume que tenía en su cuello.
—Todo estará bien —le susurró la coneja.
Era un buen momento para pensar menos y sentir más.
Desde el tejado de la casona, Ella Mental observaba la escena con ayuda de unos binoculares metálicos y oxidados. La tigresa no pudo evitar sonreír al ser testigo del momento. Al menos alguien que había sufrido tanto estaba recibiendo un poco de consuelo. Esperaba que pronto Carl diera el siguiente paso y comenzaran un noviazgo, aunque era algo demasiado precipitado para la realidad. Aunque en un principio no le agradaba demasiado Carl, con el tiempo había conseguido estimarlo, y por qué no, tenerle algo de cariño. Le alegraba ver que poco a poco iba siguiendo el camino hacia un final feliz.
Una fuerte brisa rodeó a la tigresa. Pudo sentir el repentino frío que aquella brisa le trajo, contrastando con el día primaveral que estaban viviendo. Con ayuda de sus binoculares, observó cómo las nubes comenzaban a cubrir el cielo azulado con una inusual rapidez. El viento que se forjaba acarreaba una sensación que ella no podía interpretar. Observó el paisaje con seriedad.
—Algo anda mal —sentenció mientras hacía desaparecer sus binoculares con su magia.
—No puedo creer que la tormenta se esté formando tan rápido.
Yuri comentaba con pesar pegada en la ventana del salón. Al ver cómo rápidamente las nubes comenzaban a oscurecer el cielo, los hermanos Chad terminaron encerrados al interior de la casona. De todos los hermanos, solo faltaba Yenny. Jack perdía el tiempo viendo la televisión. Jacob se había ubicado con Jimmy a jugar cartas sobre una pequeña mesa en un rincón. Yuri, luego de ser echada del juego de sus hermanos, se quedó pegada en la ventana con la esperanza de que las nubes se fueran tan rápido como llegaron y así disfrutar del resto del día.
—En serio, ¿puedo salir? —se volteó hacia Jack rogándole.
—No —respondió su hermano—. ¿Por qué no vienes aquí y vemos algo en la tele? Al menos hasta que llegue la abuela y tengamos que irnos al segundo piso.
—Lo que no entiendo es por qué Yenny si se puede quedar afuera —se quejó la pequeña cruzándose de brazos.
—Si Yenny estuviera aquí, estaría adentro —comentó Jack cambiando de canal.
—¿En dónde se habrá metido? —preguntó Yuri resignada a quedarse dentro de casa.
—Lo que no entiendo es por qué se formó esa tormenta de golpe —comentó Jimmy de repente. Al mismo tiempo, una vaca pasó volando a través de la ventana.
—Es el calentamiento global —sentenció Jacob—. Producto de la contaminación del mundo el clima se está volviendo loco. Pronto la naturaleza terminará por acabar con todos nosotros.
—Yo creo que es algún poder Woo Foo extraño a punto de desatarse —comentó Yuri con emoción.
—No digas estupideces —le recriminó Jacob.
—Tú no eres el dueño de la verdad —respondió Yuri igual de molesta.
—¿Por qué tendría que ser un poder desatado? —insistió Jacob.
—¿Y por qué no?
—¡Ya! ¡Ya! —intervino Jack—. Jacob, deja de molestar a tu hermana.
—¡Pero ella empezó! —insistió el chico.
—¡Que te calles! —le gritó Jack molesto.
—¡A ver! ¿Qué son esos gritos? —Yanette entró en escena con la mirada furibunda que era percibida incluso por la pobre iluminación cortesía del viejo televisor de la casa—. Afuera el señor Swart está luchando por evitar que el viento se lleve el ganado, y ustedes aquí gritando como simios.
Los cuatro la observaron más con intriga que con temor, debido a la extraña historia que les acababa de contar. Recién en ese momento se pudo alcanzar a oír el fuerte viento golpear partes de la casona con toda su fuerza.
—¿Qué están esperando? —les recriminó su abuela—. ¡Vayan a ayudarlo! ¿O quieren que les hagan todo? ¡Ya! ¡Partieron! —les ordenó apuntando hacia la salida.
Los cuatro chicos obedecieron en silencio mientras se preguntaban qué estaba pasando. Se pusieron de pie y se dirigieron hacia la salida en fila india. Fue gracias a la órden de su abuela que comprendieron que aquella tormenta no era cualquiera. La oscuridad era equivalente a una noche de luna nueva siendo apenas las tres de la tarde. El frío comenzaba a sentirse como si el invierno hubiera llegado de golpe. El viento sonaba atronadoramente. Se sentía con una fuerza que jamás imaginaron sentir.
La ayuda era más que necesaria. En los graneros, Roger y Lina lidiaban por mantener la puerta sellada para evitar que se volara. El señor Swart lidiaba en los gallineros para evitar que sus animales se le volaran. Desde ahí daba todas las órdenes que necesitaba, siendo replicadas por hermana, quien los vigilaba a todos. Kraggler luchaba en el tejado asegurando las tejas. A Freddy lo mandaron a asegurar las ventanas de la casona. inmediatamente pusieron a los chicos manos a la obra con todo lo demás que quedaba pendiente. Desde asegurar el invernadero, la cosecha, las cercas, hasta cualquier otra cosa que pudiera ser un peligro al convertirse en un proyectil del viento. El clima a esta altura era atemorizante. Era una mezcla de tormenta eléctrica con un tornado. La oscuridad los obligó a encender cuanta luz les fuera posible, e incluso encender nuevas dentro de las posibilidades y poderes de los presentes.
El trabajo de Freddy se sintió demasiado agobiante al momento de percatarse que parte del tejado amenazaba con salir volando. Desde la comodidad del interior, la araña se vio obligada a salir hacia el exterior para terminar con su trabajo. A pesar de que pidió un poco de ayuda, Yanette insistió que todos estaban ocupados. Fue así como se vio a duras penas moviéndose por el techo intentando pegar las tejas de arcilla con ayuda de su propia tela. Era eficaz y eficiente, pero eso no implicaba que el trabajo fuera fácil, corto ni seguro.
En cierto momento ocurrió lo que se temía. Perdió el equilibrio cayendo de un salto al suelo. Fue en ese momento en que esperó resignado el dolor de la caída, el cual jamás llegó. Al abrir los ojos, se vio rodeado por una luz rojiza. Mientras comenzaba a imaginarse que había muerto y que esa luz le daba la bienvenida al infierno, sintió como el aire lo volteaba y lo dejaba de pie perfectamente sano.
—¿Estás bien? —le preguntó Carl mientras la luz roja proveniente de su mano desaparecía. Detrás de él, Yin observaba absorta cómo todos lidiaban con el viento.
—Sí, muchas gracias —respondió la araña recobrando el aliento.
—¡Al fin llegan! —intervino Yanette molesta—. ¡La casona está por caerse a pedazos y ustedes dos estaban quién sabe dónde! ¡Las caballerizas están que se vuelan! ¡Vayan a rescatar a esos pobres caballos!
—¿Qué rayos está pasando? —preguntó Yin casi gritando para hacerse oír ante todo el escándalo.
—¿Qué no estás viendo? —respondió su madre con sus manos en la cintura—. ¡Estamos luchando para que esta casona no se venga abajo! ¡Vayan a ayudar ahora!
Tras una corta discusión adicional, ambos se dispusieron a aceptar las órdenes de la coneja. Era un momento de crisis en donde todos debían ayudar si querían conservar un techo sobre sus cabezas.
—Veo que al fin conociste a tu hijo —de improviso, Yanette se volteó hacia la araña.
—¿Qué? —preguntó Freddy confundido.
—Él era Carl Garamond —le explicó—. Tu hijo.
En ese momento, Freddy sintió el verdadero terror. De pronto sus sentidos lo arrancaron del medio de la tormenta para llevarlo a una tormenta probablemente mucho peor.
—No —balbuceó—. No puede ser.
Sus palabras se las llevó el ruido del desastre que se avecinaba. Yanette se alejó para continuar con su trabajo sin importarle cómo había quedado Freddy más atrás. La araña hubiera querido arrancar si no fuera porque sus pies dejaron de responderle. Hubiera preferido pasar frente a él como un medio conocido más. Sí, eso debe ser. Apretó sus puños con decisión. No volvería a decir nada más. Solo esperaba que Yanette lo apoyara y no se atreviera a hablar.
Llegada la noche comenzó la lluvia. A pesar de que aseguraron hasta la puerta del gato, la preocupación seguía latente. Las luces de la casa titilaban amenazando con dejarlos a oscuras. Todos comentaban por lo bajo cuestionando cómo un día tan lindo había terminado de esa forma. Yin por su parte, comenzaba a preocuparse por Yenny. La chica no había regresado aquella noche a casa. Curiosamente tampoco estaba Jobeaux, pero a nadie le preocupaba. El goblin usualmente se quedaba en una posada en el pueblo cuando no pasaba la noche a la intemperie. Hasta era considerado normal que no se encontrara en el lugar.
La noche parecía un infierno vengativo de la naturaleza. Los vientos se alzaban con una furia jamás antes vista. La lluvia no paraba de caer. Los truenos eran los únicos que alcanzaban a iluminar por momentos el desastre provocado.
Desde la cima de un cerro, alguien observaba todo impasible. Pablo se encontraba con su traje impoluto totalmente mojado. Su sombrero blanco por más que amenazaba con salir volando, no abandonaba su cabeza. Se encontraba con la mirada seria y las manos en su espalda.
—Llegó el momento —dijo para sí—. ¿Estás listo? —agregó alzando la voz dirigiéndose a alguien a su espalda.
—¿Por qué tenía que haber un clima tan feo para hoy? —respondió una voz rasposa oculta por la oscuridad.
—Es el Oscuro Mañana, ¿no? —respondió Pablo.
—Bien, bien —contestó la voz con fastidio—. Espero que mis nietos puedan detener todo esto.
—Yo creo que sí —el felino suspiró entre la oscuridad.
—Solo quiero que cuando me presentes ante ellos, sea una presentación que nunca vuelvan a olvidar.
Un rayo iluminó el ambiente, dejando al descubierto momentáneamente a su acompañante. El Maestro Yo se encontraba ajustando una aureola dorada y brillante sobre su cabeza.
—Creo que con el solo hecho que aparezcas será más que suficiente —acotó Pablo.
—En fin —el panda suspiró—. Mejor vámonos de aquí, o te dará una neumonía y terminarás con una de estas —agregó apuntando a su aureola.
Ambos terminaron por reírse ante el chiste antes de abandonar el cerro.
