Capítulo 11Acusaciones infundadas

Claire se sentó en el sofá de nuevo, preocupada. Hacía dos días que Leon no se había puesto en contacto con ella; tan sólo dos días. Pero durante toda la semana en que ella llevaba viviendo en su casa, él la había mal acostumbrado llamándola por teléfono, al menos, una vez cada día. Y ahora, silencio. No quería preocuparse por él; pero no podía evitarlo. Cogió la novela que, hacía un rato, había dejado abandonada en el sofá, e intentó continuar leyéndola. A él le gustaba la novela negra, pensó, encantada. A ella le gustaba también. Lo que había echado de menos en aquella casa, en cuanto a libros, no era novela negra (que había un montón), ni ensayos (que había bastantes), ni novelas de aventura o de ciencia ficción (que también había); era novela romántica. Era un auténtico secreto para todos sus amigos que a ella le gustaba la novela romántica. Y, desde luego, allí no había ni una sola de estas. Intentó concentrarse en su lectura, pero fue incapaz de lograrlo.

De pronto, el sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Y ella se apresuró a coger el móvil, emocionada, pensando que era él quien la llamaba. Sin embargo, enarcó una ceja, sorprendida, cuando vio el nombre de Jill Valentine, una compañera de trabajo de su hermano, en la pantalla. Ella había guardado su teléfono durante una cena de amigos de Chris, a la que ella había asistido, hacía ya un par de años. Y desde entonces, la agente y ella se habían convertido en amigas.

—¿Dígame? —preguntó con cortesía, deseando que la conversación fuese lo más corta posible. Pues, si Leon le llamaba, no podría contactar con ella.

—Hola, Claire. No quiero entretenerte mucho por teléfono —la castaña la saludó, con voz nerviosa.

«Eso está bien. Cuelga ya, que estoy esperando la llamada de Leon».

—Hola, Jill. ¿En qué puedo ayudarte?

—Necesito… necesito hablar contigo en persona. Necesito consejo —le pidió, con cierta vergüenza.

—¿Te refieres a un consejo de chicas? ¿Tan grave es la cosa?

—Es sobre tu hermano, Claire. Él y yo estamos en Washington. Acabamos de regresar de una misión en Europa y pasaremos aquí un tiempo, en la sede de nuestro país. Él me ha dicho que tú estás aquí, también. ¿Podemos quedar? —le pidió, con voz suplicante—. ¿En qué hotel te alojas?

«Oh, oh… Chris no sabe que vivo en casa de Leon. Ni tampoco sabe todavía que estoy… Pero no tengo de qué avergonzarme», reflexionó, con firmeza.

—Tampoco yo quiero entretenerte, Jill. No me alojo en ningún hotel. Te paso mi ubicación. Ven a verme cuando quieras —respondió, con firmeza.

—Ah… Genial. ¿Nos vemos esta mista tarde, entonces?

—Sin problema. Hasta esta tarde —se despidió, dando la conversación por terminada.

Esperaba no haber sido grosera. Pero necesitaba el teléfono libre para poder hablar con Leon, si él la llamaba; como fuera.

Pero él no la llamó. Pasó la hora de la comida y la tarde se adueñó del día. Con cada hora que pasaba, Claire se sentía más inquieta, más nerviosa. Algo no andaba bien. No sabía cómo, pero tenía la certeza de que algo malo pasaba con Leon. Pensó en llamarlo. Aunque si él realmente estaba llevando a cabo una misión complicada, quizá su llamada se convirtiera en un problema para él. Sintiéndose atrapada por la incertidumbre y por el temor, suspiró, intentando serenarse.

El fuerte sonido del timbre la sacó de sus pensamientos, de pronto. Intentando no parecer cansada o abatida, abrió la puerta y dirigió a su amiga una sonrisa acogedora.

—Hola, Claire —Jill la saludó alegremente—. Guauuuuuu… ¿Quién te ha dejado esta casa tan chula? No me digas que tú la has comprado… Qué pasada... —comentó, alucinada.

—Hola, Jill. Pasa, no te quedes en la puerta. La casa no es mía. Aunque es una larga historia. Por teléfono me has parecido preocupada. ¿Qué es lo que pasa? —quiso saber, mientras ambas se sentaban en un sillón de la sala de estar.

—Y tú me has parecido muy seca. ¿Estás bien? —la castaña preguntó, observándola con suspicacia.

«En cuanto sepa que Leon está bien, lo estaré», se dijo para sus adentros.

—No te preocupes, estoy bien. Algo cansada, nada más. Cuéntame —la animó.

—Claire… Tú sabes que tu hermano y yo llevamos varios años tonteando, ya…

—Ni él ni tú me lo habíais confirmado hasta ahora —objetó, mirándola con diversión—. Pero siempre ha saltado a la vista.

Su amiga evadió su mirada, sintiéndose avergonzada.

—Bien… El caso es que yo, que a mí… me gustaría casarme con él. O al menos, vivir en pareja con él. Le quiero, le quiero mucho. Y no quiero perderlo —declaró, mirándola con súplica.

Claire le devolvió una mirada de sorpresa.

—No habrás venido a pedir mi aprobación… Chris es mi hermano mayor, Jill, él es dueño y señor de su propia vida.

—No, no es eso. El problema es que, cada vez que ha salido el tema del compromiso entre él y yo, no de casarnos, sino de vivir juntos, al menos, Chris se sale por la tangente. Él no quiere ni oír hablar del asunto. Y yo ya no puedo seguir viviendo de este modo. Necesito más.

—Oh… Entiendo. ¿Y por qué no se lo dices a él tal y como me lo has dicho a mí?

Jill negó con la cabeza, frustrada.

—Porque temo perderlo. Y no sé si podría soportar perderlo. ¿Qué puedo hacer?

—Yo no soy la mejor para aconsejarte sobre este tema —Claire opinó, pensativa.

—Pero tú eres su hermana, tú lo conoces bien.

—Ya… Pero no en ese sentido. Y teniendo en cuenta que yo he estado a punto de perder para siempre al hombre a quien amo por una metida de pata monumental, no me considero moralmente capacitada para aconsejarte —argumentó.

Su amiga hizo un gesto de sorpresa.

—No sabía que tú tienes pareja. Chris no me lo ha dicho.

—Chris no lo sabe. Mira, Jill… si algo yo he aprendido de mi relación con Leon, es que la mejor estrategia es la sinceridad. Di a mi hermano lo que sientes, con el corazón en la mano. Y que pase lo que tenga que pasar porque, a la larga, de todos modos, va a pasar. Ese es mi consejo —dijo con sencillez.

—¿Leon? ¿Leon Kennedy?

Ella asintió con la cabeza, con una leve sonrisa.

—No le digas nada a mi hermano, por favor. Decírselo es cosa mía.

—Por supuesto. Pero cuidado con Kennedy —le advirtió—. Ninguna mujer, que conozcamos, ha sido capaz de obtener compromiso por su parte, más allá de una noche en la cama con él. Si no es eso lo que quieres, ya puedes ir olvidándolo. Será un tío que está buenísimo, muy amable, educado, atento y todo lo que quieras. Pero es frío como un témpano de hielo. Y no sólo como agente, también en su vida privada.

Claire sonrió de un modo instintivo. El Leon que ella mejor recordaba no era ese, precisamente. Aunque tuvo que reconocer para sí que, durante muchos años, también ella pensó de él de un modo muy similar.

—Jill… En este momento, estás en casa de Leon Scott Kennedy, sentada en su sofá. Si yo te he recibido aquí, es porque vivo con él, porque él me ha pedido que viva con él. Porque lo amo. Y porque él me ama a mí —confesó, con una enorme sonrisa.

—Eso es…

—¿Imposible? Bueno… la próxima vez que vengas a visitarme, si quieres hacerlo, pregúntaselo a él en persona.

—¿Él te ha dicho que te ama? ¿En serio? —no pudo evitar preguntar, alucinada.

—No te ofendas, pero yo no tengo porqué convencerte de nada.

—Lo siento. Sólo es que muchas mujeres lo han intentado con él. Y ninguna lo ha conseguido hasta ahora.

—Leon no es un trofeo, Jill —le dejó claro, con mirada severa—. Él, como cualquier otra persona, ha decidido con quién desea permanecer. ¿No crees?

Jill sonrió, con cierta vergüenza.

—Vaya… Me siento una idiota. Quizá ese es nuestro problema, el de tu hermano y el mío. Quizá ambos no deseamos lo mismo —reflexionó—. La única opción lógica que me queda, es preguntarle a él hasta que me dé una respuesta clara; nada más.

—El amor no tiene nada de lógico. Pero en este caso, creo que tienes toda la razón. Habla con él, Jill —le aconsejó, con una sonrisa—. Por cierto, acabo de enterarme de que él ha regresado. Ni siquiera sabía…

Pero no pudo terminar la frase, ya que el sonido de la puerta de la casa al abrirse las sacó de su conversación. Rápidamente, y ante la mirada sorprendida de Jill, Claire se puso en pie y corrió hacia la entrada. La agente no supo si seguirla o no. Pero sintió que, ya que no estaba en su propia casa, no estaba bien quedarse sola en el cuarto. Así que, la siguió y la imagen que vio la dejó alucinada. Frente a ella, Leon Kennedy acababa de entrar en la casa y estaba abrazando a Claire enamorado. Y la activista se había abrazado a él como si no hubiera un mañana.

—Leon… —Claire dijo, emocionada, sin despegarse de él ni por un segundo.

—Hola, mi vida. ¿Cómo te encuentras? —La separó de su cuerpo con tanto cuidado, que aquello dejó a Jill sorprendida.

—¿Por qué no me has llamado? —la pelirroja quiso saber, mirándolo preocupada.

—Es un poco… complicado. Vaya… veo que tenemos visita. Jill, ¿no? —él preguntó, mirando a la agente con una sonrisa amable—. Me alegro de verte. Tengo algo que contarte —volvió a centrarse en Claire, inmediatamente—.Pero…

Ni siquiera había dado tiempo a ambos de cerrar la puerta, cuando una enorme figura se plantó ante ellos. Y al verlos abrazados los miró, con furia. Un segundo después, y al darse cuenta de que Jill estaba dentro de aquella casa, también, aquel hombre airado se enfrentó a Claire, como si ella fuera la culpable de toda la sorpresa, la frustración y la ira que él estaba sintiendo en aquel preciso momento.

—¿Qué cojones haces tú en casa de Leon? —Christopher Redfield se enfrentó a su hermana, con voz acusadora—. ¿Y Jill? ¡No me jodas que has estado liado con las dos sin que ellas lo hayan sabido hasta ahora! —acusó a Leon, de pronto.

El agente miró al capitán de la B.S.A.A. con incredulidad, enfadado.

—¿Pero qué cojones estás diciendo, Redfield? —le preguntó, mirándolo como si estuviese ante un auténtico imbécil.

—¡Eres un cabrón! ¡Un miserable! ¡Te has liado con mi hermana y con mi novia! ¡Voy a acabar con tu miserable vida! —el moreno gritó al ver su mirada, perdiendo los papeles.

Inmediatamente, se abalanzó sobre Leon, a quien le vino justo para apartar a Claire de su lado, para que ella no se viera perjudicada por aquella embestida alocada. Ambos hombres rodaron por el suelo, después.

—¿Pero tú te escuchas cuando hablas, gilipollas? —el rubio reprochó al moreno, esquivando un puñetazo directo a la mandíbula.

Intentó inmovilizarlo, aunque el capitán era tan ágil como él. Ambos intentaron golpear al otro. Pero sus fuerzas estaban tan equilibradas, que en la mayoría de los casos, no hubo modo de alcanzarse. Durante un momento en el que Leon esquivó uno de los golpes de Chris, tropezó con una pequeña mesa auxiliar que había en la sala de estar, a donde ambos habían llegado durante su pelea, volcándola en su camino y haciendo que el cristal se rompiera. A su vez, él estrelló una de las sillas en la espalda del capitán, quien se revolvió para devolverle el golpe, furioso.

—¡Fuera de aquí! ¡Los dos! —la potente voz de Claire se hizo escuchar, de pronto.

Cogidos totalmente por sorpresa, tanto por el grito recibido como por el significado de aquellas palabras, ambos hombres detuvieron su pelea para mirarla.

—¡He dicho, fuera! —ordenó, también con un gesto brusco de la mano—. ¡Y no volváis si no vais a comportaros como seres civilizados!

Por un momento, Chris y Leon se miraron el uno al otro, avergonzados. Y para sorpresa del moreno, el rubio caminó hacia la salida, en absoluto silencio. Así que, sin saber que hacer y sintiéndose verdaderamente un imbécil, Chris no tuvo más remedio que seguirlo. Cuando ambos hubieron salido de la casa, oyeron el fuerte golpe de la puerta de entrada al cerrarse a sus espaldas. Sintiendo que la mayor parte de la ira que lo había hecho enloquecer se había esfumado con la reprimenda de su hermana, Chris se dejó caer sentado en las escaleras de entrada y miró al agente, aún avergonzado pero también sorprendido.

—Joder, tío… Mi hermana acaba de echarte de tu propia casa y tú lo has permitido. ¿De qué va todo esto? —le preguntó, curioso.

Alarmado, se dio cuenta de que Leon acababa de desabrocharse la camisa, que estaba empapada en sangre en el costado derecho. Pegado a su cuerpo, un apósito chorreante de sangre era incapaz de detener el flujo de este líquido rojizo y ferruginoso.

—¡Mierda! ¡Estás sangrando! ¿Por qué no me lo has dicho? —preguntó a Leon, poniéndose en pie rápidamente con el fin de ayudarlo.

—Tú no me has dado muchas opciones de hacerlo, ¿no crees? —él respondió, mirándolo con cabreo—. Además, no quería que Claire se enterase; al menos, no de esta forma. ¿Podrías llevarme al hospital St. Jones, por favor? —le pidió, con voz débil. No se sentía con fuerzas para conducir él mismo hasta allí. Y pedir un taxi no era conveniente, dado el origen de su herida.

—Por supuesto. ¡Joder, Leon! Mantente despierto, ¿entendido? —le ordenó, alarmado.

Inmediatamente, le sirvió de apoyo para que él pudiese caminar hasta su coche, que estaba aparcado en la acera, ante la casa. Y le ayudó a subir a este. Inmediatamente después, él se sentó en el asiento del conductor y puso rumbo al St. Jones.

—Haré lo que pueda —Leon aseguró, apretando los dientes con fuerza debido al dolor que sentía.

Por causa de la pelea que había mantenido con Chris, la herida que había recibido en el costado derecho durante su última misión y por cuya causa no se había puesto en contacto con Claire durante los últimos dos días, se había abierto de nuevo.