Amor Prohibido - Capítulo 110
-¿Qué haces?
Yanette despertó tras sentir que alguien levantaba su cabeza. La penumbra le anunciaba que el día se estaba terminando. Podía sentir como suavemente alguien colocaba un tazón en sus labios y le daba de beber un líquido desconocido. Aunque sentía que estaba hirviendo, no sentía que le quemaba ni le hacía daño. Tenía un suave sabor dulce a miel y albahaca. Al voltear su vista, pudo reconocer a Jimmy. El pequeño se encontraba a su lado dándole de beber la poción que Mónica le había ayudado a preparar durante la tarde.
La anciana se dejó atender en silencio hasta que terminó de beberse todo el contenido del tazón. En todo caso no tenía muchas alternativas. No tenía fuerzas para moverse, se sentía confundida y le dolía gran parte de la cabeza incluyendo la cara. Le incomodaba de sobremanera estar junto a uno de sus nietos, especialmente el menor de ellos. En apariencia Jimmy era todo lo contrario de lo que pregonaba su orígen incestuoso. Era una contrariedad que le molestaba en el fondo de su ser. Deseaba que las cosas fueran diferentes para aceptar su ternura y sencillez. Pero no. Detrás de tan pequeño e inocente conejo se escondía un monstruoso trauma que estaba por lejos de superar.
-¿Cómo se siente? -le preguntó Jimmy una vez finalizada su tarea.
La anciana no contestó. No encontraba las palabras que pudiera considerar precisas para la ocasión. Un simple "bien" no era suficiente.
-Yo… lo siento mucho -agregó el pequeño con nerviosismo, sintiendo el aura densa del momento.
-Explícale lo que ocurrió -entre las sombras, Mónica le susurró al oído.
-Yo… usted se desmayó y quedó muy enferma -le contó Jimmy sin poder evitar el temblor en su voz-. Me-me dijeron que tenía que hacer una pócima que cura todo y-y-y-y después de hacerla vine a dársela. Espero que haya funcionado y-y-y-y que usted se sienta mucho mejor.
El silencio cayó sobre ambos como una capa de hielo polar. Yanette no pudo evitar lanzarle una mirada cargada de dureza al pequeño, quien vio multiplicado sus nervios.
-De-de-de-dejaré aquí la olla p-p-por si-si necesita más -farfulló antes de salir corriendo de allí.
Yanette se quedó en silencio al interior de su habitación. Dejó que el silencio le permitiera aclarar su atribulada mente. Esos niños, esos conejos. No parecían ser tan malos como lo que imaginaba. Incluso le estaba tomando cariño a más de alguno. Desde hacía bastante tiempo se cuestionaba respecto de la culpa que tenían por el mero hecho de nacer en medio del pecado. Aunque la respuesta parecía ser evidente, no podía evitar el repeluz que le provocaba su propia descendencia.
Con el correr de los minutos, la anciana comenzó a sentirse mejor, demasiado bien. No sentía tanta energía desde sus días de juventud. Era como regresar a los años noventa de un golpe. Se bebió un segundo tazón de la pócima tras encender la lámpara de su mesita de noche.
-¿Qué rayos? -una desconcertada Ella Mental fue tomada por sorpresa tras abrir la puerta y encontrarse con la señora Yanette sentada sobre su cama con el tazón en su mano.
-Fue el niño -contestó de inmediato-. Él trajo esta pócima.
La noche había arribado a la casona. A diferencia del día anterior, la tranquilidad reinaba en el exterior. El cielo despejado mostraba un mar de estrellas acompañando a una enorme luna ovalada. Mientras, al interior de la casona, las sorpresas no dejaban de acaecer. Ella le había comentado al resto de la casona lo que había visto en la habitación de la señora Yanette. Como consecuencia, Jimmy era el centro de atención de todos los presentes.
-Cuéntame Jimmy, ¿qué fue lo que ocurrió?
Yin acababa de oír la historia de Ella Mental. Prefería contrastar aquella versión con la de su propio hijo. El pequeño sentía los nervios a flor de piel. La sonrisa de su madre buscaba ayudarlo a soltarse para así conocer a fondo la verdad. Ambos se encontraban reunidos en el salón principal de la casona junto con Yang, Jack, Carl, Kraggler, Roger, Ella y Bob.
El pequeño observó al grupo sin saber qué decir. En aquel momento hasta Mónica lo había abandonado. Comenzó a mover sus manos de manera incontrolable, entrecruzando los dedos, mientras temía perder el control producto de sus nervios.
-¿No se estará poniendo nervioso? -observó Yang, quien lo miraba con total atención.
-Sí. Será mejor no presionarlo -apoyó Yin.
-Es que de verdad, no lo entiendo -intervino Kraggler-. ¿Yanette bebió una pócima que le dió ese niño y se recuperó? -cuestionó apuntando hacia el pequeño con su largo y huesudo dedo.
-¿Alguien tiene alguna explicación para esto? -insistió Ella-. ¿Carl? -agregó mirando hacia la cucaracha.
El aludido se encontraba con la mirada perdida, acariciando su mentón. Se encontraba craneando mil y una complicadas teorías que explicaran lo poco que se sabía sobre el caso de la señora Swart, más se encontraba muy lejos de la realidad.
-¡Carl! -Ella le dió un empujón en el hombro trayéndolo de golpe a la Tierra.
-¿Qué? ¿Ah? -balbuceó mirándolo confundido.
-¿Tú le dijiste al niño que hiciera esa pócima? -acusó la tigresa de inmediato.
-¿Qué? ¡No! -respondió molesto.
-Yo no le veo otra explicación al asunto -contestó Ella pensativa.
-¡Basta! -intervino Yin-. Mejor dejemos esto por hoy. Mañana de seguro Jimmy se sentirá mejor y nos contará lo que ocurrió.
Mientras tanto, Yenny había decidido regresar a su habitación. Se encontraba acostada sobre su cama con el naipe que le había regalado Lina. Observaba el blanco de su anverso mientras recordaba las palabras del Maestro Yo. Según él, aquella carta escondía increíbles poderes de los cuales ella estaba destinada a controlar. Entre sus manos, tanta promesa aparentaba ser vana ante la apariencia de un pedazo de cartón. Hubiera deseado que el panda le enseñara cómo activarla, pero el destino le tenía preparado otros planes.
La tranquilidad de su habitación difuminaba aquella terrible imágen de la anciana tirada en el suelo. El miedo poco a poco se iba apagando mientras que la noche se avecinaba desde el exterior. La moneda solicitada por su abuelo quedó perdida en el fondo de su memoria.
-¿Puedo pasar?
La puerta se abrió un poco, dejando mostrar a un Jobeaux que ingresaba con cierta timidez.
-Pasa, adelante -contestó la coneja reincorporándose y sentándose sobre la cama.
El goblin ingresó con sigilo, cerrando la puerta tras de sí.
-Te tengo noticias -le dijo en susurro sentándose junto a ella.
-¿Qué ocurrió? -le preguntó Yenny expectante.
-La señora Yanette se recuperó -lanzó el goblin.
-¿Cómo?
-Por lo que supe, Jimmy le dió una pócima con la que se sanó de todo lo que tenía -le explicó-. El niño no ha querido decir de dónde la sacó. Sé que Carl la está analizando.
-Eso no tiene sentido -respondió Yenny incrédula.
-Yo tampoco lo entiendo -Jobeaux suspiró pesadamente.
El silencio se expandió en la habitación, enfriando aún más el ambiente oscuro del anochecer.
-Yo no entiendo nada -agregó Jobeaux con pesar en su voz-. Se supone que nos íbamos a fugar. Que en estos momentos deberíamos estar lo más lejos de aquí, disfrutando de nuestro amor sin tapujos. ¿Qué rayos hacemos aquí?
-Mi abuelo nos trajo de regreso -Yenny regresó su vista a la carta que tenía entre manos-. A diferencia de la abuela, él parece ser más comprensivo con nosotros. ¿No te parece?
-Yo no me quiero acercar a él -el goblin negó con la cabeza asustado-. Está muerto.
-Es una especie de fantasma -le dijo la chica-, pero de todas formas parece ser una buena persona -agregó con una sonrisa.
Jobeaux suspiró pesadamente agachando la cabeza.
-Mira, te prometo algo -le dijo Yenny tocándolo por la espalda-: apenas aprenda a dominar el poder de esta carta, lo usaré para salir de aquí.
Al no notar reacción por parte del goblin, insistió:
-Buscaré el modo de cruzar al otro lado de este domo. No importa qué clase de apocalipsis o del Oscuro Mañana nos espere por allá, mientras estemos juntos, sé que estaremos mejor.
-Yenny, tú no lo entiendes -de improviso, Jobeaux levantó la vista y la clavó en la coneja-. Nuestros días están contados.
-¿Qué? -la chica fue tomada por la sorpresa.
-Estamos atrapados -prosiguió-. Tus padres lo saben todo, tus hermanos, el resto de la casona. Una vez afuera, si es que sobrevivimos al apocalipsis, ya nada será lo mismo.
-¡Tonterías! -exclamó la chica-. Además de todo eso, estoy a punto de cumplir dieciocho años. ¡Ya nadie podrá reclamarnos nada para entonces!
-No lo entiendes, Yenny -insistió molesto-. Lo nuestro se acabó.
Aquellas palabras quedaron resonando en los oídos de la coneja.
-Tú no lo entiendes porque eres muy inmadura -le explicó intentando controlar su frustración-, pero seguir con lo nuestro es una locura. Tú tienes tu familia, una familia que ahora debe ser lo más importante para tí. Lo siento Yenny, pero por tu bien, debo renunciar a tí.
-¡No! -exclamó desde el fondo de su alma sujetándolo de un brazo-. Te necesito -la reacción en su mente tras aquella noticia comenzaba a causar efecto en ella. Las primeras lágrimas comenzaron a asomar por sus ojos-. No te vayas -le dijo entre sollozos.
-Yenny, quiero que entiendas que no se pudo -insistió Jobeaux con pesar-. Ahora nos encontramos al borde del apocalipsis…
-¡Por lo mismo! -lo interrumpió la coneja apretando aún más el agarre-. ¡Ya nada importa! De todas formas nos vamos a morir, y si he de morir, quiero hacerlo contigo.
-Yenny -balbuceó el goblin al sentir que aquellas palabras le habían llegado al corazón.
-Y si sobrevivimos, la hazaña será más grande que cualquier cosa que nos quiera separar -agregó la chica con las lágrimas surcando sus mejillas.
El goblin quedó estático, sintiendo el frío de su entorno. Como respuesta, Yenny, se abrazó a él mientras sollozaba sobre su hombro. En ese instante él no era capaz de rechazarla. Era un amor tan puro, sincero y real que simplemente no tenía corazón para acabarlo. Le devolvió su abrazo. Sintió cómo la calidez de su cuerpo se traspasaba al suyo, atrapándolo en un bienestar que él definía como amor.
Tras un tiempo indefinido, ambos terminaron envueltos en un beso que poco a poco aumentó de intensidad. Las lágrimas y la amargura pronto desaparecieron. La penumbra se convertía en silencioso cómplice de la pareja. Pronto, los besos en los labios bajaron por el cuello, al tiempo en que el goblin terminaba sobre la coneja acostada sobre la cama. Aunque lo habían hecho con anterioridad en las praderas, y en camas ajenas, sería la primera vez que tentarían al destino vigilante sobre sus cabezas. Los abrazos ayudaron a desprender lentamente la ropa, en un momento mágico de máxima expresión del amor.
Los Padrinos Mágicos ya lo habían predicho con su peculiar frase: "Respeto tu privacidad tocando la puerta, pero reafirmo mi autoridad como padre entrando de todos modos". Yang le dió un par de golpes a la puerta del otro lado, para entrar casi inmediatamente. Como el goblin no tenía las intenciones iniciales de hacer el amor en el lugar, no le había dejado ninguna clase de seguro.
-Yenny, me dijo tu madre que te preguntara en donde estaba Jacob… -alcanzó a decir hasta el momento de encender la luz desde el interruptor de la pared y encontrarse con la escena.
En ese momento la escena quedó congelada. El conejo se quedó detenido, inmóvil, incrédulo. El miedo le recordó al goblin que la tentación es pasajera y traicionera. De un salto se separó de ella en la búsqueda de mermar su castigo. Yenny fue la única que pudo reaccionar, buscando cubrirse hasta el cuello con cualquier tela que tuviera a mano. Alcanzó parte de su camiseta, la camiseta del goblin y las sábanas.
-¿Qué está pasando aquí? -balbuceó Yang a duras penas mientras sentía un ardor que nacía desde el interior de su cabeza.
A ninguno de los dos se le escapó palabra alguna. El goblin se encontraba descamisado, atento a cualquier reacción. Yenny esperaba que la tierra la tragara. El tiempo se deshizo en la habitación de la coneja, sin la menor intención de desarmar el enredo.
-¿Qué demonios está pasando aquí? -el grito de Yang le devolvió la vida al presente. La furia le cayó de golpe, como un choque eléctrico que recorrió cada célula de su cuerpo. Su ceño fruncido complementaba una mirada asesina que pretendía acabar con todo lo que se interpusiera en su camino. Apretó los puños con fuerza, atento a activar sus poderes Woo Foo en nombre de la honra de su hija.
-Nada, nada -balbuceó Jobeaux nervioso mientras que inconscientemente se acercaba hacia la ventana.
-Cuando supe lo de ustedes, no lo quería creer -agregó con un tono de ira peligrosa mientras que en torno a sus puños apretados comenzaban a saltar los primeros rayos eléctricos-, hasta hoy.
-¡Papá! -intervino Yenny con voz temblorosa-. No pasó nada. ¡Te lo juro! Jobeaux ya se iba. Si quieres podemos hablar…
Los largos años de entrenamiento Woo Foo eran un buen rival para el amor de papá. Yang se abalanzó sobre el goblin como un rayo. Jobeaux alcanzó a interponer sus palmas frente a los puños sobrecargados del conejo. Finalmente ambos, como un solo proyectil, terminaron en el exterior tras romper la pared ubicada justo detrás del goblin.
-¡Papá! -gritó Yenny mientras se colocaba de pie de un salto. Se colocó su ropa en un instante y se asomó por el forado dejado.
Pronto, y debido al estruendo provocado, el resto de los habitantes de la casona se fueron asomando desde la casona. Ya sea por otras ventanas como por la puerta trasera, las miradas curiosas aparecieron como las estrellas del cielo falso sobre las cabezas de todos. Yang no se detuvo ni por un instante. Daba golpe tras golpe con sus puños sobrecargados con electricidad. Jobeaux pudo detener cada uno de ellos con sus manos y brazos. El choque entre ambos provocaba un golpe luminoso que a la distancia se veía como un lindo juego de luces.
-¡Yang escúchame! -le rogó en medio de la batalla.
Yang ya no escuchaba. Había sido demasiado tiempo de ausencia de su propia vida. Meses perdido en su propia mente, sus propios recuerdos, su propio miedo, su propio dolor. Volver a sentir era volver a vivir. Su cuerpo se despertaba gracias a la droga llamada adrenalina. Golpe tras golpe, puño tras puño, volvía a sentirse parte de este mundo. La velocidad iba en aumento. La acción en el presente. Adiós a la modorra. Bienvenida la acción, la violencia desbocada, la valentía, la vida, la realidad. No podía seguir esperando a que la vida sea vivida por defecto. Tenía que hablar, tenía que actuar. Tenía que hacerse presente en su propia vida.
Debía luchar de verdad. ¿Y qué mejor que hacerlo por la honra de su hija? No podía dejar pasar aquel atropello ni siquiera por el apocalipsis amenazante sobre sus cabezas. Debía hacerse valer de una buena vez. Y no, Yenny no estaba en los límites de lo posible para el goblin. Aquel degenerado debía entender aunque fuera a golpes, que con su familia no podía jugar.
De un salto el goblin se alejó por lo menos unos diez metros hacia atrás. Se puso en posición defensiva, dispuesto a detener un ataque de cualquier tipo. Yang no se hizo esperar. Con sus puños completamente iluminados con un aura celeste, se aventó en dirección a Jobeaux. El goblin esquivó el ataque haciéndose a un lado. La velocidad de la batalla aumentó. Pronto, lo único que se podía ver era un brillo parpadeante que aparecía de vez en cuando. En el punto del impacto emanaba una ola de energía que golpeaba cualquier rama, hoja, o piedra pequeña que se encontraba en el entorno. Era una batalla impredecible, e hipnótica. Desde el lugar emanaba un aura que causaba repeluz. Era algo que no querías ver, pero no podías dejar de mirar.
Yenny observaba todo con un temor mezclado con culpa. De inmediato tomó la carta que había caído al suelo, y la observó con desesperación.
-¡Funciona maldita sea! -exclamó.
Tenía miedo de que alguno de los dos contendores terminara herido. Sospechaba que aquella pelea era solo el calentamiento para algo peor. Rogaba para que alguien interviniera deteniendo esa locura. Sabía que ella era la causa de todo, y no sabía cómo detenerlo. Tenía en sus manos la herramienta que probablemente podría ayudarla, pero no tenía ni la menor idea de cómo utilizarla.
Jobeaux alcanzó la nuca de Yang. Un golpe certero con el filo de su mano, y Yang quedó inconsciente en el suelo. La batalla había finalizado. Jobeaux quedó de pie junto al conejo. Respiró hondo buscando tranquilizarse. Jamás quiso terminar como había terminado, pero el conejo no le dio otra alternativa. Era precisamente este tipo de confrontación el que quería evitar al alejarse de Yenny. Lamentablemente, por culpa de su corazón, estaba condenado a arrastrarse por los problemas.
-¡Yang!
Desde la puerta trasera, Yin estaba dispuesta a socorrer a su hermano. Algo la atrapó desde su brazo, sin darle posibilidad de continuar.
-¡Espera! -exclamó Carl aferrándose a su brazo.
-¿Qué ocurre? -lanzó la coneja con una mirada furibunda.
-Hay algo extraño en todo esto -le dijo la cucaracha con seriedad.
-¿De qué estás hablando?
-¿Sientes eso?
La coneja se volteó hacia el campo de batalla. En un primer instante parecía el fin de una pelea. Para sentir algo más allá, la calma debía primar. Calma que parecía escasa en la mente de la coneja.
-Cielo santo -masculló Ella Mental desde la ventana de un pasillo. Junto a ella se encontraba Bob-. ¿Qué es eso? -preguntó con la vana esperanza de que la bola le respondiera.
Jobeaux retrocedió de un salto al ver que Yang se ponía de pie. Su mirada tenía un brillo oscuro. Su aura se sentía explosiva y pesada. Sus brazos se balanceaban, colgando desde sus hombros.
-¡Basta Yang! -el goblin intentó razonar con él-. Si quiere no me vuelvo a acercar a tu hija, pero deja esto por la paz. ¡Tenemos a un enemigo en común más fuerte allí afuera! ¡El Maestro Yo nos tiene atrapados aquí adentro! Dejemos las diferencias hasta que acabemos con el Oscuro Mañan…
Esta vez no lo vio venir. Dos puños gigantes lo alcanzaron de un golpe. Lo empujaron contra el suelo, aplastándolo como si se tratara de un insecto. Pronto sintió en cada rincón de su cuerpo la definición del dolor. La sangre escapó por cada agujero de su cuerpo. Los puños se turnaron para aplastar al goblin, uno tras otro tras uno tras otro. Era algo que no podía detener por más que se esforzara. Finalmente decidió rendirse y dejar que lo castigaran. El miedo pronto se instaló al notar que no se detenía. ¿Acaso pensaba aplastarlo hasta la muerte? ¿O hasta que su cadáver se convirtiera en papilla?
-¿Qué está pasando? -balbuceó Jimmy con miedo. A su lado, su madre le cubrió los ojos para que no viera la masacre.
-No puede ser -balbuceó Mónica a su lado-. Es…
-Es el bogart -concluyó Carl a su lado.
Mientras tanto, Yanette se encaminaba con lentitud en dirección a la ventana más cercana que le permitiera ver el origen del barullo. Sintió un poco más de tranquilidad al ver que en el sitio se encontraba Kraggler.
-¿Qué está ocurriendo? -preguntó con naturalidad.
-Yang se está peleando con Jobeaux -contestó la gárgola sin percatarse en su interlocutor.
-¿Y quién está ganando? -consultó la coneja.
-Al parecer Yang, pero creo que están empatados.
Desde su habitación, Yenny lloraba desconsoladamente. Fuera cual fuera el resultado, ella tendría que sufrir todo el dolor. Cayó de rodillas mientras ocultaba su rostro tras la carta, tras la inutil carta que a fin de cuentas no fue de ayuda. La muerte de su gran amor era casi un hecho.
Lo que la coneja no sabía -pero sí su hermano menor que no le interesó ayudarla-, fue que la carta se activaba con agua. El agua proveniente de sus propias lágrimas era más que suficiente. Llamó la atención de la coneja iluminándose completamente. Ella se quedó sorprendida ante el repentino cambio. La carta comenzó a levitar y a levantarse hasta dos metros sobre el suelo. Yenny había olvidado la causa de su dolor ante la impresión de lo que presenciaba. Podía sentir una calidez directa en su alma emanada de la carta. Lentamente tuvo la tentación de alcanzarla. El tiempo no transcurría en medio de esta extraña conexión. Lo que veía la llenaba de calma, de amor, de fuerzas. Yenny simplemente se dejó llevar.
El contacto con sus dedos fue suficiente para sentir el suficiente poder y consuelo para poner de pie su alma y enfrentar al peligro.
En estos momentos tengo demasiado que decir, pero si lo hago, quedará una nota de autor más larga que este capítulo, y este capítulo terminará por estrenarse quizás en cuánto tiempo más. Por lo anterior, iré al grano. Pido disculpas por mi desaparición de casi un mes. Pasaron demasiadas cosas en mi vida, en el plano personal, familiar, laboral y social. Dentro de lo más importante, fue un bloqueo de escritor que me mosqueó a la hora de escribir. Al menos ahora pude terminar este Capítulo tras dos semanas de intentos y reintentos. Trataré de ir poco a poco aflojando la mente para retornar a la frecuencia acostumbrada en el avance de este fic, pero si algún domingo desaparezco sin razón, es por esto.
Se supone que esta era la recta final, pero la verdad este nuevo escenario me gustó mucho, por lo que me gustaría extenderlo. Es el momento perfecto en donde los personajes se confrontan con sus propios sentimientos y decisiones, generando un montón de tensión psicológica. Es la panacea del desarrollo de personaje, por lo que quiero disfrutarlo lentamente. Tengo varias ideas en mente, pero considerando que ya llevaba más de 100 episodios me llegó el bichito de la prisa y eso me estresó, y contribuyó a mi bloqueo de escritor. Ahora que pasó el tiempo porque sí, dejé de preocuparme por el tiempo, y que este fic dure lo que tenga que durar. Es probable que el tema central del amor escondido entre Yin y Yang haya explotado, pero nos dejó una veintena de personajes atrapados como en reality show, y cuyas vidas no están compradas. Es momento de sacar lo mejor de cada uno y brindarles a ustedes, queridos lectores un buen espectáculo.
Aprovecho de agradecerles por esperarme, tanto en seguir este fic por más de 100 episodios como por este mes de espera. Prometo, bajo la motivación de esta nueva fase, motivarme más, y no fallarles durante los domingos. No será fácil, pero haré mi mayor esfuerzo.
Lo que sí les quiero asegurar es que este fic no quedará abandonado. Sea cuando sea, le verán un final (aunque sea al estilo One Piece).
Un abrazo!
Martita (y el pato).
