Capítulo 6 – Verdad esquiva
Claire abrió los ojos lentamente. Seguía desnuda, arropada por la cálida tela del saco de dormir. Pero estaba sola. La noche anterior, Leon se había dormido abrazándola por la cintura con su brazo fornido, acoplando las insinuantes curvas de su cuerpo al cuerpo de él a la perfección, como si ambos se complementaran, como si hubiesen sido hechos para ello. Sin embargo, ahora se hallaba sola. Hacía frío dentro de la tienda y le costó salir de debajo del saco para poder vestirse. ¿Había sido todo tan sólo un sueño, lo que ambos habían vivido?, no pudo evitar preguntarse, entristecida. No recordaba haberse emborrachado. Sin embargo, era evidente que Leon no estaba a su lado. ¿Cual era la verdad de todo aquel bello sueño, entonces? Su propio cuerpo, dolorido y satisfecho como jamás lo había estado antes, le dio la respuesta. Él la había amado a ella; y ella lo había amado a él. Una y otra vez, sin descanso. Se vistió con rapidez, intentando huir del frío, pensativa.
Sin previo aviso, la cremallera de la tienda de campaña se abrió y el agente entró en esta con rapidez. Ella, al verlo, le dedicó una sonrisa enamorada, apenas sin darse cuenta. Para su sorpresa, él la observó con detenimiento, sus profundos ojos azules fijos en su mirada.
—¿Qué es lo que pasa, Leon? —quiso saber, inquieta.
—Después de tantos años, has vuelto a mirarme como lo hiciste en Raccoon City, cada vez que nuestros caminos se cruzaron. Entonces te alegrabas de verme; y se notaba. Es reconfortante volver a ver esa mirada —él declaró, solemne.
La pelirroja recordó aquellos tiempos, lo que él ya le hacía sentir cada vez que lo veía, nada más conocerlo. Y lo miró, enternecida. A pesar de todo el dolor que ambos compartieron en aquel maldito lugar.
—Y tú… ¿te alegras de verme? —quiso saber, buscando la verdad en su mirada.
—Yo siempre me alegro de verte, Claire. Las temperaturas han bajado de un modo alarmante para esta época del año. Quizá debiéramos regresar al hotel —le propuso, preocupado.
—Lo sé. Hace frío…
En silencio, él cogió una de las mantas, se sentó en la esterilla que hacían servir como suelo e hizo que ella se sentara entre sus brazos. Luego, cubrió a ambos con la manta.
—Pero no quiero regresar… —se lamentó, con tristeza.
—Podemos continuar allí, en las comodidades de una cama, lo que hemos empezado aquí —él opinó, de pronto, con voz seria.
Claire se giró para mirarlo, sorprendida y emocionada. ¿De verdad él quería continuar a su lado, con ella?
Leon carraspeó levemente, observando su reacción de entusiasmo, gratamente sorprendido.
—Había pensado que… me gustaría… Quiero pedirte que decidas pasar de ese capullo por el que viniste aquí y que te plantees seriamente salir conmigo —le dijo, mirándola con seriedad—. Tranquila, no tienes que darme una respuesta ahora. Tan sólo te pido que lo pienses —añadió, solemne.
Claire lo miró como si no lo conociera. Aquello no lo esperaba. El corazón bombeó en su pecho, alocado, amenazando con hacerle perder la consciencia.
—¿Por qué? —preguntó, en cambio, del mismo modo—. Tú no crees en el amor, en las relaciones serias. Y yo sí lo hago.
Por un momento, él se pasó una mano por el rostro, nervioso. Luego, ya más sereno, clavó en sus ojos una mirada sincera.
—Por ti, valdría la pena morir, Claire Redfield; y también vivir —declaró, rotundo.
Atónita, observó su mirada. Juraría que su corazón se había detenido en aquel mismo instante.
—Leon… —musitó. La emoción le impedía hablar.
—Sólo piénsalo —le pidió una vez más. Y la apretó contra su cuerpo, posesivo.
De súbito, ella se abalanzó sobre él, logrando derribarlo. Lo abrazó con todas sus fuerzas y lo besó, desesperada.
—¿Qué es lo que quieres que piense? —le preguntó con sarcasmo, una vez ambos se hubieron separado, jadeantes—. ¿Acaso crees que voy por ahí, acostándome con el primero que me lo propone? Quiero estar contigo, Leon. Te lo dije cuando ambos llegamos aquí. Y te lo repito ahora —le dejó claro, molesta.
—¿Y el capullo? —él objetó, enarcando una ceja.
Ella enrojeció levemente, al recordar que, durante esos días, había mantenido a Leon en la ignorancia de lo que realmente sucedía. ¿Cómo decirle ahora que, durante todo ese tiempo, había sido de lo que sentía por él, de lo que ella había estado pretendiendo huir, con todas sus fuerzas? ¿Cómo decirle que lo había seguido hasta allí y que su encuentro no había sido fortuito, ni mucho menos?, se preguntó, avergonzada. ¿Y si, al escucharla, él decidía que no valía la pena estar a su lado? Si lo perdía ahora, el golpe sería tan fuerte para ella, que no podría soportarlo. Así que, decidió, le contaría la verdad; pero no en ese momento. Hallaría el momento oportuno para confesárselo todo, avergonzada, y le pediría perdón con el corazón en la mano. Mientras tanto, le haría entender con sus hechos, con sus palabras, que era él el único en su vida, el único a quien amaba. Y que quería estar a su lado siempre, por el resto de sus vidas.
—Quiero estar contigo, Leon —repitió, mirándolo convencida—. A él, no le debo nada.
Él volvió a besarla, satisfecho.
—Regresaremos aquí en cualquier otro momento, entonces, para hacer todo lo que no hemos hecho en esta ocasión —declaró, alegremente.
Claire asintió, enamorada. Sin darse cuenta, él ya había comenzado a proyectar un futuro en común para ambos. Aquello la hizo sentir feliz, viva, radiante. Besó sus labios, su cuello…
—No empieces, pelirroja; o no respondo de mí —le pidió, sonriente.
—Regresemos cuanto antes —le rogó, desesperada.
—Por favor, ve recogiéndolo todo y llevando las mochilas al coche. Yo desmontaré la tienda de campaña. ¿Estás bien? —le preguntó, de pronto, mirándola preocupado.
—¿Y eso? Claro que estoy bien. ¿Cómo va tu pierna? —quiso saber, a su vez.
—Oh, bien. La herida no se ha infectado. Así que, curará muy pronto. Es sólo que, cuando he entrado, parecía que te encuentras mal. Estabas congelada y te mostrabas preocupada —se explicó, intranquilo.
—Nada que tú no puedas resolver —le aseguró, pegándose a su cuerpo e impidiéndole que se levantase.
—Claire... —le advirtió, sonriente.
—Sí, lo sé. En la cama calentita del hotel, ya lo sé —respondió, con fastidio.
Él soltó una sonora carcajada que la sorprendió. Jamás lo había visto tan feliz. Lo besó de nuevo, impulsiva. Y, por fin, se puso en pie, para que él pudiese hacerlo también.
En menos de tres horas, el coche los había devuelto al hotel. Ambos se sentían incapaces de separarse el uno del otro ni por un solo segundo, siquiera. Así que, decidieron compartir la habitación de Claire, que estaba mejor situada. Leon trasladó todas sus pertenencias allí, aunque prefirió mantener su habitación también, por si les hiciese falta.
—Huuuuuum… Esa ducha me ha sentado realmente bien —la pelirroja afirmó, en brazos de Leon, ambos tumbados en la cama, entre las sábanas.
—A mí, también. —Besó el cabello femenino, suavemente—. Deberíamos salir a dar un paseo —opinó, pensativo—. Nos hemos vuelto perezosos.
—¿Lo dices en serio? Creo que yo no había hecho más ejercicio en toda mi vida —ella respondió, sorprendida.
El rubio rió y buscó sus labios, cariñoso, para depositar en estos un suave beso. Claire, dominante, se sentó sobre el cuerpo de su amante a horcajadas.
—Eres mío, Leon Scott Kennedy. Y no vas a poder hacer nada por evitarlo —le dejó claro, arrogante.
—No quiero evitarlo.
La cogió por las muñecas y la atrajo hacia sí, pegándola a su cuerpo. Ambos se abrazaron, enamorados.
—Pero me gustaría llevarte a bailar, por ejemplo, o al cine, ya que no hemos podido hacer las actividades que nos habíamos propuesto, allá arriba.
—¿Tú sabes bailar? —Le dedicó una mirada escéptica, con picardía.
—Ponme a prueba, pelirroja —él respondió, molesto.
—Con mucho gusto. Bailemos…
Inmovilizó sus brazos pegados a la almohada. Y él se dejó hacer, complacido.
Clavando en su dulce compañera una mirada de adoración, el agente pensó que aquello era demasiado bueno para ser cierto. Que por estar con la mujer de su vida, valía la pena luchar con todas sus fuerzas, día tras día, para lograr cumplir noventa años. Y muchos más. Sus ojos le ofrecieron promesas de amor y devoción eternos. Y vio cómo estas eran correspondidas del mismo modo por la mirada entregada de la activista. Sí, por ella valía la pena vivir. Y moriría por ella, si fuese necesario, se juró, con auténtico placer.
Pasaron tres días, durante los cuales, prácticamente, no abandonaron la habitación del hotel. Se amaron sin descanso, una y otra vez, de todas las formas posibles. Las vacaciones de Leon estaban llegando a su fin. Y los dos salieron a dar un paseo por el bosque cogidos de la mano, sintiendo cierta tristeza por ello. Claire había decidido que se marcharía con él, si a él le parecía bien. A donde él quisiera. Pues todavía le quedaban unos cuantos días más para disfrutar de sus propias vacaciones. Aún no le había comentado nada al respecto. Pero esperaba, entusiasmada, que a él le gustase la idea.
Caminaban tranquilamente, abrazados por la cintura, contemplando el paisaje otoñal que los rodeaba. Sin pensar, Claire se deshizo de su abrazo y, como una niña, corrió hacia un montón de hojas caídas. Las cogió a manos llenas y las lanzó al aire, entre risas. Leon la observó hacer, con una sonrisa. De pronto, ella corrió hacia él, tiró de su mano y lo hizo caer sobre las hojas, divertida.
Pero algo salió mal, la pelirroja se dio cuenta inmediatamente después. Leon yacía en el suelo, boca arriba, completamente inmóvil, con los ojos cerrados. Parecía que, durante su caída, se había golpeado la cabeza con fuerza y había perdido la consciencia.
—¡Leon! ¡Leon! ¡Cariño! —intentó hacerle reaccionar, desesperada.
Acunó su cabeza entre sus manos, alarmada. Había comenzado a llorar.
—¡Leon! ¡Mi vida! ¡Despierta! ¡Te lo suplico! —insistió, angustiada.
Al ver que él no reaccionaba, lo dejó tumbado, con sumo cuidado, y se puso en pie, dispuesta a correr hacia el hotel como alma que lleva el diablo, en busca de ayuda. Sin embargo, la fuerte mano de Leon se lo impidió, agarrándola con fuerza y tirando de ella hacia sí, logrando hacerla caer sobre él, entre risas.
—¡Eres…! ¡Eres… ! ¡Eres un maldito capullo! —lo acusó, furiosa. Había pasado tanto miedo y angustia que creyó poder llegar a enloquecer.
Él la miró, sonriente.
—Siento ser tan capullo, en serio… —se disculpó, contrito.
De pronto, una chispa estalló en su cerebro. Y se quedó mirándola muy serio, como si el mundo se hubiera vuelto gris y cruel en cuestión de segundos. Ser un maldito capullo… un capullo… Casi se quedó sin respiración, sorprendido por la revelación que acababa de asaltar su mente. Él era el maldito capullo… él era el capullo… Y ella había ido allí no por mera coincidencia, sino en su busca, con intención de olvidarlo. Sintiendo que el mundo entero se había derrumbado sobre su corazón destrozado, la miró con rencor y con desprecio.
Al ver su mirada, la actitud de Claire cambió por completo. Ahora lo observaba, confusa.
—¿Has conseguido lo que viniste buscando aquí? —él le preguntó, con desprecio.
—Leon… N-no —se vio obligada a admitir. Era incapaz de pensar, tan sólo lo miraba con temor. Él lo había intuido finalmente, lo sabía, afirmó para sí, desesperada. Y la había malinterpretado por completo—. Pero...
—Qué pena... —La interrumpió con crueldad—. Me he comportado como un maldito imbécil, un crédulo y un incauto —afirmó, con rabiosa ironía. Se puso en pie y su mirada estaba llena de rencor, cuando continuó—. Pero sí que te has divertido a mi costa. Felicidades, Claire Redfield.
—Leon, no… —le suplicó, apenas en un susurro. La congoja le impedía hablar.
Intentó abrazarlo. Pero él la rechazó como si su contacto lo asqueara.
—Adiós. Espero no volver a verte en toda mi jodida vida —le dejó claro, con rabia.
Pasó ante ella rápidamente, vehemente y furioso. Y pronto la dejó atrás. Ella quedó estática, incapaz de dar un paso, siquiera. Agonizando de dolor, rompió a llorar y se dejó caer en el suelo, sobre las hojas marchitas que anunciaban la muerte del otoño.
Leon entró a su habitación en tromba, sin recordar que allí no quedaba absolutamente nada. Asqueado, se juró que no iba a recoger ni una sola de las pertenencias que había dejado en la habitación de Claire. Tenía las llaves de su moto; y eso, era lo único importante. Así que, iba a marcharse, decidido, cuando su teléfono móvil sonó y, al responder la llamada, la voz familiar de Ingrid Hunnighan se hizo escuchar.
—Hola, Leon. Necesitamos que adelantes tu regreso —la agente le pidió, con voz firme.
—Será un jodido auténtico placer —él respondió, del mismo modo.
—¿Ha sucedido algo? —ella quiso saber, preocupada.
—En absoluto. ¿Qué tienes, Hunnighan? —preguntó a su vez, decidido a entrar en materia sin perder ni un segundo más.
—Necesitamos que localices, secuestres e interrogues a un posible hombre de confianza del General Miguel Grandé, presidente de la República de Bajirib. Tenemos sospechas altamente fundadas de que Grandé está íntimamente relacionado con el bioterrorismo, a través del mercado negro —ella anunció, resuelta—. Su hombre ha sido descubierto en el Estado de Carolina del Sur.
—¿Transporte? —exigió saber, sin hacer más preguntas.
—Un helicóptero va de camino a recogerte, en este momento. Tienes media hora para prepararte.
—Me sobran veinticinco minutos. Envíame detalles.
—Inmediatamente. Y Leon… haz lo que tengas que hacer con él. Pero consigue las respuestas que necesitamos.
—Recibido.
Cortó la comunicación, sin añadir nada más.
Aquella misión le venía que ni pintada. De nuevo, de vuelta a la puñetera realidad. De nuevo, a hacer aquello que mejor se le daba. Jamás debió haberse dejado engatusar por esos ojos azules rabiosamente bellos, retadores, y esa sonrisa arrogante, que podía llegar a ser tan dulce como la miel. Jamás. Pero eso era agua pasada. Había aprendido por las malas, como siempre. Menuda novedad, se dijo para sus adentros, furioso.
Menos de media hora después, mientras Claire caminaba de camino al hotel, sintiéndose la mujer más desgraciada del mundo, vio cómo un helicóptero despegaba de sus inmediaciones. Y supo, sin atisbo de duda, a quién había venido a recoger. Sus peores temores se habían hecho realidad. Y ahora… ¿qué? Angustiada, pensó en Chris, su hermano. Sin duda, él tenía contactos en la B.S.A.A. que podrían ayudarla a localizar a Leon. Lo llamaría cuanto antes y le pediría el favor de que localizase al agente, estuviera donde estuviese. Debía hablar con él, tenía que contarle toda la verdad, la única verdad. Aunque ya no sirviera de nada. Pero él merecía saberla. Y fuera como fuera, ella se la contaría, de una vez por todas.
COMENTARIOS DE LA AUTORA
Dedico este capítulo a Belleredfield, quien ha añadido este fanfic a sus favoritos y a sus alertas.
manu: por el momento, no puedo meterme con más personajes de la saga, lo siento muchísimo. Casi no me queda tiempo ni para respirar. Y encima, acabo de comprarme RE Village y voy a jugarlo, si tengo coj... jeje. Bueno, mi marido me apoyará.
Un abrazo muy fuerte y hasta pronto, con todo mi cariño.
Rose.
