Capítulo 8 – Cuarzo rosa

Sentada en una silla plegable, dentro de una de las tiendas de campaña, Claire estaba desolada. Se sentía responsable, de algún modo, por las bajas ocasionadas por el brote del Virus-T en el aeropuerto, ya que, debido al acoso al que Terra Save había sometido a WilPharma, había resultado imposible suministrar la vacuna a los equipos S.W.A.T. que habían acudido a luchar contra aquella amenaza bioterrorista, con la consecuente muerte de Gregg. Leon le había confirmado que WilPharma no era la responsable de la infección en la terminal, sino la que había desarrollado la vacuna para poder contrarrestarla. En este caso, Terra Save se había convertido en parte del problema, no de la solución. Aquello logró que, por un momento, se replantease todo su trabajo. Realmente, ¿aquella situación podía empeorar?, se lamentó con tristeza. Pues sí, comprobó, con gesto de derrota; podía empeorar. Inesperadamente, Leon había entrado en la tienda y se había quedado parado en la puerta, en silencio, frente a ella.

—Al final hemos empeorado las cosas —ella se lamentó, incapaz de mirarlo a los ojos. Se sentía derrotada, no podía seguir luchando, no contra él.

Sin embargo, el agente no la machacó con reproches, como ella había esperado.

—No es verdad —él negó, rotundo—. Los malos son los que han usado el virus. Pero peores son los que lo crearon. Hace siete años, la vida cambió para siempre gracias al virus de la Corporación Umbrella. Umbrella cayó. Pero su legado viral sigue extendiéndose —le recordó, con seriedad—. Pienso borrar ese virus de la faz de la Tierra.

Ella lo miró, esperanzada.

—Tú has escogido el papel de rescatadora, no de luchadora como yo. Has escogido el camino que tu hermano y yo no pudimos seguir. No te has equivocado.

—Gracias, Leon —respondió, de todo corazón. Aquellas palabras significaban mucho para ella, viniendo de él.

—¿Fue cierto, Claire? —él la sorprendió al preguntar, de pronto—. Todo lo que tú y yo vivimos, ¿fue cierto? —quiso saber, traspasando sus ojos con una mirada seria, profunda.

Claire se dio cuenta de que él apretaba los puños con fuerza, como si intentase contenerse de hacer algo o decir algo. Asintió levemente con la cabeza, mirándolo con tristeza.

—Lo fue. Todos y cada uno de los segundos que tú y yo vivimos, lo fueron —afirmó, melancólica—. Te amo, Leon.

De súbito, una fuerte explosión se escuchó fuera de la tienda. Claire se puso en pie inmediatamente y corrió para ver qué había pasado. Leon la aguardó en la puerta y, antes de que ambos salieran, cogió una de sus manos y depositó algo en esta, cerrándola con fuerza después. Tras esto, ambos salieron a la carrera y se encontraron con Angela, quien observaba una enorme bola de fuego procedente de los camiones que llevaban toda la vacuna que había llegado desde WilPharma. Así que, Claire no tuvo tiempo de ver qué era lo que él le había dado. Tan sólo lo siguió apretando en su puño cerrado, con todas sus fuerzas.

Minutos después, Leon siguió a Angela, en silencio, cuando ella se marchó. Seguramente, temía por ella, ya que el nombre de su hermano mayor, Curtis Miller, había sido puesto en entredicho como parte del grupo terrorista que había provocado toda aquella tragedia. Como bien él había dicho, él era un luchador; y en aquella ocasión, también había elegido luchar. Sin embargo, a ella correspondía hacer todo lo posible por intentar enmendar el terrible error que Terra Save había cometido. Sin embargo, no pudo evitar pensar, sintiendo desazón, que él se había marchado con Angela, no con ella. ¿Pero qué podía haber hecho ahora con ella?, se preguntó, con ironía. Nada, absolutamente nada. Desterrando aquel pensamiento egoísta de su mente, fue en busca de Frederick Downing, jefe de investigación de WilPharma. Él parecía un hombre honrado y cabal. Quizá ella pudiese serle de ayuda.

Downing negó que pudiese ayudarlo. Aun así, la animó a acompañarlo a las instalaciones que Wilpharma tenía en Hardville, amablemente. Al llegar a los laboratorios situados en un rascacielos circular, Claire se maravilló por la magnífica vista de una cúpula aérea que se sostenía como si fuese por arte de magia, sobre un patio interior cubierto de naturaleza en su base y surcado por numerosos pasillos situados a diferentes alturas, que conectaban la circunferencia a modo de diámetros. Pero lo cierto era que allí, lo único que no había, era magia. La cúpula se sostenía, tan sólo, debido a la diferencia de presión existente entre el aire del interior del edificio, y el del exterior. Creyó haber entrado en otro mundo, en otra dimensión. Downing le ofreció una taza de té, nada más ambos hubieron entrado a su despacho, situado en la zona destinada a oficinas de investigación y a salas de reunión. Aquel hombre se mostró amable, sumamente amable, con alguien que, como ella, pertenecía a una organización que se había dedicado a hacerle la vida imposible. Aquello, de algún modo, la intranquilizó.

El dichoso senador lo había llamado para advertirle de que no le enseñase nada. ¿Nada, de qué? Para su sorpresa, Downing le mostró en su ordenador el Virus-G, una variante del Virus-T obtenida en el mercado negro, que él había usado para diseñar su vacuna. Aquello era una auténtica bomba… Él le había asegurado que, ni siquiera la corporación lo sabía. Aunque el senador Davis sí que estaba al tanto de esto. Le había revelado que el propio Davis era miembro del comité que ordenó bombardear Raccon City…, recordó aún asombrada y alucinada. Y el muy cínico, ahora, le había ordenado destruir el Virus-G por no haber sido capaz de rentabilizarlo. Leon debía conocer toda aquella información, fue lo primero que ella pensó, tras recibirla. Así que, lo llamó, rogando con todas sus fuerzas que en aquella ocasión él cogiera el teléfono, pues llevaba sin atender sus llamadas constantes desde que la abandonó en Mirror Lake.

—Claire, ¿qué ocurre? —la voz del agente se hizo escuchar, inmediatamente después.

—Leon, tienes que venir a WilPharma ahora mismo —le pidió, con voz urgente—. Tienen el Virus-G. Iban a fabricar una vacuna al igual que con el Virus-T, pero el Senador Davis acaba de llamar a Frederick para que se deshaga de él.

—¿Está ahí Frederick? —Leon preguntó, pensativo.

—Acaba de ir a arreglar el servidor.

—O puede que haya ido a deshacerse del virus —dijo, con toda intención.

—No creo…

El teléfono de la oficina de Downing sonó y ella se acercó a este, dispuesta a cogerlo.

—¿Claire?

—Hay una llamada desde dentro del edificio. No cuelgues.

Ella escuchó en silencio, alarmada. Era Downing, quien le avisó de que alguien había puesto una bomba de relojería en el Nivel Cuatro que iba a estallar inmediatamente. La urgía a salir del edificio cuanto antes. No tuvo tiempo de reaccionar, pues una fuerte explosión la derribó, haciéndole perder la consciencia durante unos segundos. Cuando despertó, comprobó, sorprendida y asustada, que toda la pared que separaba el despacho del jardín interior había desaparecido. Desde donde estaba, podía ver el resto del edificio por la parte de dentro. La mayoría de las paredes interiores habían sido destruidas, al igual que la de aquel despacho. De pronto, un dolor lacerante en su pierna izquierda la alarmó y buscó su origen, preocupada. Un enorme cristal se había clavado en esta y permanecía aún incrustado. Emitió un quedo gemido, no por ella, sino por el bebé que estaba en camino. La pérdida de sangre no podía ser buena para él. Sin embargo, no podía dejarse vencer, no podía perder a su bebé; ni tampoco morir allí. Resuelta, se arrancó el cristal de un fuerte tirón, sintiendo un dolor espantoso en la pierna. Pero no le importó. Mirando a su alrededor, cogió una barra de madera que se había desprendido de uno de los armarios y la hizo servir de apoyo. Decidida, se puso en pie y caminó fuera del despacho, hacia los ascensores.

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Leon escuchó un fuerte ruido y sintió que su corazón se detenía en su pecho, lleno de angustia.

—¡Claire! ¡Claire! —gritó con todas sus fuerzas, alarmado.

—¿Qué ocurre? —Angela quiso saber, a su lado, mirándolo a la expectativa.

—¡Mierda! No lo sé. Se ha cortado. Tenemos que ir a WilPharma, ahora —dejó claro a su compañera, quien asintió con la cabeza, conforme.

Tardaron escasos minutos en alcanzar los laboratorios y, al llegar al edificio principal, comprobaron en el panel holográfico informativo que varias secciones habían sido bloqueadas. El panel indicaba una vía de escape segura, que él memorizó inmediatamente. Angela propuso que ambos se separasen y él estuvo de acuerdo con ello, aunque le recordó que no se hallaba sola en aquel lugar, ni en la tarea de localizar a su hermano y de detenerlo. Su corazón le gritaba, desesperado, que su única prioridad era encontrar a Claire con vida. Si la perdía, todo para él habría terminado; y lo sabía. Y aunque no podía pensar de ese modo, pues demasiadas vidas estaban en juego, fue incapaz de quitarse esa idea de la cabeza.

Entró en el Área Cero pistola en mano, atento a cualquier movimiento que se produjese cerca de él. Si había cundido la alarma en aquel laboratorio, no era extraño que el Virus-T, o el Virus-G, o ambos, se hubiesen liberado, esparciéndose por el edificio y convirtiendo en zombi a todo aquel que alcanzasen. Se dirigió a los ascensores con el fin de descender hacia el origen de la fuga, pensativo. Había sido vacunado contra el Virus-T en la terminal del aeropuerto. Pero no lo estaba contra el Virus-G, totalmente desconocido para él y para todo aquel que no fuesen Frederick o Davis. Sin embargo, aquello no lo detendría, se dijo, resuelto.

—¡Leon! —escuchó cómo la voz anhelada de Claire lo llamó con urgencia.

Desvió su mirada hacia el origen de la voz, desesperado. Dios… ella caminaba cojeando, apoyada en una larga barra de madera, observó. Corrió para alcanzarla como alma que lleva el diablo.

—¿Qué ha pasado? ¿Y Frederick? —le preguntó, preocupado.

—Me estaba contando que ha encontrado una bomba en el nivel cuatro y… ¡Ah! —gritó de dolor, de pronto.

Él observó la herida que ella llevaba en la pierna, alarmado.

—Es una herida muy fea. Tenemos que salir de aquí —dijo, dispuesto a levantarla en brazos y a alejarla de todo aquel desastre como fuera.

Sin embargo, la valiente pelirroja se negó. Buscó su mirada, decidida.

—Estoy bien. Escúchame. Curtis ha estado aquí, le he visto. Ha salido del Área Cuatro, donde guardan el Virus-G.

Él deseaba decirle que le importaba una mierda que Curtis estuviese allí, ni lo que había hecho. Tan sólo quería ponerla a salvo. Pero no era así. Su responsabilidad era detenerlo. Y ese también era su juramento. Había jurado luchar contra el bioterrorismo incluso en el mismísimo infierno, si fuera necesario. No podía abandonar ahora. Así que, completamente dueño de sí mismo y de sus deseos, tomó la única decisión que podía ser correcta para él. Y le reconfortó saber que ella estaba totalmente de acuerdo con la decisión que había tomado. La ayudó a caminar hasta el ascensor más cercano y ambos se dirigieron hacia el pasillo donde ella podría coger el ascensor que la llevaría a la salida. Al abrirse las puertas de este, varios zombis, sin duda investigadores del laboratorio transformados, se abalanzaron sobre ambos. Y él los destruyó de varios tiros certeros en la cabeza. Investigó el resto del pasillo con la mirada. Despejado.

—Atraviesa este pasillo. Coge el ascensor AD-2. Te llevará a la salida —le ordenó. En eso sí que no iba a admitir una negativa por su parte. Ella estaba herida. Y debía salir de allí fuera como fuera.

—De acuerdo —la pelirroja aceptó, conforme. Salió del ascensor, decidida.

Y él exhaló con fuerza en su interior, aliviado.

—Claire. Que no te maten —fue lo único que se vio capaz de pedir a la mujer que tanto amaba, sin embargo.

—Vale, está hecho. —Le guiñó un ojo para darle ánimo.

Cuando las puertas del ascensor los separaron, él negó con la cabeza, frustrado. En ocasiones, había llegado a pensar que aquella rebelde pelirroja era un caso perdido. Tan osada, impulsiva, arriesgada, vehemente e impetuosa. Sin embargo, siempre llevaba a su vida la alegría que a él le faltaba. Y era una gran mujer; la mejor. Ella le había asegurado que lo amaba. Y eso contaba. Tenía que contar. Decidido, pulsó el botón que lo llevaría directamente al Área Cuatro, a la batalla.

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Ya a solas después de haber acabado con un par de zombis que se cruzaron en su camino, disparándolos con la pistola que Leon le había proporcionado, Claire recordó que había guardado en uno de los bolsillos de su chaqueta aquello que Leon le había dado, sin mirarlo siquiera, debido a la gravedad y urgencia de toda aquella situación. Y también por miedo a saber qué era, se confesó, nerviosa. Ahora que lo había reencontrado y que él la había protegido, mostrándose nuevamente preocupado por ella, estaba preparada para verlo. Con cuidado, metió una mano en el bolsillo y sacó un objeto pequeño que amenazó con escurrirse entre sus dedos. Era una cadena de oro con un pequeño colgante de cuarzo rosa en forma de corazón. Lo observó, sorprendida. Y las lágrimas la abordaron sin darle opción a poder evitarlas. Instintivamente se acarició el vientre, aún plano. Se abrochó la cadena al cuello, enamorada. Y continuó su camino hacia el ascensor. Pronto lo alcanzó y entró en este. Pero cuando iba a pulsar el botón que la llevaría hacia la salida, vio un panel informativo, donde indicaba que desde allí también podía dirigirse a la sala de control de todo el edificio. Nada más ver esta información, supo que no podía marcharse sin más. El hombre al que amaba había descendido hacia los infiernos para luchar contra los transformados por ambos virus y para poder recabar las pruebas que necesitaban con el fin de detener a los culpables de toda aquella tragedia. Lo que ella debía hacer, ahora, era hallar el modo de ayudarlo. Y no huir como una cobarde, se aseguró, decidida. Rápidamente, pulsó el botón que la llevaría a la sala de control.


COMENTARIOS DE LA AUTORA

Hola a todos.

Voy a publicar tres capítulos seguidos. Estoy pasando por un momento complicado, tanto de salud como de trabajo.

Así que no voy a hacer dedicatorias.

Agradezco a todos los que seguís el fic que continuéis a mi lado.

Con cariño.

Rose.