Amor Prohibido - Capítulo 100

—¡Bien! ¡Bien! Silencio por favor. Tengo algo muy importante que decirles.

Pablo se instaló al frente de la muchedumbre, intentando acallar las voces con un ademán con sus brazos mientras buscaba llamar la atención de todos los presentes.

Kraggler, ubicado a un costado, vio aproximarse a Yanette a grandes zancadas y con una mirada de pocos amigos.

—¿Qué ocurrió con Freddy? —lanzó su pregunta apenas la vio instalarse en una silla contigua.

—No preguntes —farfulló ofuscada en voz baja.

Mientras tanto, Pablo había conseguido atraer la atención de todos. Aproximadamente una docena de ojos centraron su vista en el felino, en una coordinación de concentración única que no volvería a repetirse en la casona nuevamente. Afuera, los truenos y relámpagos sonaban distantes y difusos. La tormenta aún cubría amenazante el exterior.

—Pues bien —el felino sonrió juntando sus manos—, primero que nada, debo agradecerles por encontrarse reunidos en esta habitación. Hoy les vengo a contar una noticia demasiado importante, y que tiene directa relación con esta tormenta eléctrica, la desaparición de los soles, el Woo Foo y la familia Chad. Este… ¿en dónde está Yenny?

El felino fijó su mirada en la familia de los conejos, repartida entre dos sofás en medio de la habitación.

—Se quedó en el pueblo con Jobeaux —contestó Yin—. Él me dijo que se quedaron en el pueblo atrapados por la tormenta y que regresarán apenas puedan.

—Ehhhh —balbuceó contrariado el felino. La presencia de la coneja era primordial para la noticia. Volver a repetir una nueva reunión incluyendo a Yenny se veía difícil. ¿Era mejor informarles sin ella?

—¡Está con Jobeaux! —de improviso, Lucio se colocó de pie, sorprendiendo a todos. Apuntó hacia el frente sin un objetivo específico. Todas las miradas se voltearon hacia el rincón del fondo a la izquierda, en donde se encontraba el león.

El silencio incómodo se esparció entre todos. Evidentemente, los presentes tenían la curiosidad de entender por qué el león hizo eso, pero nadie se atrevió a formular la pregunta precisa. Solo una persona entre los presentes no necesitó abrir la boca para entender lo que estaba ocurriendo.

—¿Qué? —Ella Mental se puso de pie impactada. Había leído la mente del león con tanta claridad como si hubiera gritado sus pensamientos. Lo descubierto la tomó por sorpresa.

—¿Qué? ¿Qué ocurre? —cuestionó Yin claramente desconcertada mientras giraba de un extremo al otro la cabeza mirando a los dos involucrados.

—Que Jobeaux tuvo relaciones sexuales con tu hija —lanzó Ella sin tapujos—, ¿ella es menor de edad?

—¡¿QUÉ?! —gritó Yang poniéndose de pie de un salto. El conejo apretó los puños al tiempo en que le dirigía una mirada asesina a Ella.

Al mismo tiempo los gritos ahogados y los sobresaltos de impresión no se hicieron esperar. De todos los presentes, Yanette por poco se cae de la silla mientras se cubría la boca. Yin le lanzó una mirada de extrañeza a la tigresa mientras se aferraba al brazo del sofá.

—¡Tengo evidencia! —anunció Lucio en voz alta—. ¡Están en mi recámara! ¡En la mesita de noche!

—¡Voy a buscarla! —se ofreció Lina poniéndose de pie de un salto.

Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, la perrita había salido corriendo por una de las entradas.

—¿En serio tiene dieciséis? —cuestionó Ella mientras que en su propia mente buscaba convencerse de aquel detalle. Intuía que el goblin debía tener una edad aproximada a los gemelos Chad, por lo que la diferencia de edad era enorme. Además, al igual que el incesto, Ella no era fanática de la pedofilia.

El silencio ahora era tan crispante como la electricidad que rompía los cielos. Un hedor helado tomaba los nervios de los presentes, dejándolos sin respiración. Tomar consciencia de lo planteado llegaba a aterrar. Eso lisa y llanamente era pedofilia. Una diferencia de edad que te obligaba a retroceder.

Yin se dirigió a grandes zancadas hacia el león. Una vez frente a él, lo tomó con agresividad de los hombros, zamarreándolo en el proceso.

—¡¿Qué demonios acabas de decir?! —le gritó prácticamente sobre sus orejas, aturdiendolo por completo—. ¡¿Qué rayos le pasó a Yenny?!

Al tiempo, Yang siguió a su gemela un par de pasos, dispuesto a esperar su turno para darle una lección al león. Era como si Lucio tuviera la culpa. Ante la ausencia del goblin, el león parecía víctima idónea para sus descargos. Jack mientras, ocultó su rostro avergonzado mientras se encogía sobre su asiento. Imaginarse a su hermana con su maestro simplemente le provocaba cortocircuito. Los tres hermanos menores en cambio observaban con curiosidad cómo su madre zamarreaba al felino ciego.

—¡CONTESTA! —le gritó dejándolo en paz por un instante y así lograr alguna clase de respuesta.

Lucio lanzó un par de quejidos dolorosos mientras buscaba espantar el mareo. Él se encontraba tan molesto como Yin por lo hecho por Yenny. El león esperaba que la chica le hiciera caso tras su consejo la noche anterior. Desde que quedó ciego se sentía tan inútil que había abandonado toda extorsión.

—Yo… yo… yo… —balbuceó con debilidad.

El grito distante de Lina interrumpió el momento. Fue un grito agudo que erizó los pelos del espinazo de más de alguno de los presentes. Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, las puertas de la entrada se abrieron de par en par, dándole la bienvenida a la perrita.

—¡Es verdad! —exclamó corriendo y casi derrapando por el suelo.

Lina corrió hacia Yin, al tiempo en que Yang también se aproximó hacia ellos. En sus manos traía un sobre abierto tamaño oficio color blanco. Antes de que la perrita pudiera reaccionar, Yin le arrebató el sobre y lo abrió mientras se aproximaba al centro de uno de los candelabros colgantes en busca de mayor iluminación. Lina no alcanzó a advertirle del impacto de las imágenes. Eran demasiado explícitas. Por un instante intentó meditar sobre la alternativa de no mostrarlas. Aunque hubiera decidido no hacerlo, Yin no se lo hubiera permitido.

Lo que vio la dejó sin respiración. Por lo que más hubiera deseado en la vida, no hubiera querido enfrentarse con lo que vieron sus ojos. Yang llegó a su lado, enfrentándose a las mismas escenas sobre el hombro de la coneja. Lanzó un fuerte grito ahogado mientras quedaba congelado con la boca abierta. Su mirada asqueada lo decía todo. Lina no sabía cómo reaccionar frente a los conejos. Lucio movía la cabeza sin saber hacia dónde dirigir la cara. La reacción de los conejos fue suficiente evidencia para convencer al resto de los presentes respecto de la veracidad de los hechos.

—¡Oh Dios! —masculló Yanette cubriéndose el rostro con sus manos. La anciana no podía creer cómo era posible mantenerse en su asiento.

El resto de los hijos también se colocó de pie, siendo Jack el primero en aproximarse. Lo hacía con un temor que le regalaba el suficiente peso a sus pies para hacerlo caminar con dificultad. Jacob lo seguía a una distancia prudente. Yuri y Jimmy no abandonaron sus lugares junto al sofá. Carl pudo sentir la potente mirada del menor de los Chad directamente hacia él. Fue tan insistente que llegó a desconcentrarlo del tema central que se discutía en aquella reunión.

—¡Yin!

Yang alcanzó a sujetar a su pareja, quien comenzó a sentir fuertes dolores en su vientre. Se encorvó sujetando su abdomen con sus brazos al tiempo en que parecía caer de rodillas. Lina alcanzó a recibir el sobre antes de que se perdiera en el suelo. Lucio retrocedió en busca de entregar más espacio a lo que fuera que ocurriera.

—¡Ya basta!

El grito de Yanette congeló toda la escena. Yin alcanzó a sentarse sobre la silla que había abandonado Lucio. Yang la acompañaba a su lado tomándola de la mano. A pesar del dolor, la coneja se volteó hacia su madre. El resto se volteó hacia la anciana con la interrogación en sus miradas. Todo el mundo se preguntaba qué sorpresa iban a presenciar ahora.

—No puedo creer lo que está pasando —se aproximó a sus hijos con una furia que le hacía temblar su voz—. Primero, me enteré que mis propios hijos… ¡Mis propios hijos! Cometen el acto más imperdonable de la vida al tener relaciones incestuosas entre ellos… y luego… ¡Y luego esto! —gritó con la respiración agitada—. ¿Qué clase de maldita desgracia es esta?

—¡Que no somos tus hijos! —saltó Yang en el medio defendiendo a su hermana. Se colocó en medio del camino de la anciana, deteniendo su paso con una mirada iracunda y un índice amenazante—. ¡No eres quién para venir a hablarnos así…!

En ese momento, Yang recibió una rápida pero intensa cachetada por parte de Yanette. La coneja había iluminado su mano derecha con una especie de llama azulada que desapareció apenas cumplió su objetivo. Yang se tocó la mejilla y notó su pelaje quemado. La marca del golpe incluso había atravesado su pelaje y quemado su piel. Le regresó a la anciana una mirada asesina mientras Yanette no se dejaba amedrentar. Cualquier otro dolor era secundario.

—¿Cómo te atreves? —cuestionó la anciana apretando su puño derecho, dispuesta a utilizarlo una segunda vez—. ¡Yo te engendré a tí y a tu hermana con todo el amor que le tenía a tu padre y toda la esperanza de tener una familia!

—Y si eres mi madre, ¿en dónde estuviste toda mi vida? ¿Eh? —le gritó Yang desafiante.

A este punto tanto Pablo como el resto de los hijos de Yin y Yang se habían acercado junto a su madre. El dolor de Yin era más agudo a su vez que la preocupación aumentaba. Los nervios sobre Pablo le impedían mantenerse quieto. Los menores parecían asustados frente a la discusión entre Yang y su abuela.

—¡En un hospital psiquiátrico! —le gritó—. Ti y Chai, los maestros de tu padre, me lanzaron un hechizo Woo Foo que me destruyó la mente —continuó con un tono tensamente tranquilo—. Ellos solo querían que Yo se dedicara a su maldito Woo Foo, y me alejaron de él y de mis hijos. Y luego de treinta y seis años, cuando finalmente pude conseguir recuperarme, cuando fui capaz de buscar a mis hijos, ¿qué me encuentro? ¿Qué demonios me encuentro?

En ese instante Yanette no pudo contener las lágrimas. Aún insistía en mantener su mirada iracunda mientras las lágrimas recorrían sus mejillas. El ver a Yang, esa mirada, sus ojos idénticos a los de Yo, le confrontaron su vida entera. Su anhelo era una vida diferente. Era volver a abrazar a aquellos hijos que no pudo abrazar desde que habían nacido. El resultado era lo más horrendo que jamás se había esperado. Le daba asco ver en lo que se habían convertido sus hijos. Le causaba un pesar inmenso sentirse así. Quería olvidar el incesto y abrazar a sus retoños, pero le era imposible.

Ante la mención de Ti y Chai, Ella Mental pretendía intervenir. Cuando intentó ponerse de pie, una mano la agarró del hombro y la obligó a regresar a su asiento a la fuerza. Carl, quien se encontraba en el asiento del lado, negó silenciosamente con la cabeza. La tigresa lo observó de vuelta sin poder evitar mostrar la impresión en su rostro.

Yang quedó sin aliento y sin palabras. Al menos conocía a su padre y tenía ciertos datos precisos sobre el Woo Foo. Tal vez no era una lumbrera en historia Woo Foo, pero en su memoria aún se conservaban los nombre de ese par de grandes maestros Woo Foo que habían hecho grandes cosas siglos atrás. También tenía recuerdos más recientes de su mención, pero no tenía más detalles. Esa anciana frente a él tenía información precisa.

El dolor de Yin comenzó a mermar gracias a su meditación. Cerró los ojos y se olvidó del contexto. Eran demasiadas cosas que sucedían al mismo tiempo. Pronto, los gritos entre Yang y Yanette eran meros murmullos tan distantes como la tormenta del exterior. Cuando abrió los ojos, el dolor era algo secundario. Acarició su vientre sin poder evitar sentir el temor a flor de piel. Ya había perdido dos hijos. Ese pequeño que crecía ahora en su vientre era prácticamente su última oportunidad de ser madre.

—Son lo peor que pude haber engendrado en mi vida —continuó Yanette ante el silencio intentando recobrar su ira—. Incesto, pedofilia, ¿qué más? ¿eh?

El dolor la superó. El llanto explotó en su cara sin poder evitarlo. Kraggler se aproximó a ella un tanto dubitativo sobre si era su labor. Por un instante se volteó hacia Peter. El perro observaba desde su asiento todos los hechos con atención, pero sin la menor intención de colocarse de pie. Tenía una mirada dura. Desde siempre le habían inculcado que los Woo Foo eran mala influencia, que eran una desgracia. ¿Y qué otra cosa sino qué desgracias les había traído los Woo Foo a su familia? Primero lo de Yanette y Yo. Luego lo de Lina y Yang. Ahora esta pelea al interior de su casa. Sus padres tuvieron, tienen y tendrán razón.

Yang no podía más que compadecer a esa pobre anciana. Podía tener un carácter de porquería, pero su historia tenía sentido y su exposición parecía sincera. Ni siquiera él podía negar que el incesto estaba mal. Esa era una reacción esperable por parte de una hipotética madre. Era la reacción esperable por parte del Maestro Yo. Tragó saliva mientras retrocedía lentamente sin despegar la vista de esa anciana. Mientras, aún mantenía cubierta su quemadura con su palma.

—Mejor vamos a tu habitación —susurró la gárgola nervioso ante su actuación en medio de todos.

—Este, creo que esto se salió un poco de la noticia que pensaba decirles —intervino Pablo un tanto nervioso—. Yin, ¿estás bien? —agregó dirigiéndose a la coneja que estaba al lado suyo.

—Sí, estoy bien —respondió afirmando con la cabeza.

—Señor Pablo —intervino Jack—, ¿usted puede traer a mi hermana y al Maestro Jobeaux desde el pueblo?

Aquella pregunta descolocó a los presentes. Jack había quedado ajeno a la pelea entre Yang y Yanette. Su mente había quedado estancada en el tema anterior. Imaginarse a Yenny junto con su maestro era la idea más bizarra que hubiera tenido. Por más que se esforzaba, no podía mentalizar ni siquiera una escena de beso entre ambos. Simplemente era imposible. No podía creerlo hasta verlo con sus propios ojos. ¡Y ni aún así! La realidad se llenaba de preguntas cuyas respuestas no parecían caber en su mente.

—¿Qué? —preguntó el felino contrariado ante la petición del conejo.

—Usted puede usar sus portales —le propuso Jack—. Me contó que puede crear portales desde y hacia cualquier punto entre nuestro mundo y el jardín de las Almas Perdidas. Si usas esos portales para llegar hasta el pueblo, ellos pueden regresar por ese jardín.

—Sí, pero —respondió nervioso—... es algo un poco complicado. Los no muertos y no invitados no pueden pisar el jardín de las Almas Perdidas…

—Por favor, Pablo —Yin tomó la mano del felino y le habló con voz rogativa—. Haz el intento.

El corazón del felino latió con el doble de fuerza. Las cosas estaban demasiado tensas como para traer a más gente que caldeara aún más los ánimos. Además, si aquello que decían de una relación entre ambos era real, no quería confirmarlo. Le daba miedo chocar con tal realidad que le ponía los pelos de punta.

—Lo-lo-lo haré —balbuceó soltándose de su mano—. Este… no se muevan todos —alzó la voz para dirigirse a todos—. Volveré apenas pueda. Haré un viaje interdimensional para acortar la distancia de un par de kilómetros entre esta casona y el pueblo Woo Foo. Traeré a Yenny y al maestro Jobeaux porque los necesito presentes para darles una noticia de importancia mundial. No olviden que tenemos un Oscuro Mañana sobre nuestras cabezas y eso es lo más importante en estos momentos. Todo pasado y problema presente puede esperar hasta que nuestras vidas no corran peligro…

—¡Lárgate ya! —le gritó Yanette volteándose hacia el felino y tomándolo por sorpresa.

—¡Voy! ¡Voy! —respondió asustado por el screamer y retrocediendo un par de pasos.

Acto seguido, el felino extendió sus brazos, uno hacia el techo y otro hacia el suelo. Extendió el índice de cada mano y de sus puntas aparecieron un par de pequeñas luces brillantes y doradas. Rotando sus brazos en vertical, dibujó un aro dorado que pronto se rellenó con un paisaje del conocido jardín de las Almas Perdidas. En el intertanto, una ventisca emergió del lugar, revolviendo pelajes y ropas.

—¡¿Puedes intentar hacer menos escándalo?! —le gritó Yanette aún exasperada.

—¡Lo siento! ¡No puedo! —exclamó Pablo ya con medio cuerpo dentro del portal—. ¡Debo irme!

El felino sentía que todo se le estaba saliendo de las manos, más cuando llegó al famoso jardín, toda preocupación quedó atrás. Apenas el aro se cerró por completo, Pablo respiró hondo aquel aire cargado de pureza. Sintió como este limpiaba todas las energías negativas de su ser.

—¿Por qué demonios demoras tanto? —oyó la voz exasperada del Maestro Yo detrás suyo.

—¡Oh! Lo siento mucho —respondió el felino dándose la vuelta—. Surgió una emergencia.

—¿Qué clase de emergencia puede ser más importante que el Oscuro Mañana? —alegó el panda agitando sus brazos.

—Su nieta está teniendo relaciones con un cuarentón —le explicó Pablo.

El panda refunfuñó molesto al tiempo en que Pablo abrió un nuevo portal. El ruido distante de la tormenta se volvió a colar en aquel ambiente tranquilo.

—Déjame a mí —se adelantó el Maestro Yo dirigiéndose hacia el aro dorado mientras se ajustaba la aureola de su cabeza.

El felino apenas alcanzó a reaccionar cuando vio al panda colándose a través del portal. Los nervios aumentaron ante la inseguridad de sus acciones. Ni siquiera había tenido tiempo de cerciorarse sobre el destino del portal. Casi siempre le acertaba respecto al destino, pero, ¿realmente estaban allí Jobeaux y Yenny? Además, suponiendo que estuvieran allí, ¿cómo sería el encuentro abuelo-nieta? ¡Y en medio de esas circunstancias! ¿Cómo confrontarían aquella relación tan ilegal? Era demasiada ansiedad para un día. Tal parecía que el destino no pensaba dejarlo tranquilo.

—¿Qué está pasando aquí?

El panda se ganó el premio gordo de la suerte. Había caído justo a la habitación en la posada en donde se hospedaba Jobeaux con Yenny, justo frente a la cama sobre la cual en ese momento ambos compartían un beso. Había un par de maletas a medio armar y un montón de cosas repartidas tanto sobre la cama como sobre la mesita de noche y otra mesa más cercana. Ambos involucrados compartían un beso sencillo sentados sobre la cama. Era la escena perfecta y el momento preciso. El panda los había encontrado con las manos en la masa.

Apenas el goblin se volteó y se encontró cara a cara con el panda, lanzó un grito de terror al tiempo en que daba un salto y se acoquinaba en la esquina sobre la cama. Yenny retrocedió hacia la cabecera aplastando un par de envases de cremas humectantes. Dio un respingo al tiempo en que sentía que por poco vomitaba su corazón. Al ver al panda, abrió los ojos como plato al tiempo en que no podía cerrar la boca. El primer susto fue por verse atrapada por alguien. El segundo porque ese susto se lo daba el panda que alguna vez había conocido en sus sueños. El tercer susto fue porque recordó que él estaba muerto, y que su aureola le advertía que literalmente estaba viendo a un fantasma.

Solo la sutil aparición de Pablo a la siga del panda consiguió descongelar la escena. El carácter débil del felino era el trampolín perfecto para huir de los problemas. O al menos era el eslabón más débil que se transformaría en su boleto de escape. Una mirada por el rabillo del ojo le informaba que Jobeaux quedó atrapado en el miedo. Como exalumno del panda, tras haberlo conocido en vida, y a sabiendas de su muerte, solo multiplicaban su terror a los misterios del más allá.

—¡¿Qué haces aquí?! —exclamó la coneja apuntando sus dardos hacia el felino.

—Lo vi todo —insistió el panda dando un paso hacia la pareja—. Me dijeron que tenías una relación con Jobeaux.

—¿Por qué lo trajiste? —insistió la coneja mirando a un Pablo que buscaba pasar desapercibido.

—¿Sabes qué edad tiene? —insistió el panda frunciendo el ceño.

—¿De dónde lo sacaste?

—Tiene la misma edad de tus padres.

—¡Lárguense de aquí!

Tras aquel último grito, la coneja intentó escapar dirigiéndose hacia el exterior por la primera vía de escape que se topara. El Maestro Yo la envolvió con una luz celeste clara que emanó de su palma derecha. El disparo fue rápido y certero. Pronto, el cuerpo de Yenny quedó congelado. La coneja no pudo mover más músculos que los de la cara.

—No tan rápido, jovencita —la increpó el panda con voz autoritaria.

Jobeaux apenas era capaz de mantenerse cuerdo. Se le veía pálido, al borde del desmayo. Respiraba agitado mientras sudaba helado. Si las paredes se lo hubieran permitido, el goblin observaría la escena desde la estratósfera.

—Vas a volver a la casa —le ordenó el panda—. Tus padres ya saben lo de tu relación con Jobeaux. De hecho toda la casona lo sabe. Debes volver a hacerle frente a tus problemas.

—¡¿QUÉ?! —gritó la coneja presa del terror.

Con aquella bomba noticiosa sentía que había algo dentro que estaba por estallar. ¡Se sentía morir! La locura, aquella energía comprimida en un cuerpo inmovil, la arrastraban hacia un destino más allá de las posibilidades. Hasta la peor pesadilla de su vida parecían sueños de leche al lado del momento que se encontraba viviendo.

—Y tú también irás —agregó el panda volteándose hacia el goblin. No recibió reacción de su parte.

—¡No! —fue el grito desgarrador de Yenny.

La coneja intentó zafarse del hechizo del panda con todas sus fuerzas, más todo intento parecía inútil. La pesadilla le oprimía el pecho. Sentía que tras un poco más de presión más y perdería la cordura. Sintió que las lágrimas salpicaban de sus ojos, al tiempo en que toda su vida se resumía en un esfuerzo por escapar.

El Maestro Yo se quedó en silencio observando el momento. Pudo percibir el esfuerzo desesperado de Yenny por huir. Lo más importante: podía sentir su energía Woo Foo florecer en ella. Sabía que insistir solo podía empeorar las cosas. Tenía que probar otra estrategia.

—Escúchame, Yenny —le dijo con voz más serena—. Te haré una pregunta sencilla: ¿Qué es lo que te han enseñado tus padres en este último tiempo?

La coneja lo observó aún aterrada mientras que el panda esperaba que el tiempo la ayudase a tranquilizarse. Le regaló una sonrisa que apuntaba a regalarle un poco de paz en medio de la turbiedad.

—Necesito que te calmes, y respondas mi pregunta —insistió el panda.

Pablo observaba la escena silenciosamente junto al portal. Le incomodaba mantenerlo cerrado mientras el Maestro Yo se encontraba en el mundo de los vivos. Además de los nervios productos de los sobresaltos vividos, también sentía atracción por la curiosidad frente a lo que pretendía hacer el panda con su nieta.

—A mí no me corresponde juzgarte —continuó el panda—. El secreto está en mi pregunta.

El tiempo parecía haberse detenido en aquella habitación. Lentamente, los latidos comenzaban a descender. Jobeaux sin siquiera desearlo, comenzó a relajarse. Sí, el panda, o su fantasma, estaba allí, frente a ellos, pero también ellos seguían enteros. Sus intenciones aparentemente no eran dañinas. Por mucho temor a la muerte que exista, no era algo que debiera preocuparles ahora.

—Te voy a soltar —anunció repentinamente el Maestro Yo—, pero quiero que respondas mi pregunta.

La luz celeste desapareció lentamente al tiempo en que Yenny comenzaba a sentirse dueña de su cuerpo. Lo sentía completamente entumecido mientras poco a poco movía sus brazos y sus piernas en busca de volver a sentirlos. El panda escondió sus manos tras su espalda mientras le regalaba una sonrisa paternal.

—Eres más fuerte de lo que crees —le dijo de improviso.

Aquella frase la desconcertó. En este punto se había olvidado completamente incluso de la presencia de Jobeaux o de Pablo. Solo importaba ella y el panda con aureola frente a frente.

—¿Aún tienes la carta del Maestro Mental? —le preguntó de improviso.

—¿Qué? —preguntó extrañada.

Tras un suspiro, el panda contestó:

—He venido hasta aquí por un asunto de gran importancia. Tiene que ver contigo y con tus hermanos. Hubiera querido contarles a todos reunidos, pero al parecer los planes fueron diferentes.

El Maestro Yo observó de reojo a un Jobeaux que, aunque aún con la mente alejada del presente, parecía más tranquilo.

—¿Has oído hablar del aumento exponencial del poder Woo Foo generacional? —le preguntó mientras se sentaba en el suelo.

—N-no —balbuceó la chica intrigada imitándolo.

El panda se cruzó de piernas y prosiguió:

—Es esa teoría que dice que los hijos del incesto tienen un poder cada vez mayor.

—¡Ah! ¿Esa? —contestó la chica—, la que dice que mientras más pequeño sea el hijo más poder recibe.

—Tiene relación con el órden de nacimiento —le dijo el panda—. Tú eres la mayor, así que eres quien tiene el menor poder de todos tus hermanos, pero eso no significa que seas indefensa.

Tras un breve silencio, el Maestro Yo prosiguió con seriedad:

—Ustedes cinco en particular, tienen un poder único, que si llegan a entrenarlo debidamente, podrán sacarle el máximo provecho a su poder Woo Foo. También están destinados a un arma que los ayudará en el camino. Tú por ejemplo ya tienes la tuya.

—¿La mía? —preguntó la chica con extrañeza.

—La carta del Maestro Mental —le explicó—. Tu poder es más psicológico. Puedes entrar en la mente de tu contrincante, y volverlo loco. Si eres capaz de dominar ese poder, podrás doblegar hasta al enemigo más fuerte del metaverso. La carta del Maestro Mental te servirá de ayuda en este proceso.

—Pero, ¿a cuál carta se refiere? —le preguntó la coneja.

—Es el naipe que te entregó Lina —respondió—. ¿La tienes contigo?

—Yo… —en ese momento, Yenny revisó los bolsillos de sus pantalones y de su chaqueta. Tras revisar todos los bolsillos de su ropa, se puso de pie de un salto para revisar los bolsillos de su abrigo.

—No la tengo —respondió con un tono alarmado.

—Tranquila —el Maestro Yo se colocó de pie con cierto esfuerzo—. De seguro debes tenerla en casa…

—¡No voy a regresar! —zanjó Yenny—. ¡Usted le dijo que me había escapado con Jobeaux!

—Yo no le dije nada —le respondió—. Pablo fue el que habló —agregó volteándose hacia el felino.

—¡¿Qué?! —exclamó el felino de improviso—. ¡Yo no dije nada! —contestó asustado—. Yo solo quería contarle a la casona que el Maestro Yo había revivido cuando de repente saltó ese tema. De ahí todo fue pelea y gritos, y la señora Yanette le quemó la cara a tu padre, y luego todo fue una confusión. Y… de pronto todos me estaban insistiendo a que viniera a buscarte y…

La mano levantada del panda detuvo su perorata de golpe.

—¿Usted revivió? —la coneja centró su mirada en el panda.

—Primero, esta aureola dice todo lo contrario —contestó apuntando hacia su aureola flotante—, y segundo, mi estado con el más allá es irrelevante para todo esto. El punto es que debes regresar a la casona.

—No, no puedo —respondió tirando su abrigo sobre la cama y dando la media vuelta.

—¿Es que acaso tus padres no te han enseñado nada en este último tiempo? —el panda lanzó su pregunta—. No lo sé, algo sobre luchar por lo que uno quiere o ir contra viento y marea por amor, o algo por el estilo.

—¡No! —de improviso la coneja se volteó hacia su abuelo—. ¿Acaso cree que yo voy a alabar que mis padres lucharan por amor siendo hermanos gemelos? ¿Es que acaso el maldito mundo se volvió loco? ¡Ellos son hermanos gemelos! —ella se acercó hacia el panda cargada de furia—. Simplemente su amor no puede ser. Y por eso es que son prófugos de la justicia, dos de mis hermanos nacieron con problemas de salud, mamá perdió a dos hijos y somos el centro del odio del mundo. Si pudiera viajar al pasado y evitar que mis padres estuvieran juntos, ¡juro que lo haría a pesar de que yo no naciera!

La exasperación se había apoderado de Yenny, quien respiraba con agitación mientras los ojos amenazaban con abandonar sus cuencas. Su ceño fruncido y manos en alto amenazaban con aumentar la violencia de continuar rodando la rueda.

Al verla, el panda sonrió con tranquilidad, y le contestó:

—Lo sé.

Aquella respuesta descolocó a la chica.

—¿Entonces por qué quiere que regrese? —le preguntó.

—Esto no se trata de tus padres, de tu familia, de tu orígen ni de tu destino —le dijo—, sino que se trata de tí. A pesar de tu orígen, en estos momentos eres una persona única, con fortalezas y debilidades. Estás entera, no tienes problemas de salud, tienes un poder a desarrollar y un arma esperando en casa. Tienes valores, principios, deseos, sueños, anhelos, y la fuerza para cumplir con todo lo que te propongas.

—No tienes por qué aceptar lo que hicieron tus padres si no te nace —prosiguió acercándose a ella—. Si de verdad lo amas a él, lucha por tu felicidad. A fin de cuentas no harías algo diferente a lo que hicieron tus padres…

—¡Yo no estoy cometiendo incesto! —le replicó la coneja.

—Estás en un amor prohibido, al igual que ellos —contestó—. La diferencia es que tú crees en este amor. Entonces, debes luchar por él contra viento, sol y marea.

El panda extendió sus palmas y colocó sus manos sobre los hombros de su nieta.

—Tú eres Yenny Amber Chad. Eres la maestra de la mente. Tu poder es simple pero efectivo. Si regresas a casa, te ayudaré a sacarlo de tu interior. Te daré el secreto para convertirte en la mejor versión de tí misma. Solo así podrás alcanzar tus sueños.

La coneja no tenía palabras para responder ante tal propuesta. La calidez y confianza ofrecidas por el panda le regalaban una tranquilidad en su alma tan grande que expulsaba todo temor y resquemor hacia su pasado, su presente y su futuro. Ella le sonrió. Nada era tan grave a fin de cuentas. Todo era un camino que estaba recorriendo. El presente no era más que una estación más que en algún momento quedaría en el pasado.

Lo importante era ser ella misma.


Sobre un escenario pulido y vacío, dos enormes focos apuntaban directamente hacia el centro, dejando el resto del entorno completamente oscuro. En el centro había un piano de cola. Yin tocaba suavemente la melodía de «Alma, corazón y pan» del cantautor Gervasio. A su lado, Yang se encontraba afirmado sobre el piano con un codo. Ambos vestían trajes de gala. Yin se encontraba con un vestido azul marino con cuello ancho, mangas cortas, y largo hasta un poco más abajo de la rodilla. Yang vestía un traje negro impoluto sobre una camisa blanca y una corbata de moño. Traía lo que parecía una rosa roja asomada desde el bolsillo delantero de su traje. La gala era digna para la ocasión.

—Y así concluye nuestro centésimo capítulo —comentó Yang.

—Al menos estamos juntos —contestó su hermana sin dejar de tocar.

—Y está a punto de comenzar el arco final —agregó Yang.

—Llevan cincuenta capítulos diciendo lo mismo —respondió Yin—. Apuesto que a este paso llegaremos a los doscientos capítulos.

—Nah —respondió el conejo estirándose hacia atrás—, yo creo que estamos más cerca del final que del comienzo.

—Es probable —zanjó Yin.

—¡Y vaya cuántas aventuras hemos vivido en estos cien episodios! —exclamó Yang con emoción—. Apuesto que cuando los lectores comenzaron no se imaginaron lo lejos que llegaríamos.

—Probablemente más de alguno se quedó a medio camino —contestó Yin.

—Por lo mismo debemos agradecerle a quienes aún siguen con nosotros hasta hoy —respondió su hermano sacando una tarjeta desde dentro de su chaqueta—, en especial a Brick88 y sus secuaces, Martychoco, Ferservera, Troniumy, Sebastopa, y a todos los demás.

—No olvides a Brick, Boomer y Butch, a la Crew, a Apple of Avalon, a Carlos y a Jaime.

—Los tres primeros son los secuaces de Brick, la Crew ya no existe, Apple odia el incesto y esos dos últimos no han hecho nada por este fic —comentó Yang.

—No lo sé, son los créditos exigidos desde arriba —Yin se encogió de hombros.

—Hablando de arriba —acotó Yang tirando la tarjeta que tenía entre manos—, el agradecimiento más grande se lo debemos a Martita y al pato, a quienes les debemos la existencia de este fic.

—Es verdad —respondió Yin—, y fueron ellos quienes nos pidieron que cerremos este capítulo con esta canción.

—¿Por qué eligieron Alma, corazón y pan? —preguntó Yang arqueando una ceja curiosa.

—No lo sé —Yin se encogió de hombros—, es bonita.

—El asunto es que hoy cerramos con cien episodios —comentó Yang—. Han sido cien episodios cargados de todo tipo de emociones. Hubo risas, llanto, momentos de tensión, miedos…

—Igual que en la vida misma —intervino Yin—. Vida que cada día nos presenta un desafío tras otro y tras otro.

—La vida no sería divertida sin desafíos —acotó Yang.

—Ni este fanfiction —agregó Yin.

—Me pregunto si Brick aún considerará esa escena del hospital como su favorita —comentó Yang pensativo.

—Creí que era esa escena de cuando tú habías regresado del hospital luego del disparo —agregó Yin.

—Ese era Carl haciéndose pasar por mí —comentó su hermano.

—Es verdad.

Tras un breve silencio en donde solo se podía oír la melodía del piano, Yang volvió a la carga.

—¿Tú sabes cuál es el momento favorito de Martita?

—Ni idea —contestó Yin—, sólo sé que al pato le gustó cuando explotó la escuela.

—Fue un momento muy confuso —comentó Yang con una sonrisa.

—Yo me pregunto cuáles serán los momentos favoritos para los lectores a este punto y qué clase de final se esperan —dijo Yin.

—Sería interesante saber —contestó su hermano—. Yo al menos estoy expectante ante una batalla final entre el bien y el mal.

—¿Y luego qué? —preguntó Yin.

—¿Un final feliz? En donde todos olviden el incesto —respondió el conejo con una sonrisa confiada.

—Bueno, conociendo a Martita, se puede esperar cualquier cosa —comentó Yin.

—Esto no es Polidrama —Yang se encogió de hombros.

—Aún así, el final puede ser inesperado.

—En fin —Yang se adelantó hacia el frente del escenario juntando sus manos—, antes de terminar, les queremos agradecer a todos los lectores que llegaron hasta este punto de la historia. Gracias por acompañarnos y por su paciencia. Si les ha gustado lo que han leído hasta ahora, aún queda mucho fanfiction por delante. Solo esperamos que puedan disfrutarlo como lo han hecho durante los más de dos años de aventuras que llevamos.

—En esta recta final, esperamos poder continuar sorprendiéndolos —agregó Yin desde el piano—. Aún quedan un montón de confrontaciones, secretos por revelar, temas pendientes, y un destino que salvar.

—Y no olvidemos el final —agregó Yang.

—Nos veremos en el siguiente episodio —dijo Yin.

—¡Hasta la próxima, amigos! —agregó Yang despidiéndose con la mano.

La melodía continuó sonando hasta el cierre del telón negro.


¡Gracias por acompañarnos hasta aquí!

Con amor, Patito.