¡Patitos! Hemos regresado.

Bueno, tendremos que explicarnos un poco más, así que aquí viene nuestra nota de autor:

PRIMERO: La autora consiguió un poco más de tiempo libre. Sus evaluaciones quedaron fechadas para inicio de julio, quedando un buen tiempo para que estudie y se prepare bien. ¿Qué pasará para entonces? Solo el tiempo lo dirá. Mientras, la universidad en donde ella trabaja se fue a paro (huelga). Lleva como un mes y al parecer será indefinido.

SEGUNDO: Este aviso fue borrado en la primera revisión.

TERCERO: Ahora que estamos en proceso de regreso, pretendemos publicar dos capítulos semanales de Amor Prohibido hasta fines de julio. Esto para concentrarnos en esta historia y finalizarla de la mejor forma posible (y de una buena vez). Esto significa que el Capítulo 98 y 99 serán publicados ahora ya. También significa que dejaremos un poco en segundo plano a Polidrama, pero eso es algo que para quienes no lo leen dudo que les preocupe.

CUARTO: Estos dos capítulos están dedicados a Brick88 en su cumpleaños.

QUINTO: ¡Feliz día del padre!

SEXTO: ¡Síganos en nuestras redes sociales! Les debemos la primera revisión a partir del Capítulo 70, y por ahí les informaremos cuando actualicemos.

SÉPTIMO: ¿Eso significa que el centésimo capítulo llegará la próxima semana? Si.


Amor Prohibido - Capítulo 98

Ahora sí, disfruten de los siguientes dos capítulos.

—Hemos recibido noticias de que los gemelos Chad se encuentran en esta ciudad, señor alcalde.

La tormenta rugía del otro lado de la ventana. Las gotas golpeaban el vidrio como pequeñas piedrecitas enfurecidas. Del otro lado, una oficina anticuada albergaba la tranquilidad de una negociación calculadora. Solo un par de focos se hallaban encendidos iluminando el techo con una luz amarillenta. Frente a frente, solo interrumpidos por un escritorio pulcramente lustrado, se hallaban dos personas conversando. Por un lado teníamos de invitado a una enorme morsa que de milagro cabía en su uniforme azul policial. Su sombrero se sujetaba graciosamente sobre su cabeza. Del otro lado teníamos a Dave. Nuestro tronco se encontraba envuelto en un terno negro recién planchado y una corbata un tanto desajustada. Tenía la mirada pensativa mientras acariciaba su mentón inconscientemente. Ni la lluvia fulgente ni los truenos podían arrancarlos de su conversación.

—He oído rumores al respecto —sentenció Dave pensativo.

—Supongo que usted, al ser el alcalde, debe conocer con más detalles estos rumores —contestó el policía cruzándose de piernas.

—Mi trabajo consiste en dirigir una ciudad, no involucrarme en chismes de barrio —contestó con seriedad cruzándose de brazos.

—Debe entender que ambos involucrados han cometido graves delitos de felonía —insistió el policía—. Es una relación incestuosa que se ha extendido por décadas, engendrando nada menos que cinco conejitos.

—Es algo que supongo todos tenemos al tanto —contestó el alcalde.

—Y por lo que supe tras un reportaje televisivo, usted era amigo de infancia de los gemelos, ¿verdad?

—Es un pueblo pequeño. Era algo inevitable.

—¿Se imagina usted que ellos hubieran ocultado esta relación tan, ejem, especial mientras usted aún compartía con ellos? —le dijo la morsa carraspeando fuertemente.

—Se me erizan las astillas de tan solo imaginarlo —contestó con cierto tono sarcástico.

—Entonces supongo que contamos con su apoyo para capturarlos, ¿no es así? —el policía arqueó una ceja.

—No lo sé —Dave se balanceó sobre su silla juntando la yema de sus dedos—, yo supuse que, considerando la desaparición de los soles, la potente tormenta que azota al país de costa a costa, y la familia incestuosa de quince hermanos, el tema de los hermanos Chad había quedado en segundo plano.

—Que haya quedado en segundo plano no quiere decir que sea menos importante —replicó la morsa.

—Esa es literalmente la definición de segundo plano —rebatió el tronco.

Tras un suspiro, el policía sacó a duras penas una carpeta delgada desde el bolsillo trasero de sus pantalones. La abrió, extrayendo dos hojas que se las presentó al alcalde. Dejó dichas hojas sobre el escritorio. Dave pudo observar dos fotografías en blanco y negro de una yegua y de una cierva.

—En especial buscamos a Yang Chad —le explicó el policía—. Se le acusa de asesinar a dos mujeres. ¿Usted las conoce?

Dave se encaramó para observar con más detalle las imágenes. Bajo la imágen aparecía el nombre de las víctimas.

—Jamás las había visto en mi vida —sentenció el tronco regresando la vista al policía.

—¿No conoce la relación entre las víctimas y el señor Chad? —insistió la morsa.

—Para nada —contestó Dave negando con la cabeza—. Desde que se fue del pueblo, no he sabido absolutamente nada de su vida, salvo claro, lo que ahora se comenta en los medios.

La lucha de miradas se intensificó conforme el silencio al interior de la habitación lo permitió. El policía buscaba mantener en control su deseo de arrancarle la verdad al tronco de su cerebro de aserrín. Dave en tanto, solo esperaba que el policía se marchara para finalizar su reunión. Existían muchas emergencias que solucionar. Muchas de ellas mucho más importantes que el incesto de sus antiguos amigos.

—¿Mataste a Sara?

Yin fue directa con la pregunta. Aún tenía el teléfono de Jacob en su mano y a su hijo a un costado observando todo. Nadie se imaginaba este vuelco en la historia. Ya era un secreto consumado el hecho que su padre había tenido una aventura con su exjefa. Una cosa que parecía sensata era simplemente dejarla y volver con su familia. Matarla era otro nivel de extremismo.

—¡No! —insistió Yang entre asustado y enojado.

Recién en ese instante se había enterado de su muerte. No esperaba eso. No quería eso. Sintió la estocada de la noticia como un nubarrón oscuro que nuevamente lo amenazaba con lanzarlo al vacío de la inexistencia. ¿Por qué? ¿Por qué la vida se ensañaba tanto con él? ¿Cuánto más debía pagar su castigo? ¿Acaso no era suficiente por todo lo que había pasado? ¡No!

Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, Yang se sentó sobre la cama agarrándose la cabeza con ambas manos. La noticia le afectó más de lo que podía imaginar. En todo caso era algo que no se podía imaginar. El deseo de renunciar a la decisión de escapar de Sara comenzaba a hacerse más fuerte. Nunca se había sentido más seguro que entre sus brazos. Confiando en sí mismo, optó por abandonarla. Ahora se encontraba completamente solo. Los primeros sollozos comenzaron a sentirse por sobre la lluvia. Yang escondió la cabeza. Las lágrimas de sus ojos comenzaban a aflorar con delicadeza. ¡Cuánto añoraba retroceder en el tiempo! ¿Por qué no aprovechó el pasado junto a ella?

Frente a él, Yin y Jacob lo observaban atónitos. Yin no esperaba tal reacción. No sabía cómo interpretarla. ¿Realmente se había enamorado de la cierva? En todo este tiempo, por culpa de las preocupaciones, no le había tomado el real peso a los sentimientos de Yang. Solo creía que se trataba de un beso, de un vulgar error. Incluso pensaba que se podía tratar de una mala pasada de su memoria. Entre descuido y descuido lo terminaría de perder. Le costaba convencerse, pero su corazonada le decía que acababa de perder el amor de Yang.

Jacob por su parte se quedó sin aliento. No se esperaba tal reacción por parte de su padre. No sabía si acercarse y consolarlo, enojarse por su actitud, retirarse lentamente, o esperar instrucciones de su madre. Más que mal estaba llorando por la muerte de su amante. Eso lanzaba por la borda todo el dolor que su familia había sufrido desde que sus padres decidieron a estar juntos. Era un egoísmo inmenso que le daba derecho a enojarse. Pero no podía. Simplemente no le nacía enojarse.

—Yang —balbuceó Yin intentando tomar el control de la situación.

A cada segundo se convencía de aquella explicación generada por su mente. Luchaba por mantenerse neutral y no tomar decisiones sin evidencia. Si no la amaba, debía salir de su boca.

La coneja se hincó junto a su hermano, dándole un par de palmadas en la espalda en señal de contención. Esperaba alguna reacción de su parte que le diera alguna pista de lo que pasaba por su cabeza. El dolor era la única pista.

—Está bien —balbuceó sin poder mostrar nerviosismo en su voz—. Si me aseguras de que no la mataste, yo te creo. Te prometo que limpiaré tu nombre y que llegaremos al fondo de esto —le dijo esbozando una sonrisa—. He ayudado a resolver crímenes más graves que estos. Además, tengo un plan para quitarnos la acusación de incesto. Te prometo que en poco tiempo quedaremos completamente libres. Volveremos a ser la familia de antes.

—¿En serio? —la voz de Jacob le recordó que el conejito aún se encontraba en escena.

—Jacob, por favor, déjanos a solas —su madre se volteó hacia el conejo rubio con un tono rogativo.

—Pero mamá… —insistió el chico.

—Sal de aquí ahora —el tono de Yin se endureció.

No fue necesario repetirle la orden al conejo para salir de allí a toda prisa. Incluso se olvidó de su teléfono, que quedó en manos de su madre.

Cuando vio que la puerta se cerraba, Yin se volteó hacia su pareja.

—Yang, ¿estás bien? —le preguntó con suavidad.

El conejo ya no lloraba. La cercanía de Yin nuevamente lo lanzaban a un mar de confusiones. El recuerdo de la revelación de la cierva respecto a su exesposo lo empujaron a colocarse de pie de golpe, alejándose lo más posible de ella.

—No —dijo volteandose.

El conejo no entendía lo que estaba haciendo. Solo quería un poco de aire. Algo que le diera una iluminación divina y tomar el siguiente paso. Tenía un enorme revoltijo en su cabeza.

Yin se volteó lentamente hacia él mientras se ponía de pie. Apretó con fuerza el teléfono que tenía entre sus manos. Se preparaba mentalmente para la noticia.

—¿Tú mataste a Coop? —Yang lanzó su pregunta apuntándola con un índice inquisidor.

—¿Qué? —el desconcierto no se hizo esperar en la coneja ante tan repentino cambio de tema.

—Coop Trevor —insistió Yang—. Terminó preso hace un par de años por un crimen que no cometió. Murió en la cárcel.

—Me suena —comentó Yin mientras intentaba hacer memoria—. ¿Pero qué tiene que ver con…?

—Coop era el esposo de Sara —la interrumpió con voz grave—. ¿Tú mataste a Coop?

—¿Qué? ¡No! —insistió la coneja—. Es cierto que fui la abogada querellante de un caso de desfalco hace dos años, y que él fue preso por eso, ¡pero yo no tengo nada que ver con su muerte!

—¿Tú inventaste el caso? —Yang se acercó peligrosamente hacia su hermana—. Coop era inocente, ¿no?

—No tengo porqué hablar de mis asuntos del trabajo contigo —respondió Yin con voz firme.

—Yin, la cosa es muy diferente a cuando podías trabajar —contestó su hermano frunciendo el ceño—. Sé que Coop te extorsionó.

Yin no fue capaz de ocultar la impresión de su rostro. Su mirada la delató.

—Él te extorsionó porque sabía que éramos hermanos. Tú te deshiciste de él —sentenció Yang.

Yin pretendía replicar, pero las palabras no llegaron a su boca. ¿Cómo lo sabía? Yang abrió los ojos como plato al tiempo en que comenzaba a conectar las ideas.

—¡P-po-por eso a tí no te importó! —exclamó apuntándola con su dedo incriminador—. ¡Por eso nunca te importó cuando te dije que maté al Maestro Yo! Tú ya te habías acostumbrado a matar —agregó molesto apuntandola con su índice derecho.

—Yang, ¿de qué rayos…? —intentó preguntar su hermana entrando en la desesperación.

—¡¿Cuánta sangre costó nuestra relación?! —gritó con exasperación—. ¿Cuántas vidas acabamos? ¿Cuál fue el precio de nuestra relación?

—Yang… —balbuceó la coneja shockeada por sus palabras.

—¿Valió la pena? —insistió Yang con la voz quebrada—. ¿Realmente valió la pena?

Ambos terminaron frente a frente, con sus rostros separados a tan solo un par de centímetros. Sus miradas estaban humedecidas. Brillaban con el reflejo de la iluminación de la habitación. La tormenta de afuera parecía una brisa ligera al lado del corazón latiente de ambos conejos, conectados a través de sus miradas.

—¿Que si valió la pena? —Yin se reincorporó con fuerza—. ¿Es que acaso dieciséis años de matrimonio, seis hijos y una familia no valieron la pena?

—¿Te das cuenta que todo el mundo nos persigue? —replicó Yang con furia—. Que todo el mundo nos juzga. ¡Que nuestros hijos nos odian!

—¡Nuestros hijos nos apoyan! —insistió Yin con el ceño fruncido.

—Yo no estaría tan seguro —replicó su hermano sujetándose la cabeza.

La coneja no replicó. Vio a Yang nuevamente sentándose cabizbajo sobre la cama. Intentaba comprender qué es lo que había pasado. ¿Acaso de verdad tenía frente a ella la evidencia de que el amor se había acabado?

—Yang —Yin se armó de valor tragando saliva. Era sin duda lo más difícil que había enfrentado en toda su vida.

La coneja se acercó lentamente, sentándose sobre la cama al lado de su pareja. Yang seguía ocultando su cabeza entre sus brazos. Ya no lloraba. Buscaba comprender lo que estaba ocurriendo dentro de su cabeza.

—Entiendo que hemos estado pasando por momentos muy duros —le dijo Yin con voz temblorosa—. Solo quiero saber si tú estás dispuesto a salir adelante junto conmigo.

El silencio entre ambos se hizo infernal para la coneja. La espera se hizo eterna. Yang no parecía reaccionar.

—Yin, ya nada volverá a ser igual después de esto —Yang repentinamente levantó la cabeza, regalándole una mirada fulminante a Yin—. Es cierto, han sido muchos años. Hemos formado una familia. Tenemos cinco hijos más uno en camino. Pero…

Aquel «Pero» en el aire fue el dardo más doloroso para la coneja. Yin no perdía las esperanzas de superar este trago amargo junto a su familia. Habían pasado por mucho. Esto no los podía destruir. No podía acabar así. Ella creía que podía llegar el día en que podrían retomar sus vidas donde la dejaron. No importaba ni siquiera si era en otra ciudad, otro estado, otro país. Lo único que importaba era rearmar su hogar. Que Yang pareciera no querer continuar le desgarraba el alma.

—Dime la verdad —la coneja tomó las manos de su pareja sin poder aguantar más el silencio—. ¿Aún me amas?

La mirada prácticamente perdida de Yang regresó a los ojos celeste de su hermana. No podía darle un «no» a ese par de luceros. Un «pero» de su mente lo retuvo de olvidarse de todas las contrariedades.

—Yin —habló tras un suspiro—, no solo de amor se construye una relación.

—¿A qué te refieres? —le preguntó con un hilo de voz luchando por contener las lágrimas.

—Ya nada va a volver a ser lo mismo a partir de ahora —contestó Yang—. Ahora todo el mundo sabe lo nuestro. No podemos seguir fingiendo que somos un matrimonio normal mientras todos saben que somos hermanos…

—¡Claro que se puede! —insistió Yin aferrándose a las manos de Yang—. He estudiado la situación. Carl consiguió el amnesialeto, y si puede hacerlo funcionar. ¡Pam! ¡Todo olvidado! Ya si no funciona podemos mudarnos. ¿Sabías tú que existen verdaderas comunidades de parejas incestuosas alrededor del mundo? ¡Nos recibirán con los brazos abiertos!...

—¡Yin! ¡Es suficiente! —la interrumpió soltando sus manos y desviando la mirada hacia el suelo—. Hemos cruzado la línea. Dos personas murieron en nuestro afán incestuoso. ¿Y valió la pena?

—Si hablas de lo del Maestro Yo, no me hubiera imaginado cómo salir de la casa sin que se enterara —le explicó—. Él no estaba destinado a saberlo. Ahora si te refieres a lo de Coop, ¡yo no tuve nada que ver con su muerte! Solo con su encarcelamiento…

—Cuando te dije que maté al Maestro Yo, no te importó —le recriminó volteandose hacia ella.

Tras un suspiro, su hermana contestó:

—Bueno, lo envenenaste, ¿y qué? Han pasado demasiados años. El crímen prescribió. Ahora sólo importa nuestro presente. Nuestra familia. Nuestros hijos.

—¿Que no importa? —Yang se puso de pie de un salto cargado por la furia—. ¿Te das cuenta que asesiné a mi padre? ¡A mi propio padre!

—Yang, esto no se habría solucionado si no lo hubieras matado —Yin se colocó de pie respondiendo con firmeza.

Aquellas palabras dejaron al conejo sin respiración. No pudo evitar dar un paso hacia atrás, alejándose de la coneja. El sudor frío de su espalda lo castigó cuan látigo se tratase. Un nudo en la garganta por poco lo asfixia.

—Si le hubiéramos dicho, él no nos habría dejado en paz hasta su muerte —se explicó Yin al ver el rostro desencajado de su hermano.

Yang se limitó a cubrirse el rostro con sus dos palmas mientras intentaba ahogar un grito de furia.

—Si yo hubiera estado en tu lugar, habría hecho lo mismo —afirmó Yin con seriedad.

—¡¿Qué?! —exclamó Yang descubriendo su rostro mostrando a sus ojos a punto de escaparse de sus cuencas.

—Entre tú y él, te elijo a tí —sentenció decidida—. Entre tú y el mundo, te escojo a tí.

El silencio entre ambos solo fue interrumpido por uno de los relámpagos que azotó el cielo y se asomó por la ventana.

—No, no, no —balbuceó Yang alejándose de la coneja en dirección al rincón opuesto a la ubicación de la ventana.

—¿Cuál es el problema? —le preguntó la coneja acercándose hacia él.

—¡Pues ese mismo! —replicó molesto extendiendo sus brazos—. Que hay un límite que nunca debí cruzar.

—¡Pero eso pasó hace muchos años! —insistió Yin—. ¿Por qué te importa ahora?

—¡Porque lo había olvidado! —replicó su hermano alejándose de ella nuevamente—. Por alguna estúpida razón había olvidado que maté a mi propio padre, y cuando lo recordé… ¡Me sentí horrible!

El silencio nuevamente fue acompañado por el ruido blanco de la tormenta exterior. Yin se acercó un par de pasos, solamente para detenerse en seco. Yang le dio la espalda. Fue en ese punto en donde lo comprendió todo.

—Yang… —balbuceó acercándose lentamente mientras preparaba su discurso en su mente.

—¡Basta! —de improviso, Yang se volteó mostrándole sus palmas abiertas—. Ya no quiero nada más.

—Yo… —intentó replicar la coneja.

—¡No quiero nada más de esto! —exclamó molesto—. No quiero culpa, no quiero ser juzgado, no quiero que me odien. ¡Solo quiero desaparecer y olvidarme de to…!

No alcanzó a terminar la oración cuando Yin se atrevió a abrazarlo. Lo apretó con fuerza entre sus brazos, mientras su mentón descansaba sobre su hombro. Se aferró a él como un náufrago a una tabla salvavidas. Quería decirle a través de su calidez, de su presión, de su abrazo, que aún lo amaba. Quería pedirle perdón con un gesto. Perdón por hacerlo sentir mal por una culpa que de buenas a primeras no había comprendido. A pesar de haberse atrevido al homicidio por amor, no significaba que el paso fuera fácil. Tenía que agradecérselo. Gracias a aquel envenenamiento, tenían la familia que tenían.

Yang por su parte fue atrapado por la sorpresa. ¿Podía su corazón comenzar a latir gracias a ese gesto? ¿No? ¿Por qué no? Él quería esto. Él quería volver con su esposa. Ella era su vida, su todo. Había invertido tanto sacrificio, dolor, sufrimiento, años, experiencia. Tenía que estar junto a ella luchando contra un mundo cruel. Era su lugar. Era su deber. Más con Sara… Ella comprendió su dolor sin tener que regalarle confesión alguna. Solo con ella pudo sentir la seguridad que había perdido desde que el mundo comenzó a desmoronarse. Pero estaba muerta. Ya no le quedaba más camino. No le quedaba otra decisión. Tenía que forzar a ese corazón a latir.

Levantó la cara de Yin con lentitud. Pudo notar que sus lágrimas habían humedecido el pelaje de su rostro. Con cariño él le secó sus lágrimas con sus pulgares. Ella no pudo evitar sonreír ante el gesto. Sobre esa sonrisa él posó un beso delicado. Ella, comprendiendo el gesto, le siguió el juego. Ambos terminaron abrazados, sellando el momento con un largo beso.

A Yang no le quedaba más que creer en el final feliz.