Capítulo 9 – … qué era él en su vida...
Claire salió de las instalaciones de WilPharma, finalmente, esperanzada. Ya no podía hacer más por Leon. Así que esperaba que él, con la profesionalidad que lo caracterizaba, lograse el éxito de nuevo. A través de las cámaras del centro de control, lo había visto librarse de la explosión que había hecho temblar el complejo hasta los cimientos. El sistema informático que controlaba el edificio había verificado que los virus ya no infectaban el recinto, con lo que los pisos superiores estaban aislados de los inferiores, dedicados a experimentos; pero no destruidos. Así que, tanto él como su compañera deberían salir sanos y salvos, también. Aunque, hasta que no lo tuviese a su lado, no se quedaría tranquila.
Indignada, vio cómo el orondo senador Davis descendía de un helicóptero, asistido por sus guardaespaldas. Se acercó a él, dispuesta a hacerle confesar que había sido él, quien había ordenador destruir todas las pruebas de la existencia del Virus-G, como en Raccoon City. Con rabia, lo acusó de haber causado el incidente del aeropuerto de Hardville con el fin de que WilPharma pudiese usar la vacuna que desarrolló. De este modo, esa corporación recuperaría el favor del público. Y él aseguraría su inversión.
Sin embargo, el senador la miró como si se hubiese vuelto loca. Le aseguró que lo único que había pedido a Frederick era que no le mostrase demasiadas cosas. Y quiso saber qué demonios era el Virus-G.
Ella iba a continuar machacándolo, furiosa, cuando la voz que tanto anhelaba escuchar, se oyó acercándose a ambos.
—Dudo que él supiera gran cosa —Leon afirmó, convencido. Acababa de salir de las instalaciones, junto a Angela.
—¡Leon!
Se alegró tanto de verlo sano y salvo, que se habría lanzado a sus brazos en aquel mismo momento, si él no hubiese llegado junto a la S.W.A.T. Así que, se contuvo. Los había viso a través de las cámaras del centro de control. Lo había observado salvarla, aún a riesgo de su propia vida. Y los había visto cogidos de la mano, después. Era evidente que Angela sentía algo por él. ¿Y él por ella? Quizá era demasiado tarde para que él desease volver a su lado, se lamentó, con tristeza.
—El enlace ha hablado con el General Grande. Parece que nos engañó a todos, al senador incluido; era su tapadera —el agente explicó.
—¿A quién te estás refiriendo? —quiso saber, mirándolo desconcertada.
En aquel mismo instante, el enorme reloj exterior sonó marcando la hora. Recordaba ese sonido. Era el mismo que ella había escuchado cuando Frederick la llamó a su oficina, advirtiéndole de la existencia de una bomba de relojería. Después, la comunicación se cortó. Buscó a su alrededor con la mirada. Había una cabina telefónica pública en el exterior del edificio… con el cable del auricular cortado. Frederick la había engañado… se lamentó, sintiéndose una ingenua.
—No puede ser…
—Lo estamos rastreando, Claire. Lo encontraremos —Leon le aseguró, convencido.
Caminó hasta ella y la enfrentó, con mirada dura.
—Y ahora, vas a acompañarme al hospital, sí o sí —le dejó claro, severo—. Angela, en cuanto sepamos el paradero de Downing, te lo haré saber para que participes en su detención —dijo a su compañera, desviando su atención hasta ella, por tan sólo un momento, sin darle opción a responder.
Cogió a Claire por una mano y prácticamente la arrastró hacia un helicóptero que acababa de aterrizar en las inmediaciones del recinto, para recogerlos. Claire no pudo más que seguirlo, sorprendida. De camino hacia el hospital, pensativa, ella no dejó de admirarse de todos los medios que el Gobierno ponía siempre a su disposición, siempre que él los necesitaba.
Escasos minutos después, el helicóptero aterrizó en la azotea de un gran hospital, en Hardville. Ambos bajaron de este y Leon dio las gracias al piloto, con un gesto amable. Leon la condujo dentro del edificio; se notaba que él sabía perfectamente a dónde iba. Dentro, una enfermera los estaba esperando y los guió hasta una de las consultas, donde un médico los aguardaba. Claire se maravilló de que ninguno de ambos les hubiese hecho preguntas. Seguramente, se dijo, ellos también trabajaban para el Gobierno; al menos, en ocasiones 'especiales' como aquella.
Inmediatamente, el médico se apresuró a retirar el vendaje que cubría la herida de Claire. Tras esto, cortó el camal de su pantalón por encima de la herida y la observó, concentrado. Retiró toda la sangre y la curó con maestría.
Junto a la puerta, Leon observaba la escena atentamente, cruzado de brazos.
—Va a necesitar puntos de sutura —el médico le dijo, pensativo—. Voy a recetarle antibióticos que prevengan la posible infección y…
Inmediatamente, ella le interrumpió, negando con la cabeza, tajante.
—No puedo tomar antibióticos. Estoy embarazada —confesó, angustiada.
El médico asintió con la cabeza, haciéndose cargo de la situación, pensativo.
Nerviosa, Claire buscó la mirada de Leon. Por fin le había soltado el bombazo. Y sin anestesia. Fue entonces cuando, sorprendida, se dio cuenta de que él había salido del cuarto. La había dejado sola, de nuevo; ahora que tanto lo necesitaba. Desolada, permitió que el doctor cosiera su herida y le proporcionase las indicaciones pertinentes para que esta curase sin complicaciones. Se puso en pie y los puntos de sutura le tiraron. Pero fue capaz de caminar apenas sin cojear. Dio las gracias al doctor, amablemente, y salió de la consulta, sintiéndose destrozada, dispuesta a buscar un taxi que la llevase de regreso a casa de su amiga.
Sin embargo, su sorpresa fue mayúscula cuando halló a Leon en el pasillo, con la espalda apoyada contra la pared. Tenía el rostro blanco como la cera y parecía respirar con dificultad.
—¿Por qué te has marchado? —no pudo evitar preguntarle, temerosa de su respuesta.
Él busco su mirada con semblante preocupado.
—Estaba hiperventilando, Claire. No querrías que cayese redondo ahí dentro —objetó, molesto. Parecía un cachorrito desvalido—. Vamos en busca de un ginecólogo, por favor. Asegurémonos de que el bebé y tú estáis bien —le pidió, casi le rogó, mirándola con súplica.
Emocionada, ella se abalanzó sobre él y se abrazó a su cuerpo con todas sus fuerzas. El rubio la estrechó entre sus brazos, cuidadoso como si de un frágil cristal se tratara, adorándola con la mirada.
En ese momento, sonó su teléfono, avisándole de que había recibido un nuevo mensaje. Él lo leyó, concentrado.
—Han localizado a Frederick. Debo marcharme —le dijo, con voz grave, separándose de ella con cuidado.
—Te acompaño —Claire se ofreció, decidida—. No sangro. Y no me duele nada. El bebé está bien. Lo sé.
—Basta de heroicidades —le ordenó, rotundo—. Sé que nos salvaste, a Angela y a mí, cuando hiciste disminuir la presión en la plata de WilPharma, para que pudiésemos enfrentar al monstruo en que su hermano se había convertido y escapar con vida. Y te juro que te lo agradezco. Pero se acabó —le dejó claro, tajante.
—No se acabó. Ese maldito se ha burlado de mí, me ha utilizado —declaró, con rabia, cruzándose de brazos, desafiante—. Quiero estar delante de él cuando pague por ello. Quiero que sepa que no ha podido conmigo —añadió, belicosa.
Frustrado, él negó con la cabeza.
—Más vale que estés conmigo. Al menos, así sé lo que estás haciendo —aceptó, resignado—. Pero si vienes, harás lo que yo te diga —le advirtió, severo—. Y nada más concluyamos la operación, te someterás a un chequeo médico completo. ¿Entendido?
—¿Eso es una orden, general?
—Lo es —afirmó, no entrando al trapo de su provocación.
Lo besó dulcemente, cariñosa, temiendo que él la rechazara. Pero el rubio correspondió a su beso del mismo modo.
—Vayamos, entonces. Me han dejado un coche aparcado en la entrada del hospital.
—¿Angela estará allí, también? —preguntó, inquieta.
—Por supuesto. Se lo debo por su hermano.
Ella asintió, conforme. Y ambos caminaron hacia la salida, resueltos.
Todo terminó mucho más rápidamente de lo que ella había esperado. Al aparcar el coche a escasos metros donde Frederick se encontraba, en un descampado abandonado y protegido por la negra noche, Leon fue muy astuto al enfocar al traidor con toda la potencia de los faros. Con lo que él, desconcertado, no se dio cuenta de que había caído en una trampa hasta que fue demasiado tarde. Ella creyó que Angela iba a matarlo por venganza, cuando lo apuntó con un arma por la espalda, cogiéndolo desprevenido. Sin embargo, cuando el cobarde rogó por su vida, ella disparó una pistola completamente descargada. El F.B.I. detuvo a Frederick y Angela se marchó. Leon se encargó del maletín que contenía las pruebas del delito cometido y ambos abandonaron el lugar, también.
Sin embargo, Leon la llevó a casa de Chawla, donde ella le indicó. Y se fue inmediatamente después, alegando que debía hacer llegar las pruebas recabadas a las autoridades pertinentes. Ella sabía que él no le había mentido. Lo que temía es, que no le hubiese contado toda la verdad, que se hubiese librado de ella alegando el cumplimiento ineludible de su deber. Ambos apenas habían hablado, no habían dejado nada claro, en su relación. Pero, ¿realmente existía esa relación? Se sentía confundida, temerosa, preocupada… Quizá todo el amor que ella había creído ver en aquellos ojos azules tan profundos como el océano, no fuese más que una ilusión. Pero ahí estaba el collar que él le había regalado. ¿Qué tenía que hacer, entonces?
Recordó que sus decisiones pasadas, drásticas e impetuosas, la habían llevado a su lado. Pero también le habían hecho perderlo. Así que, intentó serenarse y decidió que esperaría un tiempo prudencial. Confiaría en él y le daría tiempo para que zanjase todo el asunto correctamente. Y entonces, si él no se ponía en contacto con ella, lo buscaría para mantener una última conversación sobre todo lo sucedido, sobre todo lo que ambos habían vivido, sobre su hijo en común. Acarició el corazón del colgante, melancólica. Y se acostó.
Su decisión era firme. Aun así, casi no pudo dormir. Si debía dejar transcurrir dos o tres días de aquel modo, iban a ser unos días muy largos, se lamentó. Sin embargo, a primera hora de la mañana siguiente sonó su teléfono y era Leon, quien la llamó. Ella cogió la llamada inmediatamente. Le daba igual si él pensaba que lo había estado esperando con impaciencia; porque esa era la única verdad.
—¿Has descansado? —fue lo primero que el rubio le preguntó, con voz grave.
—Lo siento, Leon, apenas he podido hacerlo —respondió, sincera.
Hubo silencio del otro lado, durante unos segundos.
—¿Te sientes con fuerzas para acompañarme a hablar con Angela? Quiero contaros a las dos todo lo que hemos podido averiguar sobre el terrorismo provocado por Frederic.
Ella sonrió, enternecida.
—Estoy embarazada, no enferma —le dejó claro, con voz seca.
—Lo sé. ¿Vas a acompañarme? —preguntó, del mismo modo.
—Sí, por favor —pidió, suavizando el tono de su voz. Los nervios la habían puesto a la defensiva de nuevo, se lamentó, enfadada consigo misma.
—Perfecto. Pasaré a por ti en media hora. Y Claire…
—Dime.
—Ni se te ocurra marcharte de casa sin desayunar. ¿Entendido?
—Entendido, papá —aceptó, con cierto reproche. Parecía que él la estuviese tratando como si fuera su padre, y no su…
Dios… ni siquiera sabía qué lugar ocupaba él en su vida…
—No me jodas. Te veo en media hora.
Él colgó la llamada inmediatamente después.
