Amor Prohibido - Capítulo 106
-¡Alto ahí!
Mientras todos se encontraban distraídos por el falso día hermoso de un sol y la perorata del panda, Pablo había aprovechado de colarse a la cocina a comer algo. A pesar de los días sin recolectar leche, huevos ni verduras, aún quedaba bastante alimentos en la despensa y el refrigerador. El felino, sin medir el tiempo que tenía disponible, aprovechó de prepararse un par de huevos fritos con leche hirviendo, jugo de fresas, tocino, miel y un sándwich tan sobrecargado que ni Jack se había atrevido a tanto. Preso de su gula, el felino fue detenido en el acto por Yin.
-¿Qué demonios estás haciendo?
Antes de terminar de sorprenderse, Pablo fue doblemente sorprendido, esta vez por Yanette. El felino se dio la media vuelta para tener de frente a ambas conejas.
-¿Por qué trajiste al Maestro Yo hasta aquí? -le preguntó Yin.
-¿Qué pretende el panda con mis nietos? -le increpó Yanette.
-¿Dónde te encontraste con él?
-¿Por qué decidiste ayudarlo?
-¿Tienes idea de lo que está haciendo?
-¿Por qué te aliaste con él?
-¿Por qué decidiste ayudarlo?
-¡Chicas! ¡Chicas! ¡Basta! -intervino el felino nervioso encogiéndose de hombros ante la lluvia de preguntas. En aquel frígido instante, se sentía entre la espada y la pared, al filo de un desastre que no podría detener-. Responderé todas sus preguntas, pero poco a poco. ¿Por qué no aprovechamos la mañana para tomar desayuno? Hice huevos con tocino y me quedaron…
-¿Qué demonios pretendes? -lo interrumpió Yin agarrándolo de los hombros. Su mirada fiera le arrancaron toda la labia al felino.
-Yo… yo… -balbuceó honestamente asustado.
-¿Por qué estás trabajando con el Maestro Yo? -Yin condensó todas las dudas en aquella pregunta.
Detrás del felino, los huevos empezaron a arder en llamas.
Afuera de nuestro paraíso imaginario, el caos, la tormenta y la oscuridad reinaba con creces. Marcelo caminaba imperturbable rumbo a la casona. El agua le escurría por su gabardina hasta el suelo. No tenía mayores planes una vez allí, salvo matar a Yang. Prefería algo simple y directo. No iba a dejar que su locura vengativa terminase arrebatándole a su presa de sus manos.
-¡Campo Foo!
Cuando se encontraba cerca de un kilómetro alejado de la ciudad, ocurrió algo inexplicable. De la nada, se vio rodeado por una luz brillante color celeste cielo que formó una especie de domo en torno a él de aproximadamente tres metros de diámetro. Vio a unas cuantas sombras que lo acompañaban, pero por la adrenalina del momento no fue capaz de identificarlas. Lo que vino apenas se formó este domo fue un ruido intenso. Era una mezcla de rugido con un crujido tan intenso que por poco lo dejaban sordo. Pudo sentir la intensidad del ruido incluso en la vibración de sus intestinos. Solo podía ver el brillo del domo sin nada más allá. Pudo sentir un temblor en sus pies que amenazaba con tirarlo al suelo. Se cubrió las orejas con ambas manos mientras cerraba los ojos con fuerzas. Era como un torbellino intenso que llegó de la nada y que amenazaba con hacerlo pedazos.
Marcelo no logró medir el tiempo que transcurrió en ese estado. Pudieron haber sido segundos, minutos, horas. El tiempo le pareció eterno. Apretó la mandíbula con fuerza, mientras buscaba la forma de reincorporarse a la espera de un ataque sorpresa. El rugido exterior le impedía tan siquiera abrir los ojos. Era un ruido atronador y constante. El peligro rozaba sus narices y no era capaz de saber cómo afrontarlo.
Luego de un tiempo indeterminado, el ruido cesó. Poco a poco, el caballo abrió los ojos mientras se erguía y lentamente se destapaba los oídos. Lo que encontró fue algo que jamás imaginó. Ya no había lluvia, ni truenos, ni rayos. Ni siquiera había agua. La noche cerrada a la que se había acostumbrado vagamente ahora era reemplazada por una nubosidad roja carmesí. Esa coloración de las nubes le regalaba a su entorno un ambiente tétrico e infernal. El entorno que se desplegaba frente a él era trágico. Toda la vegetación, por muy golpeada que hubiera estado por la lluvia y la falta de sol, había desaparecido por completo. Era como si un torbellino de azufre hirviente la hubiera quemado hasta las raíces. No había señales de césped, árboles, arbustos, ni siquiera tierra. Bajo sus pies solo existía un poco de tierra húmeda que se había salvado gracias al domo. Fuera del círculo solo podía ver una ceniza oscura y polvorienta. Literalmente frente a él se desplegaba un paisaje apocalíptico que lo embriagaba de terror.
-Creo que esto está llegando demasiado lejos -una voz juvenil y masculina le recordó al caballo que no se encontraba solo.
-Tenemos que detenerlo ahora -oyó una segunda voz decidida. Era más aguda y femenina.
-Pero, ¿eso no afectaría el transcurso del tiempo? -cuestionó la primera voz.
-Sé exactamente por donde intervenir -respondió la segunda voz.
En eso, ambas sombras se fijaron en el caballo. El equino se encontraba junto a ellos casi sin respiración. No tenía ni la menor idea sobre cómo proseguir ni si estas sombras eran una amenaza.
-Señor, ¿se encuentra bien? -la voz femenina se dirigió a Marcelo.
El caballo había perdido su voz. Finalmente pudo fijarse con mayor detalle en sus acompañantes. Eran altos y ambos vestían una capucha negra que les cubría hasta el rostro. Además, sus zapatos y guantes negros no le regalaba ni la menor pista de su identidad. La voz dulce de la voz femenina le animaba a bajar la guardia, informando que no querían hacerle daño.
-¿Señor? -la voz masculina lo arrancó de sus pensamientos.
-¿Quiénes son ustedes? -farfulló el caballo inevitablemente nervioso.
-No tema señor Marcelo -le dijo la voz femenina quitándose la capucha-. ¡Soy yo! ¡Yuri!
Al develar su rostro, se encontró con una coneja rosada bastante similar a Yin. A pesar de la penumbra, pudo notar sus ojos más oscuros en comparación con su madre. Eso y su voz más dulce y aguda le confirmaron que estaba ante otra persona. Lo anterior, sumado a la idea de que se tratara de la misma conejita que alguna vez lo arrastró al pasado terminaron por espantarlo. El caballo cayó de espaldas al suelo, terminando sentado sobre el polvoriento piso.
-¿Qué le pasó a sus manos? -el segundo encapuchado se descubrió el rostro al tiempo en que se fijaba en los muñones vendados que el caballo había dejado al descubierto en su caída. En ese instante se pudo percatar que se trataba del conejo rubio con gafas de marco grueso y oscuro.
Marcelo se quedó con la boca abierta lanzando un lento grito ahogado. Sus pupilas se encogieron al tiempo en que sus ojos se abrieron sin pestañear. Ese tipo no podía ser el hermano de la conejita rosada. ¿Acaso ambos son de donde imaginaba que podrían ser?
-¡No tenga miedo! -se aproximó Yuri con una sonrisa-. No le haremos daño.
-Será mejor armar una fogata -sugirió Jacob cruzándose de brazos-. Tenemos mucho que conversar.
Las preguntas se atoraron en la mente del caballo. ¡Tenía tanto por saber! Poco a poco se estaba formando una respuesta frente al escenario que estaba presenciando, pero era algo tan radical y repentino que le costaba creer. No era capaz de moverse frente a los músculos atrofiados por un terror que no esperaba vivir de un momento a otro. A pesar de la invitación amistosa de la coneja, él simplemente no podía creer lo que estaba viviendo. Esperaba que la providencia se apiadara de él y lo ayudara a escapar de esta pseudo pesadilla.
-¡Vamos! ¡Arriba! -lo animó Yuri extendiendo su mano.
-Este… ¿Yuri? -con un ademán, Jacob le recordó que el caballo ya no tenía manos con que estrechar la suya.
-Ups, perdón -la coneja rió con nerviosismo-. ¿Lo ayudo a ponerse de pie? -cuestionó con sus manos en la espalda.
Rato más tarde, nuestro trío se encontraba en torno a una fogata improvisada. Jacob armó una, transformando unas piedras en madera y lanzando una pequeña bola de fuego que dió inicio a las llamas. La luz de las brasas fue suficiente para iluminar un poco mejor el escenario próximo. Yuri estaba improvisando un Campo Foo que les ayudara a protegerse de alguna segunda ráfaga ruidosa, a su vez de impedir ser vistos gracias a la llamativa fogata. De un minuto a otro todo era un enorme desierto cubierto de ceniza y polvo. Del pueblo ya no quedaba ni rastro. El eterno resplandor rojizo de los cielos le regalaba una desesperanza creciente.
-A ver si entendí -Marcelo se encontraba más calmado gracias al baile de las llamas-, ustedes vienen del futuro.
-Sí -respondieron ambos conejos al unísono.
-¿De qué año vienen?
-Del 2045 -contestó Yuri abrazándose a sus piernas.
-¿Y a qué han venido? -volvió a consultar el caballo.
Ambos conejos se miraron entre ellos.
-Si quieren no me lo digan -acotó el caballo.
-Está bien -aceptó Yuri.
-¿Pero me pueden explicar qué se supone que acaba de pasar? -insistió Marcelo.
-Es el Maestro de la Noche -respondió Yuri-. Se ha materializado.
-¿Maestro de la Noche? -Marcelo arqueó una ceja claramente confundido.
-Creí que sabías más sobre la historia del Woo Foo -acotó Yuri.
-Lo siento, no sé mucho -admitió el caballo centrando su vista en el fuego.
Ambos conejos volvieron a mirarse entre ellos, decidiendo con la mirada qué contarle al caballo.
-Si no me quieren decir nada, lo entenderé -intervino Marcelo-. De todas formas les agradezco por haberme salvado del apocalípsis que generó este Maestro de la Noche.
-La verdad mientras menos sepas de nosotros y nuestro propósito, es mejor para todos -le dijo Jacob encogiéndose de hombros.
-Tus manos -intervino Yuri-. No están.
-Oh, ¿esto? -cuestionó Marcelo mostrándole sus muñones-. Es otra larga historia.
-No recuerdo que no las tuvieras cuando llegaste a la casona -le dijo la coneja apuntando hacia los muñones.
-¿La casona sigue en pie? -preguntó intrigado el caballo.
-Sí -contestó Jacob escuetamente.
-Eso significa que antes de que llegaras las recuperaste -agregó Yuri.
-¿En serio? -la voz del caballo mostraba sorpresa-. ¿Y cómo?
Yuri gruñó pensativa mientras torcía la boca. Jacob no dejaba de mirar sus muñones. Las llamas de la fogata se veían reflejadas en sus lentes.
-Jacob, tu lápiz -sentenció repentinamente la coneja.
-¿Qué? -el aludido se vio tomado por la sorpresa.
-Tu lápiz -insistió Yuri volteandose hacia él y extendiendo su mano-. Ese que crea realidades y toda la cosa.
-En serio Yuri, ¿qué pretendes? -su hermano frunció el ceño.
-Devolverle sus manos -respondió igual de seria-. Se las voy a dibujar de nuevo.
-¡¿Qué?! -exclamaron ambos presentes impresionados.
-Sé que tú eres pésimo dibujando -Yuri se cruzó de brazos-. No entiendo cómo Martita te pudo encomendar un objeto tan valioso a alguien que no sabe dibujar.
-¿No será porque el lápiz de Dionisio también sirve para crear portales y hacer cortes a distancia entre muchas otras cosas? -contestó el conejo con sarcasmo.
-Pero ahora necesitamos manos, ¡manos! ¿Entiendes? -alegó Yuri.
Con un bufido, el conejo sacó desde debajo de su capucha el lápiz triangular y rojo de grafito y se lo entregó a su hermana.
-Que conste que Martita no sabe dibujar -alegó el conejo molesto.
Yuri le sonrió intentando aguantarse un ataque de risa.
-Bien, extiende tus brazos -Yuri se arrodilló junto al caballo armada con el lápiz.
Sin poder evitar sentir cierto grado de desconfianza, el caballo extendió ambos brazos. Yuri comenzó con el derecho. Comenzó quitándole el vendaje. Marcelo observó con sorpresa como unas sutiles líneas oscuras comenzaban a materializarse sobre sus muñones dándole forma a una arcaica mano. Hizo lo que pudo para mantenerse quieto y evitar arruinar el dibujo.
-Todo el mundo dice que es difícil dibujar manos -comentaba Yuri mientras hacía los trazos con toda su paciencia-, pero si te dedicas exclusivamente a las manos, te puede resultar algo bastante bueno. Sé que con estas manos vas a poder hacer lo que sea que te guste hacer, pero por favor, no mates a mi papá. Él no mató a la señorita Mónica. Fue el bogart que tomó el cuerpo de mi papá. Hablando de eso, ¿cuándo vamos a atrapar al bogart?
-Se supone que Jimmy está en eso -Jacob estiró sus piernas mientras permanecía sentado.
-Un momento -intervino Marcelo-. ¿Cómo es que tú sabes todo eso?
-¿Porque venimos del futuro? -Yuri levantó levemente la vista antes de proseguir con su labor-. En todo caso no sirve de mucho puesto que de todas formas van a matar a papá.
-No entiendo cómo le entregaron la capacidad de viajar en el tiempo a alguien que no puede aguantarse los spoilers -le recriminó Jacob.
-De la misma forma que le dieron un lápiz a alguien que no sabe dibujar -acotó Yuri regalándole un rápido vistazo a su hermano sin dejar de dibujar ni por un momento-. En todo caso ahora Martita debe estar celebrando el spoiler -agregó con una sonrisa picara.
Jacob estaba a punto de alegar alzando su índice, hasta que quedó con la boca abierta procesando aquel último dato.
-Creo que lo entendí -contestó pensativo-, ¿pero crees que funciones?
-Quién sabe -contestó Yuri concentrada en su labor.
Solo por ese detalle, el fanfic se extenderá ciento cincuenta capítulos más.
-Bien, les contaré todo lo que sé.
Una vez calmados los ánimos, Pablo decidió confesarles todo a Yin y Yanette. Se instalaron en torno de la mesa de la cocina, mientras que el felino buscaba ordenar sus ideas por sobre la ansiedad. Sabía la situación en que se encontraba. Aunque pensaba que había obrado bien, al parecer había hecho enojar a Yin. Era algo que no buscaba, y pretendía restaurar este error.
-Me encontré con el Maestro Yo en el Jardín de las Almas Perdidas hace unos cuantos meses -comenzó su relato concentrando su mirada sobre su tazón de café al cual se había aferrado como tabla salvavidas-. En ese tiempo yo había llegado hacía poco a los Estados Unidos, y estaba dispuesto a arreglar mi situación laboral en este país. Aún no tenía en mente buscar a Yin para que me ayudase, puesto que ni siquiera sabía en qué estado se estaba quedando.
"Lo vi como un panda solitario que observaba su reflejo en el lago. Como Guardián del Jardín de las Almas Perdidas, mi deber era solucionar lo que fuera que tuviera el panda. Cuando conversé con él, me contó absolutamente todo. Es un todo que me dejó demasiado impresionado".
-¿Qué te dijo? -le preguntó Yin con impaciencia al ver que el felino se había quedado callado.
Pablo alzó la vista hacia la coneja. Yin se vio en la obligación de tragarse su impaciencia ante la mirada perturbada del felino. Era una tristeza tan amarga que podía sentir su sabor en la garganta. Llegaban a dar ganas de llorar sin razón aparente. Por un instante pretendía suplicar no conocer la respuesta, pero no fue capaz de mover ni siquiera un músculo.
-Me dio todos los datos con pelos y señales -confesó Pablo-. Fue ahí cuando me enteré dónde te encontrabas, qué había sido de tí, que él era tu padre, y que tu esposo era tu hermano.
Yin tragó saliva mientras no podía evitar que le temblara la mirada. No recordaba si alguna vez el felino le había encarado tan siquiera ese hecho. Aún no podía acostumbrarse al hecho de oír tan potente hecho de la boca de terceros.
-Me confesó que él lo sabía desde mucho antes de partir al jardín de las almas perdidas -agregó Pablo volteando su mirada hacia el tazón.
-¿Qué? -soltó Yin sin poder evitarlo.
-Me dijo que lo presentía desde la adolescencia más o menos -respondió-. Al principio era una mera intuición fundamentada en algo que notaba en la actitud de ambos, hasta que los vió.
-¡¿Nos vió?! -exclamó Yin sintiendo cómo el corazón se le aceleraba.
Yanette, al otro lado del felino, presionaba ambos puños con furia.
-Dice que usó un hechizo Woo Foo de invisibilidad para espiarlos -le dijo-. Solo me dijo que los vió.
Yin no pudo evitar sentir el temblor de sus manos. El miedo comenzaba a dominarla con una prisa aterradora. Era un abrazo gélido que pretendía dejarla enterrada en su asiento, dejándola como testigo del desmoronamiento de su familia. El día del juicio por sus acciones había llegado. El dedo incriminatorio del panda se convertía en un temor real que la amenazaba con empujarla hacia la locura.
-También me dijo que él sabía que Yang lo había asesinado -soltó Pablo.
-¡¿QUÉ?! -exclamaron ambas conejas al unísono.
-Él sabía que la taza que Yang le había pasado ese día estaba envenenada -Pablo levantó la vista hacia el frente-, pero decidió beberla.
-¿Cómo? -lanzó Yanette aterrada.
-Sabía por qué estaba haciendo esto -contestó Pablo-. Sabía que en el futuro de esa relación prohibida, él estaba sobrando.
-Oh, cielo santo -Yanette cubrió su rostro con ambas palmas para ocultar sus primeras lágrimas.
Yin temblaba de cuerpo completo. Se sentía completamente indefensa ante los hechos. Sabía que Yang lo había matado, pero pretendía dejar el pasado pisado. Claro, siempre que el pasado no regresara desde el más allá por venganza. Era algo que precisamente se encontraba presenciando.
-Yo solo tiene tristeza -continuó Pablo con tono catártico-. No pretende juzgar ni nada de eso. Sabe que sus nietos no tienen la culpa de todo lo sucedido. Solo quería acercarse a ellos y que supieran la verdad. Es por eso que cuando tuvo la oportunidad, me pidió que lo contactara con Yenny que…
-¿Qué? -ambas conejas lo interrumpieron al unísono.
-Fue una vez que ella también fue a parar al jardín de las almas perdidas -les contó-. La guié hasta la flor de la verdad, en donde Yo tuvo la oportunidad de contarle su historia.
Pablo cerró los ojos. Se sentía apesadumbrado. Durante este tiempo pretendía no meditar sobre la verdad de los hechos debido al impacto que tenían. Solo podía ver a una familia destruída por culpa del incesto. Por otro lado no podía juzgar a Yin. Ella había demostrado ser alguien de buen corazón. Era una contrariedad tremenda la tristeza que podía provocar un amor tan puro. ¿En dónde se encontraba el error entonces? Realmente no lo podía entender.
-¡Basta! ¡Basta! ¡Basta -Yanette se colocó de pie de un golpe-. Esto ya es demasiado -agregó con voz quebrada-. ¿Acaso no te das cuenta de lo que has provocado? -agregó regalándole una mirada iracunda a Yin. La coneja pudo sentir el ardor de dicha mirada sobre su coronilla.
-¿Hasta cuándo pretendes seguir con este juego? -la anciana se acercó peligrosamente hacia la coneja, hasta quedar justo detrás de ella-. ¿Te das cuenta todo lo que has provocado con una estúpida calentura? ¿Ah? Tener un amor con tu hermano… ¡Ja! ¿Acaso algo dentro de tí no te advirtió que algo andaba mal? ¡Mataron a Yo! ¡Asesinaron a tu propio padre! ¡Tuvieron cinco hijos! ¡Y ni hablar del bastardo que viene en camino! ¿Qué tan lejos pretendes llegar con todo esto?
Yin no tenía la fuerza impulsada por su orgullo y autoestima para confrontarla. Había tocado fondo con la revelación de Pablo. Aún se sentía atrapada en su mente contra el dedo inquisidor del panda. No podía reaccionar.
-Yo-lo siento -dijo antes de comenzar a sollozar.
Pablo se volteó sorprendido mientras que Yanette sonrió triunfante.
-Si de verdad lo sientes, ¡termina con esta locura de una vez!
-¿Qué quieres que haga? -respondió con voz quebrada.
-Termina con tu hermano y aborta a ese engendro -le ordenó.
Ante el silencio de Yin, la anciana se dio la media vuelta y se retiró de la cocina.
