Capítulo 13 – Pesadillas
Amarrada a la silla donde Wilson la había atado, Claire no pudo más que contemplar el final de Leon, el final de su amado. Jason, convertido en B.O.W., lo tenía cogido por la cabeza, con tan sólo una garra, y apretaba su cráneo con auténtico placer. El agente le había dejado con tan sólo un brazo, de una granada certera. Pero un brazo era lo único que él necesitaba para poder matarlo. Un reguero de sangre brotó de la nariz de Leon y también de sus labios. Después, su cuerpo quedó completamente laxo, inerte… sin vida. Con una risotada satisfecha, Jason lanzó el cuerpo del agente lejos de sí, como un despojo. Claire gritó y gritó, desesperada, llorando la muerte del único hombre al que ella amaría jamás. Mientras, el ácido implacable se había dedicado a corroer y derretir las patas de la silla a la que ella estaba amarrada. Pero eso ya no le importó. Derrotada, dio la bienvenida a la muerte liberadora que, piadosa, la libraría del infinito dolor que sentía su corazón desgarrado. Sin embargo, fue una muerte lenta, pausada, que fue desgarrando sus huesos, sus músculos, sus piernas y su cuerpo, sumiéndola en un dolor físico indescriptible. Su mente fue lo último en caer; y aquel corazón que latió por Leon hasta su último estertor.
Claire despertó con un grito aterrorizado, empapada en sudor. Inmediatamente se incorporó, intentando respirar. Sentía que se estaba ahogando.
—¡Leon! ¡Leon! —gritó a la desesperada.
Sin saber aún lo que hacía, se giró con ímpetu, chocando contra algo. Vehemente, empujó aquello con todas sus fuerzas, creyendo que era Jason, quien ahora la atacaba a ella.
Un ruido sordo se escuchó, de pronto, seguido de un grito lleno de dolor.
—¡Joder! —Leon gritó, desde el suelo, llevándose una mano a su herida maltratada.
Un fuerte dolor había taladrado su cuerpo y seguía latente, obligándolo a respirar con dificultad.
Él se puso en pie a duras penas y se dejó caer en la cama, sentado, esperando con paciencia a que el dolor remitiera.
—¿Leon?
Como si acabase de llegar desde otro planeta, Claire lo observó, sorprendida y confusa. El se dio cuenta de que su mirada estaba aterrorizada, hundida por el dolor.
Alarmado, se revolvió en la cama y la atrajo hacia sí con fuerza, logrando sentarla sobre sus piernas.
—¿Qué sucede, Claire? ¿Estás bien? ¿El bebé está bien? —le preguntó, sintiendo que la angustia por ella se imponía al dolor que la herida le estaba causando.
En absoluto silencio, ella no hacía más que observarlo, más que mirarlo… como si no pudiese creer lo que estaba viendo.
Atacado por los nervios, se puso en pie con ella en brazos y, debido al esfuerzo, sintió cómo la herida comenzaba a sangrar de nuevo.
—A la mierda Adam —dijo con cabreo, desesperado—. Voy a llevarte al hospital ahora mismo.
—¡No! —escuchó la voz de la pelirroja, de pronto. Y la miró, cogido por sorpresa.
—Bájame, Leon —ella le ordenó, mirándolo con decisión.
Un poco más tranquilo, se dio cuenta de que la mirada de la mujer ya no parecía ida, sino completamente normal.
Claire tiró de su mano con fuerza, obligándolo a que se sentase en la cama, de nuevo. Ella se sentó a su lado, se abrazó a él con todas sus fuerzas y comenzó a llorar, desesperada.
—Has muerto —fue lo único que ella repitió una y otra vez, entre sollozos.
El rubio la abrazó como si no hubiera un mañana.
—¿De qué estás hablando? Estoy aquí, contigo. ¿No me ves? ¿Qué está pasando? —exigió saber, mirándola con ternura.
—Jason, Jason…
—Jason está muerto, Claire —le aseguró, desconcertado.
—Él te ha matado en mi sueño —ella declaró, por fin, mirándolo entre el torrente de lágrimas que aún brotaba de sus ojos.
—Joder… Entonces, ¿tampoco he podido salvarte a ti? —quiso saber, devolviéndole una mirada llena de dolor por ella.
—Eso no importa —fue la respuesta que ella le dio, con firmeza, y que a él dejó totalmente sorprendido.
—¿Cómo que no importa?
—No quiero vivir sin ti, Leon —le aseguró, mirándolo decidida.
Acongojado, la apretó a su cuerpo con todas sus fuerzas.
—No debes temer nada, Claire, nunca. Viviré por y para ti, te lo juro. Nada ni nadie va a poder conmigo —le juró, intentando tranquilizarla, sintiendo que la mujer a la que amaba había sufrido una terrible pesadilla por su culpa.
Más serena, ella correspondió a su abrazo, mimosa.
Sintiendo algo pegajoso en una de sus manos, Claire la retiró del cuerpo semidesnudo de Leon y la miró, curiosa. De pronto, un olor ferruginoso se coló por sus fosas nasales que, unido a la visión de su propia mano completamente ensangrentada, logró que unas nauseas brutales la abordaran.
Inmediatamente, ella se deshizo del abrazo de su novio, impetuosa, y corrió hacia el aseo. Le vino justo para llegar al váter y vomitar dentro de este.
Alarmado, Leon la siguió a la carrera. Pero, entre vómitos, Claire le hizo un gesto para que no entrase en el cuarto de aseo.
—El olor de la sangre me hace vomitar —apenas pudo explicarle antes de que una nueva arcada la obligase a concentrarse en el vómito de nuevo.
—Oh, Dios mío… No puedo llevarte al hospital si te resulta imposible estar a mi lado —objetó, frustrado—. Voy a llamar a Chris para que…
—No, Leon. No voy a ir al hospital. ¿Entendido? —le dejó claro, sintiendo que su estómago comenzaba a calmarse.
—Claro que vas a ir —rebatió, con enfado.
—De mi cuerpo mando yo, ¿vale? Y no voy a ir al hospital —le aseguró, una vez más.
—¿Cómo que…?
—¡Leon! ¡Déjate de tonterías y déjame vomitar en paz! —le pidió, con malos modos.
Inmediatamente, la bella pelirroja se arrepintió de haber perdido la paciencia debido a aquel malestar que la atormentaba todas y cada una de las mañanas. Aunque aquella mañana estaba siendo especialmente molesto. Así que, con cuidado, se puso en pie y dirigió su mirada hacia la puerta, con intención de disculparse. Sin embargo, allí ya no había nadie.
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En la cocina, Leon se había quitado el vendaje como buenamente había podido y estaba intentando limpiar la sangre de la herida con unas toallitas húmedas que había encontrado en el dormitorio. El botiquín de primeros auxilios se hallaba en el cuarto de baño, allí a donde su novia le había dejado bien claro que, al menos por el momento, él no podía acceder.
Sentía una mezcla de miedo y preocupación por ella, unidos a un cabreo monumental lleno de frustración, que había logrado que él comenzase a limpiar la herida con demasiado ímpetu, haciéndola empeorar.
De este modo lo halló Chris, cuando entró en la casa con la llave que Leon le había dado la tarde anterior, por si hubiese problemas.
—¿Pero qué cojones ha pasado aquí? —le preguntó, preocupado, mientras le arrebataba las toallitas de la mano, empapadas en sangre—. ¡Joder, Leon! ¿Es que no puedo dejarte solo ni siquiera un momento? —le reprochó, con cabreo.
El agente lo asesinó con la mirada, furioso.
—Vamos a que Adam te cure de nuevo —dijo, mirándolo sin dejarse impresionar.
—¡No!
—Me importa una mierda lo que…
—¡Y a mí me importa una mierda lo que puedas pensar tú! ¡He dicho que no y es que no!
Chris sintió cómo su pecho se hinchaba de indignación, instándolo a que metiera un buen puñetazo a aquel capullo descerebrado. Sin embargo, una punzada de angustia lo alertó de que allí estaba pasando algo más importante que tan sólo una herida sangrante, y que él iba a empeorar la situación, si se empeñaba en imponer su propio criterio.
Así que, muy a su pesar, respiró hondo, miró a su cuñado con toda la paciencia que se vio capaz de mostrar y dijo:
—En tu casa, mandas tú. ¿Qué es lo que quieres que haga, entonces?
Para su sorpresa, Leon bufó, con sarcasmo.
—Hazme un favor y sube al aseo de la planta de arriba. Tu hermana está allí, vomitando. Y no me deja entrar ni siquiera para coger el botiquín de primeros auxilios. Dice que el olor de mi sangre le hace vomitar. Tráemelo y quédate con ella —le pidió, mirándolo preocupado—. Ella es quien necesita ayuda, no yo.
—Joder… ¿Pero cómo es que tú estás sangrando? —quiso saber, mirándolo preocupado.
—Eso no importa, ahora. Ve con ella, por favor.
El moreno asintió con la cabeza y se marchó escaleras arriba.
Frustrado pero ya más tranquilo, Leon se dejó caer en una de las sillas. Realmente, la herida no estaba sangrando tanto. Y las grapas parecían estar en su lugar. Era el intenso dolor, lo que le había hecho comportarse de un modo brusco e irreflexivo. Y el infinito miedo que sentía por la salud de su novia, se vio obligado a reconocer.
Ahora que Chris podía ocuparse de ella, él se sentía más tranquilo. Y podría concentrarse en curar su herida como es debido.
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—Ha sido por mi culpa. Yo lo he tirado de la cama —Claire aseguró a su hermano, quien la observó, alucinado.
Él la había ayudado a llegar a la cama y ella, sentada allí, lo miraba preocupada.
—¿Qué te ha hecho, para que lo hayas tratado de ese modo? Él está herido, Claire. Y su herida no es un rasguño, precisamente —la reconvino, con esa voz de hermano mayor que le salía cada vez que él estaba verdaderamente preocupado por ella.
—Ha sido una pesadilla, Chris. Lo he visto morir a manos de Jason, en el laboratorio de Tricell donde él mismo me salvó la vida —le explicó, sintiendo de nuevo todo aquel dolor que la había destrozado por dentro—. Me he despertado de golpe, sin saber dónde estaba, siquiera. He intentado luchar para intentar salvarlo, desesperada. Pero mi corazón tan sólo me gritaba que él ya había muerto. Él estaba durmiendo a mi lado y yo lo he empujado con todas mis fuerzas —confesó, mirándolo avergonzada—. Y ahora, la herida se le ha abierto de nuevo por mi culpa…
—Bueno… Voy a coger el botiquín de primeros auxilios y veré qué es lo que puedo hacer, con esa herida. Quizá la cosa no sea tan grave —intentó animarla, con una sonrisa.
—Sí, ve con él, por favor.
—¿Tú estarás bien?
—Sí, no te preocupes. Todas las mañanas me levanto con nauseas que, en algunas ocasiones, acaban en vómitos. Sin embargo, hoy no he sido capaz de soportar el olor de la sangre —se lamentó—. Y encima, lo he echado de mi lado con cajas destempladas. Pídele perdón por mí, por favor. En cuanto el estómago deje de molestarme, yo misma bajaré para disculparme —le rogó.
—Joder… ¿Sabes que el hombre que está ahí abajo es un santo, al aguantarte? —le preguntó, con reproche—. Te quiero más que a mi vida. Y lo sabes. Pero a veces das miedo.
—Lo siento, de verdad que lo siento… —Buscó su mirada, llorosa.
—Mierda, hermanita… Ya veo que mi sobrino está logrando que todo te lo tomes como si fuera un drama. Cuando nazca, además de darle miles de besos, voy a decirle cuatro cositas —bromeó.
Le dio un beso en la mejilla y se marchó.
Y ella se tumbó en la cama suspirando, llena de angustia. En verdad, Leon tenía razones para estar enfadado con ella, muy enfadado, se dijo para sus adentros.
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Media hora después, Chris terminó el nuevo vendaje que había hecho en el torso de Leon, cubriendo su herida.
—Hecho. Yo tenía razón: Adam hizo ayer un magnífico trabajo, así que las grapas no se han movido ni un milímetro, siquiera —aseguró a su cuñado—. La sangre no es más que fruto de la caída. Yo no veo la herida infectada. Así que, creo que todo va bien.
—Gracias, Chris. Adam me pidió que pase por su consulta una vez por semana, para que él me haga una cura en profundidad y diagnostique la evolución de mi herida. Pero no quiero ir allí si no es estrictamente necesario. Ya sabes porqué.
—Lo sé… No tengas en cuenta a mi hermana lo de la sangre —le pidió, mirándolo preocupado—. Ella no puede evitar sentir ciertos olores con mayor intensidad y desagrado, debido a su embarazo.
—Eso ya lo sé. Si la hubieses visto cuando ha despertado… Su rostro era puro reflejo del dolor. Ella estaba sufriendo por mi culpa, Chris. Ha soñado que Jason me mataba. Y mira cómo ha acabado la cosa… —se lamentó, con angustia.
—¿Quién fue quien me dijo ayer que Claire es extremadamente fuerte y que sabe perfectamente lo que se hace? —le reprochó, con una sonrisa—. No vayas a arrepentirte ahora, soldado. Nadie ha dicho jamás que la vida sea fácil.
Leon le devolvió una sonrisa, agradecido.
—¿Qué tal con Jill? ¿Has podido hablar con ella? —le preguntó, a su vez.
—Jill me ha dejado. Me reprocha que yo haya sido capaz de creer que ella me estaba traicionando con otro —anunció, con tristeza—. Y tiene toda la razón.
—Mierda… Lo siento… Pero no puedes rendirte…
—Por supuesto que no voy a rendirme. Tengo claro que la he jodido con todo el equipo. Pero ahora que sé qué es lo que tengo que hacer para hacer las cosas bien, no voy a abandonar tan fácilmente. Además, es con ella o con nadie, Leon. Ya lo sabes.
El rubio asintió con la cabeza, conforme.
—Algo se nos ocurrirá…
—¿Se nos ocurrirá? —el moreno preguntó, mirándolo divertido.
—Bueno, ya sabes. Si Claire y yo podemos ayudarte de algún modo, cuenta con nosotros —se explicó, sonriente—. Aunque tu hermana está alineada también con el enemigo. No sé yo, si meterla en todo este lío —bromeó—. ¿A qué huelo? —preguntó a su cuñado, de pronto.
—¿Cómo que a qué hueles? ¿Cuánto hace que no te has duchado? —respondió, con guasa.
—No me refiero a eso, capullo. ¿Aún huelo a sangre?
—Ah… Entiendo. Que yo huela, no. De todas formas, ponte una camisa que le impida recordar la herida, en la medida de lo posible. Eso ayudará.
—Esa es una magnífica idea. ¿Te vas a quedar a comer? —le ofreció, amablemente.
—En otra ocasión. Vosotros dos tenéis mucho de qué hablar. Y yo tengo trabajo que hacer, también. Por cierto, he encargado una mesa auxiliar como la que se rompió. Os la traerán mañana mismo —dijo, como quien no quiere la cosa.
—Pero si fui yo, quien la rompí.
—Considéralo un regalo de boda.
—Ni siquiera le he pedido que se case conmigo, todavía —el rubio objetó, preocupado.
—Para mí, mi hermana y tú ya estáis casados. No creo que un maldito papel logre hacer posible que ella y tú os podáis llegar a querer más el uno al otro. No se puede querer más a una persona, Leon. Y los dos lo sabéis. Ya hablaremos.
Palmeó su espalda, afectuoso, y se marchó.
El agente lo vio marchar, pensativo.
Segundos después, se puso en pie y se encaminó escaleras arriba. Cuando llegó a la habitación donde Claire descansaba, entró en esta con pasos sigilosos, en busca de una camisa que ponerse. Ella estaba tumbada en al cama, con los ojos cerrados, muy pálida. Nada más abrocharse la camisa, él caminó hasta la cama y, con sumo cuidado, depositó un beso enamorado en la mejilla de Claire, quien se había quedado dormida tras el esfuerzo. En sueños, ella sonrió con dulzura. Luego, él se marchó, mucho más tranquilo.
