Capítulo 7 — Perfecto, entonces
Leon se pasó la mano por el rostro, pensativo, intentando encontrar un modo de enfocar la noticia, cuando se la revelase a Claire y a Rebecca. Lo malo no era darles la noticia, en sí, pues sabía que ellas la creerían tanto como él mismo; es decir: nada. Lo peor era lo que vendría después. Pero él tenía claro que, allí, él era el Director de la D.S.O. Y luego, todo lo demás. Aunque sabía perfectamente qué era 'todo lo demás'. Sin embargo, el problema le estalló en la cara antes de lo que creía.
—Leon, he oído el nombre de Chris. Pierce ha hablado de él, como si algo malo le hubiera pasado —Claire lo detuvo en su camino hacia la sala de estar, donde iba a reunirse con el resto de su equipo, cogiéndolo por un brazo con firmeza.
Él la miró con un dolor en los ojos que ella no fue capaz de entender.
—Chris ha desaparecido, Claire. El Gobierno de Santángel lo ha dado por muerto; a él y a su equipo —le comunicó, dando a su voz la mayor serenidad que pudo reunir.
—¿Desaparecido? ¿Cómo? ¿Dónde? —ella exigió saber, urgiéndolo a continuar.
—Anoche. Se supone que en las costas de la isla de San Gabriel. Dónde, realmente, no lo sabemos. Pero tememos que esté en manos de Tricell. Desde un principio, el Gobierno de Santángel lo hizo venir aquí con el fin de entregarlo a esa corporación del demonio, como a vosotras. ¡Joder! —se lamentó, frustrado.
—Lo rescataremos —la pelirroja aseguró, mirándolo decidida.
Pero él negó con la cabeza.
—Vosotras no haréis nada; debéis volver a casa sanas y salvas. Y nosotros aún tenemos que decidir qué hacer —le dejó claro, enfrentando su mirada, resuelto.
Ella lo observó como si no lo conociera.
—¡Joder, Leon! ¡Es Chris! ¡Mi hermano, tu amigo! ¿Qué coño hay que decidir? —le reprochó, indignada.
—Claire, te entiendo, te aseguro que te entiendo. Pero…
—¿Que me entiendes? ¡Soy yo, quien no te entiendo a ti! ¡Ahora mismo vas a mover el culo para ir a rescatar a mi hermano! ¿Te queda claro? —le ordenó, indignada y furiosa.
—Claire, tranquilízate, por favor… —Intentó abrazarla. Pero ella lo empujó lejos de su lado—. Danos tiempo para decidir…
—¡A la mierda, tú y tus decisiones! ¡Tiempo es lo que no le sobra a mi hermano! ¡Y tú lo sabes mejor que nadie! ¡O salís inmediatamente en su busca, o no te dignes a mirarme, siquiera!
Furioso, el rubio la traspasó con una mirada arrogante.
—Ahora mismo, Rebecca y tú estaríais siendo objeto de todo tipo de experimentos por parte de Tricell, o simplemente estaríais muertas, de no ser por nosotros —recordó a su esposa, con voz fría—. Así que, creo que mi equipo y yo sabemos lo que hacemos. ¿No te parece? —le preguntó con una velada acusación en sus palabras, clavando en ella una mirada severa.
—¿Qué narices me estás queriendo decir con eso? —la pelirroja lo encaró, retadora.
—Que quizá merezcamos un margen de confianza, en vez de juicios apresurados —le reprochó, con desdén—. Haremos lo que tengamos que hacer. Ni más, ni menos. Espero que te quede claro.
Su esposa lo miró, de nuevo, como si no lo conociera, sintiéndose traicionada.
—Te odio —declaró, transmitiendo a su voz todo el fuego que ardía en su corazón.
—Ese es tu problema, Claire Redfield; no el mío. Rebecca y tú partiréis de regreso a Estados Unidos mañana a primera hora —le aseguró, implacable.
Dándole la espalda, dio la pelea por terminada y se marchó.
Claire asintió con la cabeza, con rabia. Así que, de nuevo, él haría las cosas a su manera. Y ella las haría a la suya, decidió, rotunda. Perfecto. Caminó de regreso a la habitación donde Rebecca y ella habían estado descansando y, al encontrarla sentada en la cama, la abordó sin contemplaciones.
—Nos vamos a rescatar a Chris —anunció, mirando a su cuñada con determinación.
La morena la observó, atónita.
—¿De qué me estás hablando? ¿A rescatar a Chris? ¿A dónde? ¿De qué hay que rescatarlo? ¿Qué te ha contado Leon? —quiso saber, poniéndose en pie, preocupada.
—Leon no va a hacer nada, Rebecca. En este momento, él es un puto agente del Gobierno de EEUU. Nada más —le dejó claro, con rabia.
—¿Pero de qué estás hablando? —La observó, ojiplática, sin ser capaz de dar crédito a sus palabras.
—El Gobierno de Santángel ha dado a Chris por muerto oficialmente. Pero la verdad es que le ha tendido algún tipo de trampa. Y él, ahora, está atrapado en alguna de estas islas de mierda. He pedido a Leon que él y su equipo vayan a rescatarlo; pero él se ha negado. Así que, lo haremos nosotras; tú y yo. A nosotras no nos tiene comido el seso el puto Presidente, como a ese jodido agente, que prefiere ir vestido de traje a mostrar sentimientos —declaró, con desprecio.
—Oh, Dios mío… ¿Y Leon se ha negado? —pidió que le confirmara, incrédula.
—No, directamente. Pero me ha insinuado que, si rescatar a Chris no entra en sus planes, va a dejar que se pudra allí donde esté.
—No lo puedo creer…
—Pues créelo. Él hará lo que tenga que hacer. Pero yo, también. ¿Estás conmigo?
—Estás hablando del hombre al que amo, Claire… Claro que estoy contigo. Pero no puedo creer que Leon no vaya a hacer nada por él. ¿Estás segura?
—¡Deja de presionarme ya, de una vez! ¿Vienes, o te quedas? —le exigió saber, airada.
—¿Pero a dónde? —repitió, frustrada—. No tenemos, ni siquiera, por dónde empezar, para saber a dónde se han llevado a Chris. Y tal y como has tratado a Leon, no esperes que él te facilite el trabajo.
—Por supuesto que no. Él pretende enviarnos de vuelta a casa. Se va a llevar una gran decepción, cuando se de cuenta de que yo no soy una marioneta en sus manos.
Rebecca negó con la cabeza, entristecida. Le dolía escucharla hablar de aquel modo, de un hombre tan bondadoso e íntegro como Leon. Aún así, decidió no comenzar una pelea con ella. Si la vida de Chris, realmente, corría peligro, todo tiempo era precioso.
—Te equivocas en una cosa: sí que tenemos por dónde empezar. Estoy segura de que Cristina Arnáz sabe lo que tú y yo necesitamos. Pactaré con ella —anunció, decidida.
Rebeca buscó su mirada, asombrada.
—Hay que hacer lo que hay que hacer. Es Leon, quien siempre lo dice. ¿O no? Pues va a probar de su propia medicina. Vamos a aprovechar ahora, en que él y su equipo están reunidos. Saquemos a Cristina y larguémonos de aquí cuanto antes.
—No me gusta cómo te estás expresando. No me gusta nada en absoluto —la morena le dejó claro, frustrada—. Pero te seguiré allá a donde vayas. Vine aquí a apoyarte, a protegerte. Y por mi vida, que no te fallaré. Te sigo.
Claire asintió con la cabeza, conforme. Y ambas se dirigieron, sigilosas, en busca de la mujer retenida en contra de su voluntad.
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Apartado del resto de su equipo, que lo aguardaba ya reunido en la sala común, Leon llamó por teléfono.
—Hola, Hunninghan. Por favor, localízame a Piers Nivans, de la B.S.A.A., y pásamelo. Es urgente —ordenó a la agente, con voz autoritaria.
—Hola, Leon. Inmediatamente. Por favor, mantente a la espera.
Segundos después, una voz que el Director de la B.S.O. conocía bien, se hizo escuchar, del otro lado.
—¿Te has enterado de la noticia? —Leon preguntó al rubio, directamente.
—Joder, tío… ¿Como es posible que Chris haya muerto? —el capitán de la B.S.A.A. se lamentó, desolado.
—No es posible, porque no es cierto. Chris sigue vivo, Piers. Y te necesito para ayudarme a rescatarlo. ¿Qué me dices? ¿Te apuntas? —le pidió, con voz firme.
—Eso ni se pregunta. Pero, ¿de verdad él está vivo? ¿Cómo lo sabes? —quiso saber.
—No lo sé, pero lo supongo. Mi equipo y yo también estamos en Santángel —le reveló—. Aquí están pasando cosas muy raras; y Tricell está metida en el asunto hasta los cuernos. Yo confío en Chris con los ojos cerrados. Y sé que él no ha muerto. Una simple tormenta no puede vencer a Chris Redfield. Y lo sabes —aseveró, rotundo.
—Por supuesto que no. ¿Qué tienes pensado?
—Habla con D.C., con Nadia, con Jill y con Damian. Explícales la situación y pídeles lo que yo te he pedido a ti. Pero ni se te ocurra hacer que Stapleton se entere, ¿entendido? —le ordenó, furioso.
—¿Me estás ofreciendo una operación encubierta y completamente ilegal, entonces? —Piers quiso saber, sorprendido.
—¡Joder! ¡Alguien de arriba de tu propia organización ha metido a Chris en esta mierda! ¡Si os apuntáis, ni una puta palabra! ¡Y si no lo hacéis, tampoco! ¿Entendido? —insistió, enfurecido.
—No me jodas que… No lo sabía, Leon, te lo aseguro. Puedo jurarte que todos estaremos ahí en unas pocas horas. ¿Qué necesitas que lleve?
—Todo lo que puedas traer, y más. En esto, estamos solos.
—No te fallaremos —le aseguró.
—Lo sé. Avísame cuando lleguéis. Os enviaré coordenadas para el punto de encuentro.
—Recibido. Cuídate, Leon —le pidió—. No hagas ninguna tontería sin nosotros.
—Prometido.
Leon cortó la comunicación, resuelto.
—¿Qué significa todo esto? ¿Vas a dejarnos fuera? ¿Así, sin más? ¿Pretendes cambiarnos por la gente de la B.S.A.A.? —Patrick lo encaró, furioso, incrédulo e indignado.
Él caminó hasta situarse en el centro de la sala y, cuando se dirigió a todos sus compañeros, lo hizo sin pestañear.
—Sabéis que yo no puedo involucrar a la D.S.O. en el rescate de Chris, tan sólo porque lo desee —comenzó—. Así que, oficialmente, la D.S.O. no va a estar implicada en este asunto. Pero Chris es mi hermano. Y no voy a abandonarlo. Cuando todo esto termine, yo mismo renunciaré a mi puesto, si es lo que quiere el Presidente; pero no antes.
—¿De qué cojones estás hablando? —Nathan exigió saber, no sabía si más furioso que confuso.
—Os necesito aquí; a todos. En cuanto Piers y los demás lleguen aquí, ellos y yo nos embarcaremos hacia San Gabriel, la única referencia que tenemos por ahora. Mientras nosotros estemos viajando, seréis vosotros quienes tendréis que averiguar, realmente, dónde narices se han llevado a Chris y a sus hombres; y darnos el dato lo antes posible, para que nosotros podamos actuar. Si encontramos a Chris, encontraremos el laboratorio de Tricell. Y pienso destruirlo hasta los cimientos —aseguró, con rabia—. Si para ello tenéis que torturar a esa puta loca de Presidenta que se ha vendido a Tricell, o a cualquiera que pueda daros la información que necesitamos, lo haréis. Si no estáis de acuerdo conmigo, denunciadme ahora. Porque luego, será tarde —les pidió, totalmente consciente de las implicaciones presentes en todo aquello que estaba diciendo.
—¿Denunciarte? ¡Tú eres nuestro puto jefe! ¡El único que tenemos y el único ante quien estamos dispuestos a rendir cuentas! —Pierce afirmó, vehemente—. ¡El puto presidente de los Estados Unidos nos la trufa! ¡Si estamos aquí, es porque tú nos diriges! ¡Daremos la vida por ti! ¡Te guste, o no! —le aseguró, enardecido.
—Estoy totalmente de acuerdo con él —Anna se sumó, tajante.
—¡Y yo! —Nathan dijo, entusiasmado.
—Joder, Leon… ¿Cómo has podido dudar de nosotros, siquiera? —Patrick le reprochó, con fastidio—. Hagámoslo.
—Gracias. —Todos pudieron comprobar cómo él, por tan sólo un instante, los miró, emocionado—. He de pediros algo más.
—¿Más juerga? ¡Genial! —Riker afirmó, alegremente.
Y el resto del equipo rió, divertido.
—Necesito que averigüéis qué persona, de todos los políticos de este país, ya sea del partido que gobierna o no lo sea, es honrada e incorruptible. Porque cuando esto acabe, la vamos a lanzar hacia el poder —anunció, mirándolos con decisión.
—¿Un político honrado, dices? Eso no existe —Pierce negó, con burla.
—Te aseguro que son una especie en peligro de extinción, pero existen —Leon respondió, con una sonrisa—. Encontradlo.
—Entendido, jefe. Deberíamos terminar el interrogatorio de esa buena pieza, antes de que te vayas —Patrick opinó, pensativo—. Es muy probable que ella sepa darnos alguna referencia sobre dónde debes buscar a Chris, al menos. Y tú la acojonas más que nosotros, todo sea dicho.
—Tienes toda la razón. No perdamos más tiempo.
Patrick se adelantó a todos ellos y caminó hacia la habitación donde Cristina Arnáz debía permanecer retenida. Los demás lo siguieron. Sin embargo, cuando caminaba por mitad del pasillo comenzó a correr, como si se hubiera vuelto loco.
—¡Joder! —gritó, desesperado, al darse cuenta de que la puerta de la habitación en cuestión estaba abierta de par en par.
Corrió hasta entrar en el cuarto, imitado por todos sus compañeros, quienes entraron en tromba tras él.
Leon contempló la silla vacía a la que Cristina Arnáz debía haber permanecido atada. Sus ojos eran meras rendijas que despedían llamas devastadoras. Temiendo saber qué había sucedido allí, empujó a sus compañeros, sin perder tiempo en pedirles que le dejasen salir. Y corrió hacia la habitación de Claire, como alma que lleva el diablo.
En ese momento, todos pudieron escuchar el ruido del motor de uno de los coches que tenían aparcados fuera de la casa, y cómo el vehículo salía a la carrera, quemando ruedas.
—Ella es tu esposa, Leon —Patrick le recordó, agarrándolo por un hombro con fuerza para intentar calmarlo. Se había dado cuenta de que una furia sorda y arrasadora había comenzado a consumirlo lentamente, sin tregua.
—No por mucho más tiempo —le aseguró, con ira—. Adelantamos los planes. —Cogió su teléfono y llamó a Hunninghan, inmediatamente después.
—Quiero que me consigas una lancha potente. Ahora.
—Recibido, director. Dirígete al puerto del pequeño pueblo de Santa Ana, a diez kilómetros de donde estáis ahora. Te envío coordenadas.
—Recibido. Gracias.
Tras ello, hizo funcionar una de las aplicaciones de rastreo que el móvil llevaba instaladas. En escasos segundos, un punto rojo, parpadeante y potente, comenzó a moverse por la pantalla del móvil.
—¿Que es eso? —Anna preguntó, curiosa.
—Un chip de rastreo que he implantado bajo la piel de Cristina Arnáz, antes de que ella despertase —Pierce respondió, orgulloso de su propio trabajo—. Leon me ordenó hacerlo, por si las moscas.
—Joder… Y aquí están las moscas —Riker declaró, mirando a su jefe con renovada admiración.
—Patrick, habla con Hunninghan y pídele que te pase con Piers. Seréis vosotros, quienes os reuniréis con él y con su equipo —Leon le ordenó claramente—. Organizaos como queráis, pero cumplid con todas las misiones que os he encomendado. ¿Entendido?
—Entendido, Leon. No te fallaremos.
El director lo miró, mostrando un agradecimiento infinito en sus ojos. Patrick había pronunciado las mismas palabras que Piers le había dicho, no hacía más que media hora. No sabía qué había hecho, exactamente, para merecer tanta dedicación, tanta fidelidad y amistad por parte de sus compañeros y amigos. Pero agradecía tenerla, desde lo más profundo de su alma.
—Quiero volver a veros con vida, a todos —les ordenó.
Todos asintieron, sintiéndose más emocionados de lo que estaban dispuestos a admitir.
Sin una palabra más, Leon salió de la casa a la carrera, se subió en un pequeño coche discreto, y se marchó.
—En marcha —Patrick ordenó a sus compañeros, con voz firme.
COMENTARIOS DE LA AUTORA
Este capítulo lo dedico a Kaitou Hana, por haber añadido "Resident Evil - Sacrificio" a sus favoritos. Y por haber añadido este fanfic a sus alertas. ¡Gracias! Espero que te guste hasta el final.
Hasta muy pronto.
Con cariño.
Rose.
