Amor Prohibido - Capítulo 112
-Creo que llegamos justo a tiempo a la fiesta, ¿no?
El silencio se hizo sepulcral en el momento que los presentes se percataron de nuestros nuevos invitados. Los dos tigres descubrieron su cabeza, mostrando sus rostros peludos, rayados y marcados con sus respectivos bigotes.
-¿Quiénes son ustedes? -se adelantó Roger.
-Permítanme presentarme -se adelantó el tigre blanco haciendo una reverencia-. Mi nombre es Emmanuel, pero todos me conocen como Emma. Él es mi hermano Efraim, pero todos lo conocen como Efra -agregó presentando al otro tigre extendiendo sus manos.
-Un placer -saludó educadamente con una sutil reverencia.
-Hemos venido por algo muy particular, y por nuestra parte, apenas lo consigamos, los dejaremos tranquilos -les explicó el tigre blanco-. Venimos por nuestra hermana Hellen -agregó apuntando con su índice peludo directamente hacia Ella Mental.
Pronto, las miradas le llovieron a la tigresa, quien solo deseaba desaparecer en aquel momento. Ella, quien creía haber dejado el pasado atrás hace más de setenta años, jamás imaginó que de la noche a la mañana terminaría viéndose las caras precisamente con ellos.
Mientras, los demás tenían un signo de interrogación en sus miradas. Roger poco menos y llegaba a babear con su boca groseramente abierta. Yang se rascaba la nuca con desconcierto. Tras lo recientemente vivido, le era difícil captar nueva información. Otros como Pablo, la observaban con una ceja arqueada. Yenny intercambiaba su mirada entre la tigresa, el grupo y los recién llegados. Bob parecía tan despistado como siempre. Yenny observaba divertida la escena, como si de una vieja novela se tratara. Carl era el único que parecía realmente preocupado con lo que estaba sucediendo.
El momento era tan silencioso que hasta el viento parecía correr en mute. El frío perforaba la piel de la tigresa, ayudando en su congelación y en la de su momento. Ella estaba perdida. Era el fin de su aventura.
La mórbida tensión solo pudo ser quebrada con un Jacob salvaje que cayó del cielo de cara al suelo, en medio de toda la reunión.
-¡Jacob! -Yuri se apresuró a correr hacia él mientras el chico se ponía de pie adolorido.
-¡Lo logré! -exclamó con una enorme sonrisa en su rostro manchado con tierra y pasto.
-¿Qué cosa? -preguntó la pequeña extrañada.
-¡La moneda! -respondió sacando la moneda dorada de su bolsillo y mostrándola como un trofeo valioso.
Efectivamente, la moneda dorada con el Taijitu impreso brillaba con el reflejo de las luces de las linternas traídas por el grupo. Mientras los que faltaban por llegar a la reunión exterior se aproximaban por detrás del grupo, Yuri le quitó la moneda a su hermano. La observó con total interés mientras quedada encandilada por su brillo.
-¿De dónde la conseguiste? -lanzó su pregunta con impaciencia.
-Pues…
Jacob se había pasado el día practicando con su lápiz. Se escondió en el rincón más solitario que logró encontrar en el terreno, y comenzó a girar su lápiz haciendo círculos en el aire. Era un claro junto a un pequeño lago de no más de diez metros de diámetro. Junto a él había un par de robles cuyas hojas se mecían al viento.
Aunque lo que hacía parecía algo completamente ridículo, el conejo estaba lejos de rendirse. Mientras más cansado sentía el brazo, con más ahínco lo intentaba. Ante los ojos de cualquiera, era una locura de un maniático que aparentemente no tenía nada mejor que hacer. La mente del conejo solo tenía una cosa en mente: tenía un saldo pendiente con quien manipulaba su destino como si fuera un títere.
Tal vez Jacob Chad no era un erudito, un rey o alguien con un talento sobrehumano, pero tampoco era un sujeto de experimentación. El sentir que no era dueño de su propio destino lo llenaba de rabia. No quería que las decisiones de terceras personas incidiesen en su porvenir, más quitarse a Martita de encima era como extraer su propia existencia en este plano conformado solo por letras. La paradoja aumentaba su terquedad, y lo obligaba a dibujar círculos hasta que se le cayera el brazo.
Cuando el atardecer se encontraba en su máximo apogeo, Jacob logró su cometido. Su círculo número setecientos cuarenta y dos generó un agujero de gusano de colores brillantes. El conejo no lo pensó dos veces y se lanzó hacia el interior.
Del otro lado, se encontró con la habitación que jamás debió pisar un personaje del patoverso. En el salón de narración omnisciente, yo me encontraba escribiendo en un notebook esta historia, cuando fui tacleada por el conejo. Me lanzó lejos de la silla, tirándome sobre el suelo de madera recién encerado. Antes de alcanzar a reaccionar, Jacob se encontraba sobre mí, inmovilizándome casi por completo.
-¡Tú y yo tenemos que hablar! -exclamó furioso.
-¡Está bien! ¡Está bien! ¿Qué quieres? -contesté un tanto molesta por el grosero saludo.
-¡Oye! ¡Necesito un favor! -de la nada, apareció el patito de hule dando saltitos-. Qué bueno que justo te hayas dado una vuelta por aquí, Jacob.
Ambos nos volteamos hacia el pato extrañado ante la repentina aparición y el extraño diálogo.
-Mira, tengo que comunicarme con otro metaverso -le explicó el pato-. Bueno, aunque en realidad no pertenece a la realidad creativa del fanfiction, ¡queda más cerca de lo que imaginas! Además, yo sé que teniendo en cuenta tu inmenso poder, debe ser pan comido.
Ambos lo miramos en silencio, expectantes por más detalles aclaratorios.
-Mira, creo que tengo por aquí las coordenadas -de entre su plumaje de plástico, el patito extrajo una hoja, la cual entregó a Jacob. El conejo la recibió sin pensar, ni mucho menos comprender su contenido.
-Logré comunicarme con el YinYangFopVerse por Twitter -explicó el Pato-, y los invité a un desayuno. Tengo pensado en utilizar el ayuntamiento de Anasatero -agregó pensativo-. Sin duda nadie podrá molestarnos allí. ¡Yannel vendrá con nosotros! -agregó emocionado-. Necesito lo mejor de lo mejor para el desayuno. ¡Y no me quemes los huevos revueltos! -advirtió mirándome fijamente-. Además, necesito una forma de abrir un portal entre ambos metaversos, y sé que tú podrás hacerlo -agregó apuntando hacia Jacob con su alita de plástico-. Obviamente te invitaré al desayuno cuando lo consigas. Necesito a un representante de los universos más importantes del patoverso, y quién mejor que tú para representar a tu mundo.
En este punto del discurso, Jacob y yo nos lanzábamos miradas esporádicas, averiguando si estábamos igualmente perdidos.
-Eh… ¿Qué? -cuestionó el conejo finalmente dejándome en paz.
-Pues, ¿podrías hacerme el favor de abrir un portal que interconecte el otro metaverso con el patoverso? -el patito frunció el ceño-. ¿O cómo rayos quieres que te lo explique?
-No, no, no -se excusó el conejo colocándose de pie-. Yo no vine aquí ni para abrir portales ni para representar a nadie en nada. Vine aquí porque necesito hablar con ella-. Agregó apuntándome con su índice como si se tratara de un arma de fuego.
El pato lanzó un fuerte suspiro intentando estirar su paciencia.
-Entiendo que haya sido fuerte el descubrir que no tienes libre albedrío total como te lo imaginabas, pero, ¿puedes dejar eso por la paz de una buena vez? -alegó agitando sus alitas-. ¡Llegas a aburrir con el temita! Wanda se lo tomó mucho mejor que tú, mientras que es probable que muchos personajes del metaverso de Brick se están divirtiendo gracias a esta nueva revelación, mientras que tú, ¡llora y llora!
-¡No dirías lo mismo si supieras que alguien está controlando el destino! -gritó Jacob molesto.
-¡Ya córtala! -le gritó el pato igual de molesto-. ¡Déjate de lloriquear! Que Martita esto, que Martita lo otro -se burló-. ¡Pareces disco rayado! Tienes el maldito poder de viajar entre las dimensiones. ¡Cualquiera mataría por tener ese poder! ¿Y qué demonios haces? ¡Quejarte como un idiota! -el patito perdió la paciencia.
El eco de sus últimas palabras se replicó tenue a través de la habitación. Su grito resonó especialmente sobre la cabeza de Jacob. Definitivamente nadie puede contra el mal genio del pato. Es por eso que Yannel nunca lo querrá.
-Sabes que puedo leer lo que narras, Martita -la mirada inquisidora del pato se disparó en mi contra.
-Está bien -desvié la mirada. Definitivamente no quería problemas con el genio del pato.
-Por lo pronto -el pato se tranquilizó-. Quiero que te lleves la moneda que Martita tiene en sus bolsillos.
Como un acto reflejo revisé los bolsillos de mis pantalones antes de que Jacob lo hiciera por mí. En mi bolsillo derecho encontré la dichosa moneda dorada.
-¿Qué es eso? -Jacob la agarró sin pedir permiso y la observó detenidamente.
-Es la moneda que te pidió el Maestro Yo -respondió el pato-. ¡Hace siete episodios! Ahora llévasela a tu abuelo, aprende, entrena, vuélvete fuerte, y regresa para ayudar al Patoverso a ser un mejor metaverso.
Jacob no le prestó atención a aquellas palabras. Se encontraba reuniendo los recuerdos perdidos de aquel lejano inicio del día, en donde el panda les pedía encontrar una simple moneda a cambio de entrenarlo. Ante un futuro apocalíptico que sus titiriteros parecían ignorar, al parecer era su única alternativa.
Mientras se perdía del aquí y el ahora, se abrió un agujero bajo los pies del conejo que inmediatamente se lo tragó. El grito de Jacob fue lo último que supimos desde este lado de la cuarta pared.
-Y eso fue lo que pasó.
La presencia de los tigres quedó en segundo plano tras la historia de Jacob. El conejo la contó olvidándose que su público tenía poco o nulo conocimiento del patoverso y su significado. El silencio fue más confuso y silencioso que el escurrido tras la presentación de Emma. Ella Mental aprovechó la distracción para escaparse de la escena. Carl y Bob la siguieron.
-¡Bien hecho! -exclamó una voz rasposa.
Al voltearse, Jacob se encontró con el Maestro Yo. El panda entró en escena con una sonrisa contagiable y aplaudiendo lentamente.
-Esta es mi parte favorita -le susurró la Yuri del futuro a su hermano del futuro. Ambos aún se encontraban con el rostro tapado con el cuello de la gabardina, pasando desapercibidos entre las sombras.
-Siempre sospeché que tú serías capaz de encontrar la moneda -el panda se acercó al chico y lo palmoteó por el hombro. Jacob logró sentir un bienestar cálido interno tras esas palabras.
-Ahora se viene lo chido -le susurró la Yuri del futuro a su hermano con voz alegre.
-¡Un momento! -mientras, la pequeña Yuri se aproximó hacia el centro de atención-. ¡No es justo! La moneda se encontraba en un lugar al que solo Jacob podía entrar -insistió acusando al chico con su índice incriminatorio.
El panda colocó sus manos en la espalda, y se giró hacia la pequeña:
-Nunca dije que solo había una moneda -le explicó con una sonrisa-. De hecho hay una moneda para los cinco, y cada una es alcanzable solo para uno de ustedes. Es el deber de cada uno encontrar la suya.
-Yo encontré la mía en el 2007 -comentó la Yuri del futuro a su hermano.
-¿Entonces tendremos que encontrarlas todas para que nos entrenes? -cuestionó Yuri.
-Como dicen los sagrados pergaminos Woo Foo -ante la mención, un pergamino flotante y brillante apareció al lado de Yo-. "Todo ocurre a tiempo y a su tiempo".
-¿Y eso qué significa? -volvió a preguntar Yuri.
-Que es momento de ir a descansar -respondió el panda estirándose-. Cualquier otro pendiente que tengan, será resuelto mañana.
-Discúlpenme -intervino Emma-, pero nosotros vinimos…
-Dije que lo verán mañana -el panda le lanzó una mirada molesta-. Sé que ustedes serán bien recibidos en esta casona -agregó con una sonrisa-. Siempre reciben a los invitados con los brazos abiertos.
-¿En serio? -exclamó Emma con emoción-. ¿Podemos quedarnos?
-¿Qué hay de esos tres? -secundó Efra apuntando hacia sus tres acompañantes.
-Supongo que pueden quedarse también -el panda se rascó su barbilla.
-Un momento -intervino Yanette-. No me interesa en qué clase de apocalipsis estamos, pero no pueden disponer de la casona de mi hermano para traer a Pedro, Juan y Diego. ¡Ni siquiera los conozco! -agregó arrastrando las palabras por la furia.
-Legalmente la casona es de Lina -contestó Yo apuntando hacia la perrita.
-Además, nosotros ya nos presentamos -acotó Emma.
-¿Y qué dices, Lina? -le preguntó Roger a su lado.
La perrita sintió el significado del peso de decenas de miradas sobre su ser. Era un malestar que la empujaba a gritar mientras que a su vez el cortaba la voz, dejándole un coraje que se atoraba en su garganta. ¿Es que acaso a nadie le importaba la muerte de su padre? ¿Es que acaso en este apocalipsis no se merecía una cristiana sepultura? Ya no le importaba nada de lo terrenal, nada de esta vida. Todo lo que podía ser, ya fue. Era mejor probar suerte en otra vida.
-Hagan lo que quieran -la perrita se dió la media vuelta-. No me interesa. Me voy a dormir.
A paso lento pero constante, Lina se encaminó de regreso a la casona.
-Pues bien, yo no me voy a quedar de brazos cruzados -intervino Yanette con furia-. Mi respuesta definitiva es no.
-No se preocupe, nuestra intención no es quedarnos -acotó Emma con tranquilidad-. Solo venimos por Ella y nos vamos.
Recién en ese instante notaron la ausencia de la tigresa.
-La verdad me gustaría que se quedaran por más tiempo -intervino Yo-. Sé que les será de mucha utilidad a mis nietos conocer la experiencia que ustedes poseen. Además, es un buen momento para que el resto se presente, ¿verdad? -agregó regalándole una mirada de reojo a los tres acompañantes.
-Bueno, considerando que nuestra hermana desea jugar a las escondidas con nosotros -contestó Emma encogiéndose de hombro y mirando a su hermano-, no creo que haga daño quedarnos unos días, ¿no?
-Creo que tienes razón -contestó Efra con una sonrisa-. Un alto en el camino no nos hará daño.
-¿Y bien? -Yanette lanzó sus dardos contra los otros tres acompañantes-. ¿Van a decirnos tan siquiera quiénes son ustedes?
Marcelo no contestó. Tenía la mirada fija en un Yang que intentaba ignorarlo. Tras aquel último enfrentamiento, habían quedado deudas pendientes entre ambos. Apretó los puños por debajo de las mangas de su gabardina, ignorando por completo a la anciana. Su deseo de abalanzarse sobre el conejo solo era controlado por su sentido común que le advertía del amplio y eventualmente poderoso público que lo acompañaba.
-Hoy no -le advirtió el Maestro Yo como si estuviera leyendo su mente-. Todo se puede aclarar con una buena siesta.
Aquella mención empujó al caballo a alzar la vista directo al panda. Le llamó la atención la aureola brillante que flotaba sobre su cabeza. Levantó su índice apuntando hacia la aureola mientras intentaba decir algo. Simplemente se quedó con la boca abierta y la voz muda. La mirada del panda replicaba aquella última oración.
-¿Van a decirme quiénes son ustedes? -insistió Yanette.
-¿Usted está muerto? -Efra materializó la pregunta que el caballo no se atrevió a formular, ignorando por completo a la anciana.
-Eso será una historia para otra ocasión -respondió el panda-. Vamos a casa-. Los invitó con un ademán.
No se requirió mayor conversación en el exterior. En silencio, todos se dirigieron hacia la casona, para buscar en dónde ubicarse en su interior. Los tigres y el caballo terminaron acomodándose en un living, repartidos en los sillones sofás y una alfombra felpuda. A comparación con el exterior tétrico y solitario, aquel lugar era el paraíso.
El Maestro Yo restauró las ventanas con su magia Woo Foo. Jack se ofreció a ayudarlo. Su maestro en cambio también optó por alejarse de ambos. Jobeaux aún sentía una parálisis general con el tan solo recuerdo de que el panda estaba en el lugar. Aunque parecía apoyar su relación con Yenny… ¡Era un fantasma! ¡Estaba muerto! En el fondo temía que permanecer más tiempo del necesario en el lugar lo arrastraría hasta la locura.
Apenas el llamado a entrar se hizo realidad, Jacob y Yuri del futuro se escabulleron lo más lejos posible de la casona. Era evidente que no habían sido presentados, y que no era el momento de intervenir sin causar una nueva conmoción. También podían sentir que más de alguien puede haber notado su presencia, pero esperarían a quien fuera a perturbarlos en el rincón más oculto del terreno.
Mientras, en el interior de la casona, Ella se escondió en su habitación. Bob intentó seguirla, pero la tigresa terminó por cerrarle la puerta en la cara. Realmente quería estar sola. Encontraba inaudito que sus hermanos hubieran cruzado el mundo para reencontrarse con ella. ¿Qué rayos querían? No lo sabía ni quería averiguarlo. Solo podían sentir la sensación del más absoluto peligro. Necesitaba huir lo más pronto posible.
Carl por su parte, sentía la perturbación en su mente. Aún no había terminado de analizar la extraña pócima que creó Jimmy cuando la perturbación del exterior quebró las ventanas. Encima la reaparición del Bogart, la lucha de Yenny, la extraña arma que utilizó y que aparentemente atrapó al bogart definitivamente, y la reaparición de Marcelo, terminaron por agotar su mente. Todo quedaría en segundo plano al oír desde la distancia el portazo de Ella Mental. En cierta forma le preocupaba su reacción. Sabía lo suficiente como para entender su actitud. Él tampoco querría reencontrarse con Herman por ejemplo. Se dejó caer sobre un sofá, esperando dormir pronto y que el sueño le ayudase a reordenar sus ideas.
-Señor Carl.
La cucaracha no había alcanzado a cerrar los ojos, cuando una voz infantil lo llamó. Abrió un ojo, topándose junto a él ni más ni menos que con Yuri.
-¿Qué quieres? -su voz sonó más molesta de lo que esperaba.
-No permita que esos tigres se lleven a Ella -le pidió-. Ellos son malos.
-Lo sé -contestó-, pero no puedo hacer mucho al respecto.
-¿Por qué?
-Son muy poderosos -les dijo-, además, tengo preocupaciones más importantes.
-Pero eres el único que podría detenerlos -insistió con tono aprensivo.
-Tú podrías hacer más que yo -contestó directamente-. Tienes un poder Woo Foo más grande que ese par de idiotas juntos. Una patada y los podrías mandar de regreso al pasado.
-No lo creo -la pequeña desvió la mirada.
-Es cuestión de tiempo -agregó Carl-. En todo caso estás destinada a todo eso. Por mientras déjame dormir.
-Pero… -insistió la pequeña.
-También deberías irte a dormir -la interrumpió-. Un buen sueño ayuda a aclarar la mente.
-Pero… -repitió la pequeña.
-Largo antes de que tus padres o alguno de tus hermanos te reprendan por hablar conmigo.
-¿Por qué? –cuestionó la conejita.
-Buenas noches -Carl se volteó hacia el respaldo del sofá dándole la espalda a la pequeña.
Pasaron unos cuantos segundos silenciosos. Agradeció que la pequeña se hubiera ido. No quería acercarse a los Chad, al menos no mientras el presente se estuviera volviendo cada vez más raro.
-Señor Carl.
Una segunda voz infantil nuevamente lo interrumpió. Instintivamente se volteó hacia su origen.
–¡Jimmy! -no pudo evitar exclamar.
-Tengo que hacerle una pregunta -confesó.
La madrugada había caído sobre la casona. La noche parecía tranquila, con el ruido de las aves nocturnas y de los grillos distantes. Era difícil encontrar alguna pista de falsedad en aquel ambiente. Los hermanos Chad regresaron a sus habitaciones a descansar. Yuri roncaba a pata suelta sobre su cama con la ventana entreabierta. Una suave brisa ingresaba desde el exterior, al igual que la sombra de un desconocido. Dicho desconocido se quedó solo unos cuantos segundos al acecho. Posteriormente se fue, dejando algo sobre la cómoda junto a la ventana.
-¡Yuri! ¿Por qué lo hiciste?
En el bosque junto a la casona se habían escondidos nuestros conejos provenientes del futuro. Entre unos matorrales, buscaron un espacio libre para dormir sobre el césped. Mientras Jacob se acomodaba, Yuri desapareció tan de improviso como se hallaba acostumbrado. Él la esperó en silencio mientras vigilaba el entorno en busca de algún eventual peligro. Tal como se fue, la chica regresó a su lado.
-Ya no lo necesito -respondió su hermana con un tono serio.
-¡¿Cómo que no?! ¡Eso es imposible! -alegó Jacob asustado.
-Ella lo necesita más que yo -sentenció Yuri. A través del brillo de la luna artificial, se podía observar el rostro más serio que alguna vez pudo tener la coneja.
Sobre la cómoda junto a la ventana del cuarto de Yuri, se encontraba un objeto que soltó un brillo gracias al reflejo del rayo de luna que se coló por la ventana. La baja penumbra era más que suficiente para entregar pistas respecto al tipo de objeto que se trataba. Junto a este, había un pequeño sobre blanco sellado.
El objeto brillante era un reloj de arena.
