Capítulo 15 — Grandes esperanzas

—¡Leon, cuidado! —D.C. le gritó, cuando vio que el agente casi se quedó colgando del helicóptero, con el fin de acercarse al B.O.W. todo lo posible.

Pero el rubio no le hizo caso. En un equilibrio precario, arrancó las espoletas de las tres granadas, se mostró ante la enorme ballena con descaro, incitándola a que intentase atraparlo. Y cuando esta ascendió para aprisionarlo en su enorme boca, él se las encajó en la garganta, con todas sus fuerzas. Alarmado, D.C. lo cogió por la espalda de su chaqueta y tiró de él, logrando que ambos cayesen dentro del helicóptero, de espaldas.

Inmediatamente, un estruendo ahogado se escuchó, proveniente del interior del monstruo, que abrió la boca para liberar un humo negruzco que olía a carne quemada. Este se sumergió con rapidez, intentando paliar el dolor que el destrozo había causado en su interior.

Chris alzó el vuelo con rapidez, tomando distancia.

—¿Qué crees, que se largará o que volverá? —Chris preguntó a Leon a través del micrófono de comunicaciones.

—No lo sé —el director de la D.S.O. respondió, pensativo—. Si te digo la verdad, preferiría que se largue, porque en este momento hay muchas vidas en juego. Pero necesitamos que vuelva, sea como sea. Va a resultar muy complicado localizarlo de nuevo en el océano abierto, para poder abatirlo. Y la tragedia puede ser mucho mayor, si lo dejamos escapar ahora.

—¡Aquí el capitán del USS Port Royal! ¡La bestia se dirige hacia nosotros a velocidad de crucero! —escucharon por la radio, de pronto.

—¡Mierda! ¡Al habla Chris Readfield, comandante de la B.S.A.A.! ¡Recibido! ¡Vamos a interceptar a ese bicho! ¡Tengan a punto todas sus defensas y, si nosotros fallamos, dispárenle sin piedad! —ordenó, mientras maniobraba el Seahawk para interponerlo en la trayectoria del B.O.W.

—Recibido, comandante. Estaremos preparados.

—D.C., en cuanto hayamos interceptado la trayectoria de ese bicho, lánzale un par de misiles —el comandante ordenó a su subordinado.

—Sabes que, si logra esquivarlos o si fallo, estos impactarán de lleno contra el Roosvelt, ¿verdad? Ese bicho sabe lo que se hace —respondió, mirándolo fijamente.

—Tiene razón, Chris —Leon lo apoyó, pesando a toda velocidad—. Dejemos caer la lancha de salvamento hinchable a una distancia prudencial del Roosvelt. D.C., ni se te ocurra fallar. Y si ese monstruo esquiva los misiles, la lancha será un objetivo lo suficientemente grande como para que estos impacten ahí, en vez de en el portaaviones.

—Uno, sí. No los dos.

—Joder... Pues lanza tan sólo uno.

—Es una buena idea —Chris afirmó—. Preparado, D.C. Y tú, Leon, prepárate para lanzar la lancha.

—A tu señal —el rubio afirmó, decidido.

Un par de segundos después, el Seahawk sobrevoló el Roosevelt, dejándolo atrás con rapidez.

—¡Ahora! —Chris ordenó, media milla después.

Leon, quien había abierto la puerta lateral del helicóptero y estaba preparado para lanzar la lancha, presionó el botón que debía desengancharla del arnés que la sujetaba al aparato. Pero nada sucedió.

—¡Se ha atascado! ¡Voy a hacer una liberación manual! —anunció.

—¡Ni se te ocurra! ¡Eso es una puta locur...!

La voz de Chris se vio interrumpida por un grito de Leon quien, con un tobillo atrapado por una de las cuerdas que se habían liberado súbitamente, fue arrastrado hacia el océano, junto a la lancha.

—¡Joder! ¡Lo sabía! —Chris se lamentó, frustrado.

—¡Continuad con el plan! —la voz de Leon se hizo escuchar segundos después, desde el agua—. ¡Matad a ese bicho sea como sea!

—¡Ya lo has oído, D.C.! —Chris dejó claro a su compañero—. Sin excusas. ¿Entendido?

—Entendido, comandante.

El Seahawk se interpuso, finalmente, entre la enorme ballena blindada y el USS Port Royal. D.C. tan sólo tuvo un par de segundos para apuntar y disparar el misil. Pero para él fue suficiente.

Todos los integrantes del convoy, quienes se habían mantenido al tanto de todas las conversaciones mantenidas desde el helicóptero a través de las comunicaciones, contuvieron la respiración, en absoluto silencio. En el Roosvelt, Patrick vio cómo Claire comenzó a temblar, presa de los nervios. Inmediatamente la abrazó, preocupado. Y ella se aferró a él con todas sus fuerzas, intentando mantenerse firme.

Nada más transcurrieron unos pocos segundos hasta que se produjo el sonido inconfundible de una fuerte explosión. Pero a todos ellos parecieron eones.

—Teniente, informe del sonar activo y del sonar pasivo —el capitán del Roosvelt ordenó, en el puente de mando.

—El sonar no detecta movimiento anómalo —el teniente informó, con la mirada fija en el radar.

—Desde aquí se ve mucha sangre —Chris informó.

—Joder... deberíais ver esto. La lancha está flotando sobre un lago de sangre —la voz de Leon se escuchó, también. El agente había logrado alcanzar la lancha y subirse en esta.

Por doquier, cundieron abrazos y felicitaciones.

—¡Esperad! ¡Alerta! ¡Alerta! —Leon gritó, de pronto—. ¡Me ha embestido desde abajo y...! ¡Aaaaaah!

La comunicación se cortó inmediatamente después.

—¡Hay un súbito movimiento! —el teniente alertó, de pronto—. ¡Ha virado! ¡Se dirige al USS Virginia!

—Dios mío... ¡USS Virginia! ¡Alerta de colisión! —el capitán del Roosvelt informó, a voz en grito.

—Lo hemos detectado —la voz del capitán del Virginia se oyó, inmediatamente—. Está demasiado cerca. No podremos abatirlo sin destruirnos a nosotros mismos. He ordenado la evacuación. Estén preparados para el rescate.

—Aviso al escuadrón Wolfpack. Despegue de emergencia —el capitán envió la orden a través del altavoz del barco—. Repito: despegue inmediato.

—Recibido, capitán —el líder del escuadrón respondió mediante su comunicador—. Despegaremos en diez minutos, a lo sumo.

—Que sean cinco —el capitán ordenó, tajante.

—Cinco.

Y la comunicación se cortó.

—¡El USS Virginia ha caído! —el teniente de comunicaciones informó a voz en grito, nervioso—. Dos objetos enormes se hunden, señor. El USS Virgina no se está hundiendo solo. ¿Podría ser que el monstruo haya caído con él?

—Maldita sea... ese endemoniado engendro ha eliminado a nuestro submarino en su lecho de muerte —el capitán reflexionó, abatido. Corrió hacia el panel del radar, para observarlo con sus propios ojos—. Comandante Redfield, ¿puede enviar confirmación visual de las cápsulas de salvamento del USS Virginia?

—Afirmativo. Varias cápsulas de salvamento han emergido. Y se ven sombras de la llegada inminente de alguna más.

—¿Y el agente Kennedy? —preguntó, preocupado.

—Negativo, por ahora. Estamos intentando localizarlo. Centre a sus Seahawk en el rescate de la tripulación del Virginia. Nosotros nos enfocaremos en localizar y rescatar a Leon.

—De acuerdo. Suerte, comandante.

Del otro lado, nada más se escuchó.

Claire no pudo aguantar más y se desplomó en brazos de Patrick, quien detuvo su caída, diligente.

—Oh, Dios... Rebecca, por favor, acompáñame —él pidió a la bioquímica, con voz urgente.

Rebecca asintió con la cabeza, inmediatamente. Patrick se dirigió hacia la enfermería, con Claire en brazos. Y Rebecca lo siguió. La morena mostraba una tez pálida, mortecina, cuando caminó tras él. Aun así, el agente no reparó en ello, concentrado como estaba en el estado de salud de la esposa de su superior.

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—¿Hay alguien ahí? —Carlos Oliveira gritó para hacerse escuchar. Dio un par de golpes en la puerta del camarote, que permanecía cerrada con llave. Aún sorprendido, apoyó la frente contra esta. Se sentía enormemente cansado, casi agotado. Pero vivo.

—¿Carlos?

—¡Jill! ¿Eres tú? —él gritó, atónito, separándose de la puerta y fijando su mirada en esta como si pudiese ver a la soldado a través del acero—. ¿Cómo... cómo es que sigo vivo? —preguntó, confuso.

Sin embargo, aquella pregunta no le fue respondida. Un silencio inquietante se hizo del otro lado, antes de que la voz de Jill sonase de nuevo.

—¿Tienes síntomas del virus? —preguntó—. ¿Ves ramificaciones azules en tus brazos o en tu cuerpo?

—Demonios, no... ¿Qué cojones ha pasado?

—No puedes abrir esa puerta —Piers ordenó a Jill, quien se había negado a abandonar su guardia, del otro lado.

—Ni de coña —Riker se sumó al rubio, interponiéndose entre ella y la puerta, resuelto.

—Sí que puedo. Dejadme entrar. Me encerraré con él, ¿entendido? Y os iré informando de su evolución. ¡Dejadme entrar, he dicho! —ordenó a ambos, amenazadora.

Los dos hombres se miraron, dubitativos. Finalmente, Nivans asintió con la cabeza.

—Si eso es lo que quieres...

—Eso es lo que quiero. ¿Entendido? Sé perfectamente a lo que me expongo y lo asumo —ella respondió, resuelta.

—Déjala pasar, Nathan —Piers pidió a su compañero.

—Joder... Entendido.

El hombretón se apartó de la puerta, Piers giró la llave en la cerradura y Jill se introdujo en el cuarto, nada más esta fue abierta. Apenas un segundo después, el capitán la cerró de nuevo, asegurando la cerradura.

—Hola —Jill saludó al moreno de pelo rizado, mirándolo emocionada.

—Ahora lo sé. He muerto y el cielo ha ganado un Carlos —él afirmó, mirándola fijamente, sonriente.

—Eres el Carlos de siempre... —No supo por qué, pero sintió ganas de llorar de alegría.

—No te acerques a mí —él le pidió, sin embargo, preocupado.

—No sé si te has dado cuenta, pero acabo de encerrarme contigo —argumentó, con sarcasmo.

—En otras circunstancias, esto sería muy tentador... —La miró con picardía. Pero se mantuvo bien lejos de ella.

—A la mierda, las circunstancias.

Vehemente, recorrió los escasos pasos que los separaban y lo abrazó con todas sus fuerzas. Él alzó los brazos intentando separarse de ella. Temía sentir la necesidad de hacerle daño debido al virus zombi contraído. Pero lo único que sintió fue la calidez de aquel cuerpo femenino que durante tanto tiempo había añorado. Aun así, se negó a abrazarla.

—Jill, no puedo hacerte esto —afirmó, abatido.

—¿Hacerme qué? Que sepas que, para acostarte conmigo necesitarás mi consentimiento —bromeó, mirándolo con cariño.

—¡Joder! ¡No me refiero a eso! ¿Por qué cojones te has encerrado conmigo? —le reprochó, más y más preocupado por momentos.

—¿Por qué cojones tú me salvaste en Raccoon City y jamás te rendiste conmigo? —ella respondió, del mismo modo.

—¡Porque me dio la gana! ¿Vale? Pero eso no te obliga a...

—Pues a mí me ha dado la gana hacerlo. ¿Vale? ¿Algo más que decir? —lo encaró, retadora.

—Por supuesto que sí. Vas a acabar acostándote conmigo —respondió al reto, con mirada arrogante.

Se alegraba tanto de verla, tanto... Sabía que no podría convencerla de que se marchase. Además, una vez ella había entrado en contacto con él, sus compañeros no le permitirían volver a salir, hasta haberse asegurado de que no había peligro. Así que, la única opción para ambos era compartir aquel pequeño cuarto. Al menos, durante un tiempo. Quizá no fuera tan mala aquella situación, al fin y al cabo, se dijo con esperanza. Además, se juró que antes de hacerle daño, él mismo se quitaría la vida, si fuera necesario. Con todo ello en mente, la estrechó entre sus brazos, posesivo.

—Gracias —musitó, embargado por la emoción.

—Dáselas a Chris. Ya te contaré.

—Sé que lo harás.

Ambos se mantuvieron abrazados tranquilamente, acomodados uno en brazos del otro. Pero no había prisa por separase, ya que iban a pasar juntos mucho tiempo. Y cada cual reconoció para sus adentros que aquello le gustaba de un modo muy... especial.

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Chris sobrevoló el lugar del desastre, sin descanso. Había restos de la lancha destrozada sin piedad. Pero no vio a Leon por ningún lado. Aun así, se negaba a abandonar. Daría vueltas y vueltas hasta que el helicóptero se quedase sin combustible, si era necesario. Y después, repostaría y regresaría a buscar. Pero no se rendiría. Pensó en ir ampliando el perímetro de búsqueda paulatinamente. Quizá, las corrientes hubieran arrastrado a Leon lejos de allí. Junto a él, D.C. observaba también, en absoluto silencio.

—Chris, ¿me escuchas?

—¡Leon! ¿Dónde estás? —el comandante preguntó, nervioso. Había reconocido la voz de su cuñado y mejor amigo inmediatamente.

—Estoy en una de las cápsulas de salvamento que han emergido del Virginia. Asumo que el submarino ha caído; y el monstruo también. Lo siento, no hemos podido evitarlo —el rubio se lamentó, abatido. Se estaba comunicando a través de uno de los aparatos de comunicación portátiles rescatados del Viginia con tal fin.

—Déjate de ostias, ahora. Toda la tripulación ha tenido tiempo para emerger y un submarino no es más que un puto trasto. Temía que hubieses muerto —le reprochó, con cabreo.

—Ese bicho lo ha intentado. Pero no ha podido conmigo —respondió, alegremente—. Uníos al rescate de la tripulación del Virginia, Chris. Nos vemos en el Roosvelt.

—Nos vemos en el Roosvelt, hermano —Chris aseguró. Y cortó la comunicación.

Ya fuera de micrófono, el moreno exhaló con todas sus fuerzas. Tenía ganas de llorar de alegría. D.C., discreto, miró hacia otro lado, para no incomodarlo. Pero también él mostró una enorme sonrisa de alivio.