Capítulo 16 — Qué hacer, de no ser así

Cuando Leon bajó del último Seahawk que hubo regresado, Chris lo estaba esperando en la pista de aterrizaje, nervioso. Al verlo, se abalanzó sobre él y lo estrechó en un abrazo de oso.

—Eres el jodido capullo con más suerte que he conocido jamás —el moreno aseguró alegremente.

—Aparte de ti —él respondió, del mismo modo.

—Aparte de mí —afirmó, sonriente—. Leon… Acaban de contarme que mi hermana está en la enfermería. Parece ser que ella no se encuentra bien y… —Lo miró, incómodo, sin saber cómo continuar.

—Ella está embarazada. Tranquilo, Chris, lo sé —le aseguró.

—¿Lo sabes? —Lo miró, atónito.

—Hazme un favor y ve tú a hablar con Rebecca inmediatamente —le pidió, con voz grave—. Entre tu hermana y yo todo está bien, ¿entendido?

Su cuñado lo miró no demasiado convencido, pero asintió. Y Leon le dio la espalda, encaminándose hacia la enfermería con rapidez.

—¡Leon! —Chris llamó su atención, de nuevo.

El rubio se giró y le dedicó una profunda mirada de disgusto, pensando que él iba a insistir con el tema.

—Quítate toda esa sangre de encima —le pidió, sin más—. Si mi hermana te ve con esas pintas, creo que quien va a matarla de un susto, vas a ser tú.

Él asintió con la cabeza, divertido. Y se marchó. No recordaba que iba empapado de arriba abajo con la sangre del maldito B.O.W., que tantos problemas les había dado. En su camino se cruzó con el capitán del Roosvelt, quien le estrechó la mano con fuerza. Y le indicó dónde poder adecentarse y cómo conseguir uno de los uniformes de la marina, para poder cambiarse de ropa.

Chris, pensativo, decidió ir a la enfermería a tranquilizar a su hermana, mientras Leon volvía a estar presentable. Leon tenía razón: también él debía hablar con su novia cuanto antes. Con todo lo vivido en Santángel, él no había podido explicar a Rebecca porqué tener hijos no le parecía una buena opción, precisamente. De hecho, aquella idea le aterraba. Su hermana y él se habían quedado sin padres cuando eran muy jóvenes. Es cierto que ambos habían sido criados por sus abuelos y que se tenían el uno al otro. Pero crecer sin padres era una experiencia que marcaba para siempre. Él no quería tener un hijo, o varios, que se viesen obligados a vivirla. Esperaba que Rebecca lo entendiese. Pero si no era así… Ni siquiera se había planteado qué hacer, de no ser así.

Preocupado, entró en la sala de enfermería, donde Claire descansaba tumbada en una de las camas. Al verlo entrar, su hermana intentó ponerse en pie. Pero él se lo impidió cogiéndola por los hombros con amabilidad, pero firme.

—¿Y Leon? —ella preguntó, nerviosa.

—Tu marido se está dando una ducha, que buena falta le hace —él respondió, mirándola con una sonrisa cariñosa.

—¿No me mientes? —escrutó su mirada, suspicaz.

—Jamás sería capaz de mentirte con algo así, hermanita. Leon se encuentra perfectamente. Hace unos minutos que él ha regresado en uno de los Seahawk. Pero iba lleno de la sangre de ese maldito bicho. Así que, le he enviado a la ducha —afirmó con voz arrogante, intentando hacerla sonreír—. ¿Cómo te encuentras tú?

—Perfectamente, ahora que sé que él ha regresado. Yo no debería estar aquí, siquiera. Tan sólo he sufrido un desvanecimiento momentáneo. Si Leon me ve así, se va a alarmar —respondió, angustiada por él.

—Ya… el que ha vuelto bañado en sangre de ballena mutante y parecía que no le importaba… —bromeó una vez más, alegremente.

—Pero él no sabe…

Su hermano esquivó su mirada, durante un momento. Cuando la miró de nuevo, se mostró inquieto y preocupado.

—¿Lo sabe? ¿Y tú lo sabes también? —Claire adivinó el origen de su preocupación, atónita.

Él asintió con la cabeza, por fin, mirándola como un cachorrito que sabe que se ha comportado mal.

—Bueno… Rebecca te lo dijo ante todos. Y los demás, preocupados… Al final… En resumen, que él y yo lo hemos acabado sabiendo, también.

La pelirroja se tapó la boca con ambas manos, angustiada.

—¿Y cómo lo ha tomado?

—Eso es cosa vuestra, hermanita, tuya y de él. ¿Dónde está Rebecca? —quiso saber, cambiando de tema rápidamente para que su hermana no insistiese con el tema.

—Ella se ha marchado a un camarote que el capitán le ha cedido, a descansar.

—¿Se encuentra mal? —exigió saber, alarmado.

—Ella no mostraba buena cara, Chris. Todo este asunto de la ballena mutada, De Leon, D.C. y tú haciendo de héroes berserker por ahí… ponen los nervios de punta a cualquiera —argumentó, con voz cansada.

—¿Berserker? —no pudo evitar preguntar, mirándola sorprendido—. Joder… tengo que hablar con ella cuanto antes. Nuestra intención nunca ha sido…

—Lo sabemos, Chris. Pero Leon y tú sois lo que sois. Y no podéis evitarlo. Y así os queremos. No te angusties por eso, ¿vale? Tan sólo habla con ella. Le haces tanta falta como Leon me la hace a mí. Te quiero, hermano.

—Yo también te quiero. —La abrazó con mimo, emocionado—. Voy a tener un sobrino… —añadió, alucinado, mirándola con adoración.

—Anda, ve, tío Chris. Ya tendremos tiempo de hablar sobre eso con tranquilidad —le pidió, con una sonrisa.

Él asintió, sonriente. Y se marchó en busca de su novia, decidido.

No fue hasta media hora después cuando Leon hizo acto de presencia en la enfermería. Aunque a Claire, su tardanza no le preocupó, ahora que sabía que él había regresado sano y salvo. Cuando él entró, ella lo miró, sorprendida. Iba vestido de militar, con un uniforme de la marina.

—¿Me queda bien? —él preguntó con una enorme sonrisa, dándose cuenta de que a ella ese hecho le había llamado la atención.

Inmediatamente, recorrió los pocos pasos que los separaban y la abrazó, enamorado. Ella, prácticamente se echó en sus brazos, vehemente. Y él tuvo que cogerla al vuelo para que no cayera de la cama.

—Cuidado, pelirroja —le pidió, cariñoso—. ¿Cómo te encuentras?

—Oh, Leon… Estoy… Yo no quería… —No supo qué decir, avergonzada.

En cambio, él la miró fijamente a los ojos, muy serio.

—¿No querías quedarte embarazada?

—¡No! —negó, vehemente—. Lo que no quería, es que tú fueses el último en enterarte —declaró, sintiéndose culpable.

Él soltó una risa divertida.

—No puedes imaginar cuánto te quieren todos nuestros familiares y amigos. "No te enfades con Claire". "Piensa bien lo que vas a hacer". "Ella es tu esposa". "Ni se te ocurra dejarla". "Que si esto, que si aquello…". Debo de tener pinta de maltratador, o de algo semejante —bromeó—. Porque todos han intentado poner paños calientes en nuestra relación. Te juro que he estado a punto de enviarlos al infierno —confesó alegremente.

Las lágrimas se desbordaron por el rostro femenino, en silencio.

—Tienes todo el derecho de dejarme, si es lo que quieres —ella afirmó, cuando fue capaz de hablar de nuevo—. Fui injusta contigo, te juzgué duramente, te aseguré que te odio. Me puse en peligro, a mí misma y a Rebecca; y a nuestro hijo. Aunque te aseguro que yo no sabía que estaba embarazada, cuando lo hice. Y te puse en peligro también a ti.

—Te aseguro que, para ponerme en peligro, no me hace falta nadie; yo solo me las apaño bastante bien —respondió, tranquilamente—. Aunque he de serte sincero: si yo hubiese logrado dar contigo nada más tú te marchaste con Rebecca y con Cristina, te juro que nuestro matrimonio se habría acabado en ese preciso momento —confesó, seriamente.

El llanto de Claire se intensificó, al escuchar sus palabras.

—Y habría cometido el error más grande de mi vida. Te amo, Claire. Te amo tal y como eres, también con tus errores y tus aciertos —declaró, con firmeza—. Tampoco yo supe ofrecerte el consuelo que tú necesitaste, cuando te enteraste de la tragedia de Chris. Mis palabras fueron las de un agente del Gobierno, no las de quien más te ama en este mundo. Yo no supe explicarme. Y tú, tan preocupada como estabas, no pudiste darme una oportunidad. Ambos tenemos la culpa de lo sucedido.

—No, Leon. Eso no es así —ella negó, con tristeza—. Decidí casarme contigo porque te amo, porque confío en ti como jamás lo haré en nadie más, excepto en mi hermano. Él y tú sois los dos hombres de mi vida. Por igual y cada cual a su manera —dejó claro, convencida—. No fui justa contigo. No fui justa con todo el amor que siento por ti; con la admiración que siento por ti. Me enamoré de ti porque te admiro. Y si te admiro es, porque sé que puedo confiar en ti, pase lo que pase. Y ahora siento que eres tú, quien no puedes confiar en mí.

Él la pegó a su cuerpo, vehemente.

—¿Confías en mí? —le preguntó, solemne.

—Confío en ti, Leon. Te juro que confío en ti, aunque tú no puedas creerme.

—Te creo. Y si te digo que yo sigo confiando en ti, ¿confiarás en mí y me creerás, entonces? Quiero una respuesta sincera, Claire.

—Leon… —ella intentó rebatir, entre sollozos.

—Es una pregunta muy sencilla, Claire. Yo sigo confiando en ti —le aseguró, mirándola fijamente a los ojos—. ¿Me crees?

—Te creo —musitó, adorándolo con la mirada entre los torrentes de lágrimas que eran sus ojos.

—Perfecto. —Besó su cabello de fuego, con mimo—. Ahora viene la segunda parte.

—¿Segunda parte? —Ella lo observó, preocupada.

—Por supuesto. Que sepas, que me debes una niña. Quiero una niña que sea como tú: inteligente, valiente, osada, impetuosa, sabiondilla, bella, divertida, respondona… Y que me lleve de cabeza —le pidió, enamorado.

Claire se acongojó, al escuchar sus palabras. Y siguió llorando sin parar, sin poder evitarlo, respirando de forma entrecortada. Leon, alarmado, acarició su rostro con mimo. La abrazó de nuevo, acarició su espalda, su pelo… Ya no sabía qué hacer para calmarla.

—Era broma, cariño. Te juro que me da igual si es niño o niña. Te lo juro —le aseguró, asustado—. Por favor, tranquilízate, te lo suplico. Soy un bruto, un insensible. Perdóname, por favor. Por favor… —insistió, temiendo que tendría que ir en busca del doctor del barco o de Rebecca, para que le diesen algún calmante que ella pudiese tomar, para tranquilizarse.

—N-no es eso —ella logró afirmar, entre el llanto—. Es que temí que tú no quisieses que yo tenga a nuestro hijo. Tú y yo nunca habíamos hablado sobre tener hijos y…

—¿Cómo no voy a querer? ¿Crees que yo no habría puesto medios para evitarlo, si no hubiese querido tener hijos? ¿Me tomas por tonto? —quiso saber, mirándola sorprendido.

—¿Y porqué no me lo dijiste de este modo, cuando te pregunté? —le reprochó con cabreo, mirándolo indignada.

—¡Joder! ¡Porque acababa de partirle la cara a un tío que había salido de no sé dónde cojones y del que ni siquiera había conocido su existencia hasta entonces, que pretendía arrebatarte de mi lado! —él respondió, estallando en ira—. ¡Tú eres mía, Claire! ¡Sólo mía! ¡Y sinceramente, me jode que uno de tus antiguos novios venga a tocarme los cojones con ese asunto! ¿Qué esperabas? ¿Que me comportase como un hombre cabal, sereno y equilibrado en un caso así? ¡Pues te has equivocado conmigo! ¡La próxima vez no me limitaré a partirle la cara, como vuelva! ¡Seré posesivo, irrazonable! ¡Lo que quieras! ¡Pero conmigo no se juega! ¡No, cuando se trata de ti! ¿Entendido? ¡La única que tienes derecho a deshacerte de mí cuando quieras, eres tú! ¡No un imbécil con aires de supermán patético! —se desahogó a gusto, por fin.

Ella lo observó, atónita.

—¿Y ahora qué pasa? ¿Que te parezco un cromañón descerebrado? —quiso saber, molesto—. Pues has hecho tarde, Claire Redfield, porque te has casado conmigo.

—Claire Kennedy, si no te importa —respondió, con orgullo—. Y lo que pasa es que ahora te admiro todavía más. Y te amo aún más también, si eso es posible, que lo dudo. Y si no te gusta, has hecho tarde, Leon Scott Kennedy, porque te has casado conmigo —lo parafraseó.

Por un momento, él la miró, sorprendido. Y luego negó con la cabeza, a modo de derrota. Tuvo que reconocer en lo más hondo de su alma que aquella pelirroja de carácter endemoniado siempre sabía cómo sorprenderlo; y cómo hacerle feliz. Y eso le encantaba. Así que la besó, enamorado. Y ella correspondió a sus besos con tanta pasión que él deseó que ambos estuviesen en un lugar muy diferente de aquel, en ese preciso momento.

&&&&&ooooo&&&&&

Chris se plantó ante la puerta del camarote donde Patrick, con quien se había cruzado por el camino, le había indicado que Rebecca descansaba. Tenía miedo de interrumpir el descanso que ella tanto necesitaba. Pero, por otro lado, se moría por verla, por estrecharla entre sus brazos. Y sabía que ella también lo necesitaba a él, por muy arrogante que sonara por su parte. Dubitativo, finalmente hizo sonar sus nudillos contra la puerta levemente. Si ella no le escuchaba, dejaría aquel encuentro para un momento mejor.

Sin embargo y para su sorpresa, la puerta se abrió de inmediato. Y Rebecca se echó a sus brazos, vehemente. Ambos se besaron como si no hubiera un mañana. Él la levantó en brazos y se sentó sobre la cama, con ella sobre sus piernas.

—Me han dicho que estabas cansada. ¿Estás bien? —el comandante preguntó, observándola detenidamente, preocupado.

—Ahora que te tengo de nuevo conmigo, estoy mejor —ella respondió, con una leve sonrisa.

—¿Mejor? ¿Qué es lo que pasa, Becca? —exigió saber. Se sentía más y más preocupado por momentos.

—¿Leon no te lo ha contado?

—¿Contarme, qué? ¡Por lo que más quieras! ¿Qué cojones Leon tenía que haberme contado? ¿Qué está pasando? —La sentó a un lado de la cama y se puso en pie, nervioso. Se cruzó de brazos, esperando una respuesta sincera por su parte.

—Chris… creo que… No, estoy segura de que…

Él la observó a la expectativa, casi histérico.

—Estoy embarazada. Vas a ser padre —confesó, observando su mirada con los ojos cristalinos. Estaba a punto de llorar.

Sin embargo, no le dio tiempo de dar rienda suelta al llanto que amenazaba con escaparse de sus ojos. No le dio tiempo, ni siquiera, a respirar.

Inmediatamente después de haber escuchado aquella confesión, el cuerpo del comandante de la B.S.A.A. cayó redondo al suelo, como un peso muerto.