Capítulo 6 — Comunicado oficial
Una bruma espesa flotaba sobre el suelo, bajo la luz tenue del cielo encapotado, dando a aquella isla, aún más, un ambiente de pesadilla, que los gritos, alaridos, rugidos y ruidos de diversa índole contribuían a crear.
Chris estaba cubierto de sangre hasta las orejas. Y la mayoría no era suya. Se sentía asqueado. Se había visto obligado a degollar a una pareja de zombis que prácticamente iban desnudos. Habían sido muy jóvenes. A lo que fuera una chica le faltaba la totalidad de un brazo, que su compañero llevaba atenazado en la única mano que le quedaba. Sin embargo, él estaba peor que ella; la parte izquierda de su torso había desaparecido por completo. No podía imaginar cómo aquel engendro penitente había podido seguir en pie, siquiera. A su lado, un soldado de no más de veinte años vomitó, sin poder evitarlo. Y cuando logró apenas recomponerse, desvió la mirada, avergonzado.
—Tranquilo. Eso nos ha pasado a todos, alguna vez —el comandante aseguró, comprensivo.
El pobre chico lo miró, incrédulo.
Pero Chris no pudo añadir nada más. Saltando de lo alto de un árbol, una especie de planta carnívora de más de dos metros, con una enorme boca que se abría por cinco lados, se abalanzó sobre él, consiguiendo derribarlo. La abominación lanzó un chorro de líquido de su boca. Y Chris, temiendo que fuese ácido, apartó la cabeza de su trayectoria rápidamente. Aun así, el líquido verde salpicó en su hombro, deshaciendo la ropa allí donde lo alcanzó y quemando la carne bajo esta. El comandante apretó los dientes con fuerza, reprimiendo un fuerte grito de dolor. Planta y hombre rodaron por el suelo en un amasijo de piernas y tentáculos verdes. Chris empleó todas sus fuerzas para deshacerse de aquel fuerte agarre, con el fin de encontrar un punto débil donde apuñalar. Sin embargo, fue el cuchillo de una de sus compañeras el que, de un tajo certero, casi la decapitó. Entonces, él hizo el resto. Cuando pudo ponerse en pie, una baba verde y viscosa lo cubría de cintura para arriba.
—Hueles que apestas, comandante —la mujer afirmó, mirándolo con una sonrisa.
—Como no consiga darme un baño pronto, al final seré yo, quien vomite —él dijo, a modo de respuesta, sonriente.
El chico que había vomitado miró a ambos como si fuesen sobrenaturales, o dioses. Chris palmeó su espalda y se alejó de su lado a la carrera, al escuchar gritos procedentes de la espesa vegetación, a unos pocos metros delante de ellos.
—¡Muévete! —le ordenó. Mientras corría, pensó, abatido, que aquel soldado tenía las horas contadas, si no lograba espabilarse rápidamente.
De pronto se detuvo, atónito. La frondosa vegetación tropical desapareció abruptamente, por completo. Y frente a sí, una pequeña aldea, de no más de quince o veinte casas humildes de una sola planta, se mostró con toda la crudeza de la tragedia que allí había sucedido. A pesar de no haber detectado ninguna amenaza inminente, supo inmediatamente porqué su subordinado había gritado, lleno de espanto. Allá hasta donde alcanzaba la vista, había esparcidos numerosos brazos y manos humanos, piernas y pies, y también cabezas humanas; pero ni un solo torso. No pudo evitar preguntarse qué extraño bicho se había dedicado a devorar, tan sólo, los torsos de todas sus víctimas. Descartando aquel pensamiento, localizó un pequeño pozo en lo que parecía el centro de la aldea. Caminó hasta este, prudente, mirando a todos lados y escuchando el más mínimo sonido, concentrado. Se asomó dentro. Había agua. Y un cubo atado a una cuerda para poder extraerla. Sereno, tiró de la cuerda hasta lograr que el cubo subiera por completo, lleno de aquel preciado líquido. Y, sin pensarlo, se arrojó el agua por la cabeza. Exhaló quedamente, satisfecho, descartando la existencia de ácido corrosivo en esta. El problema era, ahora, probar a beberla. Lanzó el cubo al fondo del pozo, de nuevo, y lo retiró lleno de agua. Si bebían y estaba infectada, morirían, o algo peor. Y si no lo hacían, morirían de sed. Llevaban más de un día luchando a vida o muerte contra decenas de engendros, a cual más surrealista, asqueroso y aterrador. Sin comer. Y lo más peligroso: sin beber. Así que, decidido, se acercó el cubo a los labios.
—Yo lo haré —el joven soldado se ofreció, resuelto, intentando quitárselo de las manos—. Para algo he de servir.
—Para luchar por tu vida y para no darme problemas —el comandante le dejó claro, impidiendo que se lo arrebatara. Ni corto ni perezoso, bebió. Después, se lo ofreció al chico—. Lo peor que puede pasarnos es que cojamos una diarrea brutal, o algo parecido —añadió.
Iba a reunir al resto de la tropa, cuando un estruendo puso todos sus sentidos nuevamente en alerta. Procedente de una de las casas, uno de sus hombres salió a la carrera, seguido por un enorme perro parecido a un gran lobo, sin duda endémico de aquel lugar, con los ojos inyectados en sangre y la carne expuesta palpitando al aire de un modo brutal. En cuestión de segundos, la rápida bestia alcanzó a su aterrada víctima y le dio un bocado en el cuello que lo separó de su cabeza, sin piedad. Inmediatamente, Chris enarboló su cuchillo, adoptando una postura de batalla, a la espera de que aquel engendro salido del infierno lo embistiese, pues ya lo había localizado.
—Ni se te ocurra vomitar ahora, soldado. O me echas una mano, o yo mismo me encargaré de hacer lo que este bicho no haya hecho contigo, cuando me lo haya cargado —amenazó a su subordinado quien, mirándolo con los ojos desorbitados, asintió con la cabeza, con fuerza.
El engendro con aspecto de lobo endemoniado se abalanzó sobre ambos, corriendo enloquecido. Parecía un misil embistiendo a máxima velocidad. Chris afianzó ambos pies en tierra, previendo un encuentro brutal. De un modo inesperado, lo que parecía ser un enorme tronco con patas, derribó al lobo vuelto del revés, lanzándolo contra un árbol de una salvaje acometida. Las seis patas que aquel tronco aberrante poseía a ambos lados de su torso cilíndrico, se extendieron rápidamente, haciéndolo elevarse más de dos metros de altura, y numerosos pinchos las cubrieron. Un enjambre de ojos se abrió, ávido de vida, en lo que debía ser su cabeza. Y enormes pústulas comenzaron a explotar procedentes de su cuerpo, salpicando un líquido blancuzco que, a su vez, despedía un vaho espeso.
—¡Corred! —Chris ordenó a sus compañeros, a voz en grito—. ¡Corred! —insistió, con urgencia. Y él mismo regresó a la espesura, corriendo como alma que lleva el diablo—. ¡Nos reuniremos en el gran árbol de ramas colgantes! —gritó con todas sus fuerzas, rogando para sus adentros que aquellos pocos soldados que aún conservaban la vida, le hubiesen escuchado y ya estuviesen corriendo.
Como había temido, el gas que salía del cuerpo putrefacto de aquel ser mutante, tenía el poder de convertir en un engendro grotesco a todo aquel ser vivo que alcanzara. Pronto, los gritos plagados de terror de dos de sus hombres se lo confirmaron. Después, silencio. Minutos después, alcanzó el enorme árbol de ramas colgantes donde todos debían reunirse y se dejó caer con la espalda pegada a su tronco, jadeante. Tuvo que reconocer que, en cierto modo, estaba desconcertado. Durante la lucha, había detectado dos tipos de monstruos, en aquella isla. Por un lado, estaban los zombis y los engendros del tipo de aquel lobo enormemente sanguinario; aterradores, temibles, procedentes de una de las mentes más calenturientas que habitaba la Tierra, sí… Pero, 'comunes', al fin y al cabo. Si podía entenderse por 'común', aquello a lo que tanto él, como Leon, se habían enfrentado una y otra vez durante los numerosos años que llevaban luchando contra riesgos biológicos. Y, por otro lado, estaban los seres más… 'creativos'. Entendiéndose por 'creativo' aquel diseño que partía de cero, es decir, que no alteraba la forma de un hombre, un lobo, o un ser ya existente, volviéndolo brutal; sino que lo creaba de cero, tomando una forma biológica cualquiera y convirtiéndola en 'otra cosa' totalmente distinta. Como la planta carnívora con vaga pinta humanoide; o el bazuca mutante con apariencia de tronco. Un argumento muy potente apoyaba la teoría de que ambos bandos procedían de mentes distintas, seguramente a cargo de laboratorios totalmente diferenciados y antagónicos: cada vez que uno o varios exponentes de cada bando se encontraban, luchaban entre ellos, destrozándose sin piedad. Tuvo que reconocer que aquello los había ayudado a seguir con vida de un modo determinante. Aun así, la inquietud que aquella certeza le hacía sentir era aún mayor. ¿Qué cojones estaba pasando allí, realmente? Se juró que iba a averiguarlo fuera como fuera. Para eso él había acudido a aquel lugar. Y quien pensase de otro modo, se equivocaba.
En cuestión de segundos fue rodeado por el resto de su tropa, quienes se dejaron caer a su lado: dos hombres y tres mujeres; incluida aquella que lo había ayudado a librarse de la puta planta molesta. Y el chico especializado en vomitar; aunque tuvo que reconocer que aquel chaval tenía cojones, pues no dudó en ofrecerse a beber por él un agua que podía haber estado más que envenenada. Aquella actitud le recordó a Rebecca y su corazón se encogió de angustia, al pensar en ella. Había soldados que eran buenos luchando, sin duda, aunque no los mejores; pero en otros ámbitos como la cura, la investigación, la tecnología, o la organización, eran auténticos genios. Rebecca era una de esas personas. Y quizá este chaval fuera otra de ellas. Así que, su misión como comandante, era devolverlo a casa sano y salvo, para darle la oportunidad de encontrar su propio camino. Pensar aquello multiplicó su ánimo y sus fuerzas de un modo exponencial. No se lamentaría por temor a no volver a ver a la mujer que amaba con todas sus fuerzas, no se angustiaría por miedo a no volver a ver a Rebecca. Lucharía hasta su último aliento por regresar junto a ella. Y volvería.
—Localicemos el origen de todos estos putos bichos y reventémoslo —ordenó entre jadeos, contundente, aún tratando de normalizar su respiración—. Y luego, encontremos el modo de salir de esta maldita isla.
Los cinco soldados asintieron, aún sin poder hablar tras la carrera contra reloj a la que se habían sometido.
Una fina lluvia comenzó a bañar sus cuerpos suavemente, acariciando sus rostros, como si la propia isla pretendiera darles ánimos, rogándoles acabar de raíz con el mal que la azotaba, desesperada.
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—¿Por qué siempre me toca a mí dar las jodidas peores noticias? —Pierce se lamentó con fastidio, mientras se ponía en pie, vehemente, derribando la silla en la que había estado sentado, con el fuerte impulso.
Corrió en busca de Leon, quien se hallaba encerrado en una de las habitaciones, junto a Patrick y a aquella isleña a la que Riker se había traído de rebote. Al llegar ante la puerta del cuarto, por un momento dudó en abrirla. Pero la noticia que debía dar al director de la D.S.O. valía el hecho de importunarlo; incluso más. Así que, respirando hondo, hizo soñar los nudillos contra esta y entró sin esperar respuesta.
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—Sé que te interpusiste en la puerta del despacho de la Presidenta para lograr que te lleváramos con nosotros; supiste desde un principio que no éramos aquellos que ella y tú esperabais —Leon dejó claro a la mujer, con mirada amenazadora, que le advertía que sería mejor para ella si dejaba de mentir—. Si estás aquí, es porque sentí curiosidad por saber de qué cojones vas. Pero como la pierda, no dudaré, ni por un segundo, en devolverte al nido de ratas del que te sacamos —la coaccionó.
Cristina Arnáz se revolvió en la silla a la cual había sido atada, con rabia.
—Yo jamás deseé que nadie secuestrase a Claire y a Rebecca —aseguró, atravesándolo con una mirada desafiante.
—Mientes —Patrick aseguró, con desdén. Y la encañonó con su pistola.
—¡Yo no miento! —le gritó, rabiosa, sin dejarse intimidar.
—Quizá no… —Leon respondió, sereno—. Sin embargo, eso no quita que nos has intentado utilizar. ¿Por qué?
Ella no pudo responder a aquella pregunta, pues Pierce irrumpió en el cuarto a la carrera, en busca de Leon.
—Tengo noticias —llamó la atención de su superior, con urgencia, antes de que él pudiese amonestarlo por haberlo interrumpido.
Leon enarcó una ceja, mirándolo preocupado, pues sabía a la perfección que no eran buenas noticias, si Pierce había decidido cortar de raíz un interrogatorio.
—Suéltalas —le ordenó, con voz fría.
Pierce miró de reojo a la cautiva. Y luego miró a Leon, cuestionando si debía revelar la información ante ella.
—Suéltalas —insistió, con voz que no admitía réplica.
—El comandante de la B.S.A.A., Christopher Redfiel, así como el resto de su unidad, han sido dados por muertos oficialmente, mediante un comunicado emitido por la Presidenta de Santángel —informó, con voz angustiada.
—¿Pero qué ostias me estás diciendo? —Leon exigió saber, incrédulo.
—El buque escuela que los conducía a su destino, la isla de San Gabriel, se hundió anoche, en medio del tifón que está azotando a las islas de un modo intermitente. También han dado por ahogados a varios soldados de la tropa de Santángel que iba a recibir instrucción. Eso es lo que han explicado.
—¿Se ha enviado un comunicado oficial a la B.S.A.A. y a la ONU? —quiso saber, fijando en él una mirada prudente.
—Afirmativo. Por eso he venido a avisarte.
—Joder… El Gobierno de Santángel miente, con su Presidenta a la cabeza. Sin embargo, el hecho de que Chris y su unidad corren un grave peligro es evidente. Aun así, nosotros no hemos venido aquí para resolver los problemas de la B.S.A.A., sino nuestros propios problemas. Y estamos hablando de Chris. Si alguien es capaz de salir airoso de cualquier situación, por jodida que sea, ese es él —reflexionó—. Reunión en la sala común dentro de diez minutos —ordenó—. Avisa a los demás.
Pierce asintió y salió de la sala, cerrando la puerta tras él.
—Esto no ha terminado —aseguró a la mujer, congelándola con la mirada.
Tras ello, hizo un gesto a Patrick para que saliera de la habitación. Y él mismo lo siguió.
A solas, la mujer exhaló con fuerza, pensativa, sintiendo que debía jugar todas sus cartas sin esperar más.
COMENTARIOS DE LA AUTORA
Como estoy apunto de publicar tres capítulos de una sola vez, voy a dedicar cada uno de ellos a alguien distinto.
Este va dedicado a Claugzb, a Kaysachan y a manu, las tres maravillosas personas que me han dejado comentarios al capítulo 5. Sois mi apoyo para continuar. Un abrazo muy fuerte.
Hasta el próximo capítulo.
Con cariño.
Rose.
