Capítulo 8 — Súbita vergüenza

No era acorde a su cargo que toda una presidenta de un país tan notorio como Santángel tuviera miedo del representante de una simple corporación farmacéutica. Pero así era. La Presidenta de Santángel recibió al representante de Tricell notando cómo un sudor frío recorría su espalda. No hubo formalidades entre ambos; nunca las había.

—¿Dónde está la mujer? —pidió, con impaciencia.

—No hemos podido hacernos con ella. Alguien la secuestró antes que nosotros —se vio obligada a reconocer, a regañadientes. Pero mentir sería aún peor para ella. Y lo sabía.

Aquel hombre, que más bien parecía un matón a sueldo que un empleado de una farmacéutica, enarcó una ceja, mirándola con suspicacia.

—¿Alguien? ¿Quién?

—No hemos podido saberlo. Pero estamos intentando averiguarlo. Le prometo que…

El hombre alzó la mano, ordenándola callar.

—Suficiente. Nosotros nos encargaremos. Limítese a impedir que su Gobierno nos cause problemas —le ordenó, con desprecio.

—Pero nuestro acuerdo sigue en pie… —quiso saber, mirándolo con mezcla de miedo y de preocupación.

El mercenario le dedicó una mirada llena de asco.

—La vida eterna… ¿Para qué la quiere alguien tan inepto como tú, incapaz de cumplir el encargo más sencillo? —se burló, con desdén—. Tranquila. Cuando nosotros la obtengamos, tú la obtendrás —le aseguró, sin embargo.

Dando el encuentro por concluido, le dio la espalda y se marchó.

La Presidenta exhaló con fuerza, aliviada. Sin embargo, si hubiese podido ver el rostro que mostró el hombre al alejarse del despacho presidencial, el terror la habría poseído por completo.

&&&&&ooooo&&&&&

Cuanto más hacia el norte se dirigían, mayor era la frecuencia con la que se veían obligados a luchar contra los B.O.W. Aquello hizo saber a Chris que iban en la buena dirección. Pero sus hombres estaban exhaustos, desmoralizados y desesperados. Él mismo no tenía ni idea de hasta cuándo iba a poder aguantar aquel ritmo. Y aquello parecía no tener fin. Quedaban cuatro supervivientes, contándolo a él. Y él estaba a punto de derrumbarse.

Sintió un fuerte dolor que taladró su brazo derecho, arrancándolo de sus reflexiones. Airado, miró hacia el origen del dolor y quedó paralizado. Un zombi, uno de los escasos zombis con los que se habían cruzado en aquella maldita isla, lo había mordido. Lo degolló de un rápido tajo. Pero el daño ya estaba hecho. Por fin, después de tantos años luchando contra aquellos engendros, finalmente, todo había terminado. Sintió una liberación inesperada, arrasadora e inclemente, y se quedó observando cómo la sangre brotaba de su brazo herido, con fascinación. El cansancio y la sed, definitivamente, lo habían vencido. A su alrededor, el chaval y la joven que no se habían separado de su lado desde el principio lo miraron, angustiados. Les había cogido cariño. Una pena. El otro soldado que quedaba lo contempló con horror.

Sin decir nada —qué podía decir que tuviera sentido, ya—, enarboló su cuchillo, amenazador, dedicó a todos ellos una sonrisa de camaradería, y se marchó a la carrera por el estrecho sendero que hacía un par de horas que estaban siguiendo. Aún no se había convertido en una bestia como todas aquellas con las que habían estado luchando a vida o muerte. Pero el ansia de muerte, de venganza, lo habían dominado por completo. Creyó estar delirando cuando, de una enorme roca, vio salir varios zombis, uno tras otro.

«Genial», se dijo para sus adentros, enardecido. «Cuantos más, mejor». Comenzó a asestar puñaladas, patadas, a romper cuellos y desmembrar cuerpos a diestro y siniestro, como una brutal máquina de matar. No supo durante cuánto tiempo, ni podía saber hasta cuándo. Ni le importó.

Cuando su cuerpo casi destrozado se negó a responderle definitivamente, se desplomó. Su historia había terminado; no era una larga historia, pero sí había sido intensa. Y sobre todo, había amado y había sido amado. ¿Qué más podía pedir? Agotado, se abandonó a la inconsciencia.

No fue capaz de notar cómo unos fuertes brazos levantaron su cuerpo sin ningún esfuerzo, se lo cargaron a la espalda y desaparecieron con él inconsciente, atravesando la misma piedra, que no lo era, sino la entrada al laboratorio subterráneo de Tricell.

&&&&&ooooo&&&&&

Leon siguió la señal procedente del localizador implantado en Cristina Arnáz a una distancia prudente. Sabía quién era aquella mujer, realmente. Y por ello, era consciente de que, en aquel momento, ella podía estar tan enloquecida, mostrarse tan incapaz de razonar, como lo estaba su propia esposa. Saber que la persona a quien más se quiere está en peligro de muerte, o quizá muerto, puede volver loco a cualquiera que no ha recibido el entrenamiento adecuado. Y ni Claire ni Cristina lo habían recibido, por mucho que supiesen luchar. Rebecca sí lo había hecho, al menos en parte. Pensar aquello hacía que su mente mantuviese una chispa de esperanza.

Por el localizador supo que las tres mujeres se dirigían hacia el este de la Isla de los Malditos. Entonces, era en aquella isla, donde Tricell había establecido su laboratorio secreto, supo sin atisbo de duda. Pues Cristina Arnáz debía saberlo bien, ya que era una espía de Tricell infiltrada en el Gobierno, con el fin de controlar e informar a esta corporación sobre cualquier movimiento 'no deseado' por parte de este. Ella no era una mala persona; tan sólo una lugareña, una funcionaria con estudios y algo de mundo recorrido, a quien habían amenazado con matar a su hermano, un cabra loca sin sentido común y sin escrúpulos que siempre la había llevado por la calle de la amargura, si no colaboraba. Aún así, él era su hermano; él único que tenía, su única familia.

Había decidido que las seguiría a una distancia prudente, hasta que alcanzasen su destino. Después, si realmente lograban encontrar a Chris, las ayudaría a rescatarlo. No habría reproches, ni malos modos. Ellas habían ido allí, y eso era un hecho. Así que, simplemente, las ayudaría. Y cuanto todo aquello acabase, se separaría de Claire para siempre. Así lo había decidido. Ella le había asegurado que lo odiaba. Perfecto. Él no era capaz de vivir al lado de alguien quien lo odiara. Además, ella había preferido no confiar en él. Así que, ella misma había decidido por los dos. Con tristeza, se dijo que era mejor haber amado y haber perdido, que jamás haber amado.

De pronto, un fuerte golpe sacudió la lancha por completo. Él miró hacia todos lados, alarmado. Pero no pudo detectar ninguna amenaza. No había sido un disparo, ni nada que hubiese golpeado la lancha de un modo lateral o frontal. Por ello, no le quedó otra opción que asumir que algo la había golpeado desde abajo. Otro golpe salvaje logró abrir una vía de agua y casi logró lanzarlo a él mismo a merced de las olas. Se maldijo para sus adentros. La tormenta había comenzado a arreciar, de nuevo. Si caía al agua, el fuerte oleaje complicaría aún más la posibilidad de llegar a tierra. Se agarró donde pudo con todas sus fuerzas; pero de nada le sirvió, ya que una última embestida partió la lancha en dos, como si de mantequilla se tratase. Y él se vio arrojado al agua sin piedad. Cayó sobre algo enorme y duro, sorprendido, algo que debía medir casi quince metros de largo, y al menos cinco de ancho, con numerosas escamas puntiagudas, una de las cuales se clavó en uno de sus costados, haciéndolo sangrar. Pensando con rapidez, se dio cuenta de que, si existía un modo de protegerse de aquella bestia, fuera lo que fuera, era agarrándose a esta con todas sus fuerzas y no dejándola por nada del mundo. Y así lo hizo. Se dio cuenta de que el extraño pez nadaba con sorprendente rapidez, debido a dos fuertes aletas laterales y una enorme a modo de cola… Y a seis grandes y fuertes patas con las que se impulsaba y que replegaba para ofrecer menor resistencia al agua. Parecía una extraña ballena involucionada. Tomó aire con ímpetu, cuando esta hizo intención de sumergirse. Y deseó con todas sus fuerzas que, como las ballenas, el enorme bicho también necesitase salir a la superficie para respirar. Agarrado como un parásito a su enorme aleta dorsal, se dejó arrastrar por esta conteniendo la respiración. Y cuando creía que sus pulmones estallarían sin remedio, el animal se introdujo en una enorme caverna, sin duda excavada por el hombre. Segundos después, emergió bajo la luz artificial de numerosos focos diseminados a lo largo y ancho de lo que parecía ser su hábitat prefabricado, una enorme cueva con un canal central para que la extraña ballena pudiera salir y regresar sin problemas. Y a los lados, dos enormes pasillos que conducían hacia varias puertas. Dos guardias armados hasta los dientes custodiaban las salidas.

Leon valoró la situación, pensativo. Los guardias no habían notado su presencia. Sin duda, estaban acostumbrados a las constantes idas y venidas de aquel extraordinario animal. Así que, no le habían prestado apenas atención. Aquel hecho jugaba a su favor. Él tan sólo conservaba su chaleco táctico, con dos Beretta que dudaba mucho que pudiesen funcionar tras haber permanecido sumergidas en el océano. Dos cuchillos eran las únicas armas de que disponía, contra dos escopetas. El panorama no era muy halagüeño para él, que digamos. Por otro lado, su instinto le decía que, en su viaje, el animal se había desviado hacia el norte de la isla de un modo considerable; algo que lo había alejado de Claire y de Rebecca definitivamente. Por ello, tan sólo pudo desear que Piers y su equipo llegasen a tiempo para poder ayudarlas, ya que a él le iba a resultar totalmente imposible hacerlo.

No había tiempo para lamentaciones. Tenía que adaptarse a la nueva situación para poder sobrevivir. Así que lo haría. Con cuidado, aprovechó el fuerte chapoteo provocado por una de las aletas del animal, para lanzarse al agua y nadar rápidamente hacia un punto ciego de los guardias. Para su alivio, la enorme ballena prehistórica no pareció haberlo descubierto; o bien había decidido ignorarlo, por considerarlo insignificante. Sacó uno de los cargadores de las Beretta y lo lanzó fuera del tanque, lejos de los guardias. Inmediatamente, ambos se miraron el uno al otro y corrieron en la dirección del ruido. Él, rápidamente salió del agua, empuñó su cuchillo y, sigiloso, siguió a los guardias. De un rápido movimiento, dejó inconsciente al que estaba más rezagado, de un fuerte golpe en la cabeza con la empuñadura del cuchillo. Y se vio obligado a lanzar el arma al otro guardia, que ya se había girado hacia él, empuñando su escopeta. Con un ruido sordo, el otro se desplomó, alcanzado en el pecho. Desnudó al guardia que yacía desmayado y se vistió con su ropa. Cogió ambas escopetas, todos los cargadores que puedo encontrar y cualquier arma blanca, desarmándolos por completo. Le había llamado la atención que ambos llevaban puesta una máscara antigás. Así que, se las quitó y se puso una. Nunca estaba de más prevenir.

Observó las puertas que daban acceso al interior del complejo. Dos parecían conducir a salas situadas en el mismo nivel en el que estaba. Y otra daba paso a unas escaleras que conducían a un piso superior. Ocultó los guardias como mejor pudo y decidió subir las escaleras, que le condujeron a una especie de gran sala destinada a experimentar con sujetos de prueba, a juzgar por los enormes tanques individuales, que contenían especímenes de mutantes a cual más raro y estrambótico. Para su sorpresa, la sala estaba completamente vacía. Así que, no se vio obligado a fingir que era uno de los guardias a quien había suplantado. Caminó a lo largo de la larga sala, lentamente, no perdiendo ni un solo detalle de todo lo que allí vio. Numerosas máquinas, a las que estaban conectados los tanques, parpadeaban con luces de diversos colores.

De pronto, se detuvo. Dentro de uno de esos tanques, sumergido en un líquido amarillento por completo y con una máscara de oxígeno cubriendo su rostro, halló a Chris. En aquel instante, el alma le cayó a los pies y un dolor punzante y cruel, como jamás había experimentado antes, invadió su alma y nubló su mente. Estaba desnudo, con numerosos cables acoplados a su cuerpo mediante ventosas. Leon no podía saber en qué estado se encontraba su mejor amigo, su hermano. Pero aquello que vio, no invitaba a albergar muchas esperanzas. Sin embargo, tenía que sacarlo de aquella máquina infernal, fuera como fuera y a toda costa. Sabía que Chris jamás le perdonaría que, por salvar su vida o lo que realmente quedase de ella, él hubiera permitido que se convirtiera en uno de esos monstruos contra los que llevaba tantos y tantos años luchando.

Así que, corrió hasta la consola que daba vida a la máquina y observó los botones. En uno grande y cuadrado ponía la palabra 'vaciado'. Aquél era un buen comienzo. Lo presionó con firmeza. Y pronto el líquido amarillento comenzó a ser drenado desde la base del tanque. Inmediatamente después, presionó otro botón con la señal inequívoca de encendido y apagado y lo apretó. Todas las luces, tanto de la consola como del tanque, enmudecieron. Y Chris quedó sujeto tan sólo por las ventosas, completamente inmóvil, ajeno a todo. Desesperado, Leon buscó en el tanque un botón de apertura, una manivela, algo que le permitiera acceder al comandante. Tras presionar un resorte mecánico, la puerta se abrió, a la vez que todas las ventosas eran despegadas del cuerpo de Chris, sin miramiento. Le vino justo para recibir a su mejor amigo en sus brazos, impidiéndole caer. Lágrimas de frustración afloraron a sus ojos. Y se vio obligado a quitarse la máscara para poder secárselas con la manga del uniforme, pues le impedían ver. Lo acunó entre sus brazos, desolado.

—Chris, hermano… —No pudo continuar, tenía un nudo en la garganta.

Pasaron segundos en los que lo mantuvo fuertemente abrazado. Era incapaz de pensar, debido al dolor. Inesperadamente, un leve movimiento por parte del moreno lo alertó, y lo separó de su cuerpo rápidamente, para observarlo, angustiado.

—Joder, Leon, me estabas ahogando —Chris le reprochó con voz débil, mirándolo a través de las pequeñas rendijas que eran sus ojos.

El rubio soltó una fuerte carcajada, sin poder evitarlo. E inmediatamente escrutó a su alrededor. El ruido de su risa estridente debió haber alcanzado incluso los pisos superiores. Pero eso no le importó. Y la sala continuaba sola y en silencio. Por un instante, lo abrazó de nuevo con todas sus fuerzas, ignorando el nuevo reproche de su amigo.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó, buscando su mirada con preocupación.

—Incorpórame, por favor —le pidió.

Y Leon lo ayudó a sentarse con la espalda apoyada en el cristal del tanque, que había vuelto a cerrar.

—Estoy seguro de que, cuando me trajeron aquí, mi cuerpo estaba destrozado —el comandante aseguró, convencido—. Sin embargo, me siento extrañamente descansado… Y con fuerzas. Tenía una pierna rota por varios sitios; también un brazo. Una herida en la cabeza me hacía perder sangre rápidamente. Y me pecho y mi espalda estaban surcados de heridas… No habría dado ni un sólo centavo por mi vida —le explicó—. Y sin embargo, aquí me tienes. Dime, Leon. ¿Qué soy? ¿En qué me han convertido? Sé sincero, por favor —le rogó, desesperado.

—En un capullo desnudo, que no dice más que tonterías —le aseguró, con una enorme sonrisa.

—¿No… me he transformado? ¿Ni siquiera un poquito? —volvió a preguntar, mirándolo con incredulidad.

Leon negó con la cabeza, sonriente.

—Uno de esos zombis me mordió en un brazo… —Se buscó la zona dañada y quedó atónito. Nada, absolutamente nada.

—Se han limitado a curarte, Chris. Creo que tu inmunidad es congénita, al igual que la de tu hermana. Vuestro ADN es especial. Y ellos lo saben, o lo intuyen —reflexionó, muy serio.

—Joder… ¿Estoy desnudo? —Se asombró, súbitamente avergonzado.

—Tranquilo, no eres mi tipo. —Puso en sus manos una de las escopetas—. Creo que sé dónde encontrar ropa de tu talla. Descansa, vuelvo enseguida.

Sin añadir nada más, corrió hacia las escaleras que descendían al tanque donde vivía la extraña ballena monstruosa.


COMENTARIOS DE LA AUTORA

Este capítulo lo dedico por entero a manu, quien está haciendo un magnífico trabajo con su fanfic "Lo que mi corazón calló por años", un relato para fans de Fairy Tail, editado y publicado por Yog la Sombra del Amor. Gracias por estar ahí, siempre a mi lado. Te deseo muchos éxitos con tu relato.

Hasta muy pronto, espero.

Con cariño.

Rose.