Capítulo 14 — Un punto de locura
—¿Qué es lo que está pasando? —Leon preguntó al capitán, entrando en la cabina de mando a todo correr.
—Algo nos ha golpeado desde un costado —respondió, incrédulo—. El Phalanx CIWS no lo ha identificado como una amenaza. Estoy desconcertado.
—Eso es porque es un organismo vivo, capitán. No puedo darle detalles sobre aquello contra lo que nosotros hemos estado luchando. Lo que sí puedo decirle es que lo que nos está atacando ahora, ha venido siguiéndonos a nosotros —le explicó—. Es una especie de ballena prehistórica, enorme incluso para las ballenas existentes hoy en día; y con una coraza de origen biológico brutal.
—¿Podría abrir una brecha en el casco de una nave como esta? —quiso saber, mirándolo atónito.
—Me temo que sí.
—Dios… Ese bicho ha estado a punto de hundir el USS Virgina, el submarino que nos acompaña en el convoy. Por suerte, tan sólo lo ha rozado de camino hacia nosotros.
—Porque es a mi equipo y a mí, a quienes busca. Y sabe que estamos aquí. Les estamos poniendo en peligro —Leon declaró, pensando a todo correr.
—Me importa una mierda. No pienso abandonarlos a su suerte —negó, rotundo—. El Phalanx no es operativo a tan corta distancia, así que no podemos usarlo contra ese bicho —afirmó, sin embargo.
—Y es mejor no meter en este asunto al USS Port Royal, al Kidd o al Farragut. Lo tenemos pegado a nosotros. Así que corremos peligro de explotar con él, si el crucero o los dos destructores del resto del convoy le envían un misil.
—Nos quedan los aviones y los helicópteros —el capitán afirmó, decidido.
—No los aviones. Despegan prácticamente en horizontal. Y ese bicho podría cargárselos durante el despegue. Déjenos un Seahawk a Chris, a quien él elija como operador de sistemas y a mí —pidió, refiriéndose a uno de los helicópteros que había en la nave—. Es demasiado peligroso usar más de uno, en este caso. Se corre el riesgo de caer en un fuego cruzado. Ese animal maniobra muy rápidamente, se lo puedo asegurar.
—Estoy de acuerdo con usted. Pero será el capitán de los Wolfpack, el escuadrón de pilotos de helicóptero que tenemos aquí, quien lo pilote —objetó, mirándolo con decisión.
—No. Seré yo quien lo pilote —ambos hombres escucharon a su espalda.
Chris había irrumpido en la cabina, llegando a tiempo para escuchar sus últimas frases.
—Le aseguro que su capitán no tiene ni idea de ejecutar las maniobras necesarias para hundir a ese maldito engendro sin poner en peligro la integridad del crucero que los acompaña, ni de los dos destructores. Con todo el respeto —dejó claro, mirándolo con desafío.
—Si esa frase viniese de alguien que no es héroe de la tragedia de Raccoon City, lo haría detener y encarcelar —el hombre lo miró, del mismo modo—. Pero viniendo de usted, no puedo más que creerle. ¿Qué necesita?
—Un Seahawk dispuesto para que Leon, D.C. y yo podamos alzar el vuelo inmediatamente. Que esté armado hasta los dientes. A D.C. como operador de sistemas. Y a Leon como copiloto y artillero ligero, por supuesto —declaró, con una enorme sonrisa, anticipando la dura batalla, con cierto placer.
Leon le sonrió del mismo modo, mirándolo satisfecho.
—No puedo evitar observarles a ambos y pensar que ustedes dos tienen un punto de locura —el capitán afirmó, pensativo.
—No le digo que no —Chris respondió, con una media sonrisa.
—De todos modos, movilice a los Wolfpack. No sabemos si podemos llegar a necesitar más helicópteros, en un caso puntual —Leon pidió—. ¿No existe forma de operar el Phalanx de un modo manual? —quiso saber, dando vueltas en su cabeza a todas las opciones.
—Sería posible. Pero el proceso de cambio de operatividad llevaría demasiado tiempo, comparado con la urgencia de la situación. Diríjanse al cuarto de pilotos para equiparse. Tendrán el helicóptero listo para el despegue en diez minutos, a lo sumo. Y que Dios los asista.
Ambos hombres asintieron y se marcharon a la carrera.
—¿Estás bien? —Leon preguntó a su cuñado, mientras corrían hacia la sala de pilotos.
—Estoy bien. No te preocupes. Me ha dado tiempo de meterme un bocata enorme entre pecho y espalda —el moreno respondió, sonriente.
Leon negó con la cabeza, divertido.
La ballena embistió al barco, de nuevo. Y se escuchó un ruido alarmante, procedente del casco.
—No me jodas. Está jugando con este portaaviones como si fuera un juguete de bañera —Chris afirmó, preocupado, sin dejar de correr.
—No nos entretengamos, entonces.
De camino hacia su destino, se encontraron con el resto de sus compañeros, quienes los detuvieron, alarmados, intentando obtener información, más que dispuestos a ayudar. Los únicos que no estaban allí eran Jill y Damian, quienes estaban cumpliendo su turno de vigilancia ante el camarote donde Carlos Oliveira aún descansaba.
—Esto es cosa nuestra —Chris dejó claro a todos, sin perder más tiempo—. D.C., conmigo—le ordenó. Y continuó su carrera.
El aludido se apresuró a correr tras él sin hacer preguntas, resuelto.
Leon iba a seguirlo del mismo modo, cuando Claire lo detuvo, cogiéndolo por un brazo.
—¿Qué vais a hacer mi hermano, D.C. y tú, Leon? —le exigió saber, mirándolo angustiada.
—La puñetera ballena mutada nos ha seguido hasta aquí. Chris, D.C. y yo vamos a coger un helicóptero de combate para acabar con ella —respondió, mirándola muy serio.
—¿Tan sólo vosotros tres? —quiso saber, aún más angustiada todavía.
—Movilizar más helicópteros es peligroso. Además, no puede pasarnos nada, porque tú y yo tenemos una conversación muy seria pendiente, pelirroja —la animó, mirándola enamorado. La besó, apasionado. Y continuó corriendo.
—Leon… —reclamó su atención, emocionada. Sabía que aquel no era momento para confesarle su embarazo. Aun así, quiso decirle que su corazón se marchaba con él.
—¡Lo sé! —le gritó, sin dejar de correr.
Tan sólo existía una opción: que Chris, D.C. y él ganasen la batalla para protegerlos a todos. Y que ellos regresasen con vida, después. Así que, se quitó de la mente todo lo demás y se centró en la batalla inminente.
Escasos minutos después, los tres corrieron en la cubierta de despegue, rumbo al Seahawk que había sido dispuesto para ellos.
—No estoy de acuerdo con lo que vas a hacer. A mi monstruo, tan sólo lo piloto yo —un hombre enfrentó a Chris, desafiante, cruzado de brazos ante el helicóptero—. Aunque el capitán no me ha dado opción. Pero si vuelves con vida, te pediré que me enseñes esos trucos de los que tanto alardeas —añadió, con un deje de amabilidad en su voz.
—Lo haré, no lo dudes.
Le ofreció la mano, a modo de tregua. Y el capitán de los Wolfpack se la estrechó con fuerza.
—Estad preparados —Chris le pidió.
El piloto asintió con la cabeza. Y los tres compañeros abordaron el helicóptero a la carrera.
Cuando Chris lo puso en marcha y el aparato comenzó a despegarse de la cubierta, otra embestida, esta vez mucho más fuerte, lo desestabilizó y estuvo a punto de hacerlo estrellarse, incluso antes de haberse elevado. Pero el comandante de la B.S.A.A. era perro viejo; y de mucho peores había salido exitoso. Así que, sin perder la sangre fría, mantuvo firme la palanca de control. Y el helicóptero se elevó, potente.
—Sé lo que has pensado, Leon —Chris dijo a su cuñado, una vez el peligro inminente hubo pasado—. Quieres que atraigamos la atención de ese B.O.W. hacia nosotros para que, cuando se encuentre suficientemente lejos del convoy, el Phalanx lo haga pedazos. Sabes que eso puede derribarnos a nosotros también, ¿verdad? —le preguntó, clavando en él una mirada severa.
Pero Leon le palmeó la espalda alegremente, con una sonrisa.
—Para eso he exigido que me acompañe el mejor piloto de helicópteros que pueda surcar el cielo jamás —respondió, convencido—. Ninguno de nosotros vamos a morir hoy, ni aquí. Así que, hagamos lo que tenemos que hacer y regresemos de una vez. Tengo algo muy importante que resolver con tu hermana. Y tú, algo muy importante que resolver con tu novia —le recordó, decidido.
—Localízame a ese bicho —le pidió, concentrado—. Y tú, D.C., ten preparados los torpedos MK-50 y los misiles AGM-114 con que va equipado este trasto —ordenó a su subordinado.
—A tus órdenes, comandante —D.C. respondió rápidamente. Y se centró en su cometido.
—Lo tengo —Leon afirmó, segundos después—. A estribor, pegado a la proa del portaaviones. Acércame a él y yo le meteré una ráfaga de ametralladora —pidió a Chris—. Si eso no lo convence de seguirnos, lo hará nuestro olor. Supongo que es así como nos ha seguido. Sabe que tú y yo estuvimos en Los Malditos. Sobre todo, me conoce a mí. No podrá resistirse a querer machacarme.
—Entendido. Capitán —se puso en contacto con el alto mando del Roosvelt, haciendo servir las comunicaciones—. Pida al resto del convoy que se aleje de ustedes y que se dedique a proteger al USS Virgina —le ordenó, con voz que no admitía réplica—. Vamos a cabrear a ese engendro para hacer que nos siga. Así que, no quisiera que se cargue al submarino si lo pilla de por medio de camino hacia nosotros. Además, minimicemos los riesgos. Tan sólo busca a nuestra gente. A los demás, los dejará en paz. Deles coordenadas contrarias a nuestra dirección. Nos dirigiremos hacia el nor-noreste. ¿Entendido?
—Entendido, comandante. Sean prudentes —escuchó una voz seria, del otro lado.
—Se intentará.
El puente de mando del Roosvelt se hallaba abarrotado por la totalidad de los compañeros de Chris, Leon y D.C. que no estaban de guardia, quienes no se perdían ni un solo detalle de lo que estaba ocurriendo. Aunque Pierce y Patrick les habían ordenado retirarse a un lado, para no entorpecer las tareas del capitán y de sus oficiales. Rebecca y Claire se habían cogido de la mano fuertemente, intentando darse ánimos la una a la otra. La pelirroja intentó no llorar. Pero en el fondo de su alma, se sentía culpable, en gran parte, por todo lo que había sucedido y por todo lo que estaba sucediendo. Leon se había marchado todavía dolido con ella, a pesar de que se había comportado como si no fuera así, se dijo para sus adentros. Ahora, una vez más, él, su hermano y D.C. iban a demostrar todo el valor y el sentido del sacrificio que los caracterizaba. No pudo evitar plantearse si, realmente, ella merecía tener el esposo que tenía. Aun así, intentó tranquilizarse todo lo que pudo. Lo último que Leon necesitaba, era que ella perdiera a su bebé, también. Sin contar con que todavía no le había confesado que él iba a ser padre. Decidida a ayudar a mantener la moral de todos sus compañeros lo más alta posible, apretó la mano de Rebecca aún con más fuerza, intentando darle ánimos. Y observó los paneles de control desde la distancia, concentrada.
—Lo lograrán —afirmó en voz alta, convencida, para que todos la oyeran.
—Sé que lo harán —Patrick se sumó a ella, también concentrado en los radares.
—Sin duda —Piers añadió, sin más—. Riker, vamos a sustituir a Jill y a Damian —pidió a su compañero de la D.S.O. —Ellos merecen estar al tanto de lo que está pasando aquí, también.
—A tus órdenes —el hombretón afirmó, inmediatamente.
Y los dos hombres se marcharon.
Con pulso firme, Chris sobrevoló a la criatura y, arriesgando el helicóptero en un vuelo prácticamente rasante al nivel del mar, dejó a Leon un blanco perfecto. El agente, rápidamente, hizo servir la potente ametralladora y se centró en la cabeza del bicho. Decenas de proyectiles lo machacaron sin piedad y, aunque parecían causarle el efecto de pequeñas moscas molestas, lograron enfurecerlo lo suficiente como para que dejase de envestir al portaaviones. El enorme cetáceo mutado se sumergió y Chris perdió el contacto visual. Inmediatamente elevó el helicóptero, temiendo que emergiese con un fuerte impulso para embestirlo. Y no erró en su predicción. Segundos después, el helicóptero se libró por escasos metros de una fuerte embestida de la ballena, que emergió del agua prácticamente en vertical, como un torpedo mortífero, algo casi imposible para un animal de su envergadura descomunal.
El experimentado piloto cogió distancia del B.O.W. rápidamente, esperando que este lo siguiera. Sin embargo, el enorme cetáceo prehistórico volvió a sumergirse y, segundos después, el portaaviones sufrió una nueva sacudida. Seguida de otra; y otra más. La integridad de su casco estaba comenzando a verse comprometida. Y todos lo sabían.
—Ese puto bicho es más listo de lo que pensábamos —Chris se lamentó, negando con la cabeza, con fastidio—. Está intentando que nos pongamos a tiro haciendo servir el barco como señuelo.
—No podré lanzarle un misil o un torpedo, si no logramos que se despegue del barco —D.C. les recordó, preocupado.
—¿Crees que puedes acercarme lo suficiente como para que yo pueda colarle unas cuantas granadas de mano en plena boca? —Leon preguntó a Chris, de pronto.
—No me jodas, Leon. Para eso, tú deberás abrir la puerta del helicóptero y exponerte a sufrir una caída —Chris negó aquella idea, viéndola demasiado arriesgada—. Sin contar con que yo deberé situarnos tan cerca de este, que prácticamente le podrás dar un beso en los morros.
—Genial. Vamos a darle hambre y a hacer que nos muestre esa boquita de piñón que tiene —él bromeó—. El resto, dejádmelo a mí. ¿Tienes una idea mejor? —le preguntó, con sarcasmo.
—Que te vayas a la mierda, jodido capullo —el comandante respondió, de malos modos, frustrado porque sabía que él tenía toda la razón. Aun así, se resistía a ponerlo en peligro de un modo tan suicida—. Hagámoslo. Preparados y a mi señal.
—Cuando quieras.
Leon salió de la cabina del helicóptero, resuelto. Sacó tres de las granadas de mano que había guardado a buen recaudo en su chaleco táctico y se puso en posición. Mientras, D.C. se situó al lado de la puerta de carga del helicóptero, dispuesto a abrirla cuando Chris les diese la orden. Ambos hombres se desearon suerte con la mirada. El comandante de la B.S.A.A. volvió a la carga contra aquel engendro del demonio, acercándose a este todo lo posible que las aspas del helicóptero le permitieron.
A su alrededor, el tiempo pareció detenerse.
