Capítulo 9 — Promesas de muerte
Patrick Welles estrechó la mano de Piers Nivans con fuerza, cuando él y su equipo bajaron del Globemaster III, que había aterrizado en una enorme planicie situada cerca de donde se encontraba el último escondite de la D.S.O.
—Leon no ha podido esperaros —el moreno declaró.
Y Piers frunció el ceño, preocupado.
—Le dije que no hiciera ninguna tontería sin nosotros —respondió, mirándolo contrariado.
—Con respecto a eso, Leon no quiere que la D.S.O. se implique en el rescate de Chris, al menos de un modo visible. Pero yo creo que, dadas las circunstancias, parte de mi gente te haría mejor papel a ti, y parte de la tuya me haría mejor papel a mí —Patrick opinó, reflexivo—. Necesito a D.C. para que colabore con Pierce con el fin de infiltrarnos aquí, a todos los niveles. Y Nathan no te vendría mal a ti. Él es una auténtica bestia con las armas pesadas en operaciones de asalto; os vendrá bien en la Isla de los Malditos.
El grandullón aludido gruñó, totalmente conforme con Patrick. Piers lo miró y asintió, convencido. A D.C. también le agradó la idea; adoraba las operaciones en las que la tecnología y el espionaje jugaban un papel importante.
El moreno ofreció un GPS a Piers, quien lo cogió, curioso.
—Lamentablemente, hemos perdido a Leon. Pero seguimos teniendo a Claire, siempre que Cristina Arnáz siga con ella, claro —describió la situación.
—¿Claire está implicada en esto? —El rubio lo miró, ojiplático.
—Y también Rebecca. Por eso, Leon se ha visto obligado a adelantar la operación —Patrick respondió, intranquilo—. Vuestra misión será, principalmente, rescatar a ambas, ya que no tenemos datos de la ubicación de Leon y de Chris. Su acompañante, Cristina Arnáz, dispone de datos sobre la ubicación del laboratorio de Tricell. Si nosotros no hemos sido capaces de ofrecéroslos cuando hayáis encontrado a las tres, sonsacádselos a ella, sea como sea. Encontrad el laboratorio y daréis con Chris.
—¿Y Leon?
—Haya pasado lo que haya pasado, él os encontrará a vosotros —afirmó, convencido.
Por unos instantes, Piers quedó pensativo. Luego asintió.
—D.C., llévanos hasta allí y regresa con Patrick —ordenó a su subordinado—. Cuando te necesitemos de vuelta, te lo haré saber.
—Entendido.
—Nos vemos en un par de horas —el afroamericano dijo a Pierce, con una sonrisa.
—Serás bienvenido.
El equipo de la B.S.A.A. subió al avión, de nuevo. Y Nathan Riker lo acompañó. Patrick vio despegar la enorme aeronave, pensativo. Sin embargo, inmediatamente fue abordado por Anna, quien lo alcanzó a la carrera.
—La ciudad de Santángel está ardiendo por su lado norte —la rubia afirmó, mirándolo con urgencia.
Él busco su mirada, sin comprender.
—Se ha desatado un ataque zombi en plena capital —ella explicó, sosteniéndole la mirada con firmeza.
—No me jodas… Y Leon no está aquí…
—No. Ahora, el único jefe que tenemos, y el único que se ha enfrentado realmente a una amenaza bioterrorista, eres tú —le recordó, sin dejar de observarlo.
Patrick exhaló, intentando tranquilizarse. Trató de imaginar qué haría Leon en una situación con aquella.
—No podemos abandonar a toda esta gente —afirmó, convencido—. Hagamos lo que tenemos que hacer.
Pierce y Anna asintieron con la cabeza, en señal de apoyo hacia él.
—Lo malo es que nos hemos quedado sin Nathan. Y que D.C. tardará más de una hora en regresar. Lo bueno es que nosotros somos la D.S.O. —declaró, con orgullo—. Pierce, rastrea el origen de la pandemia; necesitamos atajarlo cuanto antes. Anna, guíanos.
—¿Vamos a seguir de incógnito? —la mujer quiso saber.
—Ni de incógnito, ni leches —negó, vehemente—. A ver quién cojones va a atreverse a enfrentarnos, si hemos venido a ayudar a toda esta gente. Coge el Humvee y vamos a cargarlo con todo lo que tenemos. Apoyemos al ejército de Santángel neutralizando el foco de este ataque bioterrorista. Ya tendremos tiempo de anular su cabeza pensante después.
—A tus órdenes.
Decididos, los tres agentes corrieron en dirección al vehículo al que Patrick se había referido.
&&&&&ooooo&&&&&
En la Isla de los Malditos, Rebecca degolló a un enorme lagarto con cabeza de flor mortífera, al que primero había descerrajado un balazo en su enorme bocaza serrada, con su escopeta. Claire, una vez más, se vio obligada a vomitar. Y Cristina observó a la bestia abatida, atónita.
—No sé qué narices esperábamos encontrar, que no fuera esto —la morena afirmó con rabia, enfadada consigo misma. Sentía cómo el enorme peso de aquella escopeta, unido a su gran retroceso, estaba dejando su hombro entumecido. Pronto se vería obligada a usar tan sólo sus pistolas, algo mucho más lento y menos efectivo.
Claire había intentado ayudar. Pero cada vez que se acercaba a una de aquellas enormes y variadas bestias surrealistas, una fuerte arcada invadía su estómago y ella se veía obligada a vomitar. En cuanto a Ana, era valiente; pero aquella situación aún la superaba. Y el hecho de que hubiesen encontrado, enredado a una pata llena de pinchos de una especie de pulpo con vago recuerdo humanoide, un colgante que Anna afirmaba que había pertenecido a su propio hermano, no ayudaba mucho a hacerla reaccionar, por el momento.
—Mierda… Odio ese olor fétido que emana de cada uno de estos bichos —Claire afirmó a su espalda, desesperada—. No sé qué tiene; pero logra hacer polvo mi estómago, ya de por sí maltratado. Si hubiera sabido que iba a pasar esto…
No se atrevió a continuar, sintiéndose infinitamente culpable por haber arrastrado a ambas mujeres hasta aquella isla. Y ahora no era capaz de ayudarlas. Encima, había dejado a Leon al margen de una decisión tan arriesgada como la que ambas habían tomado. Sin contar con que habían liberado a su prisionera, huyendo con ella. Sabía que su esposo no se lo iba a perdonar tan fácilmente. Temía, incluso, que su matrimonio hubiese terminado nada más comenzar. Y aquel pensamiento la hacía sentirse morir. Si continuaban así, no iban a ser capaces de liberar a Chris; ni de encontrar al hermano de Cristina. E incluso, no sabía si serían capaces de salir de allí con vida. Se habían internado demasiado en la jungla, a aquellas alturas. Por lo que regresar supondría, para ellas, el mismo peligro que continuar.
Rebecca se giró para mirarla, temiendo lo peor, dada la situación crítica por la que estaban atravesando. Pero se negó a compartir sus sospechas. Aquel no era momento para cargar el corazón de Claire con una nueva preocupación.
—Que hayamos encontrado el colgante de tu hermano enredado en uno de esos engendros, no significa que él esté muerto —dijo a Cristina, mirándola con severidad—. Y te necesito luchando a mi lado, si realmente quieres saber qué le ha pasado.
—Ya lo sé… —La mujer la miró, avergonzada.
—No me sirve de nada que sólo lo sepas. ¿Quieres salir de aquí con vida, con tu hermano o sin él? Pues espabila —le ordenó, inmisericorde.
Cristina le dedicó una mirada de reproche, a pesar de que sabía que lo que ella acababa de decirle, era la única verdad. Finalmente asintió con la cabeza, intentando armarse de valor.
—Ya sé que es mucho, lo que te estoy pidiendo. Luchar contra amenazas biológicas no es lo que tú esperabas; por mucho que creyeses que estabas preparada para todo. Te seguro que, en este caso, no lo estás. Aun así, te necesito —Rebecca suavizó el tono de su voz, mirándola comprensiva.
—Dadme tan sólo unos minutos para reponerme —Claire pidió a ambas, mirándolas decidida—. Seguramente, mi estómago ha empeorado debido a la llegada aquí bajo la tormenta, con esas enormes olas que han sacudido la lancha como si fuera papel de fumar
—Tú, concéntrate en mantenerte a salvo, tras nosotras. Y el resto, déjalo en nuestras manos —su cuñada le dejó claro.
Por un momento, Cristina dedicó a la bioquímica una mirada inquisitiva. Y ver la evidente respuesta en sus ojos, fue el último empujón que necesitó para encontrar el valor que hasta ahora le había sido esquivo. Sabía usar una pistola; y también un cuchillo. Así que, se esforzaría con toda su alma en proteger a las dos mujeres que habían decidido ayudarla. Encontrarían a su hermano y a Christopher Redfield, el hermano de Claire; y todos saldrían de allí con vida, se obligó a creer. Decidida, empuñó su pistola con ímpetu, colocándose al lado de Rebecca.
&&&&&ooooo&&&&&
Chris y Leon habían llenado dos mochilas completas, que habían encontrado en las cocinas del complejo de Tricell, con comida y agua para varios días. Y se las habían cargado a la espalda. Ambos estaban seguros de que algo muy grave estaba sucediendo en aquel lugar, pues llevaban más de media hora deambulando por este y no habían encontrado a un alma humana viva, siquiera. Tampoco había cadáveres. Así que algo, o alguien, había hecho que aquel sitio quedase vacío, a excepción de los dos guardias que habían custodiado a la enorme ballena prehistórica, con los que Leon se había topado a su llegada. Aun así, no habían bajado la guardia en ningún momento, ya que nada les había dado una pista sobre lo que estaba pasando. Cada sala que habían atravesado, cada pasillo por el que habían pasado, se mostraba intacto; sin señales de lucha, de huida apresurada… como si, en cualquier momento, sus habitantes fuesen a volver tranquilamente, tras una salida normal. Pero… ¿qué había pasado? En aquella situación, tampoco les importaba. Su prioridad era hacer saltar por los aires todo aquel maldito laboratorio. Y no hallar resistencia para lograrlo, sencillamente, los beneficiaba.
—No hemos encontrado cargas de profundidad para acabar con ese maldito bicho que te ha hecho llegar aquí —Chris hizo notar, reflexivo—. Y si lo dejamos marchar y nos cargamos el laboratorio, cuando no tenga a dónde regresar, se convertirá en un peligro potencial para cualquier barco que navegue por estos mares —concluyó, preocupado.
—Pero si perdemos tiempo preparando un localizador que incrustarle mediante un arpón, puede que no tengamos oportunidad de hundir toda esta mierda —Leon objetó, continuando con aquella reflexión—. Habrá un modo de localizarlo y de poder cazarlo después, digo yo. Un bicho tan enorme y tan extraordinariamente agresivo no puede pasar desapercibido durante mucho tiempo. Además, es probable que, antes de que decida abandonar esta isla definitivamente, se dedique a buscar un modo de regresar al único refugio que conoce. Eso nos dará un margen de maniobra para poder encontrarlo y abatirlo, antes de que se largue a una zona quizá más habitada.
—Joder… Tienes razón. Detrás del uno, el dos. Y nuestra prioridad, ahora, es neutralizar este foco de perversión y podredumbre —dejó claro, convencido.
Leon asintió con la cabeza, totalmente de acuerdo con él.
—Terminemos de colocar las cargas explosivas y salgamos —ofreció al comandante.
Ambos hombres colocaron cargas explosivas con temporizador desde el sótano más profundo de aquel edificio oculto, hasta las zonas superiores, reduciendo el tiempo de la explosión a medida que ascendían, para lograr que el recinto se hundiese por completo al mismo tiempo, sin dejar rastro alguno de su existencia. Mientras atravesaban salas destinadas a diversas actividades, o subían escaleras, por todos lados, en las paredes, había máscaras N.B.Q., contra peligros nucleares, biológicos y químicos. Aquello les creó cierto desasosiego.
—¿Para qué las usan? —Leon expresó la enorme curiosidad y preocupación de ambos.
—Vete a saber. Quizá están destinadas a neutralizar algún tipo de amenaza procedente del exterior —Chris aventuró a afirmar, pensativo—. Por si acaso, cojamos un par y pongámonoslas cuando salgamos.
—Sabia decisión.
Los dos cogieron un par de máscaras y se las guardaron. Cuando llegaron a la salida principal del laboratorio —una enorme puerta de acero cortada en dos hojas que se abrían desde ambos lados mediante un interruptor—, situada en la parte baja de una de las escasas colinas que había en aquella isla casi completamente plana, se las pusieron. El agente se acomodó en el hombro un enorme lanzagranadas, situándose a espaldas de Chris. Y el comandante apoyó una ametralladora en su hombro, dispuesto a arrasar con todo aquello que hallasen en su camino. Colgadas de sus espaldas, ambos llevaban dos escopetas más, y en sus chalecos, varias pistolas, tanto de balas como de descargas eléctricas. Abrieron la puerta y, de pronto, el caos más brutal y despiadado se adueñó de la escena por completo.
Ante ellos, enormes titanes, tiranos, y monstruos de diversa envergadura y condiciones, se hallaban enzarzados en una brutal pelea a muerte. A los pies de estos, humanos cubiertos con máscaras como las que ellos se habían colocado, se afanaban en luchar unos contra otros, a la vez que intentaban no ser pisoteados o masacrados por los brutales B.O.W. Parecía haber dos bandos, pensó Chris; como había intuido desde un principio.
—Alejémonos todo lo posible de toda esta locura y confirmemos la explosión del laboratorio —Chris dijo a Leon, más mediante gestos que con palabras, ya que el estruendo era tan enorme, que dudó de que su compañero hubiese podido escuchar una sola de sus palabras, siquiera.
Aprovechando todo aquel caos, los dos hombres corrieron uno junto al otro, intentando no separarse. Sortearon embestidas, chorros de gas y de líquido verde y corrosivo; durante un momento, hasta disparos procedentes de un humano que llevaba un traje completamente distinto al suyo… ¿Procedente de una corporación rival a Tricell, quizá? Se dieron cuenta de que, en aquel lugar, se estaba librando una guerra que nada tenía que ver con ellos. Aquello aún hizo la situación más interesante a sus ojos. Cuando ambos alcanzaron una gran roca lo suficientemente alejada del laboratorio oculto bajo tierra, se ocultaron tras esta y se dedicaron a esperar. Escasos segundos después, una sucesión de salvajes explosiones arrasó las profundidades del lado norte de la isla. El suelo tembló bajo sus pies. Pero para la mayoría de aquellos engendros y humanos que peleaban junto a la entrada del laboratorio, el hundimiento alcanzó el terreno que pisaban, haciendo que se precipitasen hacia las profundidades que dejó la enorme sima que se abrió bajo ellos. El resto, emprendió una loca carrera hacia el interior de la jungla, intentando salvar sus vidas. Cuando, escasos minutos después, el estruendo acabó y el terremoto se hubo calmado, Chris y Leon se aventuraron a acercarse al borde de la sima, con cautela. El mar, seguramente accediendo al colosal agujero que había quedado a través del acceso que había usado la anacrónica ballena, había comenzado a adueñarse del subsuelo por completo. Pronto, todo resquicio de construcciones, hombres o bestias que había habido allí, habría quedado sepultado bajo este por completo.
Los dos hombres se miraron el uno al otro, satisfechos.
—Sois la jodida molestia más pesada y cansina que me he echado a la cara jamás —escucharon del otro lado de la sima, de pronto.
Inmediatamente, los dos apuntaron sus armas hacia el origen de la voz, amenazadores.
Una enorme figura, sin duda con silueta totalmente humana, pero mucho más grande que un humano normal, de un salto imposible cruzó el enorme agujero y cayó a espaldas de ambos.
—Me habéis jodido los planes. Pero no pienso irme con las manos vacías.
El rostro de Albert Wesker, convertido en un enorme tirano, les sonrió con infinito desprecio, ansioso de venganza.
—Esto sí que no me lo esperaba —Chris dijo, realmente preocupado.
Leon sacudió la cabeza, alucinando también.
Aquel engendro había demostrado ser casi inmortal. Así que la pelea prometía ser mucho más que interesante, peligrosa y brutal. Pero después de tantos peligros y penurias como ambos hombres habían superado a lo largo de los años, aquella promesa de muerte no iba a amedrentarlos, precisamente.
COMENTARIOS DE LA AUTORA
Voy a actualizar tres capítulos de una sola vez. Así que aprovecho aquí para hacer las dedicatorias con respecto a los tres:
—A maleja16, por haber añadido el fanfic a sus favoritos y a sus alertas.
—A Kaysachan, por haberme dejado comentarios a varios capítulos. Te echaba de menos. Un fuerte abrazo y espero que estés bien.
—A manu, incombustible, quien siempre sigue a mi lado. Muchísimas gracias y un abrazo muy fuerte. Me puse al día con tu fanfic y te dejé un comentario.
—A Claugzb, también incombustible, quien siempre me deja comentarios entusiastas, haciéndome tan feliz con ellos. Un fuerte abrazo.
Hasta muy pronto y con cariño.
Rose.
