Capítulo 7 – Por qué aquí
Claire se revolvió en la cama una vez más, pensativa. Hacía más de una semana que su hermano no había vuelto a contactar con ella. Y más de un mes que no sabía absolutamente nada de Leon. Parecía como si al agente federal se lo hubiera tragado la tierra. Chris no había sido capaz de facilitarle su paradero. Aunque sí le había contado que, al parecer, se le había visto durante un breve lapso de tiempo en la India. Pero el capitán de la B.S.A.A. no había podido confirmar la veracidad de esta información. Chris había insistido mucho, una y otra vez, cada vez que ambos hablaron durante aquel mes pasado, en preguntarle para qué narices ella necesitaba localizar a aquel agente, en concreto, con tanta urgencia. Se había ofrecido a ayudarla con cualquier asunto que la ocupase, pensando que era a Terra Save, a la que incumbía. Pero ella rechazó su oferta de un modo en que él no sospechase, aunque no lo dejó muy convencido. Tras esto, ambos ya no habían vuelto a hablar, pues él había sido movilizado para una de sus misiones.
Si, realmente, Leon estaba o había estado en la India, aquello no pintaba nada bien. Los atentados bioterroristas que se habían producido en aquel país habían sido brutales. Que un experto en la neutralización de amenazas bioterroristas como él hubiese sido requerido en un país tan lejano, era señal de que aquel era un asunto muy turbio relacionado, de alguna manera, con WilPharma, la farmacéutica a la que Terra Save llevaba acosando, desde hace tiempo, para que publique los resultados de sus pruebas clínicas en la India. Si tan sólo se hubiese tratado de movimientos en el mercado negro por parte de los antiguos trabajadores de Umbrella, un agente como Leon no habría sido enviado allí. Sin embargo, estando WilPharma de por medio, intereses norteamericanos tan relevantes como los del Senador Ron Davis, uno de los principales accionistas de esta corporación farmacéutica, se veían comprometidos en el asunto. Y la cosa cambiaba por completo. De ser así, no le extrañaría que Davis hubiese movido todos sus contactos para que un agente como Leon fuese enviado a solucionar el tema de la India para que WilPharma se viese comprometida lo menos posible.
Sabía que debía poner a Terra Save en conocimiento de sus conclusiones, que tan sólo eran eso, conclusiones. Y todas ellas basadas en Leon, el hombre al que amaba y al que no quería comprometer de ningún modo. Ni siquiera ante la organización para la que ella misma trabajaba… y para la que quizá no volviese a hacerlo de nuevo.
Era perfectamente consciente de que la decisión que había tomado tras conocer la noticia, la llevaría a abandonar el activismo en Terra Save, y su reciente trabajo par la FDA, al menos durante un largo tiempo. Pero aquello no la preocupaba; sabía que algunos de sus compañeros podían relevarla con el mismo éxito que ella misma había obtenido, o quizá más, pues ellos estaban sobradamente preparados para hacerlo. Tendría el hijo de Leon, se dijo, resuelta. Realmente, no había otra opción para ella. Aquel bebé era un regalo inesperado que él le había dado sin saberlo; y se dedicaría a él por entero, con toda su alma. Tan sólo deseaba que la angustia que sentía, el dolor que la atormentaba por haberlo perdido, no afectase al desarrollo del bebé. Pero no podía hacer nada por dejar atrás aquel sufrimiento. Tan sólo podía seguir hacia delante, encontrarlo como fuera y… Si lo lograba, no sabía si darle la noticia de su embarazo, o qué decirle al respecto. Debía decidirlo todavía. Seguramente, él no tomase la noticia con ilusión, precisamente. Y eso la hundiría todavía más en el dolor.
Por el momento, debía pensar a corto plazo, se amonestó a sí misma, decidida. Aquel mismo fin de semana iba a producirse la Conferencia Internacional Farmacéutica en Hardville, donde vivía Chawla, una de sus compañeras en Terra Save a quien más apreciaba, quien se había retirado para cuidar de su sobrina, Rani. La pequeña se había quedado sin padres hacía un año, por culpa de un accidente bioterrorista. Quizá fuese un buen momento para visitarla; y para conocer a su sobrina Rani, de la que ella tanto y tan bien le había hablado. Y quizá, también, si sus sospechas sobre WilPharma eran correctas, podría hallar una pista fiable para poder localizar a Leon, se dijo, esperanzada.
Se durmió con aquel pensamiento en mente, un poco más calmada.
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En el aeropuerto de Hardville, Leon estaba hasta las narices de sujetos como Gregg, que se tomaban a broma los ataques bioterroristas. El grandullón no parecía un mal tipo. Pero aquella arrogancia que mostraba podía llevarlo a cometer algún descuido que costase muy caro a Angela o a él mismo. Y eso no estaba dispuesto a permitirlo. Así que, a la primera oportunidad, él se había encargado de ponerlo en su lugar. Y parecía que, tras el susto recibido con aquel zombi que atravesó el cristal como si de agua se tratase, el S.W.A.T. había logrado entender la gravedad de la situación, por fin.
Avanzó delante del grupo de rescate, decidido. Juraría que había escuchado una voz femenina entre todos aquellos sonidos guturales emitidos por los zombis. Apuntó su arma hacia el frente. Algo, o alguien, se había movido a escasos metros de donde ellos se encontraban. Encendió el foco de su escopeta, dirigiéndolo hacia el origen del movimiento. Si se trataba de un zombi, le daría la visión suficiente como para poder eliminarlo de un sólo tiro certero. Y si era un superviviente, lo cegaría, con lo que sabría de inmediato que se trataba de alguien no transformado por el virus.
Un cuerpo femenino cubrió su rostro de inmediato, con un brazo. Efectivamente, se trataba de una mujer, que enarbolaba un… ¿paraguas? «Por favor...», se dijo con asombro. Aquella mujer debía estar loca, si pretendía hacer frente a los zombis con un endeble paraguas. Algo se movió a su derecha y él dirigió su arma hacia el origen de aquel movimiento, distinguiendo a varios zombis que la estaban acechando, silenciosos, a los que, al parecer, ella no había detectado.
—¡Agáchese! —ordenó a la osada mujer, con voz firme.
Inmediatamente, ella hizo como él le había pedido, lo que le facilitó la tarea de acabar con estos rápidamente. Al menos, aquella loca mujer no era tonta, pensó con alivio.
Una vez neutralizados los engendros, volvió a centrarse en la mujer, para ayudarla.
—¿Leon? —una voz que conocía demasiado bien le preguntó. Y los ojos más bellos que había conocido nunca lo observaron, atónitos.
«Oh, Dios… ¿Por qué ahora? ¿Por qué aquí?», se lamentó para sus adentros, con todas sus fuerzas. Aun así, no podía permitirse anteponer sus sentimientos a su deber. No, en aquella grave situación. Así que, le ofreció la mano para que ella se pusiese en pie y le dedicó una mirada neutra, de 'agente'.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Claire Redfield quiso saber, sin dejar de mirarlo.
Él se dio cuenta de que los ojos femeninos habían brillado de alegría, al reconocerlo. Ella, realmente, se había alegrado de verlo. Y no sólo porque él acababa de salvar su vida. Sabía reconocer a la perfección cuándo una mujer lo miraba con deseo, con cariño o... con amor, como ella lo había mirado. Aunque, normalmente, ni siquiera se fijase en las miradas que las mujeres le dedicaban. Pero Claire Redfield era la mujer a la que amaba y, muy a su pesar, todo lo que ella pudiese hacer o decir, seguía siendo importante para él.
—Yo podría preguntarte lo mismo. Aunque, realmente, no me interesa saberlo —respondió, con voz fría.
Inmediatamente, pudo observar en sus ojos una chispa de sufrimiento. Le había hecho daño; y lo sabía. Pero hacerlo no le había producido placer, como tantas y tantas veces había imaginado en sus noches solitarias, llenas de dolor.
En absoluto silencio, ella los condujo hasta los demás supervivientes, incluido el Senador Davis, por quien, principalmente, él había sido enviado allí.
El agente expuso su plan de un modo metódico, totalmente profesional. Y Claire lo apoyó inmediatamente, en contra de aquel tipo arrogante y despreciable, a quien muchos americanos habían votado. Se pusieron en marcha sin más dilación y, por el camino, tuvieron que lamentar la baja de Gregg. El S.W.A.T. se había comportado como un auténtico imbécil, al principio de la misión. Pero de ningún modo merecía una muerte semejante. Su pérdida lo afectó, sin duda. Pero a Angela, lo hizo de un modo brutal. Aunque él la obligó a recomponerse, pues ambos eran lo único que los separaba a todos de una muerte segura. La rubia asumió su papel en todo aquel drama, de nuevo, y llegaron al corredor principal. De ahí hasta la salida, todo el camino era, prácticamente, en línea recta. Pero una línea recta plagada de zombis que los acosaban desde todas direcciones. Y cuyo número no paraba de aumentar.
No supo cómo, pero de pronto, Rani acabó al pie de los escombros que el avión accidentado había dejado al colisionar contra el edifico del aeropuerto. Y cómo no, vio cómo Claire corría inmediatamente hasta la niña, para protegerla. Aquella era la mujer valiente, osada y decidida que él tanto amaba, se dijo con angustia, para sus adentros. Y aquella mujer, ahora, se había puesto en peligro mortal, al intentar rescatar a la pequeña, pues no estaba armada. Vio cómo los zombis rodeaban a ambas, mientras él mismo era derribado por uno de estos, siendo obligado a luchar por su propia vida, para no ser mordido e infectado sin remedio.
En cuestión de segundos, se vio obligado a decidir cual era su prioridad: salvar a Claire y a la niña o salvarse a sí mismo. De inmediato, se dio cuenta de que no existía tal decisión. Salvaría a la mujer que amaba y a aquella niña inocente. Y si quedaba tiempo para él, se salvaría a sí mismo, también. Así que, revolviéndose como pudo bajo aquel cuerpo enloquecido de hambre mortífera y voraz, cogió una de sus pistolas y se la lanzó a la activista, gritando para llamar su atención.
Claire era fuerte, ágil, decidida y hábil. Él siempre lo había sabido. Confió en ella; y no erró. La mujer dio una patada brutal al zombi que tenía más cerca, tras lo que cogió el arma al vuelo y apuntó con esta al resto de engendros que las acosaban, logrando exterminarlos uno por uno. Sin piedad y sin fallar ni una sola vez. Aliviado, él ya pudo concentrarse por completo en salvar su propia vida. Así que, con fuerza, se quitó de encima al zombi que aún intentaba morderle, haciendo palanca con una de sus piernas apoyada en el pecho del engendro, para lanzarlo por encima de él, lejos de sí. Y luego acabó con lo que quedaba de su miserable vida, de un tiro certero en la cabeza.
—¿Estáis bien? —preguntó a la pelirroja, mirándola con urgencia.
—Por poco —ella respondió.
Y se guardó la pistola en uno de los bolsillos traseros de su pantalón para calmar a la niña, con cariño. Aquella niña que, quizá en un futuro ahora imposible, habría podido ser de ambos, él imaginó por tan sólo un segundo, con tristeza. Angela las ayudó a trepar hasta ellos, de nuevo. Y Claire le devolvió la pistola, mirándolo con cierto orgullo.
—Gracias —le dijo.
Cogió a la niña asustada en brazos, mientras él se guardaba la pistola en absoluto silencio, decidida a seguir luchando.
—¿Y el senador? —Claire preguntó, de pronto.
Maldita sea… aquel egoísta y cobarde había puesto pies en polvorosa, dejándolos abandonados.
—¡La luz! ¡Corred hacia la luz! —él gritó, urgiéndolos a que corriesen como desesperados, para salvar sus vidas.
Minutos después, todos salieron a salvo, protegidos por el fuego de cobertura de los marines, cuya autorización para actuar Hunnighan había conseguido del propio Presidente, con pericia. El miembro del ejército del General Grande, quien se había escurrido por los pelos antes de que él aterrizase en Hardville la ocasión anterior, acababa de ser capturado en Los Ángeles por el F.B.I. Aquello, realmente, era una buena noticia. Se moría por saber quién demonios estaba tras todos aquellos ataques bioterroristas contra los que él se vio obligado a combatir en la India. Y también el producido aquel día, en aquel lugar. Perseguiría al culpable hasta el mismísimo fin del mundo, si era necesario. Pero acabaría con toda aquella locura, fuera como fuera, se juró, una vez más.
