Capítulo 2 – Aceptación

Leon estornudó aquella mañana por enésima vez, sin poder evitarlo. Salir a correr con el catarro que había cogido durante la noche, le había resultado tremendamente molesto. Pero peor era quedarse en cama como un inútil, sin hacer nada; al menos, lo era para él. Así que, regresó al hotel a buen ritmo, satisfecho. Cuando entró en el hall del edificio, vio a Claire ante el mostrador de recepción. Ella parecía estar discutiendo con la recepcionista, molesta por algo. Sintiéndose mucho más sereno y sosegado, y sin la euforia guerrera que la ginebra le había otorgado la noche anterior, se acercó a su lado, curioso. Había decidido que no iba a hacer pagar a la pelirroja metomentodo por sus problemas personales. Al fin y al cabo, sus propios sentimientos, sus problemas, eran cosas suya. Y ella no tenía ni porqué conocerlos, siquiera.

—¡Atchó! —hizo notar su presencia mediante un estornudo incontenible. Inmediatamente enrojeció, avergonzado—. Lo siento —se disculpó, con una sonrisa contrita.

Claire, quien había dado un respingo, sorprendida, se giró para mirarlo, esperando ver a un hombre demacrado, desaliñado y hecho polvo. Sin embargo, se encontró con la amable sonrisa del Leon de siempre, quien la miró con educado interés.

—¿Puedo ayudarte? —se ofreció, atento.

Claire se maldijo a sí misma, para sus adentros. De nuevo, se dio cuenta de que, al lado de aquel hombre tozudo y exasperante, volvía a sentirse extremadamente vulnerable. Por ese motivo, últimamente, casi siempre que se encontraba con él, se mostraba a la defensiva, haciendo valer el ataque agresivo como su mejor defensa. Y por ese mismo motivo, también, lo había seguido hasta allí, para inmunizarse de él, de una vez por todas. No podía seguir sintiéndose como la colegiala que él creía que ella era, cada vez que estaba a su lado, se recordó con enfado.

—No lo creo, Kennedy —respondió del mismo modo en que él la había tratado la noche anterior, intentando ahuyentarlo.

—No lo sabremos, realmente, si no me cuentas lo que te pasa —él insistió con gentileza, una vez más.

La pelirroja suspiró, rindiéndose a la evidencia.

—No es nada, Leon, en serio —le aseguró, ablandándose al contemplar aquella mirada realmente preocupada—. Es tan sólo que ya no me permiten acceder al comedor, por el simple hecho de haber llegado cinco minutos después del cierre del horario establecido —confesó, con fastidio.

—Pero eso tiene fácil arreglo…

La cogió por una mano y, tras dedicar una sonrisa adorable a la recepcionista —quien le sonrió del mismo modo, mirándolo embobada—, la arrastró hacia la salida.

—¿Te has vuelto loco? —la activista quiso saber, caminando a regañadientes, pues él, mucho más fuerte que ella, siguió tirando de su mano, tozudo.

—¿Acaso me tienes miedo? —Le dedicó una sonrisa arrogante, retador.

—Yo no tengo miedo a nada; ni a nadie —respondió, asesinándolo con la mirada.

—Eso creía yo.

Era la primera vez que Leon la cogía de la mano, que ella recordara. Su tacto era ligeramente áspero, cálido y considerado. Estaba claro que él se estaba esforzando por no apretar demasiado, para no dañarla. La pregunta no era por qué él tenía que ser siempre tan atento, sino por qué a ella le gustaba tanto aquella atención, se dijo para sí, preocupada. Casi se topó con su espalda fornida, cuando él se detuvo, de pronto, ante una moto BMW de diseño retro, en un color azul marino precioso. Sin decir palabra, le alargó un casco y él se puso uno similar.

—Sube —le ordenó. Como si ella fuese uno de los hombres que a veces él dirigía, durante sus misiones.

Estuvo tentada de enviarlo al demonio. Pero algo en su actitud, quizá su mirada segura, protectora, la atrapó de un modo irresistible. Sin apenas darse cuenta, se halló sentada en la enorme moto, tras él, pegada a su cuerpo.

—Agárrate a mí, pelirroja. No quiero perderte por el camino —escuchó su voz masculina, enmascarada por el casco.

—¿A dónde me llevas? —Por un momento, tan sólo un momento, la absurda idea de estar siendo secuestrada por él se le antojó absolutamente excitante y tentadora.

—A Mariposa Country, a desayunar —él declaró.

—Pero esa ciudad está a varias millas de aquí…

—¿Y? No has desayunado, ¿no?

—No —hubo de admitir. Y realmente tenía hambre, mucha hambre, en aquel lugar perdido del mundo.

—Yo tampoco. ¿Tienes algo mejor que hacer?

Sin añadir nada más, arrancó la moto. Y pronto ambos se encontraron transitando carreteras secundarias, en las que no se cruzaron prácticamente con nadie.

Una hora después, Leon aparcó la moto ante el mirador de una pequeña y acogedora cafetería, en la ciudad de Mariposa. Al quitarse el casco, lo primero que hizo fue soltar un sonoro estornudo, disculpándose con una sonrisa. Para su infinita sorpresa, le quitó el casco de la mano y se lo colgó al brazo, junto al suyo. Y la cogió de la mano, de nuevo, para entrar en aquella coqueta cafetería. Ambos eligieron una mesa discreta y apartada, con una buena vista hacia el mirador, sin embargo. Inmediatamente, una camarera de aspecto amable se acercó a ambos y les cantó el menú. Leon escogió un desayuno ligero, con huevos revueltos y un vaso de zumo de naranja. Y ella, en cambio, no pudo resistirse a las esponjosas tortitas caseras con sirope de arce.

Absorto en la aparente contemplación de la calle, Leon se masajeó las sienes, con actitud distante.

—Resaca, ¿eh? —Claire preguntó, en tono burlón.

—No, en absoluto. Anoche me quedé dormido desnudo sobre la cama, nada más salir de la ducha —él declaró, en cambio—. Debo haber cogido frío. Y el sudor que se ha enfriado en mi camiseta esta mañana, cuando he regresado de correr, ha empeorado la situación.

Sin darse cuenta, el rostro femenino enrojeció, imaginando el magnífico cuerpo desnudo con el que ella misma recordó haber soñado. Y se sintió infinitamente culpable al haberlo obligado a llevarla hasta allí, de algún modo, impidiéndole darse una ducha relajante y descansar, que era, sin duda, lo que él había deseado; y no estar allí, con ella, aguantando sus tonterías.

—¿Has de ser tan descriptivo? —le reprochó, indignada.

Y él la miró sin comprender.

—¿Pero yo qué he dicho?

—Absolutamente nada. Desayunemos.

Los dos se dedicaron a dar buena cuenta de su desayuno, en completo silencio. Claire no podía evitar mirarlo disimuladamente, de vez en cuando. Él parecía realmente hecho polvo. Sin embargo, la había llevado hasta aquel lugar, solícito. Agradecida, lo miró con ternura. De pronto, se puso en pie y rodeó la silla de Leon, colocándose a su espalda. Cogiéndolo por sorpresa, situó ambas manos en sus sienes y se dedicó a masajearlas con dedos expertos. Incómodo al principio, sin embargo él se dejó hacer con los ojos cerrados, sintiendo que el dolor de cabeza iba remitiendo con cada caricia que ella le daba. Complacida, escuchó cómo él exhaló, aliviado. Y por un momento lo miró de aquel modo en que se juró que jamás volvería a mirarlo. Rápidamente, se separó de su lado y regresó a su asiento, contrariada.

—Gracias —él dijo, tras abrir los ojos lentamente, para clavar su mirada en ella, de un modo indescifrable—. ¿Te importa si me acerco al aseo un momento?

—Por supuesto que no.

—No tardo nada.

Decidido, se puso en pie y caminó a los aseos, con pasos firmes. Cuando se vio a salvo de aquella mirada que amenazaba con llevarlo a la locura, dio un fuerte puñetazo en la pared, frustrado. No podía permitir que aquella activista especializada en buscarse problemas y en buscarlos a los demás, lo atrapara en su embrujo, de nuevo. Hizo varias respiraciones profundas, intentando serenarse. Y se juró que, cuando regresara al trabajo, buscaría la compañía de Ada, o de quien fuera. Pero debía arrancarla de su mente de una vez y para siempre.

Fuera, la camarera se acercó a Claire y se inclinó sobre ella, como si quisiese compartir un secreto.

—Se nota que ese hombre está loco por ti cariño. No se te ocurra perderlo —le aconsejó, compartiendo con ella una sonrisa de complicidad.

Claire se mantuvo en silencio, sintiendo que el Parque Nacional de Yosemite al completo se desplomaba sobre su cabeza, sepultándola sin remedio.

Cuando Leon volvió al lado de Claire, una barrera impenetrable se había adueñado de su mente, amenazadora. Se mostró amable, solícito. Pero no volvió a darle tregua.

Antes de emprender su regreso, visitaron una tienda de ultramarinos y se aprovisionaron de un montón de comida y de chucherías, en previsión de un suceso semejante. De camino al hotel, Claire iba agarrada fuertemente al cuerpo de Leon, para no caer. No sabía porqué, tenía ganas de llorar. Y aquello la desconcertó. Una tristeza grande y profunda se había adueñado de su corazón, haciéndola desgraciada.

—¿Puedes parar, por favor? —gritó con todas sus fuerzas, intentando hacerse escuchar.

Él no pudo escucharla, debido al ruido del motor. Pero notó que algo estaba mal, por el fuerte apretón que ella dio en sus costados. Preocupado, se apresuró a detener la moto en un claro que halló a un lado de la estrecha carretera. Claire casi se lanzó del vehículo, una vez este casi hubo parado. Y corrió alejándose de él. Odiaba que él la viera llorar, no podía permitirlo. Pero aquella actitud tan sumamente extraña no hizo más que poner a Leon en alerta, quien la siguió a la carrera, preocupado. La encontró a la orilla de un pequeño riachuelo de aguas ágiles y limpias; había roto a llorar sin control, desconsolada.

Sin saber porqué, sintió la desesperada necesidad de abrazarla. Así que se plantó ante ella, decidido, y la rodeó con sus brazos. Para su infinita sorpresa, el llanto femenino se intensificó. Y él no pudo hacer más que estrecharla contra su cuerpo, aún con más fuerza.

—Has venido aquí huyendo de algún capullo, ¿no es así? —le preguntó, creyendo entender aquella angustia.

—Algo así —ella respondió, entre llanto.

—Joder… Muy imbécil debe de ser, para haberte hecho daño de este modo —aseguró, con rabia.

Ella soltó una risa nerviosa, sin poder evitarlo.

—Déjalo en mis manos. Yo soy especialista en ahogar mis penas en soledad, de vez en cuando. Te prometo que no será en compañía de una botella, ¿de acuerdo?

Claire asintió, volviendo a reír y mirándolo avergonzada.

—Aquí hay muchas cosas que hacer, aunque no lo creas. A partir de mañana, yo seré tu guía. Vas a pasar el resto de la semana conmigo —declaró—. Iremos a nadar al lago, a hacer senderismo, a escalar un pequeño monte cercano. Y si me apuras, te enseñaré a esquiar. Aunque en esta época la nieve es complicada. Pero conozco un sitio perfecto para hacerlo, aún ahora. ¿Sabes esquiar?

Ella negó con la cabeza, sintiendo vergüenza.

—Perfecto. Pues vas a aprender a esquiar. Me aseguraré de que vuelvas al hotel tan cansada por las noches, que no serás capaz de pensar en ese capullo, siquiera. Y cuando regreses a casa, te aseguro que lo habrás olvidado por completo. ¡Atchó! —estornudó de nuevo, con fuerza—. Dios… no conocerás un remedio milagroso para esto también, ¿no? —preguntó con fastidio.

—Quizá sí lo conozca.

—Si me lo quitas, te juro que tendrás mi devoción eterna —le aseguró, sonriente.

Ella le devolvió una sonrisa llena de tristeza. En aquel momento sentía que, a medida que empezaba a conocerlo mejor, ya no le iba pareciendo tan malo sentirse atraída por él; no era tan malo quererlo… Algo que, estaba segura, sólo podía acabar en drama para ella. Pero era incapaz de resistirse a aquellos ojos atractivos, amables, preocupados y sinceros. Quizá era tiempo de aceptar que, el día en que su vida se cruzó con la de Leon Scott Kennedy en Raccoon City, esta cambió por completo. Ella era fuerte, muy fuerte… Podría vivir con ello, se aseguró.

Sin dejar de mirarla a los ojos, aún preocupado, Leon la tomó de la mano y ambos desandaron el camino en busca de la moto. Y cuando Claire se halló agarrada al cuerpo de Leon con fuerza, de nuevo, no sintió miedo, ni rechazo, rabia o disgusto; sintió una tristeza profunda, tan honda como el océano. Sin embargo, ya no tuvo ganas de llorar.


COMENTARIOS DE LA AUTORA

Como suele pasarme muy a menudo, este fanfic se está escribiendo solo, en el sentido de que se está alejando notablemente de mi idea original. Me fascina averiguar, con cada capítulo, dónde me llevará al final.

Dedico este capítulo a jmgmc, quien ha añadido esta historia a sus favoritos y a sus alertas. Y a Claugzb, quien me ha dejado un comentario tan amable, que me anima a continuar.

Hasta muy pronto, espero.

Con cariño.

Rose.