Capítulo 12 — Nadie se quedará atrás

Chris acababa de cortar la comunicación con la directora de la B.S.A.A., quien le había prometido que, en cuestión de escasas horas, llegaría apoyo para el equipo de Patrick, en Santángel, y un transporte para recogerlos a ellos. Preocupado, escuchó cómo Leon hablaba con Patrick a través del altavoz del móvil que Riker le había proporcionado.

—No os preocupéis por nosotros, ¿entendido? —dijo a su compañero, decidido—. La directora de la B.S.A.A. va a enviarnos un transporte que nos lleve de vuelta a Santángel. En breve recibiréis apoyo y…

—Leon —Patrick lo interrumpió, de pronto, del otro lado—. Me está entrando una llamada muy extraña, con un número que tiene un montón de ceros. ¿Quién cojones conoce este número…?

—Cógela y pónmela en el altavoz —su jefe le ordenó, con urgencia—. Señor Presidente —saludó, inmediatamente después.

—Hola, Leon —el presidente Graham lo saludó también, del otro lado—. Me alegro de poder escucharte; no he podido hacerme contigo y estaba preocupado. Tenéis que salir de ahí en menos de una hora —urgió al agente, con voz firme—. La directora de la B.S.A.A. ha solicitado ayuda al Gobierno de los Estados Unidos para bombardear Santángel, la capital, a modo de contención del brote de Virus-T que está arrasando allí.

Inmediatamente, Leon y Chris se miraron, atónitos e incrédulos.

— El USS Bunker Hill va a lanzar diez Tomahawk supersónicos dentro de cinco minutos —continuó—. En una hora, la isla de Santángel habrá sido arrasada por completo.

—Patrick y el resto de mi equipo están allí, jugándose la vida por contener la pandemia —Leon le recordó, indignado.

—Te he estado llamando por ese motivo. Debéis salir de esa zona cuanto antes.

—¿Ojivas convencionales o nucleares? —exigió saber, con voz grave.

Del otro lado, nada se escuchó.

—¿Convencionales o nucleares, Steven? —repitió, furioso.

—Convencionales, Leon, por supuesto.

El agente bufó claramente con sarcasmo, al escucharlo.

—Sé que el Theodore Roosvelt está de maniobras muy cerca de aquí. Ordénale que envíe un helicóptero para recoger a Patrick y al equipo. Y otro, para recogernos a nosotros —pidió al presidente, sin contemplaciones.

Un nuevo silencio se impuso en la conversación.

—Los tendréis. Envíame tu ubicación.

Leon hizo lo que él le pedía, con rapidez.

—Patrick le va a enviar su ubicación, también. Señor Presidente, cuidado con Hyacinth Stapleton; ella ha prometido ayuda a Chris, no aniquilación —le advirtió, rotundo.

—Lo tendré muy en cuenta. Aun así, yo estoy totalmente de acuerdo con ella, en esta situación. El único modo de asegurarnos de que el mal no se extenderá por el resto del archipiélago, y de ahí al continente, es erradicándolo en Santángel —dejó claro, convencido.

—¿Cuántos más Raccoon van a haber, señor Presidente? —le preguntó, con voz acusadora.

—Eso es injusto, Leon.

—¿Lo es? —preguntó, con sarcasmo—. Le informaré de regreso —anunció. Y sin darle opción de continuar la conversación, se dirigió a Patrick, de nuevo—. Ya habéis oído. Os quiero fuera de ahí en media hora, a lo sumo. ¿Entendido? Coged una lancha, un yate, lo que sea, y embarcaos. Envía vuestra ubicación al presidente con regularidad, al mismo número que te ha llamado, y el helicóptero del Roosvelt os localizará en el mar —le ordenó.

—Pero Leon…

—Las vidas de tus hombres dependen de ti, Patrick. Es tu responsabilidad sacarlos de ahí sanos y salvos. Ya no puede hacerse nada por los habitantes Santángel. Así que, haz lo que te digo —repitió, con voz fría.

—Entendido. Nos vemos en el Roosvelt.

—Nos vemos ahí. Cuidaos.

—Vosotros también.

La comunicación se cortó. Y el agente, furioso, dio varias fuertes patadas a un árbol, con rabia; hasta que consiguió serenarse.

—¿Por cuál apuestas, por Tricell o por Phoenix Expanse? —el comandante preguntó al director de la D.S.O. Se refería a la directora de la organización para la que él mismo estaba trabajando, a sabiendas de que su compañero le había comprendido a la perfección.

—No lo sé. Pero lo averiguaremos.

—Eso, tenlo por seguro. Y cuando me la eche a la cara, voy a destrozarla sin piedad. La muy hija de puta…

Una nueva llamada sorprendió a Leon y él la cogió inmediatamente, viendo que era Hunninghan, quien reclamaba su atención.

—Leon, salid de ahí cuanto antes —les urgió—. Un buque con bandera rusa acaba de lanzar tres misiles de crucero con destino a la Isla de los Malditos. Os alcanzarán en veinte minutos.

—¡Gracias! —él gritó. Y cortó la comunicación—. ¡A la playa! ¡Todos a la playa! ¡Vamos a coger el yate que hemos visto hace un kilómetro! —ordenó, como un desesperado.

—¿Y la jodida ballena mutada de la que nos has hablado? —Damian quiso saber, dubitativo.

—¿Prefieres jugártela con un maldito B.O.W. submarino o con tres misiles de crucero? —su comandante preguntó lo obvio, mirándolo con cabreo—. ¡A la playa! ¡Ya! —rugió, sin contemplaciones—. Esa jodida traidora también va a por nosotros —dijo a Leon.

Leon asintió con la cabeza, de acuerdo con él, mientras cogía a Claire con una mano, con fuerza, y comenzaba a correr con ella en dirección a la playa. Chris hizo lo mismo con Rebecca. Y Riker cogió en brazos a Cristina, sin contemplaciones, y corrió como alma que lleva el diablo. El resto los siguieron.

Cuanto más se acercaron a la playa, más B. se cruzaron en su camino, que se habían alejado del hundimiento del laboratorio de Tricell, huyendo desesperados. Pelear contra estos los retrasó considerablemente. Pero ninguno se quedó atrás. Todos ellos lucharon como uno solo, codo con codo. Y alcanzaron el yate, completamente agotados. La embarcación era pequeña, pero cabían todos sin problema. Nadia comprobó que tenía combustible suficiente como para regresar a Santángel, incluso. Aunque estaba claro que no podían dirigirse allí. Inmediatamente, puso en marcha el motor y el yate se adentró en el mar, con un ruido constante.

Un par de minutos después, tres fuertes detonaciones se sucedieron en la isla que acababan de abandonar. Inmediatamente, tierra, piedras, trozos de árboles e incluso partes de monstruos mutilados, volaron en su dirección. Y una fuerte ola estuvo a punto de volcar la embarcación. Todos ellos se protegieron dentro del yate lo mejor que pudieron, rogando con todas sus fuerzas que el pequeño barco aguantarla la embestida; y que la maldita ballena mutada no se encaprichara con destruirlos.

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—No pienso abandonar a los civiles que queden vivos en esta ciudad —Anna negó, tozuda, cuando Patrick les comunicó las nuevas órdenes.

—Si es que queda alguno —Oliveira objetó, escéptico.

—¡Joder, Anna! ¿Acaso crees que es una decisión fácil para mí? —Patrick le echó en cara, furioso—. Leon está más jodido que yo. ¡Mucho más! Esto, él ya lo ha vivido. ¿Cuánto crees que le ha costado darnos esta orden? —le dejó claro, mirándola con reproche—. Acatarás la orden; todos lo haréis. O cuando regresemos, al que vuelva con vida lo enfrentaré a un consejo de guerra. Eso, te lo juro por mis cojones.

Ella lo miró como si no lo conociera, sorprendida. Desde que se estaban enfrentando a aquella pandemia, se había acabado el hombre comedido que ella conocía. Ahora tenía ante sí a todo un líder, como Leon. Y lo sabía. Sin duda, el director de la D.S.O. había tomado su elección a conciencia, al nombrarlo su segundo al mando.

—Dejadlo ya y larguémonos —Pierce pidió a ambos, nervioso—. El tiempo corre en nuestra contra.

—Rescataremos a todo aquel civil que encontremos en nuestro camino —Patrick aseguró a Anna, dándole un poco de tregua.

Ella lo traspasó con una mirada llena de ira, pero asintió.

—Los zombis son demasiados —D.C. expuso la situación, pensativo—. Si perdemos un tiempo precioso abriéndonos paso hacia la playa, los misiles nos pillarán con el culo al aire —auguró—. Y hay una distancia de siete kilómetros desde aquí, al menos.

—Necesitamos un transporte blindado, algo con lo que barrer a esos bichos literalmente —Pierce afirmó, pensativo.

—¿Qué tal el furgón de transporte de una empresa de seguridad, que hay aparcado a dos calles de aquí, junto a un banco? —Carlos propuso, mirándolos decidido.

—Es una buena jodida idea, a falta de nada mejor —Patrick aceptó—. Carlos y yo iremos en vanguardia. D.C., Anna y Pierce, tras nosotros. No os despleguéis a no ser que sea estrictamente necesario. Cubridnos y nosotros nos encargaremos de avanzar.

Intentaron pasar desapercibidos el máximo tiempo posible. Y lo consiguieron recorriendo toda una calle. Pero al llegar a una encrucijada, se toparon de lleno con un enjambre de zombis que emergía de un autobús volcado. A su vez, del otro lado de la calle, un grupo de engendros vestidos de soldado comenzó a avanzar hacia ellos, también.

—Joder —qué oportuno, el ejército —Carlos afirmó, con sarcasmo.

—Debemos continuar —Patrick ordenó—. Si nos detenemos ahora, no llegaremos a tiempo a la playa.

—Oído cocina.

Sin pensarlo dos veces, el mercenario disparó a diestro y siniestro contra los zombis del autobús accidentado, que estaban mucho más cerca. Patrick y Anna se enzarzaron contra estos, también. Y D.C. y Pierce la emprendieron a tiros contra los soldados, manteniéndolos a raya.

De pronto, Carlos cayó, agarrado por una pierna por un zombi que tan sólo tenía medio cuerpo. Inmediatamente, Patrick disparó a aquel zombi y a todos aquellos otros que intentaron aprovechar la caída del moreno; con pericia, reventó la cabeza por completo a un engendro que había sido un niño pequeño, antes de ser transformado. Anna, al verlo, por un momento quedó en shock, incapaz de asimilar aquello que acababa de presenciar. Y esa distracción resultó fatal para ella. Inmediatamente, dos engendros la tomaron por sorpresa, derribándola también. Desde el suelo, Carlos disparó a uno de estos, logrando bloquearlo. Y Patrick se encargó del otro, con rabia. Con rapidez, el mercenario se puso en pie y continuó machacando al resto. Patrick cogió a Anna de la mano, con fuerza, y tiró de ella.

—Y una mierda, que vas a morir aquí. Así que, espabila —le ordenó con cabreo, obligándola a que lo mirase.

Ella le dedicó una mirada afectada, todavía sin poder asimilar que había sido un niño a quien había visto morir… de nuevo, tras sufrir el trauma de ser convertido. Sin pensarlo, Patrick la besó con todas sus fuerzas. E inmediatamente después, continuó ayudando a Carlos. Anna, súbitamente, salió de su estado de shock y continuó con su trabajo, decidida.

—Creía que no querías saber nada de mí —afirmó, sin embargo, sin detenerse para mirarlo ni para saber si él la había escuchado.

—Que te hayas acostado conmigo no significa que me quieras a mí. Y lo sabes. Yo no soy plato de segunda mesa —él respondió, del mismo modo.

—Te equiv…

No pudo terminar la frase, ya que D.C. y Pierce se replegaron junto a ellos, con los zombis solado pisándoles los talones. Momentáneamente, Carlos y Patrick habían logrado abrir un pequeño corredor, que todos aprovecharon para continuar corriendo en dirección al furgón. Lograron alcanzarlo varios metros más adelante. Inmediatamente, D.C. tomó la iniciativa, se subió al asiento del conductor e intentó arrancar el vehículo, vehemente. Los demás abrieron las puertas traseras y lo abordaron también.

—¡Mierda! —se escuchó su voz frustrada, un segundo después—. Creo que le falla la batería. Y aquí no hay pendiente para hacerlo coger velocidad poniéndolo en punto muerto.

—Yo lo arreglaré —Carlos se ofreció.

Para sorpresa de los demás, sacó su cuchillo y cortó uno de los largos cinturones por ambos lados, en toda su envergadura. Después saltó del furgón sin esperar respuesta por parte del resto. Rápidamente, abrió el capó del enorme vehículo, localizó el gato y lo sacó, desplegándolo bajo el furgón para que una de las ruedas delanteras quedase levantada. Mientras, los demás se dedicaron a cubrirlo, disparando a todo bicho viviente que se acercase a él.

—¡Mete la segunda y gira la llave en posición de encendido! —pidió a D.C. a voz en grito.

Su compañero hizo como él le ordenaba, diligente.

Carlos enrolló el cinturón en la rueda que estaba elevada y tiró de este con todas sus fuerzas. Tuvo que hacerlo dos veces, antes de que aquella artimaña funcionara. Pero segundos después, el motor del vehículo rugió con vigor.

—¡Pisa el embrague y pon el cambio de marchas en punto muerto! —volvió a gritar.

Con rapidez, D.C. siguió sus instrucciones. Y Carlos retiró el gato dejando que la rueda bajase sin que el motor se apagara. Iba a subir al vehículo a la carrera, de nuevo, cuando un de los muchos zombis que lo asediaban se abalanzó sobre él, logrando morderle en un brazo, antes de caer fulminado por uno de los disparos que Anna le descerrajó en la cabeza. Patrick y Pierce lo cogieron por ambos brazos y tiraron de él, logrando subirlo al furgón, tras lo que Anna cerró la puerta y D.C. se aventuró hacia la playa, a la carrera.

Con rabia y con cabreo, Carlos sacudió la cabeza.

—¡Dejadme bajar, joder! —les ordenó—. ¡Ese jodido bicho me ha mordido! ¡No voy a tardar más que segundos en transformarme!

Dejando a todos atónitos, Patrick pensó con rapidez y, haciendo uso de una sangre fría admirable, noqueó al mercenario de un par de potentes y rápidos puñetazos, cogiéndolo por sorpresa. Carlos se desplomó en el suelo del furgón, inconsciente.

—Dejadlo fuera de combate tantas veces como haga falta —ordenó a Anna y a Pierce, mirándolos con decisión—. No voy a dejar a nadie atrás —aseguró, con voz que no admitía réplica.

Rápidamente, el gran vehículo discurrió por las calles de la ciudad asediada, sin hallar demasiados problemas. D.C. se vio obligado a embestir a varios zombis y a arrollar a otros tantos, en su carrera alocada hacia la playa. Pero el furgón blindado resistió del modo en que todos ellos esperaban, conduciéndolos sanos y salvos hasta el muelle. Allí, la situación no era mucho mejor. Sin embargo, había muchas pequeñas embarcaciones donde elegir, ya fueran de pesca o de recreo. Antes de bajar del vehículo, todos ellos se aseguraron de acabar con todos aquellos engendros que tuviesen más cerca, con el fin de evitar el peligro. Y cuando bajaron de este, todos corrieron hacia el pequeño barco de pesca que había amarrado más cerca. D.C. y Pierce transportaron a Carlos, todavía inconsciente, y lo subieron al barco, mientras Anna los cubría y Patrick soltó las amarras. Ambos los siguieron, después. Ya embarcados, D.C. buscó una soga ancha y resistente y amarró al mercenario con esta, asegurándose de que, de ningún modo, él pudiera liberarse. Pierce miró con pena a aquel hombre al que había empezado a apreciar.

Patrick corrió al puente de mando de la pequeña embarcación y la puso en marcha, dirigiéndola hacia mar abierto, inmediatamente después. Cuando esta tomó un rumbo fijo, dejó que el piloto automático los alejase durante unos minutos, que aprovechó para salir en busca de los demás.

—Sabéis que esto va a ser duro —dejó claro, mirando a Anna con especial intención—. Carlos se ha convertido en uno más de nosotros. Y verlo transformarse en uno de esos malditos engendros no va a ser fácil. Sin embargo, nos lo llevaremos vivo, si puede llamarse vivir al calvario infinito que sufren todos los que se transforman. Si hay una vacuna para él, la encontraremos. Y si no, para matarlo, siempre estaremos a tiempo.

Sin añadir ni una sola palabra más, regresó al puesto de mando y quitó el piloto automático.

Transcurrieron varios minutos, en los que la nave logró alejarse de la costa varios kilómetros, hacia mar abierto. Sin previo aviso, y en distintos puntos de la isla, varias detonaciones brutales se simultanearon, sumiéndola en una descomunal bola de fuego. Todos ellos observaron la catástrofe, hipnotizados por el poder devastador de las explosiones e indignados, a un mismo tiempo. En aquellos aciagos momentos supieron lo que era sentir que una parte de sus corazones, de sus almas, había muerto junto a todas las víctimas que allí habían perecido. Y pudieron entender, al menos en parte, el sufrimiento que Leon, que Chris y que gente valiente y luchadora como ellos, siempre llevaban acuestas. Aquello hizo que aún los admirasen más, si cabe.


COMENTARIOS DE LA AUTORA

Hola a todos. Aquí está la nueva actualización. Espero que os guste.

manu: sí te dejé un review al capítulo 5 de tu historia. Y, por cierto, bastante largo. Lo que ha pasado es que, como cuando publicaste el capítulo en la primera ocasión, con las notas, ya te dejé un mensaje, el segundo mensaje no se ha registrado. Ahora recuerdo que, cuando se dejan comentarios estando registrado, tan sólo te permite dejar un sólo comentario por capítulo. Así que mi segundo comentario no quedó registrado. Lo siento, pero ahora tengo muchísimo trabajo y no puedo releer el capítulo para volver a comentarlo sin registrarme. Casi no puedo actualizar mis propios fanfics, siquiera. Lo siento muchísimo. Pero quiero que sepas que la sensación que me quedó de ese capítulo, la que conservo, es muy buena, me gustó mucho. Un abrazo.

Hasta pronto y con cariño.

Rose.