Amor Prohibido - Capítulo 114

-¿Señor Garamond?

Carl se encontraba en el despacho del señor Swart, enfrascado en su observación de la carta del Maestro Mental. Aunque Jimmy le había confesado la lista de ingredientes y la preparación de la famosa pócima que lo cura todo, aún le quedaba un segundo misterio. Cuando Yenny ingresó al lugar, lo encontró observando con detalle el naipe con la ayuda de un monóculo y de la luz de la lámpara dirigida expresamente hacia la carta.

-¿Si? ¿Qué ocurre? -la cucaracha lanzó con frustración el monóculo sobre el escritorio.

Tras horas de estudio, no había encontrado pista alguna que le diera información respecto de la carta. Incluso no entendía la relación con el Maestro Mente. Hasta donde sabía, esa calavera flotante no le gustaba jugar cartas, ni tenía mazos de naipes de ninguna clase. Ni mucho menos hablemos del nivel de poder como el que Yenny logró extraerle la noche anterior. Aquella calavera llameante era un chiste flotante más que alguna clase de oponente a respetar.

-Necesito la carta -Yenny ingresó a la habitación con cierto recelo.

-Dijiste que no la ibas a ocupar hoy -contestó Carl.

-Es que nos vamos -le informó la coneja.

-¿A dónde? -Carl arqueó una ceja de manera inconsciente.

-Mamá convenció al Maestro Yo para que nos dejara salir del domo -le explicó Yenny.

Las palabras se le atoraron a Carl, ante la mención de palabras aparentemente imposibles de cumplir. ¿Salir de allí? ¿Es eso posible? ¿Yin se va a ir? Yin… ¿Se vá?

-Espera, ¿Qué dijiste? -Carl se puso de pie de un salto, tirando lejos la silla sobre la cual se encontraba sentado hace tan solo unos instantes.

-Pues… eso -contestó Yenny con extrañeza-. Que esta tarde me voy con mi familia de aquí.

La ola de emociones que sacudió a Carl tras aquella frase era equivalente al cataclismo que extinguió los dinosaurios. Con premura, recorrió los pasillos en busca de Yin. Necesitaba corroborar los dichos de su hija respecto de la partida. Le parecía una locura, una fantasía, un imposible. Ya se imaginaba luchando codo a codo con ella para vencer los desafíos del exterior. No veía otra salida que el trabajo en equipo junto con el montón de idiotas que había caído al interior de la casona. Salir al mundo en medio del caos no parecía ser la mejor respuesta. ¿Qué era lo que Yin tenía ahora en la cabeza?

Se encontró con la coneja en su habitación, armando una maleta. No era muy grande ni tampoco tenía muchas cosas. Gran parte de sus pertenencias se habían repartido entre su antiguo hogar, su trabajo, el hospital y la cárcel.

-¡Yin! ¿Qué pretendes? -Carl ingresó a la habitación sin miramientos.

La mirada de Yin le exigió una mayor explicación.

-Yenny me contó que te ibas -le dijo.

Tras un suspiro, dejó el vestido que tenía entre manos dentro de la maleta, y volteó completamente hacia él.

-Escucha Carl -le dijo con seriedad-. Sé que estás enamorado de mí, pero quiero que sepas que no es recíproco. Yo amo a Yang y tengo una familia con él. Hoy he decidido luchar por mi familia, y es por eso que me voy de la casona.

Tras un suspiro, prosiguió con su mortal discurso con un tono más suave:

-Sabes bien que jamás podría haber algo entre nosotros. Toda la vida hemos estado en veredas opuestas. Puede que durante este tiempo hayamos terminado juntos, envueltos en los mismos problemas, y te debo agradecer por toda la ayuda que me has dado hasta incluso ayer, pero nuestros caminos se separan a partir de ahora.

Carl se quedó sin palabras, preso del pánico. Verse tan descubierto le causaba un terror sobrehumano. No podía controlar el temblor de sus manos, ni el mutismo de su garganta. El terror se apoderó de su mirada en el momento en que se sentía como el bebé abandonado que había sido toda su vida. Yin le regaló una mirada condescendiente al tiempo en que no podía evitar sentirse mal ante aquellas palabras. Carl había demostrado ser alguien valorable. Había logrado rectificar su camino y borrar aquella imagen de idiota que había dejado durante su infancia y adolescencia. Simplemente era una persona digna de admiración. Incluso había logrado tenerle cariño y estima. Por otro lado, la coneja conocía cuál era su lugar en la vida, y este lugar le correspondía junto a su pareja y a sus hijos. Esto dejaba fuera de toda posibilidad algo con Carl.

-La verdad lo siento mucho si algún día provoqué alguna clase de malentendido -prosiguió Yin al notar la reacción de Carl-, pero debes entender que he arriesgado demasiado en mi relación con Yang como para tirarlo por la borda. Además, tengo a mis hijos, y no los voy a abandonar por nada del mundo.

Carl quería explotar, más su cuerpo no pensaba en reaccionar. Se sentía como una presa atrapada en la trampa del cazador. Su mirada azul lo amarraba con más fuerza a un amor imposible. Esos ojos gritaban exactamente lo contrario a lo que ella decía, pero él no tenía el valor de confrontarlo. No quería verse así de descubierto. No podía ni siquiera meditar sobre cómo Yin había descubierto sus intenciones. ¿Por qué? Su cerebro estaba por estallar. Quería largarse a llorar, a gritar, a desquitarse con el mundo, a robarle un beso a la coneja, más su cuerpo estaba lejos de reaccionar.

-¿Carl? ¿Estás bien? -el silencio de la cucaracha comenzaba a preocuparle a Yin.

-Yo… yo… -balbuceó a duras penas.

-Bueno, sé que has pasado por momentos difíciles -prosiguió Yin-. Tu novia falleció hace poco, y ni siquiera has tenido el tiempo de ir a sus funerales. Además esto del encierro le puede afectar a cualquiera…

-¡Basta! -Carl pudo gritar finalmente-. No sé de dónde sacaste eso de que tú me gustabas -agregó con voz temblorosa-, ¡pero eso es falso! Mi corazón siempre ha sido, es y será de Mónica -agregó intentando sonar más seguro-. Tú nunca me gustaste ni nada parecido. Si te he ayudado fue para demostrarte que no soy el idiota que conociste de niños. ¡Pero basta! Si te tienes que ir con tu hermano, ¡perfecto! A mí déjenme en paz.

Había logrado destrabar su cuerpo. Gracias a eso, Carl fue capaz de abandonar la habitación. La rabia burbujeaba en su interior. Yin pudo notarlo en su tono de voz. No era un adiós tranquilo. Estaba cargado de una frustración que solo demostraba que lo que Ella le había confesado era real. Yin suspiró con pesar. Realmente no quería este tipo de despedida con Carl, pero si no había otra alternativa, no quedaba de otra más que aceptarlo.

Carl pretendía encerrarse nuevamente en el despacho, pero se encontró con que ya se encontraba ocupado por Yanette y Kraggler. La anciana se había quedado atorada por la ira tras la rebelión de sus hijos, y buscaba un plan de última hora para separarlos y quitarles a sus hijos.

-Así que aquí te sueles encerrar, ¿eh?.

Ella se había encerrado junto con Bob en el ático. El lugar se encontraba en una oscuridad hermética. La tigresa sentía cierto alivio al verse envuelta en la oscuridad. Su mente se convencía que si ni ella podía ver sus propios bigotes, sus hermanos no podrían encontrarla. Con todas sus fuerzas buscaba olvidar que ellos podían encontrarla solo con sentir su energía.

Bob no contestó. No tenía palabras ante lo sucedido. Solo sabía que lo que estaba ocurriendo era malo con todas las mayúsculas posibles. Su mente se encontraba tan hueca como de costumbre respecto de ideas para salvar a Ella en esta ocasión. Sabía que los tigres eran poderosos, y ni el Maestro Yo con sus planes absurdos podría detenerlos. Y en todo caso ni que fueran a resultar dichos planes. En silencio, rogaba a que un milagro pudiera salvarlos.

Su mayor preocupación había quedado en segundo plano. Poco le importaba que aquella chica que solo él podía ver pululara por ahí. Incluso esperaba que ella le hiciera el milagro. Más, la oscuridad y el silencio del ático eran su única respuesta. Al parecer, ella también terminó por abandonarlo.

-Bob -oyó la voz de Ella-. Después de que ellos me atrapen, huye lo más lejos que puedas. No me imagino qué podrías hacer después. Solo busca vivir. Olvídate de mí. Vive la vida. Que nada ni nadie te detenga, ni mucho menos mi recuerdo. Sé que afuera debe haber algo con lo que te puedas divertir. El mundo es grande y lleno de sorpresas. Solo aléjate y no mires atrás.

A la tigresa le dolía cada palabra pronunciada. Intentaba sonar con entereza, pero a un muy alto costo. Le costaba creer que el juego había terminado. No había visto a su familia desde 1952. No esperaba que luego de décadas, nuevamente regresaría al foso de su pasado. Lo que más le dolía era separarse de Bob. La bola gigante había estado junto a ella durante gran parte de su vida. Lamentablemente, era hora del final.

Hora del final.

¿Era el momento de decirle la verdad? De confesarle de la aureola que escondía entre sus pantalones desde el 2012. Eran sus últimas horas junto a Ella, y no se iba a perdonar si pasaba a la eternidad sin confesarle la verdad.

La verdad comienza por abrir la boca, lo que era un desafío más difícil de lo que imaginaba. Bob no se atrevió a mover un músculo. En la oscuridad él cerró los ojos con fuerza para evitar largarse a llorar. No era posible rendirse tan fácilmente.

Los hijos del matrimonio Chad en tanto armaban sus respectivas maletas. Era un proceso melancólicamente alegre. El tiempo transcurrido en aquella casona fue corto pero intenso. Parecía que habían vivido siglos en su interior. Tantas peripecias, revelaciones, nuevos amigos y conocidos. Una aventura que, desde el minuto en que se reveló que sus padres eran hermanos, no los había dejado en paz.

Yenny guardaba silenciosamente sus cosas en una vieja maleta mientras lanzaba constantes miradas hacia la ventana. Desde que todo terminó la noche anterior no había visto a Jobeaux. El goblin no había dado señales de vida ni en el desayuno ni en la mañana en general. La coneja observó con melancolía a través de su ventana que daba al jardín. En el fondo albergaba la esperanza de un último adiós con él. ¿En dónde se encontraba? ¿Por qué no volvía a visitarla? Sí, era difícil, pero le dolía imaginar una despedida sin él.

Yuri en tanto, se encontraba revoloteando en su habitación. Jacob la ayudaba con sus cosas para que por ejemplo no se llevase cosas que no eran suya, o que terminara de armar su maleta antes del final del día. Él ya había armado la suya con tan solo un par de cosas. En el fondo, el conejo se sentía liberado tras la determinación unánime de sus padres. Era la oportunidad de alcanzar el ansiado final feliz.

-¡Mira Jacob!

Yuri recién se había percatado del reloj de arena dejado sobre la cómoda. El brillo del reflejo de la luz exterior la encandilaba al punto de la emoción. El objeto brillaba como si fuera nuevo. Yuri se sentía atraída cuan urraca. Su hermano se aproximó con curiosidad, y observó cómo Yuri lo tocaba con cuidado. Era tan lustroso que incluso parecía expeler olor a nuevo.

-¿Qué es eso? -cuestionó el conejo con nuevas interrogantes.

-Que reloj de arena tan bonito -respondió la niña abrazando su nuevo regalo como si fuera un nuevo hijo.

-Recuerda Yuri, no nos debemos llevar nada que no sea nuestro -le advirtió su hermano.

-¡Claro que es mío! -alegó Yuri-. ¡Incluso me han dejado una nota!

En ese momento, Jacob se percató del pequeño sobre blanco que se encontraba sobre la cómoda. Sin pensarlo dos veces lo tomó y lo abrió. Encontró una pequeña nota escrita con tinta y usando una caligrafía descuidada pero clara:

"Yuri: Este reloj de arena te pertenece a partir de hoy. Te ayudará a controlar tus viajes en el tiempo. Pregúntale a Kraggler sobre cómo usarlo.

PD: Tu moneda está en el 16 de junio del 2007 debajo de la cama de Yang".

-¿Qué? -cuestionó el conejo confundido revisando el papel por el reverso.

-Pues ahora con esto podré viajar en el tiempo -Yuri sonrió ampliamente observando su reloj de arena entre manos como si fuera un juguete nuevo.

-Pero Yuri -replicó su hermano-, el juego se acabó. Hoy nos vamos de la casona. Todo eso del entrenamiento de nuestro abuelo no va a seguir.

-Tú ya puedes viajar por todas las dimensiones con tu famoso lápiz -le respondió Yuri mirándolo con el ceño fruncido-, y yo casi puedo viajar por el tiempo. Voy, le pregunto al señor Kraggler cómo usar este reloj de arena y el resto vendrá por mi cuenta. No tomará más de quince minutos -agregó más tranquila.

Fue así como ambos conejos aceptaron la idea de preguntarle a la anciana gárgola respecto del origen y funcionamiento del reloj de arena que Yuri traía entre sus manos como si fuera su mayor tesoro. Tras preguntarle a Roger, se enteraron que se había dirigido junto con Yanette hacia el despacho del señor Swart. A paso raudo, se dirigieron hacia la oficina. Debían ser rápidos, puesto que les quedaban pocas horas en la casona.

-¡Espera!

Yuri estaba por golpear la puerta con sus nudillos, cuando su hermano detuvo su brazo y le advirtió en voz baja. Jacob había alcanzado a oír voces desde el interior. Hablaban lo suficientemente alto como para oírlos pegando la oreja a la puerta. Jacob le pidió silencio a su hermana. Juntos, empujados por la curiosidad, pegaron cada uno una oreja sobre la puerta de caoba.

-Sé que estás enamorado de Yin -se oyó la voz de Yanette.

-¿Q-q-qué? -los conejos reconocieron la voz de Carl.

-Se te nota -prosiguió la anciana-. Esas miradas, esas sonrisas cómplices entre ambos.

-Pe-pep… -balbuceó la cucaracha.

-Cuando era joven junto con Edna, nos imaginábamos en un futuro llegar a ser consuegras -contestó la anciana con aire soñador-. Ojalá algún día esto llegue a ser posible, a pesar de todo lo ocurrido.

-Pero yo… -intervino Carl.

-Y de hecho llegaste en el momento preciso -le interrumpió la anciana–. De verdad que me caíste del cielo…

-¡Alto! -se oyó el grito desesperado de Carl-. Quiero aclarar algo: yo no siento nada por Yin. Absolutamente nada. Así que si quiere que le ayude a intervenir para separar a sus dos hijos, no cuente conmigo.

-Mira esta casualidad -respondió Yanette-. ¿Sabes qué es esto?

-No -Carl contestó con brusquedad.

-Le saqué a Jimmy un poco de su famosa pócima que lo cura todo anoche cuando me dejó la olla -contestó la anciana-. ¿Tú sabes cómo funciona?

-No del todo -confesó Carl-, y no entiendo qué tiene que ver con sus planes.

-Me gustaría averiguar si esta poción cura el incesto -sentenció la anciana.

El silencio que dejaron sus palabras fue incluso compartido desde el otro lado de la puerta. Jacob y Yuri se taparon la boca mientras se miraban mutuamente horrorizados.

-¿Q-q-qué? -finalmente se oyó la voz balbuceante de la cucaracha.

-Quiero que le des un poco a ese par de incestuosos antes de que se vayan -le dijo Yanette con lentitud-. Ellos se van a quedar a almorzar. Será sencillo para alguien como tú. Si funciona, Yin será tuya para siempre, acabarás con esa asquerosa relación y salvarás a los niños de un futuro incierto afuera de este domo.

-No voy a hacer eso -sentenció Carl con voz decidida.

-Tu voz dice una cosa, pero tu mirada dice otra cosa muy diferente -prosiguió Yanette-. Si la dejas ir, nunca más volverás a verla, y estarás condenado al remordimiento de…

-¡No! -la interrumpió Carl con brusquedad-. ¡No voy a hacer esto! Y de hecho voy a decirle a Yin de inmediato lo que piensas hacer. Si se quiere ir es precisamente porque tú no la dejas en paz.

-Pero tú… -intentó intervenir la anciana.

-¡Pero nada! -Carl la interrumpió con furia-. Sí, es cierto que sus dos hijos terminaron teniendo una relación incestuosa, y sí, puede sonar desconcertante. ¡Pero supéralo de una maldita vez! Estamos en medio de un oscuro mañana con un Maestro de la Noche suelto y un panda loco que solo le importa el poder Woo Foo de sus nietos. Ya no puedes hacer nada contra lo que Yin y Yang hicieron hace décadas, y por supuesto… ¡Tus nietos no tienen la culpa! En vez de mirarlos con asco, deberías buscar acercarte a ellos y conocer a tu nueva familia.

-¡Cállate! -los gritos ya no hicieron necesario mantener las orejas pegadas a la puerta-. ¡Tú no lo entiendes! El incesto es la peor pesadilla para una madre…

-¡No voy a meterme en tus planes! -la interrumpió Carl-. Y le recomiendo que desista de sus estupideces. Ya es muy tarde para detener algo que lleva más de dieciséis años ocurriendo.

-¿Vas a dejar ir al amor de tu vida por miedo? -Yanette cambió el discurso.

-¡Yin no es el amor de mi vida! -le gritó.

-Anoche me di cuenta de otra cosa -prosiguió Yanette-. Te quedaste más atrás acompañándola, a pesar de que técnicamente no tienes ningún compromiso con ella.

-Jack también la acompañó…

-Ese bastardo es su hijo a fin de cuentas. ¿Quién eres tú?

-O sea, tengo un poco de compasión con alguien y de inmediato te imaginas otras cosas, ¿no? -la voz de Carl se notaba hastiada.

Los conejos se encontraban tan ensimismados en la conversación que estaban espiando, que no notaron que su padre se estaba acercando a ellos.

-Oigan, ¿qué rayos hacen? -les preguntó Yang justo detrás de ellos.

Asustados, ambos conejos se voltearon hacia él. Luego, se miraron mutuamente, preguntándose desde cuándo se encontraba detrás de ellos.

Apenas se voltearon hacia su padre, las puertas de caoba se abrieron de par en par. Como un acto reflejo, Yang empujó a sus hijos hacia detrás de ellos. La comitiva ubicada bajo el alero de la puerta era dirigida por Yanette.

-Vaya, que sorpresa -saludó la anciana con sarcasmo-. ¿A qué se debe esta desagradable visita?

-¡Papá! ¡Lo oímos todo! -alegó Yuri apuntando a la anciana con su índice–. Están buscando envenenarte a tí y a mamá con un veneno que pretenden echarles en el almuerzo.

-¡Sí! -secundó Jacob imitando a su hermana-. Y pretendían pedirle al señor Carl que se encargara de darles el veneno.

-¡El señor Carl te pretende envenenar a tí para quedarse con mamá! -lo acusó Yuri.

Mejor ni mencionemos el terror que recorría el espinazo de la cucaracha en aquel instante. Ya venía con el estrés de verse encarado una segunda vez por su mismo secreto. Ante el silencio inquisidor, ya se veía envuelto en una pelea no solicitada contra Yang. Solo esperaba que el conejo se tomara aquello último como una broma de su hija.

-Este… -balbuceó Yang nervioso. El conejo no se esperaba envuelto en tan extraña situación.

Fue en el silencio incómodo en que nadie parecía actuar cuando Kraggler se percató del reloj de arena que Yuri aún conservaba entre sus manos.

-Un momento -dijo la gárgola aproximándose hacia la conejita-. ¿Acaso eso es…?

-Ni se te ocurra acercarte a mi hija -Yang le cortó el paso, interponiéndose entre él y su hija.

-No, me refiero a eso -Kraggler intentó moverse hacia un costado para señalar al reloj de arena-. ¿Eso es el Cronológicum?

-No lo sé -contestó Yuri observándolo-. Me lo dió alguien esta mañana. Me dejó una nota diciéndome que usted podría enseñarme a usarlo para viajar en el tiempo.

-¿Puedo verlo? -le preguntó la gárgola.

-Claro -Yuri estaba por extenderle el reloj de arena cuando Yang se lo impidió.

-No vas a intentar nada raro con mi hija -sentenció molesto.

-Solo quiero ver ese maldito cacharro -contestó Kraggler con impaciencia.

Tras un breve silencio, Yang se quedó analizando la situación. Vio a Yuri con el brazo extendido, deseando entregarle el aparato a la anciana gárgola. Kraggler en cambio ponía a prueba su paciencia frente a la ansiedad de encontrarse tan cerca de tan inesperado tesoro. Aunque era cierto que se había apoderado del Cronológicum, lo recordaba como un viejo reloj de arena trizado y remendado. Un maltrato más y esa cosa se iba a hacer picadillo. En cambio, el reloj de arena que Yuri traía entre manos parecía nuevo. Era exactamente el mismo modelo, pero como recién fabricado.

Finalmente Yang se hizo a un lado, y permitió que su hija le entregara el aparato.

-Solo quiero un par de consejos sobre cómo usarlo -le pidió Yuri-. Le prometo ponerlos en práctica todos los días mientras estemos en el futuro mañana.

-Oscuro Mañana -le corrigió Jacob por lo bajo.

-Eso.

En tanto, Kraggler observaba el aparato con emoción. No cabían dudas de que se trataba del Cronológicum. Ni siquiera traía su etiqueta que le enseñaba cómo usarlo. Era tal la intriga, que la gárgola podría detenerse el resto de lo que le quedaba de vida observando el aparato en busca de respuestas.

-¿Cómo lo conseguiste? -comenzó el interrogatorio.

-Esta mañana lo encontré en la cómoda junto a la ventana -contestó-. Venía con una nota.

Kraggler le arrebató la nota como un perro hambriento robando la carne. Devoró con la mirada cada letra de aquella nota, exigiéndole a las letras que delataran al emisor. Carl aprovechó de apoderarse del reloj de arena, aún incrédulo respecto a lo que pudiera tratarse.

-Con que 16 de junio del 2007, ¿eh? -comentó Kraggler.

-¿Qué ocurrió ese día? -preguntó Yuri.

-A ver, veamos -Kraggler intentó echar a volar sus recuerdos-. Recuerdo que durante el 2007 abrí una farmacia para ancianos sobre el Monte Doloroso. Ese Junio fue particularmente caluroso así que yo…

En ese instante se quedó dormido.

-Efectivamente, se trata del Cronológicum -prosiguió Carl observando detenidamente el reloj de arena–. Lo que me pregunto es, ¿cómo se renovó? La última vez que supe de este es que fue destruído y reparado más de una vez, en cambio este parece nuevo. Tal vez usaron alguna clase de magia sobre él.

-¿Piensas analizarlo al igual que la carta de anoche? -le preguntó Yanette.

-¡Pero si nos vamos en un par de horas! -insistió Yuri-. Antes de que envenenen a nuestros padres.

-Ten -Carl le entregó el reloj de arena a la niña-. Tienes razón. Ustedes se van y yo no alcanzaré a hacer nada con eso. Buena suerte intentando usarlo, y hasta nunca.

La cucaracha se dio la media vuelta en retirada cuando se volteó desde la distancia, dándole un repaso general a los presentes. Kraggler había despertado gracias a un codazo de Yanette.

-Una sola cosa -les dijo-: yo no formaré parte de las locuras que esa anciana loca planea. No voy a envenenar a nadie. ¡Ah! Lo más importante: yo jamás he sentido nada por Yin, ni sentiré nada por ella jamás. Espero que haya quedado claro y que no sigan existiendo malos entendidos entre los habitantes de esta casona.

Ante este ultimatum, Carl se retiró del lugar con la frente en alto.

Yenny había terminado de cerrar su maleta, a la espera de la señal de la partida, cuando fue sorprendida por el Maestro Yo. El panda apareció justo detrás de ella sin hacer el menor ruido. Al voltearse, Yenny dio un fuerte respingo producto del miedo ante tan repentina aparición.

-Yenny, ¿quieres salvar a Ella Mental? -le preguntó el panda.

-¿Qué? -preguntó confundida.

Tras un suspiro, el panda le explicó:

-Afuera todos están entre confiados y asustados ante el hecho de que tú pierdas ante Emma y Efra. Esto porque por un lado ambos tigres han tenido un entrenamiento Woo Foo durante décadas y tú ni siquiera has comenzado, además que se confían en la teoría esa de Ti y Chai que asegura que tú apenas tienes poder Woo Foo a comparación de ese par. Pero quiero aprovechar la ocasión de enseñarte tanto a tí como a los demás que tu poder es más grande que incluso el ser más poderoso de todos los tiempos.

-¿Qué? -volvió a cuestionar la coneja con confusión.

-Solo necesitas la carta -le dijo el Maestro Yo.

Inconscientemente, Yenny metió la mano en el bolsillo de sus jeans, sujetando la tan ansiada carta.

-Eres más poderosa de lo que crees -le dijo su abuelo-. Si confías en mí, te prometo que podrás vencer a ese par sin siquiera despeinar un solo pelo de tu pelaje.

-¿Pero cómo? -insistió Yenny.

-Ven conmigo -el panda le extendió su mano.

Yenny se quedó observando la mano peluda y regordeta de su abuelo. Aquella mirada pacificadora y sonrisa tranquila la invitaban a dejarse llevar por la mejor aventura de su vida.

Nunca una decisión tan importante se encontraba tan cerca de ser tomada.