Capítulo 10 – Para siempre

Una hora después, Leon y Claire se reunieron con Angela en lo alto de una colina, desde donde se podía contemplar la ciudad de Hardville al completo.

La vista era alucinante, Claire pensó. Pero aún lo era más la figura de Angela vestida de civil. Aquella mujer era exuberante. Y más, con ese vestido de gasa que se mecía con el viento, caprichoso, y aquel escote que daba pie a imaginar unos senos voluptuosos. Estaba claro que la bella rubia se había vestido para la ocasión; al menos, lo estaba para ella. Angela miraba Hardville, pensativa, cuando Leon y Claire se situaron a su espalda.

Tras saludarla con una amable sonrisa, Leon se limitó a contarles las novedades sobre el caso de Frederick, con voz profesional. Les contó que él había confesado ser el culpable de proporcionar el Virtus-T a los terroristas de la India, haciendo de enlace en el mercado negro. Él era un antiguo trabajador de Umbrella, que robó el Virus-T y el Virus-G y escapó con estos justo antes del desastre de Raccoon City. Pero él sabía perfectamente que tan sólo podría vender el Virus-G junto con la vacuna. Por ello, borró su pasado, encontró trabajo en WilPharma y consiguió acceso restringido a los laboratorios de investigación.

—Se permitió el lujo de buscar clientes potenciales mientras elaboraba la vacuna —Leon continuó—. Así, se topó con el General Grande. Todos los incidentes terroristas eran demostraciones preparadas como muestra para el General Grande, como si se tratara de una preventa —él explicó, con voz neutra.

A Angela, saber esto no le gustó. Afirmó, con rabia, que su hermano Curtis no fue más que otro peón en aquella partida de degenerados. Claire no sentía especial simpatía por ella. Aún así, se sintió en la necesidad de intentar consolarla, afirmando que su hermano, aunque de otro modo, tan sólo quería lo mismo que todos ellos: acabar con el bioterrorismo y con todo el dolor que este causaba.

La rubia se giró para mirarla, al escuchar sus palabras. Claire no supo si lo que le había dicho, en realidad la había ayudado. Sintió que la mujer tampoco la admiraba a ella, precisamente.

Después, Angela miró a Leon fijamente. Y él le mantuvo la mirada, en silencio.

El busca del agente sonó, con insistencia, rompiendo aquel momento entre ellos que a Claire pareció tan íntimo. Diligente, Leon leyó el mensaje recibido.

—Tengo que irme —afirmó, con voz seria.

—Vale —Angela aceptó.

—Ya nos veremos. —se despidió. Y le dio la espalda, dispuesto a marcharse.

Claire se giró, también, para irse junto a él. Su amiga Chawla se había ofrecido para llevarlos a ambos allí, cuando el coche que Leon había conducido hasta su casa se negó a arrancar de nuevo, una vez la hubo recogido.

—¡Leon! —la voz de Angela llamó su atención, a sus espaldas. Ambos se giraron para mirarla—. ¿Podríamos… volver a hacer submarinismo juntos?

—Me siento muy honrado por tu propuesta. Pero me temo que no. Lo siento. Todo el tiempo libre del que disponga a partir de ahora, será para mi novia y para nuestro hijo —él dejó claro, devolviéndole una sonrisa amable pero firme.

La exuberante mujer lo miró con ojos desorbitados por la sorpresa. Al igual que Claire, por un momento, quien hizo un pequeño gesto de disgusto, constatando que Angela estaba loca por él. Sin embargo, Leon cogió a la pelirroja por una mano y tiró de ella, para que ambos se marchasen.

—Oye… ¿Cuándo habéis hecho submarinismo? —Claire le preguntó, suspicaz.

Él fijó en sus ojos una mirada profunda.

—No te preocupes. Lo más importante es, ¿confías en mí? —le preguntó, solemne.

—Por supuesto que confío en ti, Leon. Y siempre lo haré —afirmó sin dudar, mirándolo sorprendida. No había esperado aquella pregunta.

—Perfecto. Entonces, te lo contaré cuando tú y yo dispongamos de un rato a solas, tranquilo, para poder hablar, pelirroja.

—Entonces… ¿has querido decir que yo soy tu novia? —volvió a preguntar, deteniéndose para que él pudiese mirarla a los ojos, también.

—Te has puesto el colgante que te regalé. Así que, tú me lo dirás. ¿Lo eres? —él preguntó a su vez, molesto, devolviéndole una mirada a la defensiva.

—¡Me abandonaste! —ella gritó, de pronto, harta de aquel enfado que, en él, parecía estar siendo eterno.

—¡Me mentiste! —él contraatacó, del mismo modo, con indignación.

—¡Yo no te mentí! ¡Te amo, Leon! ¡Y siempre te he amado! ¡Todos los sentimientos que mostré por ti fueron auténticos! ¡Pero tú jamás me has dicho que me amas! ¡Nunca! ¡Jamás me has dicho lo que sientes por mí! —le reprochó, sintiendo que ya estaba bien de poner paños calientes, con él. Si no la quería, que lo dijera. Y punto.

—Me están esperando. Este no es momento ni lugar para discutir sobre este tema.

—¿Eso es lo que es nuestro amor para ti? ¿'Este tema'? —añadió, mirándolo con desprecio.

—No pienso dejarme manipular, Claire. ¿Vienes o te quedas?

—Me está esperando una limusina.

—Pues no la pierdas. Te llamaré para saber cómo han salido las pruebas médicas. Porque te las vas a hacer. Eso, por mis narices. Que disfrutes de tus vacaciones.

Continuó caminando y la dejó atrás.

—Sigues tratándome como a una niña —le reprochó alzando la voz, enfadada.

Totalmente sorprendida, ella lo vio regresar a su lado y mirarla con tanto sufrimiento, que incluso dolía verlo.

—Tienes razón, Claire. Si lo hago, es porque tengo miedo —confesó, con el corazón en la mano—. De nosotros, tú eres la fuerte, no yo. Tú eres quien afronta el peligro para salvar a los demás, sin pensar en las consecuencias. Tú eres la valiente, la impetuosa, la osada. Tú eres quien lleva a nuestro hijo en su seno, luchadora, cuando yo no hago más que casi desmayarme por los rincones, pensando qué cojones de padre él o ella va a tener cuando sea mayor, si es que sigo vivo para entonces. Siento decepcionarte, pero yo no soy quien tú crees que soy.

Claire lo vio dirigirse hacia el helicóptero que lo estaba aguardando, de nuevo, alucinada. Se había quedado sin palabras.

Desde el coche donde Chawla y Rani la esperaban, la mayor le hizo un gesto brusco con la mano para que no lo dejase marchar de ese modo, para que lo acompañase. Claire dudó, aún enfadada. Y su excompañera insistió con más gestos vehementes, frustrada, pensando que la pelirroja, en algunos aspectos, era de lo que no hay dos; y gracias.

—¡Leon! —Claire gritó, de pronto, cuando el agente estaba a punto de subir al helicóptero.

Él se giró y la miró, a la expectativa.

—¿Puedo acompañarte? —le preguntó, dirigiéndole una mirada enamorada.

—Por supuesto.

Ella se apresuró a alcanzarlo y él la ayudó a subir al aparato, amablemente. Una vez hubo cerrado la puerta, el agente se sentó en uno de los asientos traseros, en silencio. Y Claire se sentó a su lado.

—¿Dónde quieres que te dejemos? —le preguntó, observándola con seriedad, una vez el helicóptero hubo despegado.

—¿Podría…? He pensado que podría alojarme en Washington, en un hotel. Me gustaría… Quisiera estar cerca de ti, si te parece bien —se atrevió a proponer, decidida a luchar por él.

Durante unos segundos que a ella parecieron eternos, él la observó con mirada fija, en absoluto silencio.

—No pienso criar a nuestro hijo en un hogar desestructurado, Claire —afirmó con voz seria, después.

Sacó un llavero con varias llaves del bolsillo de sus pantalones y se lo entregó.

—Mi casa es tu casa. Te acercaremos todo lo posible. Después, pediré un vehículo que te lleve —dijo sin más.

Ella buscó sus ojos, totalmente cogida por sorpresa. Se sentía tan emocionada que, por un instante, incluso se olvidó de respirar. Así que, tomó aire con fuerza.

—¿Estás bien? —le preguntó, mirándola preocupado.

Claire acarició su rostro con tanta devoción, que él suspiró, sin darse cuenta.

—Leon… Me encanta cuando me pones objetos misteriosos en la mano. ¿No tienes nada más, para darme? —le preguntó en broma, mimosa.

Solemne, él cogió una de las manos femeninas y la puso en su pecho, sobre su corazón.

—Es tuyo, Claire. Para siempre.

De pronto, ella rompió a llorar, desbordada por la emoción. Se abrazó a él, desesperada, sin poder dejar de llorar. No podía decir nada, no podía hacer nada más que llorar. Él la abrazó también, posesivo. Y la acunó entre sus brazos, paciente.

—Te abandoné. Y lo siento. Jamás he lamentado tanto haber hecho algo, como el haberte abandonado. ¿Podrás perdonarme? —le pidió, susurrando a su oído.

—Sólo, si me dices que me quieres —le impuso como condición, entre sollozos.

—Te amo, Claire; jamás lo dudes.

Ella rompió a llorar aún con más ímpetu, abrazada a él con todas sus fuerzas.

—Hiciste bien en ir a aquel lugar para intentar olvidarte de ese capullo —él declaró, convencido—. Está visto que no logra más que hacerte daño.

La pelirroja rió, entre lágrimas.

—Cállate, capullo —le ordenó, divertida.

Con una mano, acercó su rostro al de ella, cariñosa. Y ambos se besaron.

—Siento dejarte a solas ahora, Claire. Pero me reclaman en la Casa Blanca de nuevo —él afirmó, intranquilo—. ¿Seguro que no estarás mejor con Chawla y con Rani, hasta que yo regrese?

—Te lo he dicho antes, cariño: no estoy enferma —le recordó, con una sonrisa.

—Lo sé. Te juro que lo sé. Siento ser tan insistente y sobreprotector. Pero, si algo malo os sucediese, a ti o al bebé, te juro que moriría —le aseguró, con angustia.

—Cuidado, agente, porque puedo llegar a acostumbrarme a tantos mimos —le advirtió, mirándolo divertida.

—Lo digo en serio, Claire. No te rías de mí —le pidió, molesto.

—No me río de ti; nunca me he reído de ti. Perdóname, Leon. No fui totalmente sincera contigo. Pero es que… te seguí con intención de encontrar argumentos con los que poder olvidarte. Y, en cambio, tú lograste que te amara con todas mis fuerzas, con desesperación, incluso.

—Sobre eso, tú y yo tenemos una conversación muy seria pendiente.

—Lo sé.

—Pero… Yo también fui allí para olvidarte —confesó, mirándola a los ojos fijamente.

La pelirroja lo miró con ojos desorbitados por la sorpresa.

—La pelea que tú y yo mantuvimos, por culpa del chip, me dejó muy tocado.

—Leon… también a mí. Por eso te seguí.

—Joder… —se lamentó, sorprendido—. Tenemos que hablarlo —dejó claro, una vez más.

—Señor, estamos llegando a nuestro destino —ambos escucharon la voz del piloto, inesperadamente.

—¿Puede llamar a la base y solicitar un vehículo que conduzca a mi novia a mi casa, sana y salva? —pidió al hombre a través del micrófono, con voz autoritaria—. Ella está embarazada.

—Por supuesto, señor. Y felicidades—añadió, con voz alegre.

—Gracias. —Cerró el micrófono de nuevo, para no ser escuchado—. Claire, en serio: mi casa es tu casa. Haz allí lo que te apetezca. ¿Entendido? Sólo cuídate, por favor. Te llamaré siempre que pueda. E intentaré estar de regreso lo antes posible. Si necesitas ayuda, o protección, o lo que sea… llámame. Inmediatamente, yo enviaré a alguien que te proteja —dejó claro, nervioso.

—Entendido, cariño. En serio, no te preocupes.

—Lo digo, también, porque tú has contribuido a tocar los cojones a Frederick y al General Grande, Claire. Y eso se sabe. Este no es el mejor momento para que yo tenga que marcharme —argumentó, preocupado—. Quizá podrías llamar a tu hermano y quedarte con él hasta que yo vuelva, no sé…

—Él está desplazado en una misión, también. Te prometo que seré totalmente discreta y que me cuidaré. ¿De acuerdo?

Él asintió con la cabeza, conforme, aunque aún preocupado.

Segundos después, el helicóptero tomó tierra en la propia Casa Blanca. El piloto había avisado de que el agente Kennedy iba acompañado por su novia, la activista Claire Redfield, quien había contribuido a solucionar el incidente del aeropuerto de Hardville. Y ya un coche blindado la estaba esperando para conducirla a donde ella quisiera.

Nada más descender del aparato, Leon envolvió a Claire en un abrazo enamorado, devoto y posesivo. Ambos se besaron una última vez, apasionados. Y él se marchó hacia el interior del edificio presidencial. Ella, tras verlo marchar con orgullo, subió al coche discreto que la estaba esperando y que partió hacia el hogar del agente, segundos después.