Capítulo 5 — Luchar por sobrevivir

Claire despertó con lágrimas en los ojos, enternecida. Acababa de soñar con él.

¿Leon? —ella preguntó, viéndolo aparecer en lo alto de las escaleras de la comisaría de policía, en Raccoon City, hacía tantos años ya.

¡Claire! ¡Espera! ¡Enseguida voy! —él respondió, sonriéndole con alivio, al verla.

¡Vale!

En toda su vida, ella se había sentido tan aliviada, tan feliz, como se sintió en aquel mismo instante, al verlo con vida; al ver que él estaba bien. Intentó forzar la reja que los separaba. Pero no pudo lograrlo. Con una dulce sonrisa en los labios, él se acercó a ella, del otro lado, bajo la lluvia que lo caló hasta los huesos; pero aquello no le importó.

Claire... Me alegro de verte —le dijo, aliviado.

¿Cómo estás? Ese helicóptero salió de la nada…

Ambos desviaron su vista hacia el helicóptero que acababa de estrellarse sobre las escaleras, estallando en llamas después.

Sí… Aún de una pieza —él le aseguró, tratando de tranquilizarla.

Supongo que no tendrás una llave en uno de esos bolsillos…

Pero en su mente, la llave era secundaria; pensó en lo apuesto que él se mostraba vestido de policía, de lo que realmente era. Aquellos ojos azules que la miraban con tanta responsabilidad, sonrientes, en aquel mismo instante la cautivaron para siempre. Y ella lo supo; supo que lo amaba, aún casi sin conocerlo.

Por desgracia, no... Pero, ¿cómo lo llevas? —quiso saber, mirándola preocupado.

Ya sabes... Al pie del cañón —respondió, segura de sí misma, intentando enmascarar las ansias locas que tenía por derribar aquella maldita verja, por saltar al otro lado, como fuera, y refugiarse en sus brazos para sentir su calor.

Está bien —él aceptó, sonriente—. ¿Sabes de tu hermano?

No, aún no —respondió, preocupada.

Claire, tranquila… Seguro que lo encontramos... —De nuevo, aquella voz tan seria y responsable, que parecía cargar el peso del mundo sobre sus hombros. Y aquella mirada amable que derritió su corazón.

De pronto, una nueva explosión los hizo estremecer.

Bueno —él declaró con resignación, fastidiado—. Ya sabes lo que hay.

Ella supo que él no era consciente de la seguridad que transmitía con su voz, con tan sólo su presencia, aún siendo tan joven y novato.

Sí… Hora de cenar —afirmó, decida, contagiada de la entereza que él le traspasó.

Se giró a su espalda. En breves instantes sería rodeada por un enjambre de esos malditos zombis. Pero no deseaba marcharse. No deseaba separarse de él, de nuevo. Su corazón le gritaba que no lo dejara, fuera como fuera.

Deberías irte ya —él la instó a marcharse, mirándola con urgencia.

No te preocupes por mí. —Sabía que eso no era posible, pues él se preocupaba por todo y por todos, lo llevaba en su carácter amable, responsable y dedicado a los demás—. Cuídate tú también. —Intentó que su voz sonase amistosa, y no a ruego. Sintió que, sin apenas conocerlo, si lo perdía, si su vida continuase sabiendo que él ya no existía, aunque fuese lejos de ella, nada tendría sentido.

La horda de zombis estaba a punto de derribar la reja que había a sus espaldas. Y si lo lograba, su vida correría un grave peligro que, seguramente, ella sería incapaz de afrontar, pues aquellos malditos engendros eran demasiados.

Claire, debes irte… ¡Ya! —él le ordenó, sin contemplaciones, a voz en grito.

Ella se alejó unos pasos de él, sintiendo que, si no lo hacía, jamás podría separarse de su lado.

Eh… Saldremos de esta. Los dos —le aseguró, rotunda—. «Y después te buscaré y te confesaré lo que siento por ti», se vio tentada a añadir.

Él asintió con la cabeza, conforme. Y la vio marchar, en silencio.

Ojalá él hubiese podido leer en su corazón en aquel mismo momento. Ojalá ella se hubiese mostrado menos arrogante, menos independiente, deseó para sus adentros, con todas sus fuerzas. Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla, al recordar.

Antes de vivir de nuevo ese maravilloso sueño, había tenido un sueño extraño. Había soñado que él la secuestraba, como un terrorista. Y a la vez la salvaba. De pronto, los vívidos recuerdos de todo lo sucedido asaltaron su mente, golpeándola con crueldad. Miró a su alrededor, alarmada. ¿Dónde, demonios, estaba? Sorprendida, descubrió a un hombre que dormitaba sentado en una silla, en una posición sumamente incómoda, al lado de la cama donde ella había estado durmiendo. Iba vestido como uno de aquellos malditos secuestradores, se dio cuenta, a la defensiva. Sin embargo, aquel cabello rubio y liso que cubría su rostro inclinado, aquel modo de cruzar los brazos sobre su pecho, resuelto, el modo absurdo en que él se había empeñado en custodiar su sueño…

—Dios mío… Leon… —musitó, apenas sin palabras, sintiendo que su corazón amenazaba con saltar de su pecho.

Al escuchar su voz, el agente se despertó con sorpresa. Inmediatamente sacó su arma y apuntó al origen de la voz, amenazador. Sin embargo, al ver su rostro, guardó su pistola de nuevo y exhaló, frustrado.

—Joder… Me he dormido… —se lamentó, con fastidio, sacudiendo la cabeza en un intento por terminar de espabilarse.

Ella sonrió, mirándolo enamorada.

—Iban a matarnos, ¿verdad? —Lo traspasó con una mirada profunda, exigiendo una respuesta sincera.

—Iban a entregaros a Tricell —él declaró, sin embargo, con voz grave. No se atrevía a acercarse a ella, no se atrevía a tocarla, después de haberla maltratado de un modo tan cruel, por mucho que hubiese sido necesario hacerlo para poder salvarla.

—Supe… Supe que Rebecca y yo saldríamos de allí mal paradas, en cuanto vi la cara de esa maldita mujer. Tricell… —Sintió cómo el alma le caía a los pies. Pero no estaba dispuesta a rendirse. Eso, jamás—. ¿Nos has seguido? —Lo miró enarcando una ceja, suspicaz.

Y él negó con la cabeza, levemente.

—Mi equipo y yo estamos aquí llevando a cabo nuestra propia misión —declaró con firmeza, enfrentando su mirada, decidido—. Nuestro encuentro no ha sido más que una mera coincidencia, Claire.

—Entonces, es cierto que vas a dejarme…

—¿A dejarte? —La miró sin comprender, sorprendido—. ¿Acaso pretendes que muera? ¿Quién te ha dicho que voy a dejarte? ¿Y por qué cojones le has creído, sea quien sea? —exigió saber, indignado—. Siento haberos hecho pasar por todo esto, a Rebecca y a ti. Pero era necesario para poder sacaros de allí. Mi equipo y yo hemos suplantado a los verdaderos secuestradores. No había otro modo de…

—Cállate —le ordenó, furiosa.

Él suspiró, sintiéndose un miserable.

—Joder… Eres tú, quien vas a dejarme por esto…

—He dicho que te calles. De un momento a otro, voy a ponerme a llorar porque no voy a poder evitarlo. Y tú vas a abrazarme y no vas a juzgarme por ello. ¿Entendido? —le dejó claro. Y rompió en llanto, echándose a sus brazos.

Acongojado, Leon la sentó en su regazo, abrazándola con todas sus fuerzas, como un desesperado.

Desde la puerta entreabierta, Nathan y Pierce los miraron y ambos sonrieron, complacidos, al pasar por delante del cuarto camino de la sala de estar.

—Fuiste tú, quien me dijiste que ibas a dejarme —ella afirmó, mirándolo con cara de reproche.

—Ya… Y ayer estuve tomando unas cervezas con un marciano. Pero no se lo digas a nadie —se burló, negándolo con rotundidad.

Su esposa le dio un puñetazo en el brazo. Y él protestó, molesto.

—¿De qué va todo esto, Claire? —exigió saber, mirándola preocupado.

—Por teléfono, tú me dijiste que te marchabas. Y que ibas a dejarme.

—De eso, nada, pelirroja. Por supuesto que te dije que me marchaba. Me asignaron aquí, de repente. Y después te advertí que no iba a dejarte que te comieras la cabeza por la pelea que tú y yo mantuvimos por la mañana, mientras yo estuviese ausente. ¿Acaso tan sólo escuchas lo que te parece? —le echó en cara, enfadado.

—Eh... Que aquí, el único que ha estado a punto de cruzarme la cara de un bofetón, has sido tú —le respondió, del mismo modo.

—Tenía que hacerlo, Claire. Si hubieses visto la cara del tipo al que he suplantado… El muy hijo de puta está loco como una regadera, te lo puedo asegurar —le explicó, desinflando todo su cabreo—. Tampoco podía arriesgarme a que me reconocieses.

—Pues has desempeñado tu papel a la perfección. Me has acojonado, Kennedy —le aseguró, taladrándolo con una mirada de enfado.

—Gracias. Es todo un halago.

Ella le dio un nuevo golpe en el brazo. Y él gritó, indignado.

—Eso, por haberme acojonado y por no tener cobertura en el móvil, cuando me llamaste para despedirte.

—Eh, chulita, parece ser que tú tampoco la tenías —le recordó, con indignación—. ¿Quién no me avisó de que iba a darme el susto de mi vida, al encontrarla aquí, en peligro?

—Y esto, porque me has hecho la mujer más feliz del mundo, cuando he visto tu rostro de nuevo —le aseguró, entre lágrimas. Y lo besó, desesperada, sintiendo cómo él le devolvía un beso apasionado—. Gracias por habernos salvado, Leon.

—Todavía no estáis a salvo. Y no lo estaréis hasta que el laboratorio que Tricell mantiene aquí haya sido desmantelado, y la Presidenta de Santángel haya sido cesada de su cargo. Vosotras dos ya habéis hecho vuestra parte. Ahora, nos toca a nosotros —le dejó claro, con mirada resuelta—. Reunámonos con los demás y os pondremos al día.

Ella asintió, conforme. Besó sus labios de nuevo y se puso en pie, permitiéndole levantarse. Los dos caminaron fuera del cuarto, abrazados.

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Chris alcanzó la orilla de la playa sin problema, a pesar del fuerte oleaje provocado por la terrible tormenta. Sabía que él había sido el primero en llegar. Así que, empleó escasos segundos en estabilizar su respiración y después intentó localizar a su equipo en medio de aquel vendaval. Con cuentagotas, uno a uno fueron llegando, dejándose caer a lo largo de la playa, exhaustos. Media hora después, tan sólo once de los quince soldados que lo habían acompañado, se habían salvado con él. Sintió cómo la sangre le hervía en las venas, al recordar al traidor de Constanza dando a sus hombres la orden de encañonarlos y de acabar con sus vidas, si no se lanzaban al mar.

Ahora sabía para qué habían venido. No había duda posible. Alguien los había enviado allí para que lucharan. Y se había asegurado de que no pudiesen hacerlo en las mejores condiciones. Si hubiesen querido matarlos, sin más, no tenían más que conducirlos hasta una de tantas islas apartadas y acabar con sus vidas. Así que querían ponerlos a prueba. O más bien, poner a alguien a prueba; o a algo, haciéndolo luchar contra ellos. ¿Para qué llevar allí a la B.S.A.A., precisamente, si no eran armas biológicas las que los enfrentasen? Para él, la conclusión lógica es que habían sido abandonados allí para morir matando, al luchar contra B. . Por supuesto, nadie acudiría en su ayuda; sencillamente, porque nadie sabía que estaban allí. Con sarcasmo, pensó que no era tan malo morir matando; sobre todo, si uno no estaba dispuesto a morir. Y él no lo estaba.

—Todos sois novatos. Pero ninguno de vosotros es un idiota. Así que, sabéis a qué nos vamos a enfrentar aquí —gritó a su equipo, tras haberlo reunido, para hacerse oír en medio de la tormenta, mirándolo con dureza—. Sé que no me creeréis si os digo que tengo miedo. Pero lo tengo; a raya, en alguna parte—. Vio cómo algunos rieron, fortalecidos por sus palabras—. Daré mi vida por todos y cada uno de vosotros, si es necesario. Pero sois vosotros, quienes tenéis que luchar por sobrevivir, con uñas y dientes. —Hizo una pausa para que pudiesen asimilar sus palabras—. Sé que parece pediros demasiado, que luchéis tan sólo con vuestros cuchillos. Pero pertenecéis a la B.S.A.A. Así que no sois unos soldados cualquiera. Y os puedo asegurar que ya nadie se atreverá a llamaros novatos, cuando salgamos de esta. Quedándonos en la playa tan sólo lograremos ser exterminados tarde o temprano; o morir de hambre y de sed. Así que, os pido que avancéis conmigo, que luchéis a mi lado. Y que venga lo que tenga que venir.

—¿Podemos descansar, Señor? Necesitamos recuperar fuerzas —un hombre le pidió, con voz débil.

—Por supuesto. Esta noche acamparemos aquí. No es recomendable internarse en la jungla en medio de las tinieblas, con esta tormenta. Aún así, no os equivoquéis. La noche va a ser dura. No tenemos comida; y sobre todo, no tenemos agua. Estableceremos turnos de guardia. Quienes se sientan ahora con fuerzas, realizarán el primer turno. Tres horas después, otro grupo los sustituirá.

Sin verse obligado a dar nombres, inmediatamente varios hombres y mujeres se pusieron en pie, más que dispuestos a seguir sus órdenes.

De pronto, un sonido gutural, procedente de una bestia que no fueron capaces de identificar, les heló la sangre en las venas. Había sonado muy cerca; demasiado cerca. Empuñando su cuchillo, Chris tomó posición de batalla. Y varios de sus soldados lo imitaron, flanqueándolo con decisión. Sin embargo, ninguna criatura emergió de la espesa jungla.

—Yo os acompañaré durante la primera guardia —Chris anunció—. Estad atentos.

Dando ejemplo, se sentó de espaldas al mar, en una postura aparentemente relajada. Pero su mirada no perdió detalle de cualquier movimiento, por leve que fuera, procedente de la vegetación que tenían enfrente. Con varios metros de separación, el resto de soldados destinado a acompañarlo tomó posiciones, también. Tras ellos, con tan sólo el mar del otro lado, los hombres y mujeres más agotados se tumbaron para intentar descansar.

Los extraños ruidos guturales, procedentes de numerosos puntos de la jungla, se sucedieron de un modo ininterrumpido, mezclados con el aullido del viento. Durante unos momentos, también creyeron escuchar ruidos de pelea, o de batalla. ¿Quizá no estaban solos en aquella maldita isla? ¿Quizá había más humanos luchando por sobrevivir, en aquel condenado lugar? Estas preguntas azuzaron el miedo en las mentes de todos ellos, quienes recrearon macabras imágenes de tortura y de muerte.

—No imaginéis; pensad —fue lo que su comandante les ordenó, en medio de la noche.