Capítulo 4 – Pasión contenida

Leon y Claire habían terminado de montar la tienda de campaña en un tiempo récord. Tan sólo faltaba afianzar las piquetas al terreno. Y en eso, Claire tuvo que reconocer que Leon era mucho más eficiente, pues mediante una gran piedra, con tan sólo una pedrada clavaba una piqueta en el suelo, con fuerza; cuando a ella le costaba mucho más tiempo y esfuerzo lograr lo mismo. Así que, no sin cierto placer, se dedicó a contemplar cómo los fuertes músculos de los brazos masculinos se hinchaban con cada golpe que él daba en las piquetas.

—Hecho —Leon afirmó, satisfecho, una vez hubo terminado—. Aaaag... estoy sudado hasta el último pelo de la cabeza... Voy a darme un chapuzón. ¿Te apuntas? —le ofreció, tranquilamente.

Sin esperar su respuesta, se puso en pie y se dirigió en dirección al lago, que estaba situado a no más de diez metros de donde ambos habían acampado.

Por un momento, Claire lo miró, sorprendida.

—No he traído bañador —objetó, casi a voz en grito, para asegurarse de que él la iba a escuchar.

—¡Yo tampoco! —el rubio gritó, desde la distancia, sin dejar de caminar.

Aún más sorprendida, ella corrió tras sus pasos. No quería continuar hablando a gritos. Cuando llegó a su lado, Leon ya estaba desnudándose sin ningún pudor. Y ella no sabía hacia dónde mirar, sintiéndose avergonzada. Para su alivio —aunque en el fondo habría preferido verlo desnudo por completo para poder admirar su fornida y atlética figura a gusto—, él se quedó en bóxer y se lanzó al agua sin pensar. Se zambulló, desapareciendo de su vista durante unos cuantos segundos. Y después emergió cerca de ella, quien se había acercado a la orilla sin saber qué hacer.

—Lo siento, se me olvidó decirte que cogieses traje de baño —se disculpó, mirándola sonriente—. Siempre que yo vengo aquí, lo hago solo. Así que, siempre me baño desnudo.

El rostro de Claire enrojeció como la grana, al escuchar sus palabras.

—Puedes meterte en el agua en ropa interior, o con una camiseta, o como quieras. Me mantendré alejado de ti, para que no te sientas incómoda —le aseguró. Y volvió a zambullirse para alejarse de ella.

Pronto, él se dedicó a hacer unos largos de lado a lado del lago. Claire se reprendió a sí misma, enfadada. Hacía mucho que ella no era una adolescente. Y se estaba comportando como tal. Así que, decidida, se quitó la ropa que había llevado puesta, excepto la lencería, y se lanzó al agua también. Inmediatamente, un frescor reconfortante invadió su cuerpo por completo. Relajada, se dedicó a nadar sin una dirección determinada, tan sólo por diversión. Tras ello, se quedó flotando en medio del lago, disfrutando del paisaje.

—Este lugar respira paz por los cuatro costados —escuchó la voz relajada de Leon, en la distancia.

Lo buscó con la mirada, inquisitiva. Él flotaba también, a varios metros de ella.

—Oh, vamos, puedes acercarte, no muerdo —le dijo, molesta.

Sonriente, él asintió con la cabeza. Y de un par de brazadas lo tuvo a su lado, de inmediato.

—Creí que era yo, quien muerdo —objetó, mirándola divertido—. Parecía como si estuvieses viendo un monstruo, o algo peor, cuando te he ofrecido que me acompañases al lago.

Ella bufó, mirándolo con burla.

—No creo que pueda ver algo que no haya visto ya...

—Seguramente. ¿Todo bien, entonces?

—Perfectamente, Kennedy.

Con descaro, él se apoyó en los hombros femeninos con ambas manos, tomó impulso y la hundió. Luego se alejó unos metros, riendo. Cuando ella emergió, lo traspasó con una mirada asesina.

—Vamos, diviértete un poquito, Redfield —la retó, sonriente.

Ella le dedicó una mirada seria, demasiado seria para su gusto. Preocupado, él regresó a su lado y la observó, suspicaz.

—¿Estás bien? —quiso saber, intranquilo—. No me digas que tu capullo también te llevaba a sitios así —intuyó, con voz incrédula, sospechando haberle recordado otros tiempos, a otra persona.

—Ojalá él me hubiese llevado, hace mucho tiempo —ella respondió. En su mirada había una gran tristeza.

—Quizá debieras estar con él, y no conmigo —él objetó, clavando en sus ojos una mirada seria.

—Estoy exactamente donde deseo estar, Leon —le aseguró, molesta.

Sin darse cuenta, había comenzado a observar su torso desnudo con curioso interés, con deleite. Jamás lo había visto prácticamente desnudo, hasta ahora. Y aquel cuerpo musculoso, fornido y atlético era mucho más atractivo de lo que ella jamás había imaginado; era, simplemente, perfecto. Aquel pensamiento la llevó a plantearse otra pregunta inquietante.

—Tan sólo hemos montado una tienda de campaña —afirmó, dubitativa.

—Esa tienda es enorme, Claire. ¿Acaso necesitamos más? —La observó enarcando una ceja, suspicaz.

—No. Es tan sólo que...

—Empiezo a pensar que la visión de mi cuerpo te resulta verdaderamente desagradable. También suelo dormir desnudo. Pero no pensaba hacerlo contigo a mi lado, por supuesto.

—¿Por qué no, si es lo que quieres? Soy una mujer adulta, por si no te has dado cuenta —dejó claro, indignada—. Y tu cuerpo no me desagrada.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

Ella hubiera deseado responder: «El problema eres tú, Kennedy, es todo lo que me haces sentir con tan sólo una mirada, un gesto, una sonrisa... El problema es que te tendré desnudo a tan sólo un metro de mi cuerpo, que ansiaré tener aquello que tú no estás dispuesto a darme. Tú eres el problema; mi problema».

Inesperadamente, él nadó hasta situarse a su espalda. Ella creía que tenía intención de hundirla de nuevo. Sin embargo, la abrazó por la cintura, cariñoso. El calor de aquel cuerpo masculino y sexy pegado al suyo, en contraste con el agua gélida, hizo que todo su cuerpo se estremeciera de placer. Y supo que él notó aquel estremecimiento a la perfección.

—Mi intención no es hacerte daño, Claire. Dime lo que quieres, sólo dime lo que quieres. Que me mantenga alejado de ti, que te abrace, que haga el pino con las orejas, si te divierte... Y yo haré cualquier cosa que me pidas.

Ella rió por la ocurrencia, alegremente, imaginándolo intentando hacer el pino con las orejas.

—Adoro tu risa, ¿lo sabías? —susurró a su oído, cariñoso.

En aquel mismo instante, ella se sintió frágil en sus brazos, exquisitamente vulnerable. Aquello la enfadó. Así que se revolvió en aquel dulce abrazo y se giró para mirarlo. Aunque no se liberó.

—¿Con cuántas compañeras te has acostado, Kennedy? —preguntó, de pronto, buscando su mirada, arrogante.

Él la miró sin comprender.

—¿A qué viene eso, ahora?

—La sonrisa encantadora, los susurros al oído... Parece todo un guión —declaró, con malicia.

Jamás había visto tanto dolor en aquellos ojos azules y profundos. Inmediatamente se arrepintió de haberle hecho daño. De nuevo había salido a la luz aquella Claire agresiva, incluso cruel, que se mostraba a la defensiva cuando algo, o alguien, la hacía sentir vulnerable. Necesitaba demostrar que jamás estaba indefensa, siempre, ante todo y ante todos. Sin embargo, se dio cuenta de que, en aquella ocasión, había sido ella quien había golpeado primero. Y aquello le dolió en lo más hondo de su alma.

Rápidamente, Leon se separó de su lado, como si su contacto quemara.

—Venir aquí no ha sido tan buena idea, después de todo. Veo que mi compañía no es lo que deseas —dijo, con voz fría—. Voy a desmontar la tienda. Esta misma tarde estaremos de regreso en el hotel. Y dejaré de meterme donde no me llaman. Prometido.

Sin esperar respuesta, se marchó nadando hacia el exterior del lago, con brazadas rápidas y potentes. Escasos segundos después, Claire lo vio salir de este. Y comenzó a llorar, desesperada. Sabía que si no hacía algo para detenerlo inmediatamente, si permitía que él desmontase la tienda, todo habría terminado. Y su bello sueño habría acabado también. Sin embargo, se sentía incapaz de moverse; sentía miedo, miedo a perderlo, miedo a jamás haberlo tenido, miedo a sí misma y a sus propios sentimientos. Sacudió la cabeza, decidida. Y nadó con todas sus fuerzas en su dirección. Al salir de aquellas aguas tan frías, una ráfaga de viento la dejó helada por completo. Pero no le importó. Sin perder tiempo en volver a vestirse, se calzó las botas y corrió en pos de Leon, por donde lo había visto desaparecer. Al llegar al campamento, vio que él sí se había vestido, al menos de un modo desaliñado, con lo básico. Y se afanaba en extraer las piquetas de la tienda, que había clavado a conciencia. Lo alcanzó y se agachó a su lado, abrazada a su espalda. Por un momento, se dio cuenta de cómo él ser revolvía, intentando liberarse de su abrazo. Pero ella no le permitió hacerlo. Se agarró a su cuerpo con todas sus fuerzas, dispuesta a no dejarlo marchar.

—Por favor, Leon, no. No, por favor... —le suplicó, intentando no derramar el llanto que asomaba a sus ojos y que oprimía su garganta.

—Dejémoslo estar, Claire. Parece que soy yo, quien te estoy haciendo daño a todas horas. Ninguno de los dos hemos venido a un lugar perdido de la mano de Dios a sufrir. No tienes porqué aguantar esto. Y yo, tampoco —dejó claro, continuando con su tarea.

Pero ella, tozuda, viendo que no iba a lograr detenerlo, dejó de abrazarlo e intentó arrebatarle de la mano la barra de hierro con la que él estaba haciendo palanca, con tan mala fortuna, que cuando él hizo fuerza de nuevo, la barra se soltó, golpeando su pierna, que comenzó a sangrar.

—¡Joder! —Él se puso en pie, con cabreo.

—Leon, lo siento. Lo siento muchísimo. —Ella se levantó, también.

Cuando él la miró, se dio cuenta de que estaba completamente helada, a merced del viento frío y cortante. Inmediatamente, la cogió en brazos y se metió dentro de la tienda, sin darle tiempo a reaccionar.

—¿Pero en qué estabas pensando? Vas a coger una pulmonía —la regañó, mirándola con enfado.

—Leon, tu pierna...

—Me importa una mierda mi pierna. Es tan sólo un rasguño, Claire. —Vehemente, sacó una manta de una de las mochilas y la cubrió completamente con ella, rodeándola con su propio cuerpo para ayudarla a entrar en calor.

—Lo siento, lo siento... Por favor, quédate conmigo. Quiero quedarme a tu lado. Por favor... —insistió, mirándolo suplicante.

—¿Y no podías haber esperado a vestirte, para decírmelo? —le reprochó, mirándola con indignación.

—¿Me habrías escuchado, si lo hubiese hecho? ¿Con la tienda desmontada en menos de un minuto y tú aguardando en el coche para deshacerte de mí cuanto antes? —ella preguntó, del mismo modo, contagiándose de su furia.

—¿Deshacerme de ti? —Continuó mirándola, irritado, sin dar crédito a aquello que acababa de escuchar—. ¡Eres tú, quien quieres deshacerte de mi!

—¡Y una mierda!

Se deshizo de la manta, impetuosa. Se abalanzó sobre él y lo besó con todas sus ganas, posesiva y desesperada. Él, tomado por sorpresa, y aún cabreado, se dejó llevar del mismo modo, dando rienda suelta a todo aquello que sentía. La pasión encendió sus cuerpos por completo, sus mentes, sus corazones... Con fuerza, él la pegó a su cuerpo, vehemente. Y ella se abrazó a su cuello, invitándolo a seguir. Sin embargo él, sintiendo que se estaba aprovechando de la fragilidad que ella sentía debido a aquel amor destrozado que la había llevado allí, a su lado, la tomó por la barbilla y, cariñoso, puso fin a aquel beso apasionado, muy a pesar suyo.

—Ya pasó, ya pasó... Tranquila... —Cogió la manta de nuevo y, con sumo cuidado, envolvió a ambos en esta, con Claire abrazada a su cuerpo. Y él la abrazó con todas sus fuerzas, también.

Necesitó de toda su férrea voluntad para no tumbarla en el suelo y hacerle el amor, como un desesperado.

—Deja de tratarme como a una niña, de una vez por todas —ella le ordenó, furiosa.

—¿Tratarte como a una niña, después de esto? No me provoques, pelirroja. Te aseguro que no tienes ni idea de qué terreno estás pisando. Vístete, vamos. Enseguida te sentirás mejor —le aseguró.

—¿Y tu pierna? —ella recordó, de nuevo preocupada.

—Ahora la curaré. En serio, no es absolutamente nada.

Inesperadamente, la obligó a que se girase y depositó un suave beso en sus labios. Mientras Claire lo observaba, atónita, aprovechó para deshacerse de la manta y envolverla tan sólo a ella con esta. Sin decir a dónde iba, salió de la tienda. Claire esperaba volver a escuchar el sonido de la palanca arrancando las piquetas, insistente. Sin embargo, nada se oyó. Y, cuando transcurridos escasos minutos, él volvió a entrar en la tienda, llevaba en sus manos la ropa que ella había dejado abandonada junto al lago.

—Vístete —repitió, con voz amable, entregándosela.

Cuando ella la cogió, él se dedicó a rebuscar entre las mochilas, hasta encontrar un pequeño botiquín de primeros auxilios. Aparentemente concentrado en su cometido, se subió el camal del pantalón para dejar la herida al descubierto. Como esperaba, era poco más que un arañazo. Aun así, había sangrado bastante. Con cuidado, la desinfectó y la curó, cubriéndola con un pequeño apósito, después.

Mientras ella se vestía, no dejó de observarlo, sintiendo que su mente y su corazón hervían con un millón de preguntas, de sensaciones, de sentimientos. Pero él parecía ser el mismo de siempre, de nuevo; tan tranquilo, sereno y dueño de sí mismo como siempre, Claire se dijo con tristeza. Sin embargo, un furioso volcán había estallado en el pecho femenino, imposible de aplacar.


COMENTARIOS DE LA AUTORA

Aprovecho para dedicar este capítulo a wholfdragon, quien ha añadido este fanfic a sus favoritos y a sus alertas.

Y mando un abrazo fortísimo a Claugzb y a manu quienes, como siempre, me han honrado con sus comentarios del capítulo anterior.

Ojalá os esté gustando esta historia. Es bastante distinta a "Sacrificio" y a "Paradise Death". A mí me está haciendo muy feliz escribirla.

Hasta muy pronto y con cariño.

Rose.