Capítulo 2 — Secretos oscuros

—¿Tú sabes qué es lo que van a pedirme? —Claire preguntó a su hermano, curiosa, dedicándole una mirada cariñosa.

—Es mejor que entres y que te enteres directamente. Y recuerda: no tienes porqué aceptar, si no quieres —él afirmó, por toda respuesta—. Puedes pasar; ella te está esperando.

Decidida, Claire hizo sonar sus nudillos contra la puerta, con firmeza, y entró. Rebecca iba a entrar tras ella, cuando la fuerte mano de Chris la cogió por un brazo, con delicadeza, y la atrajo hacia sí, reclamando toda su atención.

—¿A qué ha venido esa pregunta? —el moreno pidió a su novia que le explicase, mirándola suspicaz.

—¿Cómo que a qué ha venido? Es una pregunta muy fácil, Chris: ¿quieres o no quieres tener hijos? —ella preguntó de nuevo, mirándolo fijamente a los ojos y dejando claro que necesitaba una respuesta rápida y clara.

—Ya hablaremos de esto con calma, ¿de acuerdo? —rehuyó responder una vez más, esquivo.

Rebecca lo traspasó con una mirada indignada y, decidida, se deshizo de su agarre. Ignorándolo, tocó a la puerta y entró en el despacho, para reunirse con Claire.

Chris se quedó contemplando la puerta cerrada, pensativo. Se notaba a la legua que le había dolido la actitud defensiva de su novia. Aún así, sabía que él mismo se la había buscado. No habría querido despedirse de ese modo de la mujer a la que amaba. Pero ya no quedaba tiempo para explicaciones; tenía que asumir su puesto como comandante de la Unidad de Operaciones Especiales con destino a Santángel. Negando levemente con la cabeza, respiró hondo y se marchó.

Media hora después, en el despacho de la Directora de la B.S.A.A., Claire observaba a la mujer fijamente, suspicaz.

—Yo no destaco, precisamente, por tener mucha paciencia —la pelirroja objetó, desconfiada—. Sin duda, Chris se lo habrá contado.

—Tu hermano es de los que prefieren que yo saque mis propias conclusiones —le respondió, con una sonrisa—. Pero lo sé. He leído tu currículum como activista de Terra Save. Y es un perfil como el tuyo, el que busco. Quiero allí a alguien que esté dispuesto a dialogar, a negociar; pero que no, por ello, muestre signos de debilidad. Quiero que tomen en serio a esta organización; si no, y para empezar, no habría enviado allí a nuestro mejor comandante para asumir la misión de entrenamiento —dejó claro, refiriéndose a su hermano—. Pero no quisiera que te marches sola; me gustaría que alguien afianzado en nuestra organización te acompañe, como muestra de respaldo total hacia a ti por nuestra parte. Y para ese puesto, he pensado en la Doctora Chambers, ya que ambas mantenéis una estrecha relación de amistad. Por eso le he permitido que se sume a esta conversación.

Rebeca la miró ojiplática, cogida por sorpresa.

—¿Qué me decís? ¿Aceptáis mi encargo? —preguntó a ambas mujeres, clavando en ellas una mirada decidida—. Por supuesto, cuando regreséis, Rebecca retomará sus trabajo como bioquímica. Y tú asumirás un puesto permanente como embajadora de la organización. Os necesito, a ambas. Nuestra relación con Santángel se muestra muy endeble y delicada, en este momento. Y es crucial para nosotros poder controlar lo que pasa allí. Muchas vidas podrían estar en juego.

Ambas mujeres se miraron, muy serias. Y se entendieron sin palabras.

—Por mi parte, acepto —Claire dejó claro, decidida.

—Y es mi responsabilidad aceptar, también —Rebecca se sumó a su compañera.

—Perfecto. Dispondréis del resto del día para hacer las maletas. Mañana a primera hora saldrá vuestro avión oficial hacia allí.

Hyacinth Stapleton ofreció la mano a Claire, quien se la estrechó con firmeza; y luego se la ofreció a Rebecca, quien se la estrechó del mismo modo.

Dando la conversación por terminada, la Directora se enfrascó en la lectura de un comunicado que acababa de recibir, en su ordenador. Y las dos mujeres se marcharon.

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En la Casa Blanca, el Presidente Graham miraba por la ventana de su despacho, perdido en sus pensamientos. Leon lo observaba con paciencia, también pensativo, sentado en uno de los sillones.

—Todos estos sucesos no pueden ser una coincidencia —el Presidente se animó a hablar, por fin—. Que el rastreo de las idas y venidas de ese agente que apresasteis os haya conducido directamente a Santángel, me hace sospechar gravemente de la implicación de las corporaciones farmacéuticas en el auge meteórico de ese país. Lo que me desconcierta es que, si sus dirigentes están al tanto de los negocios encubiertos que se llevan a cabo allí, y me veo obligado a suponer que así es, hayan solicitado la asistencia de la B.S.A.A., una organización supuestamente imparcial y objetiva, bajo el auspicio de la ONU. —Sacudió la cabeza levemente, frustrado.

—Sinceramente, yo siempre he creído que la B.S.A.A. no es más que una tapadera en manos de la Federación de Empresas Farmacéuticas, a la que esta apoya, aparentemente de un modo totalmente altruista, con el fin de blanquear sus propios asuntos más turbios. Son algunos de sus integrantes, quienes son completamente objetivos; no esta en sí —Leon dejó claro, mirándolo con seriedad.

Al escuchar sus palabras, el Presidente se giró para mirarlo, sorprendido.

—Es tu cuñado y amigo, quien trabaja para esta, precisamente —le recordó, con voz seria.

—Precisamente, a él me refiero cuando hablo de objetividad. Christopher Redfield es el hombre más íntegro que podré llegar a conocer jamás —le aseguró, solemne.

—Razón de más para dudar sobre las verdaderas intenciones de la Presidenta de Santángel, ya que es él quien va a liderar la supuesta misión de entrenamiento, y es el Gobierno de ese país el que se lo ha permitido… Necesito que vayas allí, Leon. Debemos saber qué está pasando, porque temo que, a corto plazo, voy a verme obligado a tomar decisiones drásticas al respecto. Y cuando lo haga, debo de estar bien informado —dejó claro, encarando su mirada, resuelto.

—Deberé ir de incógnito, entonces. Si entablo contacto con Chris, quien quiera que sea el que le ha tendido una trampa, se retirará. Y mi marcha allí no habrá servido de nada —argumentó.

—Asumes que es una trampa, entonces.

—Visto en perspectiva, eso es lo que parece, señor Presidente.

—Por favor… tutéame. —Lo miró con afecto—. No tiene sentido que mantenga las formalidades con una de las escasas personas en quien puedo confiar, en este nido de víboras. Además, te debo demasiado, Leon. Y lo sabes.

—No me debes absolutamente nada. Aún así, estoy de acuerdo en que, en privado, nos dejemos de formalidades. No así en público.

—Tu siempre tan correcto. —Sonrió, agradecido.

—Hago lo que debe hacerse. Nada más.

—Aún así, no quiero que vayas solo —retomó la conversación que les ocupaba, reflexivo—. Si, en esta ocasión, debes actuar como una unidad de erradicación con respecto al más que probable gobierno corrupto de ese país, toda ayuda que recibas será poca. Moviliza a tu equipo y partid inmediatamente hacia Santángel —le ordenó—. Conoces perfectamente mis objetivos y sabes lo que hace falta para lograrlos. Así que, dentro de esos parámetros, te doy completa libertad para que tomes las decisiones que consideres oportunas y las ejecutes en consecuencia.

—Derrocar gobiernos no es lo mío —objetó, con una media sonrisa.

—Cuando los intereses de las mayores corporaciones farmacéuticas están de por medio, tan sólo puedo confiar en ti.

Leon asintió levemente con la cabeza.

—Partiremos inmediatamente.

Media hora después, Leon marcó el número de su esposa en su teléfono, preocupado. Sabía a la perfección que en la sede de la B.S.A.A. había establecido un protocolo de silencio de comunicaciones, que impedía hacer o recibir llamadas. Pero no debía haberlo en el laboratorio en el que Rebecca trabajaba. Nada. Iba a marcarlo de nuevo, apunto de perder la paciencia, cuando la pantalla del móvil se iluminó, apareciendo la imagen de Claire en ella. Rápidamente, descolgó el teléfono y aquella voz que tanto había deseado escuchar, se oyó por fin.

—Hola, Leon —Claire lo saludó. Parecía preocupada—. Tenemos que hablar.

—Lo sé. —Claire escuchó, del otro lado; la voz de su esposo sonó demasiado seria a sus oídos. Y ella no pudo evitar preocuparse—. Ahora mismo tengo que… —La estática no permitió que la pelirroja escuchase el resto de la frase. Se le escuchaba fatal; su voz sonó lejana, casi inaudible. Así que conectó el altavoz, en un intento desesperado por escuchar mejor sus palabras—. Me marcho... —él anunció, con voz intranquila, entre el molesto ruido de fondo—. … voy a dejarte…

Claire y Rebecca se miraron la una a la otra, atónitas. Aquel ruido sumamente molesto había impedido que ambas escuchasen la frase completa. ¿Él iba a marcharse? ¿A dónde? Y, ¿dejarla? ¿Qué significaba aquello?

—¿Leon? ¡Leon! —Claire gritó al auricular, nerviosa. Al no escuchar más que ruido, aparentemente procedente de algún enorme motor, colgó el teléfono e inmediatamente volvió a llamar, presa de los nervios.

Pero su esposo no respondió a su llamada. Lo intentó una vez más, y otra… sin ningún resultado.

Claire buscó la mirada de Rebecca, en silencio. Sentía que el mundo había desaparecido bajo sus pies; así que, se vio obligada a sentarse en una de las sillas que había en la sala de espera.

—Este edificio tiene implantado un protocolo de silencio de comunicaciones, Claire, por eso ambos no habéis podido escucharos. Ha sido casi un milagro que hayas podido conectar con él, siquiera durante un segundo. Tú no has escuchado su frase completa —le recordó, severa, imaginando qué pensamientos estaban pasando por la cabeza de su cuñada, en ese momento.

—Ya lo sé… —Claire se vio obligada a reconocer. Aún así, sintió una fuerte presión en su pecho, llena de angustia—. No he podido decirle nada sobre mi nuevo trabajo, ni sobre nuestra partida tan precipitada —se lamentó, sintiendo que, de pronto, todo aquello no le parecía ya tan buena idea.

—Chris tampoco sabe nada de esto en absoluto. Y no sé si deseo contárselo, en este momento. Vayamos a hacer las maletas. Seguramente, desde vuestra casa será más fácil que hables con él —le ofreció, con voz tranquilizadora.

La pelirroja asintió con la cabeza y, sintiéndose mejor, se puso en pie y ambas se marcharon.

Del otro lado del teléfono, Leon maldijo por lo bajo. Apenas había sido capaz de escuchar a su esposa. Y no sabía si ella le había escuchado, tampoco. «No voy a dejarte que te comas la cabeza con lo que ha pasado hoy, mientras estoy fuera», era la última frase que él le estaba diciendo, cuando la comunicación se ha interrumpido. Pues sabía que, si él se marchaba sin que ambos hubiesen hablado sobre lo sucedido aquella mañana, ella estaría preocupada hasta que él volviera. Sin embargo, no había podido terminar la frase, siquiera. Intuía que ella se encontraba en algún lugar con algún tipo de protocolo de silencio de comunicaciones, y deseó que ese lugar fuera la sede de la B.S.A.A., donde ella podría estar protegida. Y su propia cobertura tampoco era la mejor, en aquel momento. Los motores encendidos del avión GulfStream G550 al que debía subir, donde su propio equipo ya había embarcado, dificultaban aún más la casi imposible tarea de comunicarse con ella. Sabía que, volver a llamarla a partir de ese momento, pondría en peligro su misión. Así que, con cabreo, se resignó a posponer aquella conversación hasta su regreso, rogando desde lo más hondo de su corazón que ella no quisiera matarlo por esto, cuando volviera.

Subió a aquel elegante avión de negocios —perfecta tapadera para sus ocultas intenciones— y se sentó apartado de los demás, observando el horizonte por una de las ventanillas.

—Debe ser duro tener que separarte de tu esposa, estando recién casados —Anna le dijo desde su asiento, mirándolo con una sonrisa amable.

—Hay que hacer lo que hay que hacer —él tan sólo respondió, sin girarse para mirarla.

—Lo siento, no quería meterme donde no me llaman —ella se disculpó, sintiéndose como una tonta por haberlo molestado.

—No pasa nada.

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A muchas millas de allí, un carguero se situó frente a la costa de la Isla de los Malditos, simulando una avería importante. Sin embargo, la enorme compuerta de una cámara estanca bajo su línea de flotación se abrió, dejando escapar a numerosos B.O.W. de distintas características, que se sumergieron en el agua sin problema. Sintiéndose liberados, los engendros se dirigieron directamente hacia la costa, sedientos de sangre.

—¿Crees que esto es una buena idea, realmente? —un hombre de rasgos asiáticos y de mediana estatura, vestido con traje de ejecutivo, preguntó a un hombre alto, rubio, quien ocultaba su mirada tras unas gafas de sol.

—Es la única forma que tenemos de saber hasta qué punto ha llegado Tricell con sus experimentos. ¿No es eso lo que quieres? —reconvino al hombre, con voz desapasionada.

Algo en la frialdad de aquella actitud hizo que el asiático sintiera más miedo que si el rubio hubiera estallado en ira. Asintió con la cabeza, en repuesta a aquella pregunta.

—No te preocupes. Cuando hayamos obtenido lo que necesitamos, yo mismo me encargaré de que no quede de ellos ni el menor rastro. Los secretos del laboratorio subterráneo que se oculta aquí pertenecerán a Phoenix Expanse. Eso, te lo puedo asegurar.

Su interlocutor sonrió, satisfecho, anticipando la aplastante victoria que, por fin, lo situaría en el punto de mira de dicha compañía para un ascenso ejecutivo.


COMENTARIOS DE LA AUTORA

Dedico este capítulo a:

jmgmc, por haber añadido este fanfic a sus favoritos y a sus alertas. ¡Gracias!

Claugzb, por seguir acompañándome con esta historia, en su segunda parte, enviándome tus comentarios, que tanto valoro y aprecio. Un abrazo.

manu, por seguir a mi lado y acompañarme con sus numerosos reviews, jeje. Te responderé a tus comentarios en el review que yo te deje a tu fanfic.

Un abrazo a todos y hasta pronto, espero.

Con cariño.

Rose.