Capítulo 13— Viejos conocidos
Cuando Leon, Chris y los demás abordaron el Theodore Roosvelt, ya Patrick y su equipo habían sido rescatados. El capitán del portaaviones encaró al director de la D.S.O., con malos modos.
—¿Pero quién cojones te crees que eres? —le echó en cara, con tono amenazador—. El Presidente ha ordenado desviar nuestro rumbo sin previo aviso y sin dar ninguna explicación, tan sólo para recogerte a ti y a tu grupo de turistas. Y encima nos obligáis a aceptar a ese zombi degenerado, que me está destrozando el camarote donde lo hemos aislado.
—Leon Kennedy, agente federal, a su disposición, capitán —el rubio respondió, sin inmutarse. Y le ofreció la mano de un modo amistoso.
El capitán lo observó, atónito. Su mirada había cambiado, de pronto, de la agresividad y desprecio más absolutos, a la total admiración. Estrechó su mano con firmeza.
—¿El héroe de Raccoon City? Oh, Dios… Intenté ayudar, pero no me lo permitieron. Me pilló de permiso, yo soy de Michigan y estaba cerca de allí… Lo siento —se lamentó, desolado.
—Yo tan sólo soy uno de los supervivientes de la tragedia de Raccoon City, nada más —Leon negó, rotundo—. Los héroes salvan vidas, evitan catástrofes. Yo no pude hacer más que sobrevivir —declaró, con rabia—. Todas las personas que usted ha recogido hoy somos profesionales de la lucha contra el terrorismo biológico. Sin ir más lejos, aquí usted tiene a varios supervivientes de esa tragedia: Chris Redfield, comandante de la B.S.A.A.; Rebecca Chambers, bioquímica de la B.S.A.A.; Claire Redfield, embajadora de la B.S.A.A. y Jill Valentine, miembro del equipo de Chris —señaló a todos con una mano, quienes aguardaban alejados de la conversación, a medida que los presentaba al capitán—. Y Carlos Oliveira, el compañero que ha sido transformado —terminó, con tristeza.
—¿Él, también? —Negó con la cabeza, frustrado—. Un héroe no puede terminar así. No es justo —negó, apesadumbrado.
—Y no lo hará —Chris, quien los escuchaba al lado de Leon, interrumpió la conversación, rotundo—. ¿Tienen una especie de centro médico, aquí, donde puedan hacerse transfusiones de sangre? —preguntó al capitán, quien lo miró, sorprendido.
—Por supuesto. Y disponemos de un médico de abordo, también. El doctor Heisenberg les asistirá a ustedes en todo lo que precisen. Pero, ¿en qué está usted pensando, exactamente? —quiso saber, suspicaz.
—Yo soy inmune al virus que está afectando a Carlos Oliveira. Y soy donante de sangre universal. Le trasfundiremos mi sangre, a ver qué tal reacciona —propuso, decidido.
Rebecca, quien lo había seguido, lo miró, totalmente sorprendida. ¿Chris también era inmune? ¿Desde cuándo? ¿Y desde cuándo lo sabía? Decidió dejar todas las preguntas para más tarde y tomó la iniciativa.
—Llévenos ante el doctor Heissenberg, capitán. Yo le daré las indicaciones oportunas para que, una vez la transfusión de sangre haya sido efectuada, las posibilidades de éxito puedan multiplicarse —la bioquímica pidió, con urgencia.
—Perfecto. Síganme, entonces.
—Conque Chris y Rebeca acompañen al capitán, es suficiente —Leon dejó claro, tajante—. Riker, ayúdame con Oliveira —alzó la voz para que su compañero pudiera escucharle—. Estaremos preparados con él, para cuando haya que trasladarlo a la enfermería.
—Yo os acompaño —Patrick se ofreció, resuelto, caminando hasta situarse a su lado.
Pero Leon negó con la cabeza.
—Tú y yo hablaremos luego.
Apoyó una mano en su hombro, con afecto. Y su segundo lo observó marchar, pensativo.
Claire hubiese querido ofrecerse a ayudar, también. Pero sabía lo que Rebecca le diría, si lo hacía. Si era cierto que ella estaba embarazada, no era momento para hacer experimentos con su propia sangre, precisamente. Así que, intentando tranquilizarse, se encaminó hacia la sala de descanso, hacia donde se habían encaminado casi todos los demás. Patrick caminó tras ella, con pasos cansados. No parecía encontrarse demasiado bien, aunque lo disimulaba de un modo bastante aceptable.
—Quiero verlo. Exijo verlo —Jill pidió a Leon, mirándolo con decisión. Había seguido al agente y a Riker hasta el cuarto donde Carlos permanecía recluído.
—Si ya es jodido de por sí enfrentarse con la visión de zombis que no tienen ningún tipo de relación contigo, es desgarrador hacerlo cuando se trata de alguien a quien aprecias —Leon argumentó en contra de su petición, mirándola preocupado—. No te lo aconsejo. Deja esto en nuestras manos. Cuando él mejore, ya tendrás tiempo de verlo y de hablar con él —le aseguró.
—¿Y si no mejora? ¿Y si os veis obligados a matarlo? —ella preguntó, desesperada.
—La esperanza es lo último que se pierde, compañera —Nathan intentó reconfortarla, mirándola con aprecio.
—Si ese es el caso, te avisaremos para que, de algún modo, puedas despedirte de él —el rubio le aseguró, con una sonrisa cariñosa.
—Él me salvó la vida en Raccoon City, él encontró una vacuna para mí… —recordó, sintiéndose frustrada.
—Confía en su fuerza, entonces. Saldrá de esta. Él no es cualquier persona; y lo sabes.
La castaña asintió levemente, completamente de acuerdo con él. Y se marchó.
—¿Preparado? —Leon preguntó a su subordinado, mientras apoyaba la escopeta de dardos tranquilizantes en su hombro.
—Preparado. Envolvámoslo para regalo.
Inmediatamente, el hombretón abrió la puerta del camarote, con cuidado. Dentro, la habitación había quedado totalmente a oscuras debido a que, seguramente, el zombi en que Carlos se había convertido, había arremetido contra la bombilla que lo había iluminado. De pronto, una figura humana de rostro desfigurado se lanzó hacia Leon, a la carrera. El director de la D.S.O. consiguió incrustarle varios dardos tranquilizantes, uno de ellos en el cuello. Pero el zombi no detuvo su desenfrenada carrera hacia él, ávido de sangre. Cuando casi ya lo había alcanzado y Leon había tomado posición de batalla para enfrentarlo cuerpo a cuerpo, un fuerte puñetazo de Riker en pleno cráneo de Carlos lo derribó, dejándolo momentáneamente desorientado. Fue en ese momento cuando Leon y él aprovecharon para maniatarlo sin piedad, haciendo lo mismo con sus piernas, después.
—Cuidado con sus dientes —el director advirtió, concentrado en su trabajo.
Carlos seguía debatiéndose entre sus captores, furioso, cuando ellos lo trasladaron a la enfermería. Allí, Rebecca ya los estaba aguardando con todo dispuesto para iniciar la transfusión. Chris había sido conectado, directamente, a un dispositivo de extracción, que a su vez trasfundiría la sangre al paciente de un modo inmediato. Leon y Nathan ataron a Carlos a la otra camilla, de un modo rápido y eficiente. Los dardos tranquilizantes, por fin, habían comenzado a surtir efecto y las convulsiones del moreno ya no eran tan frecuentes, ni tan violentas.
—No sabemos cuánta sangre Carlos va a necesitar para que su cuerpo comience a luchar contra el virus. Pero no voy a permitir que arriesgues tu vida para salvarlo —Rebecca dejó claro al comandante, mirándolo con decisión—. Si vemos que el proceso no surte efecto tras una transfusión prudencial, esto se ha terminado. ¿Entendido?
—Entendido —él respondió, del mismo modo.
—Bien. Comencemos.
A su lado, el doctor Heissenber puso en marcha el aparato transfusor e inmediatamente la sangre de Chris comenzó a circular por los estrechos conductos hacia el cuerpo de Carlos, que había sido preparado para recibirla, del otro extremo. Ambos médicos observaron el proceso con total atención, pendientes de cualquier signo de alarma que pudiese presentarse en cualquiera de sus dos pacientes. Sin embargo, por el momento, todo se desarrolló como estaba previsto. Pasaron diez minutos agónicos, en los que la sangre del comandante no dejó de escaparse de su cuerpo, dirigiéndose al cuerpo de Carlos, sin aparentes cambios por parte del zombi.
Rebecca negó con la cabeza, abatida. E iba a detener el proceso, resuelta, cuando la voz firme del doctor la detuvo.
—Mire. —Llamó su atención señalando al otro paciente, con una mano.
El rostro de Carlos, ahora dormido, había comenzado a recuperar una serenidad del todo humana. Y las protuberancias venosas de un color azul oscuro, que habían plagado su cuerpo hasta hace un momento, habían comenzado a desaparecer de sus brazos y también de su cuello.
—Cinco minutos más —Chris rogó a la mujer, mirándola decidido.
Ella asintió, tras haber sopesado la situación. Exactamente cinco minutos después, la máquina fue apagada por ella, definitivamente, sin objeción posible por parte de ninguno los presentes.
—Leon, por favor, llevad a Carlos de regreso a su camarote y acomodadlo en una cama —Rebecca pidió a su cuñado, con voz cansada—. No sabemos hasta qué punto él ha podido luchar contra el virus, ni si ha logrado deshacerse de este por completo, o si la transformación volverá. Así que, es necesario que él siga permaneciendo aislado y vigilado en todo momento —explicó.
—Entendido. No te preocupes, Rebecca, nosotros cuidaremos de él. Vosotros habéis hecho lo que habéis podido —la animó, cariñoso.
Ella asintió con la cabeza y le sonrió del mismo modo.
—Y tú, comandante, vas a tomarte una buena comida y luego te acostarás a descansar. ¿Está claro? —ordenó a su novio, con voz amenazadora.
Él le sonrió, enamorado, a modo de aceptación.
Media hora después, Leon se hallaba reunido con Patrick, ambos a solas, a cubierto de cualquier mirada curiosa o preocupada. El director de la D.S.O. había ordenado al resto de agentes de ambas organizaciones, excepto a Jill, que se turnasen por parejas en custodiar a Carlos. Él también haría su turno, cuando le tocara.
—¿Estás bien? —su superior preguntó a Patrick, mirándolo preocupado.
Por toda respuesta, el agente dejó de fingir y, sin poder aguantarse más, vomitó a un lado, doblándose por el esfuerzo. Leon lo observó, valorando si debía prestarle su ayuda o si no era necesario. Poco después, su segundo se recompuso, sintiéndose mejor.
—Joder, Leon… soy un puñetero blandengue. En Eagle Pass me vi obligado a matar niños, niños pequeños… Y tener que volver a hacerlo aquí, me ha dejado tocado. Me he visto obligado a acabar con una mujer embarazada… —se lamentó con frustración, mirando a los ojos a su superior, cabreado consigo mismo.
—Sin embargo, has mantenido el tipo hasta el final, has traído aquí a tu equipo sano y salvo. Has hecho lo que tenías que hacer. Eso es ser un tipo duro, vaquero —le aseguró, mostrándole todo el afecto y admiración que sentía por él—. ¿Acaso crees que a los demás no nos afecta? —le preguntó, con una sonrisa.
—Pero Chris y tú sois incombustibles, joder, sois unos máquinas —él objetó, decidido—. No os imagino, a ninguno de ambos, vomitando por los rincones después de haber terminado una misión, como he hecho yo.
—Ahora, ya no. Todos tenemos un pasado, compañero —le aseguró, con tristeza—. Lo has hecho bien. Y lo harás mejor. Ahora, la pregunta que debes responderte a ti mismo es, si quieres seguir haciéndolo. Esta vida que tú y yo llevamos es muy dura; y lo sabes. Quizá para ti no valga la pena.
—Vale la pena, Leon, sin duda. Debemos acabar con el bioterrorismo, sea como sea —afirmó, convencido.
—Me parece que tú te has convertido en un luchador convencido, como Chris y como yo. Ese es el primer paso —lo animó—. Ya verás cómo dentro de unos años, otros compañeros verán en ti lo que tú crees ver ahora en nosotros. No hay magia, compañero, tan sólo la fe firme en que, algún día, podremos acabar con esto de una vez y para siempre.
—Amén —añadió, con una sonrisa.
Y Leon le dio una palmada amistosa en la espalda.
—Pero es que todos vosotros sois increíbles… Incluso Claire, estando embarazada, no ha dudado en arriesgarlo todo para ir en busca de su hermano —comentó, admirado.
El rostro de su superior fue todo un poema, en aquel momento. Leon fijó en él una mirada intensa, llena de sentimientos que se agolpaban en esta con intención de explotar. Sin embargo, el agente tan sólo se pasó una mano por el rostro, nervioso.
—La madre que me parió… —soltó de pronto, con cabreo.
—¿No lo sabías? —Patrick preguntó, mirándolo con culpabilidad, sorprendido.
—No. Pero ahora lo sé.
Dando una nueva palmada de ánimo en el hombro de Patrick para hacerle ver que no lo culpaba de nada, salió del cuarto con pasos vehementes, sintiendo que los misiles no habían logrado lo que él sí estaba apunto de hacer, como se topase con su esposa en aquel mismo momento.
Caminó por uno de los pasillos del barco, airado, en busca de Claire. Sin embargo, cuando estaba llegando a la sala de descanso, se cruzó con la figura de Rebecca, quien se plantó frente a él, mirándolo preocupada.
—Leon, ¿tienes un momento, por favor? —le pidió, casi le rogó, nerviosa.
Él observó su actitud y se dio cuenta de que ella, realmente, necesitaba hablarle. Quizá fuera bueno para él, al fin y al cabo, no presentarse ante Claire con todo aquel volcán en erupción que le estaba explotaba por dentro, pensó, intentando serenarse.
—Claro. ¿Qué necesitas?
—¿Me acompañas a la cubierta exterior? Necesito tomar el aire.
Él asintió con la cabeza. Comenzaba a preocuparse por ella. Los dos ascendieron cubierta a cubierta, hasta que una fría brisa azotó sus rostros, en la cubierta superior.
—¿Qué es lo que pasa, Rebecca? —la abordó directamente, sin perder más tiempo.
Sin embargo, ella se apoyó en una barandilla, pensativa.
—Creo que estoy embarazada —le soltó a bocajarro, por fin, mirándolo apurada—. Chris no tiene ni idea de esto. Y yo tampoco lo he sabido hasta hace nada. Soy un auténtico reloj biológico, Leon. Y acabo de darme cuenta de que llevo una semana de retraso con mi menstruación —le explicó, acongojada.
Él la miró como si no la conociera, ojiplático.
—¡La madre que me parió! —exclamó, por fin, sintiendo una extraña mezcla de indignación y de alegría, como le había pasado al conocer la noticia del embarazo de su esposa—. ¡Ahora sí que os mato! ¡A las dos! ¿Es que no tenéis nada en la cabeza? ¡Joder! ¡Se os ha ocurrido la magnífica idea de pasar por encima de mí por toda la jeta para ir a rescatar a Chris por vuestra propia cuenta y riesgo! ¿Y ahora, qué cojones quieres que haga yo?
Inesperadamente, Rebecca estalló en llanto. Y en aquel momento, él se sintió el hombre más despreciable del mundo. Decidido, la abrazó con cariño y la besó en la mejilla, con mimo. Y ella le devolvió el abrazo con fuerza, llorando sin parar.
—Sabes que Chris estará emocionado, cuando se lo digas —le dejó claro, con voz suave.
—No sé si es así, Leon. Antes de conocer la noticia, intenté hablar con él sobre este tema y él lo esquivó —objetó, llorosa.
—¿Cómo que no lo estará? A tu jodido novio le pasa exactamente lo m¡smo que me pasa a mí: nos acojona tener hijos por el simple hecho de que, si en una de nuestra misiones consiguen abatirnos, los dejaremos sin padre —confesó, con el corazón en la mano.
Al escuchar aquella palabras, el llanto de Rebecca se intensificó. Y él exhaló con fuerza, frustrado. «Lo estás haciendo jodidamente bien, Kennedy», se reprochó, con sarcasmo.
—Tú eres una mujer maravillosa, fuerte, decidida, sumamente inteligente, cabal… Bueno, eso no tanto —le recordó, aún enfadado con ambas.
Por un momento, ella rió, divertida.
—En serio, Rebecca. Díselo, díselo a Chris y, cuanto antes, mejor. No permitas que él se entere por terceros —le pidió, con cierta tristeza en su voz, abrazándola de nuevo—. Voy a tener un sobrino… —declaró, alucinado.
Ella asintió con la cabeza, mirándolo con todo el cariño del mundo.
—Mi hijo tendrá un primo con quien jugar, entonces.
Rebecca lo miró con ojos desorbitados por la sorpresa.
—¿Lo sabes?
—Creo que yo he sido el último en enterarme, pero sí.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? Claire no lo sabía, cuando las dos nos marchamos en busca de Chris. Eso, yo puedo asegurártelo. De verdad, Leon, por favor, piensa bien en lo que vas a hacer —le rogó, mirándolo con alarma.
Él le dedicó una sonrisa enternecida, al ver cómo ella se preocupaba por el futuro de su matrimonio.
—Desde luego, Chris y tú sois tal para cual —declaró, divertido.
Ella lo miró, sin comprender.
—No te preocupes por Claire y por mí. ¿Entendido? Algo se nos ocurrirá, después de que yo la haya matado —bromeó, con una enorme sonrisa—. Amo a mi mujer, Rebecca, y amo a mi hijo. Y daría mi vida por ambos. Todo está bien, ¿vale?
La morena lo observó, no demasiado convencida. Luego asintió, al ver la sinceridad en sus ojos.
De pronto, el barco sufrió una fuerte embestida que lo golpeó de costado, con ímpetu. Leon tuvo que agarrar a Rebecca con todas sus fuerzas para evitar que cayera, a la vez que intentaba mantenerse en pie, desesperado.
—¿Qué ha sido eso? —ella preguntó, sorprendida.
—No lo sé. Pero lo imagino. Regresa a la sala de descanso, reuníos todos allí —ordenó a su cuñada, tajante. Y él se marchó en busca del capitán, a todo correr.
COMENTARIOS DE LA AUTORA
Dedico este capítulo a Light of moon, con todo mi cariño.
manu: siento muchísimo decirte que no tengo previsto meter más personajes de la saga en este relato. Si he incluido a Carlos Oliveira es tan sólo porque quiero que Jill y él formen pareja. Me encanta imaginarlos juntos. Carlos es un personaje adorable, con esa picardía y esa franqueza que lo caracterizan.
Sí, va a haber bebés para dar y vender. ¿Y qué? A mí me encantan los bebés. ¿Se nota? En casi todos mis fanfics románticos hay bebés. Ese es uno de los rasgos que me caracterizan y me enorgullezco mucho de ello. Así que si a alguien le apetece dejarme un comentario del tipo "Ya estamos con los bebés" o "Eres pastelosa con los bebés", pues que se lo ahorre y deje de leer el fic, si no le gusta.
Nos vemos en el próximo capítulo.
Con todo mi cariño.
Rose.
