Capítulo 11 — Qué te apuestas
Chris se dio cuenta, inmediatamente, de que la envergadura de Wesker había comenzado a disminuir a ojos vista. Sin duda, el ojo que Leon le había destrozado había estado encargado de hacerle adoptar aquella dimensión tan descomunal. Y una vez este había sido destruido, el maldito rubio volvía a ser una persona de tamaño normal. Pero no de fuerza, resistencia y agilidad normales. Le quedaba una dura batalla por delante, y lo sabía. Temía por Leon; pero no podía acercarse para comprobar su estado de salud, si no quería convertirlo, de nuevo, en el foco de la ira de ese demente mutado. Furioso, se preguntó qué narices hacía su otro ojo; y se propuso averiguarlo de inmediato. Acabaría con la vida de ese monstruo de una vez y para siempre, se dijo; por la memoria de todos los caídos por su culpa. Y para que nadie sufriese de nuevo gracias a él.
Decidido, cogió la ametralladora e hizo un barrido que llenó de proyectiles el cuerpo encogido. También traspasó su ojo intacto, aunque no lo destruyó. Sin embargo, Chris se dio cuenta de que la velocidad con la que aquel monstruo lograba regenerarse había disminuido considerablemente. Se felicitó para sus adentros; ya sabía qué función estaba cumpliendo aquel maldito rubí mortuorio. Si conseguía destrozarlo, Wesker no sería más que un humano vulnerable con habilidades extraordinarias.
Cegado por la ira, Wesker lo embistió de frente, ignorando el fuego de ametralladora que el comandante le mandó de lleno, intentando frenarlo. Con una sola mano, a pesar de ser, ahora, prácticamente del mismo tamaño que Chris, el rubio lo cogió por el cuello con una sola mano y lo levantó en vilo. Apretó a su presa lo suficiente como para casi hacerle perder la consciencia. Y cuando prácticamente lo hubo ahogado, lo lanzó lejos de sí, saboreando todo el dolor que pensaba infligirle. No le iba a dejar morir tan fácilmente, pensó aquel monstruo pues, por todas las molestias que él y su maltrecho compañero le habían causado, sintió que no lo merecía. Boqueando desesperado, Chris intentó ponerse en pie. Pero Wesker, plantándose ante él de una rápida carrera, le pateó el estómago, con fuerza. La sangre comenzó a chorrear desde los labios del comandante, a quien le resultó imposible toser, siquiera.
—No eres más que el chiquillo engreído, malcriado y molesto que me tocó los cojones a dos manos en Raccoon City —Wesker afirmó, mirándolo con desdén—. Debí haberte matado entonces. Pero hoy no cometeré el mismo error.
Saboreando de antemano el sadismo con que iba a aplastar su cabeza, aquel mercenario monstruoso alzó una de sus botas y la dejó caer sobre el rostro de Chris, con saña. Sin embargo, y con las últimas fuerzas que le quedaban, el moreno sacó un cuchillo que llevaba en el cinturón táctico y se lo estrelló en la otra pierna, con todas sus fuerzas. Ardiendo de dolor, Wesker trastabilló y se vio obligado a apoyar la pierna con la que iba a patearlo en el suelo, con el fin de no caer, por lo que el golpe no fue brutal como él esperaba. Y Chris le dedicó una mirada arrogante, sonriendo con orgullo, entre la sangre que brotó también de su nariz. Sin embargo, las fuerzas lo abandonaron. Y se vio obligado a dejarse caer de espaldas, de nuevo. La sangre le impedía respirar. Fue consciente de que recibir un nuevo golpe por parte de aquel engendro incombustible, sería su fin. Así que lo miró, desafiante. Había hecho todo lo que había podido por acabar con él. Y Leon también. Tan sólo rogó, con toda su alma, que el equipo que Leon había enviado allí en busca de Claire y de Rebecca, fuera capaz de rescatar a ambas con éxito.
Hastiado, Wesker alzó una pierna de nuevo. En esta ocasión, la bota iba a ir dirigida directamente a su pecho. Se había hartado de aquel mosquito molesto, que se negaba a morir. Le rompería las costillas sin piedad, incrustándolas en sus pulmones. Y aquello, definitivamente, sería su fin.
Sin embargo, una fuerte detonación sonó frente a aquel asesino, a espaldas de Chris. Y el comandante, atónito, comprobó cómo el ojo herido de la criatura estalló en una burbuja de sangre, dejándolo ciego por completo. Varias detonaciones más taladraron su cabeza, y también su cuerpo. Y, finalmente, Wesker se desplomó de espaldas, quedando inmóvil a su lado.
Alguien se dejó caer sentado al lado de Chris y exhaló con fuerza, sintiéndose tan destrozado como lo estaba él.
—Cinco minutos, sólo dame cinco minutos, ¿vale? E iremos en busca de Claire y de Rebecca —Leon le pidió, mirándolo entre la sangre que nublaba su vista.
Desviando su cabeza hacia él, Chris lo miró y soltó una sonora carcajada que casi logró lo que aquel engendro no había conseguido; ahogarlo por completo. Se incorporó como pudo. Y palmeó la espada de su cuñado con más fuerza de la que había creído ser capaz de mostrar, a aquellas alturas.
—Te apuesto lo que quieras a que, en cuanto encontremos a mi hermana, ella te pedirá perdón por lo que ha hecho —le aseguró, convencido.
Leon lo observó, anonadado. ¿En serio iba a continuar con aquel asunto, tan hechos polvo como ambos se encontraban? Le dedicó una mirada sarcástica, sonriente.
—¿Claire Redfield pidiendo perdón por algo que ha hecho? Eso, no te lo crees ni tú —objetó, con amargura.
—Claire Kennedy será quien te pedirá perdón, Leon. Ella te adora, vive por ti. Y lo sabes.
—Acepto tu apuesta. Van cien pavos a que te equivocas —lo retó, dedicándole una mirada tan seria como la que su cuñado le estaba ofreciendo.
—Cien Pavos. Yyyyyyy… la promesa firme por tu parte de que, si tengo razón, te replantearás seriamente la posibilidad de perdonarla y de continuar a su lado —negoció con voz firme, desafiante.
Leon negó con la cabeza, incrédulo.
—Eres un capullo —aseguró con acidez, dando por entendido que aceptaba sus condiciones.
—No más que tú.
Ambos se apoyaron el uno en el otro para poder ponerse en pie. Y, segundos después, comenzaron a correr en dirección a la selva, internándose en la espesura.
Ya lejos de allí, no pudieron comprobar que, a sus espaldas, la masa informe en que los dos ojos de Wesker se habían convertido, comenzó a regenerarse muy lentamente.
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—El laboratorio de Tricell está completamente destruido —Damian informó a Piers, nada más Nathan y él se hubieron reunido con el resto del grupo—. En su lugar, hay una enorme fosa llena de agua, en la que flotan un montón de cadáveres, tanto de humanos como de B.O.W.s.
—Y el cuerpo de un tipo que parecía endemoniado, al que le han reventado los ojos y han agujereado como un colador, sin piedad —Nathan añadió, con voz seria—. No sé qué tiene ese tipo que, aun estando muerto, me ha dado un mal fario de narices. Y al encontrarlo medio destrozado junto al agujero, no he podido evitar el impulso de echarlo dentro.
Piers enarcó una ceja, mirándolo sin saber a quién podía referirse.
—¿No os habéis encontrado con Leon y con Chris? —Claire interrogó a ambos, mirándolos desesperada.
Los dos hombres negaron con la cabeza, abatidos.
—Allí no queda absolutamente nada; ni nadie —Damian se vio obligado a afirmar, apesadumbrado.
—Por eso no hemos hecho más que matar bichos mutados que venían de esa dirección. Los pocos que han sobrevivido al desastre, han puesto pies en polvorosa —Jill intuyó, pensativa.
El capitán le dedicó una mirada pensativa, de acuerdo con ella.
Rebecca cogió a Claire por ambas manos, desolada. Las lágrimas le impedían ver, al igual que a su cuñada. Pero ambas se negaron a derramarlas. Cristina se dejó caer en el suelo, rendida. Y rompió a llorar sin poder evitarlo.
De pronto, el ruido inconfundible de numerosos disparos se hizo escuchar, procedente del oeste, a escasos kilómetros de donde ellos se encontraban. Todos ellos se giraron en aquella dirección, alerta.
—Si existe una posibilidad, una sola, de que Chris y Leon sigan con vida, tenemos que aprovecharla —Nadia dejó claro, fijando en su capitán una mirada resuelta—. Sean ellos o no lo sean, alguien está peleando en esa dirección. Tenemos que ayudarle —pidió su aprobación, con urgencia.
Inmediatamente, Piers asintió con la cabeza.
—Esta vez no nos vais a dejar atrás —Claire se enfrentó al rubio, mirándolo con desafío—. O vamos todos, o no va ninguno. Me importa una mierda llegar a la puñetera playa, o salir de aquí con vida. Quiero encontrarlos, Piers —le dejó claro, rotunda.
Él exhaló con fuerza y asintió de nuevo, conforme.
—Jill, Nadia, vosotras delante, conmigo. Damian y Nathan, os encargaréis de proteger al resto.
Las dos aludidas comenzaron a correr en dirección al fragor de la lucha, junto a él. Y los otros cinco los siguieron a un paso moderado. Lo que el trío de vanguardia vio, al ir acercándose al origen del estruendo, lo dejó alucinado. Dos hombres, tan sólo dos hombres, se estaban enfrentando, al menos, a más de treinta zombis que los tenían rodeados. Y les estaban dando una paliza salvaje. Uno de ellos, empuñando una escopeta, hacía estragos en la cabeza de todo engendro que osaba acercarse a él, con una puntería infalible. Y el otro, con una pistola, se revolvía como una serpiente, desenvolviéndose cómodamente en las distancias cortas. Espalda contra espalda, ambos representaban una fuerza terrible. En un momento determinado, quedaron asediados sin remedio. Y fue entonces cuando el hombre de la escopeta se la colgó a la espalda y, sacando un cuchillo, se dedicó a degollar a todo engendro que osaba moverse, siquiera. Mientras, su compañero continuaba arrasando con movimientos ágiles y precisos, segando piernas, brazos, incluso derribando a los zombis como un ariete, para poder reventar sus cabezas después. Cuando Piers, Jill y Nadia quisieron ayudar, tan sólo les quedó rematar a un par de rezagados. Nada más. Aquella hazaña que los tres presenciaron fue tan épica que, muchos años después, seguirían contándola, entusiasmados.
Por un momento, los dos hombres apuntaron sus armas hacia ellos, dispuestos a acabar con sus vidas también.
—¡Comandante! ¡Comandante! ¡Joder, Chris! ¡Soy Piers! —el capitán llamó su atención, levantando las manos.
El hombre fijó su mirada en él, concentrado. Y finalmente sonrió.
A su lado, Leon bajó la pistola y sonrió también.
—Joder, tíos. Si queréis, vamos a buscaros unos cuantos más, para que sigáis divirtiéndoos —el rubio les dijo, alucinado.
—Mejor lo dejamos para otro momento —Chris negó, con una sonrisa cansada.
—¿De dónde han salido todos esos engendros? —Jill quiso saber, sorprendida—. Nosotros no hemos encontrado casi ninguno, durante todo el tiempo que hemos estado aquí.
—Deben ser los investigadores que trabajaban en un laboratorio anexo a la estructura principal —Leon imaginó, pensativo, mientras se doblaba sobre sus rodillas y exhalaba con fuerza—. Esa estructura se derrumbó después, a consecuencia del movimiento de tierras provocado por la explosión principal. Quizá les dio tiempo a salir del edificio y fue entonces cuando fueron atacados y convertidos. O quizá ya habían sido convertidos antes. La verdad es que ese dato no lo sé, ni me importa.
De súbito, Chris se vio golpeado por un cuerpo menudo, que se estrelló contra el suyo con ímpetu. Fue Rebecca quien, emocionada, se abalanzó sobre él, estrechándolo en un fuerte abrazo mientras rompía a llorar. Sintiendo que el corazón iba a saltar de su pecho debido a la alegría que le produjo reencontrarse con ella, el comandante la levantó en brazos y la besó, desesperado.
Tras ellos, Claire caminó al encuentro de Leon, con paso trémulo. Y al llegar a su lado se detuvo, incapaz de reaccionar. El rubio levantó la cabeza y la miró, agotado.
—Leon… Leon… —ella lo llamó entre sollozos, sin atreverse a abrazarlo, temiendo recibir su completo rechazo—. Leon, te lo suplico, perdóname. Me he comportado como una inconsciente. Cuando me he enterado de que nos habías seguido, he creído que te había perdido. He creído que… —Negó con la cabeza, vehemente, atragantándose por la angustia.
Por un momento, él se mantuvo estático, en apariencia indiferente, observándola en absoluto silencio. Luego se irguió y, abriendo los brazos, le hizo un gesto para que ella lo abrazara, con una sonrisa. Sin pensarlo más, su esposa se echó a sus brazos y su llanto se intensificó, descontrolado.
—Tú y yo tenemos que hablar muy seriamente —le advirtió, arropándola pegada a su pecho—. Vamos, no llores… Chris es inmortal, ya lo has visto —le aseguró, con una sonrisa.
—Y tú eres… tú eres… —Un acceso de llanto la interrumpió, de nuevo.
—Yo soy muy afortunado, porque nada os haya sucedido. Salgamos de aquí cuanto antes —dijo a los demás, alzando la voz—. Ya tendremos tiempo de volver para rematar todo este asunto como es debido.
—D.C., ¿me escuchas? —Piers hizo funcionar su transmisor, inmediatamente después.
Pasaron varios segundos en que nada se escuchó, procedente del aparato. Todos ellos se miraron, comenzando a preocuparse.
—¿D.C.? —Piers insistió, impetuoso.
—¡Capitán! —un gritó se escuchó, de súbito. La voz del hombre parecía nerviosa y urgente. Y un ruido ensordecedor se escuchó de fondo, interrumpiendo la conversación.
—D.C., ¿qué demonios está pasando ahí? —Chris exigió saber, acercándose al lado de Piers para que el otro pudiera escucharle.
—¡Comandante! ¡Me alegro de escucharte! ¿Leon está ahí, también?
—Estamos todos aquí, sanos y salvos —Chris afirmó, con voz tranquilizadora—. ¿Qué estáis haciendo? —insistió, con urgencia.
—La capital ha sido presa de una pandemia originada por Virus-T —anunció.
Leon y Chris intercambiaron miradas de alarma, poniendo sus mentes alerta inmediatamente, de nuevo.
—Patrick está dirigiendo la única fuerza de choque que tenemos aquí, contra los zombis que campan a sus anchas por todas partes. El ejército está aniquilado. Y el Gobierno, desaparecido. La única ayuda de la que disponemos es la de un tal Carlos Oliveira, un mercenario que estaba contratado por el gobierno de Santángel para proteger a su presidenta; la verdad es que este tío nos está sirviendo de mucho. Es todo un fenómeno.
—¿Carlos? —Jill pidió confirmación, sorprendida.
—Volved cuanto antes —D.C. les apremió—. Os necesitamos aquí.
—No tenemos cómo hacerlo —Piers aseguró, preocupado—. Todo aquí ha volado por los aires. No queda ningún medio de transporte que podamos usar.
—Joder… Pues lo tenéis complicado, porque Patrick no puede prescindir ahora de ninguno de nosotros aquí, con la que está cayendo. Voy a hablar con él y volveré a contactar con vosotros lo antes posible. Resistid —les pidió.
Inmediatamente después, la conexión se cortó.
—No sabemos si, realmente, cualquier medio de transporte ha sido eliminado —Leon objetó, pensativo—. Ninguno de nosotros ha explorado esta isla al completo. Tracemos un plan y busquemos un medio con el que salir de este maldito lugar —propuso.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo —Chris respondió—. Y Leon… me debes cien pavos.
—Y te daré un morreo, también, si logramos salir de aquí cuanto antes —le aseguró, mirándolo con acidez.
—Gracias. Pero eso, prefiero perdérmelo —negó, del mismo modo.
