¡Hola! Lamento la demora, y espero que disfruten de este par de episodios. La verdad estoy terminando esto a última hora, al borde de iniciar una nueva aventura. Un tema que ha mantenido mi ansiedad por meses, pero que lo acabaré de un golpe este jueves. Después de esto, seré libre y feliz. Desde ahí solo quiero lanzarme de cabeza a continuar con este fic, y otros proyectos que tengo pendientes para el pato.
¡Nos vemos pronto!
Amor Prohibido - Capítulo 102
-Toma.
Ella Mental se había quedado sentada en una silla de madera junto a la ventana de su habitación. El cuarto era pequeño. Apenas cabía aquella silla, una cama, una mesita de noche y un armario empotrado. La tigresa parecía hipnotizada con el paisaje del exterior. La lluvia era relajante a pesar de lo atronadora que parecía ser. Los truenos la ayudaban a evitar que terminase sumida en el mar de sus pesares. El mundo había desaparecido a su alrededor. Quizás era lo mejor para ella.
Aquella frase la arrancó de golpe de su meditación. Lentamente, presa de la sorpresa y la intriga, Ella se volteó. Junto a ella, se encontraba Carl. Había extendido su mano, entregándole un tazón humeante color verde oliva. Por un momento se quedó congelada, olvidando cómo debía responder. Lentamente, extendió sus manos un tanto temblorosas.
-Gra-gracias -balbuceó recibiendo el tazón.
-Es una noche perfecta para un tazón de chocolate caliente -comentó la cucaracha al tiempo en que la tigresa se cercioraba del contenido de su tazón. Carl llevaba el suyo de color azul marino.
Ambos continuaron en silencio mientras observaban el paisaje invernal presentado en la ventana. Parecía ser un cuadro único e irrepetible.
-¿Me perdí de mucho? -Ella Mental se atrevió a lanzar su pregunta.
-El panda me asignó a Jimmy -contestó Carl.
-¿Y lo vas a entrenar? -lanzó Ella.
Carl se tomó su tiempo para responder. Olió su tazón, sintiendo el vapor del contenido en su cara. Sopló larga y silenciosamente. Sorbió un trago con lentitud. Lo saboreó como cata de vino. Aquella pregunta no tenía respuesta sencilla. Aunque hace tiempo no interactuaba con el niño, más le preocupaba su madre. No quería molestar ni involucrarse más de lo necesario con Yin. Especialmente en estos días en que Yang estaba al tanto de lo ocurrido entre ambos y de la reciente muerte de Mónica.
-No lo sé -sentenció finalmente.
Debieron pasar varios segundos antes de una respuesta de la tigresa.
-No tienes por qué hacerle caso a ese panda -le dijo aferrándose a su tazón.
Tras otro largo silencio, Carl intervino:
-Lo que te hizo el panda fue horrible.
La tigresa se vio en la obligación de voltearse hacia él.
-Me hizo recordar por qué me desagradaba ese anciano -confesó Carl.
-Me imagino -fueron las únicas palabras que la tigresa logró pronunciar mientras regresaba la vista a la ventana.
Aquella confrontación fue peor que una bofetada en el rostro con un inmenso arañazo que le destrozara la cara. Era un pasado que había dejado atrás hace décadas. No iba a permitir que lo usaran en su contra. Se aferró con más fuerza a su tazón mientras la rabia se le subía a la cabeza.
-No entiendo bien qué pretende -Carl interrumpió sus pensamientos con la mirada fija en la ventana-, ni entiendo por qué o cómo cruzó desde el más allá. Solo sé que debemos tener cautela.
-¿Y a dónde fue el panda? -preguntó Ella.
-Regresó por el portal al cual entró -contestó Carl-. Yanette está reprendiendo a Pablo sobre el tema, mientras Yin está discutiendo con su hija sobre lo de Jobeaux.
Ella afirmó con la cabeza, dejando pasar los segundos de una conversación silenciosa.
-No sé qué pensar al respecto de esa niña -comentó la tigresa de improviso-. ¿El incesto está bien, pero la pedofilia no?
-Ni idea -Carl se encogió de hombros mientras Ella lograba beber su primer sorbo de su tazón-. ¿Crees tener algo en común con ella?
-¡Por supuesto que no! -exclamó la tigresa-. Esa niña es una estúpida.
Tras unos segundos, Ella prosiguió:
-Lo tiene todo. Su familia la ama, están unidos, la apoyan, no la tratan como una esclava ni como un ser inferior. Si yo tan solo hubiera tenido aunque sea una frase de apoyo, me hubiera conformado.
Carl se volteó hacia Ella sin poder ocultar su impresión por sus palabras. La tigresa agachó su mirada mientras era cubierta por la luz de un relámpago.
-Te entiendo -le dijo la cucaracha-. Tu infancia no ha sido fácil.
-Es mejor no quedarse en el pasado -respondió la tigresa-, y dejar que los idiotas sigan siendo idiotas.
La lluvia y la tormenta del exterior amenizaron el silencio forjado entre ambos. Carl no pretendía abandonar su posición. Ella no era capaz de leer su mente. Al parecer, cuando juntaba la voluntad necesaria, Carl podía bloquear sus pensamientos. Quería preguntarle qué más quería, pero la motivación de hacerlo se desinflaba poco a poco. Aunque le costara admitirlo, se sentía bien con su silenciosa compañía. Ese tipo no era de su mayor agrado años atrás. Toda esta aventura iniciada en Alaska había terminado por unirlos de una forma silenciosa de la que no había tomado conciencia hasta ese instante.
-¿Y qué harás ahora? -Ella se sorprendió a sí misma con la pregunta.
-Detener el Oscuro Mañana -sentenció Carl.
-¿De verdad? -la tigresa nuevamente se volteó hacia la cucaracha. Lo vio con una mirada seria observando la ventana.
-Apoyé a los Woo Foo en la penúltima lucha, y me abstuve en la última -le dijo-. Jamás me agradó ningún Maestro de la Noche que conocí.
-Ni tampoco le agradabas a Erádicus -comentó Ella regresando la vista a la ventana-, pero mi pregunta es sobre qué harás después del Oscuro Mañana.
-Supongo que habrá que pensar en eso después de acabar con el Oscuro Mañana -sentenció Carl.
La pregunta de la tigresa tenía otro enfoque. Decidió reformularla.
-¿Le dirás a Yin lo que sientes? -preguntó.
-¿Por qué te importa tanto ese tema? -el tono de la respuesta fue cortante.
-Alguien te tiene que ayudar a dar el primer paso -Ella se volteó para regalarle una sonrisa, topándose con la mirada extrañada de Carl.
-Tú conoces bien la situación -Carl se reincorporó regresando su mirada seria a la ventana.
-Es cuestión de tiempo -comentó la tigresa.
Carl suspiró pesadamente. Su mente traicionera lo empujó directo a aquella noche en que sus límites lo traicionaron. Un remolino de sentimientos se confrontaban en su estómago, que pasaban desde la culpa hasta la felicidad. Una guerra entre el bien y el mal que lo atribulaban con una confusión que no podía evitar. Ella logró leer aquella alegoría con claridad, sonriendo ante la confirmación de su teoría.
-Entiendo que los días actuales no son los mejores -le dijo, interrumpiendo su mar de ideas-, pero esto no durará para siempre. Llegará el día en que deberás aceptar lo que sientes, y tomar una decisión al respecto.
-¡Pero no será hoy! -exclamó alterado clavando su mirada en la tigresa-. ¡Mi novia acaba de morir! ¡Ella está casada con su propio hermano y tiene como media docena de hijos! ¿Crees que aceptar un sentimiento así nos haga felices a ambos? ¿Crees que es tan fácil ir, fugarse y olvidarnos de todo el daño que dejemos alrededor? ¿Crees tú que ella va a hacer una estupidez como esa?
Ella Mental se volteó con lentitud y calma hacia la cucaracha. Pudo ver su mirada alterada. Como respuesta, le sonrió con cinismo.
-Me conformo con que lo aceptes -le dijo-. Prometo no decirle a nadie si así lo prefieres.
La sorpresa abofeteó a la cucaracha. Pretendía luchar contra la revelación de aquel vergonzoso secreto, para encontrarse con una propuesta totalmente opuesta.
-Escúchame -Ella se colocó de pie-, solo quería saber si sentías algo por ella. Si quieres ayudarla a quedarse con su familia, o si quieres romper con esa familia, es decisión tuya. Lo único importante es que no te contradigas a tí mismo. A la larga te hará más daño.
Carl, ante tal reacción, desvió la mirada hacia el suelo mientras apretaba su puño libre guardado en su bolsillo. No, simplemente no quería enfrentarlo. No quería aceptar tan nefasta realidad. Simplemente no era capaz de imaginarse enamorado, nuevamente, tan pronto, y precisamente de Yin. Era una relación aún más imposible que la que ella mantenía con su hermano. Era paradójico, pero real.
-No tiene nada de malo volver a enamorarse -continuó aconsejando con mayor tranquilidad-. No es para sentirse culpable ni nada. Son cosas que simplemente pasan -agregó encogiéndose de hombros.
Como respuesta, Carl dio la media vuelta emprendiendo la retirada y causando la sorpresa de la tigresa.
-Escúchame tú a mí -repentinamente, se detuvo en el dintel de la puerta-: no quiero que te metas en mis asuntos. No quiero que vuelvas a mencionar lo que sabes, ni que me vuelvas a insinuar nada.
Antes de que Ella pudiera responder, la cucaracha abandonó la habitación. Un trueno azotó el silencio mientras la lluvia incesante regalaba el sordo ruido blanco que espantaba al tiempo. La tigresa nuevamente se sentó sobre la silla mientras observaba el líquido de su tazón. A veces era demasiado directa para sus cosas, lo que puede haber espantado a Carl. En el fondo, le preocupaba que él tomara el camino equivocado. Que al final del día, renegara de sus propios sentimientos.
La cucaracha caminó con la mente atribulada y el paso firme por el pasillo de madera. En una esquina terminó chocando por un costado con alguien que venía de una dirección perpendicular.
-¡Fíjate por donde andas!
Era Yanette, quien se le veía agresivamente nerviosa. Al chocar de frente, el contenido del tazón cayó sobre el traje de Carl. Afortunadamente, el líquido se había enfriado lo suficiente para no quemarlo. Más allá del incidente, Carl se quedó intrigado por la reacción de Yanette. Entendía que no se encontraba pasando por el mejor de los momentos, pero no era para mantener aquel nivel de tensión. Lo notó por sus movimientos bruscos y sus brazos rígidos. La cucaracha la dejó pasar en silencio y sin recriminaciones. Unos cuantos pasos más atrás venía pasando Kraggler. La gárgola no pudo evitar regalarle una mirada apesadumbrada cuando pasó por su lado. Aquello aumentó la curiosidad de la cucaracha, quien se encontraba en proceso de convencerse sobre sus propias sospechas.
En silencio, esperó con sigilo antes de seguirlos. Luego de girar al fondo del pasillo, se encerraron en el despacho de Peter. La cucaracha se acercó hasta la puerta, pegando su oído junto a esta. Podría haber intentado algún truco mágico para oírlos, pero sabía que la solución perfecta era la más sencilla.
-¡No puedo creer que Freddy se haya ido! -escuchó la voz apesadumbrada de Kraggler.
-¡Ese idiota es un cobarde! -Yanette se le escuchaba molesta-. Se escapó solo porque a él le daba miedo enfrentarse a su hijo -agregó en tono de burla.
-¿Y ahora qué haremos? -cuestionó la gárgola.
-¡Que se vaya! -alegó la anciana en un exabrupto-. Tengo cosas más importantes de las que encargarme, como lo de Yo. ¡No puedo creer que esté de regreso!
-Ni yo -contestó Kraggler con voz temblorosa-. Aún tengo la piel de gallina.
-Y ese idiota de los portales no me dijo nada útil -Carl podía oír los pasos de la anciana en el interior-, o al menos no me quiso decir nada útil.
-¿Dejarás que Yo los entrene y enfrenten al Oscuro Mañana? -Kraggler lanzó la pregunta precisa.
-¡Por supuesto que no! -exclamó la anciana-. Esta familia ha tenido suficiente Woo Foo como para continuar con esta absurda tradición.
-¿Y el Oscuro Mañana? -Kraggler se oía apesadumbrado.
-¡Al diablo con el Oscuro Mañana! -respondió la anciana-. No voy a permitir que toquen a mis nietos.
Mientras tanto, en la habitación de Yang, el conejo se encontraba sentado sobre la cama mientras dejaba que Yin le curara la quemadura de su mejilla. Se encontraba en silencio, con la mirada vacía. Su hermana mientras tanto, limpiaba y quitaba el pelaje quemado, desinfectaba la piel y le colocaba una gasa. Ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio. No con la tremenda revelación que debieron enfrentar. El panda les había robado la voz, y sus ganas de luchar. Fueron dieciséis años enfrentando al mundo y a la misma naturaleza, para detenerse de golpe frente a la presencia del panda que los había criado. Eran la culpa de Yang y el miedo de Yin que hablaban en sus miradas, en sus rostros, en sus gestos, en sus silencios.
-Ya está.
Yin se aventuró en romper el silencio al momento en que comenzaba a guardar el equipo médico utilizado. Yang se tocó la mejilla, topándose con la textura áspera de la gasa. Volteó su mirada, topándose con la de ella. La pregunta silenciosa cayó de golpe. ¿Y ahora qué? El panda no les había recriminado nada, pero ni falta que le hacía. ¿Qué padre aceptaría que sus dos hijos mantuvieran una relación incestuosa con hijos y todo? La experiencia en aquella casona comenzaba a hacerles daño.
Se quedaron mirándose fijamente por un largo rato. Ni los truenos, ni los relámpagos, ni el estridente viento, pudieron romper esta conexión. Era la pregunta silenciosa respecto del futuro de la familia. Solo se podía alzar la voz en caso de proponer una respuesta. ¿Respuesta? ¿De verdad existe una respuesta? La leche no solo estaba derramada, había sido pisoteada y se había secado sobre el piso. Ya todos sabían lo de su relación. Encontrar un lugar seguro para vivir la fantasía de la familia feliz era una mera utopía.
-Yo… -Yin agachó la mirada. No pudo evitar recordar la discusión con Yenny. Era quien más le preocupaba de todos sus hijos. ¿Cómo había llegado hasta este punto? Parecía que por culpa del goblin, la relación madre e hija se había quebrado para siempre.
-¡¿Cómo pudiste hacernos esto?!
-¡Tú no tienes derecho de criticar nuestra relación!
-¡Eres un maldito enfermo!
-¡Él es el amor de mi vida!
-¡Pero si te dobla en edad!
-¿Y qué?
-Además eres menor de edad…
-¿Entoces lo nuestro es ilegal? ¿Como lo de tú y papá? ¡No tienes derecho! No tienes derecho de criticar mi relación con Jobeaux cuando tú y papá son hermanos. Al menos lo nuestro no es incesto… ¡ME DAS ASCO!
Yenny había cruzado la línea. Una cosa era la discusión y los gritos que madre e hija se lanzaban. Yenny había lanzado todo su odio en contra de su madre. Un odio escondido en lo más recóndito de su corazón. Estaba tan oculto que ni siquiera ella sabía que lo tenía. Ya no importaba. La chica se encontraba envuelta en la ira. Una ira que la culpaba de haber nacido hija de una relación vomitiva.
-¡ME DAS ASCO! -fue el grito con voz desgarrada de Yenny.
Yin no se midió. Solo recibía ataques de la persona que menos esperaba. Por ella, ambos habían tomado el riesgo de formalizar su relación. Por ella, confrontaron y mataron al Maestro Yo. Por ella, habían comenzado una nueva vida desde cero. ¿Y así era como le pagaban?
El golpe que Yin le regaló a Yenny fue similar al que Yanette le había propiciado a Yang. La mejilla izquierda de la chica quedó marcada con negro carbón. Aquel segundo quedó congelado en el corazón de ambas. Yin se percató de lo que había hecho recién en el momento en que su hija le devolvió la mirada. Tenía su palma sobre su mejilla herida. Sus ojos… Eran de odio. Un odio que la golpeó directo al alma. Yin aún se sentía atrapada por la sorpresa, sin ser capaz de convencerse de lo que acababa de hacer. Yenny en cambio sabía que tras el golpe había perdido a su madre para siempre.
-A partir de ahora tú no eres mi madre -lanzó con voz temblorosa antes de alejarse corriendo.
Yin observó su mano, incrédula de lo que acababa de hacer. No era capaz de continuar con la oración iniciada en frente de Yang. El conejo la observaba en silencio. Había visto lo fuerte que fue la discusión entre Yin y Yenny. De haber podido, habría matado a Jobeaux en ese mismo instante, pero fue la propia Yin quien le pidió que no interviniera. Ella deseaba solucionar las cosas de una manera más "diplomática". Como resultado, nunca la había visto tan apesadumbrada.
Repentinamente, Yin alzó la vista, topándose con la mirada de su hermano. Fue ese instante de conexión entre ambos en donde ni siquiera la menor de las señales era necesaria para comprenderse. Ambos se envolvieron en un fuerte abrazo. La calidez de su cuerpo le regaló a Yin ese rincón de confianza que tanto necesitaba para desahogarse. Sin poder controlarlo, se largó a llorar desconsoladamente. Yang no pudo evitar soltar un par de lágrimas ante el momento. La abrazó con fuerza, temiendo que pronto se la arrebataran de su brazos.
-No quiero seguir -sollozaba Yin-. Me quiero ir de aquí.
Yang por su parte continuaba abrazándola con ternura. No tenía palabras para consolarla. Cualquier cosa que dijera en ese momento sonaría demasiado insulso. Todo, absolutamente todo estaba saliendo mal.
-Quiero huir de aquí -sollozó Yin.
-¿Y por qué no nos vamos? -le susurró Yang.
Lo que parecía un mero anhelo, se convirtió en una idea alcanzable de golpe en la mente de Yin.
-Vamos, tomamos a nuestros hijos, y nos arrancamos de acá -prosiguió Yang-. Nos vamos sigilosamente y sin decirle a nadie.
Yin terminó el abrazo de golpe, observando a Yang con incredulidad.
-¿Y qué hay del Oscuro Mañana? -le dijo de improviso.
-¿Y por qué tenemos que hacernos cargo nosotros de eso? -respondió Yang-. Ni que fuéramos los únicos Woo Foo del mundo. Que se encargue el panda si tanto le interesa. Lo que no quiero es que utilicen a mis hijos como conejillos de indias de ese estúpido experimento, ni mucho menos quiero verte sufrir -agregó esbozando una sonrisa mientras le secaba una lágrima con su pulgar derecho.
Yin sonrió al ver la sonrisa de su hermano. Escapar era una buena alternativa. En la casona solo había gente que en el mejor de los casos les era indiferente. Seguir allí era tentar la suerte de una desgracia peor. Desde el arribo de la policía, hasta la posible muerte de alguno de sus hijos producto del enfrentamiento. Yang tenía razón. El Oscuro Mañana no era de la incumbencia de ellos.
-¿Y qué hay de la policía? -prosiguió Yin-. ¿Y de nuestro caso?
-Siempre podemos vivir de prófugos -contestó Yang con una sonrisa de confianza-. Lo que no quiero es seguir un día más en ese lugar.
Los truenos y relámpagos azotaban el cielo sobre la casona. La noche eterna no daba señales de vida de los soles. El viento y la marea eran el menor de los obstáculos para los Chad a la hora de luchar por su libertad. Era momento de volver a creer en la esperanza.
Llegó la hora de escapar de tanta desgracia acumulada.
