Nota de la autora: aquí traigo el primer capítulo de este universo alterno ambientado a finales del siglo XIX. Debéis perdonar cualquier inexactitud. No soy ninguna historiadora aunque sí me gusta mucho leer sobre ella. La mayoría de los personajes pertenecen a J.K Rowling aunque pueden tener ciertas modificaciones en su forma de ser o actuar para adaptarse a esta historia. Otros, como os daréis cuenta, son inventados. Intentaré añadir más capítulos cuanto antes pero de momento estoy enfrascada en exámenes. La acción en este fic será muy rápida con saltos en el tiempo, en ocasiones bastante grandes. Espero que os guste, y por favor, mandar reviews para dar vuestra opinión. Eso podría ayudarme mucho a la hora de escribir.
PARTE I
Capítulo I
El tiempo parecía no pasar cuando se encontraba entre aquellas estanterías rebosantes de libros. Sus ojos grises devoraban ávidamente líneas y líneas de aquellos pensadores que le habían hecho ver de una manera diferente su sociedad: Marx, Engels, Bakunin...
Ataviado con una chaqueta remendada, unos pantalones viejos y una gorra de lana, el joven heredero de la adinerada familia Black se escabullía del número 12 de Grimmaud Place sin que nadie aparte de la cocinera lo supiera, para acercarse a la pequeña librería de Oxford Street donde en su trastienda se almacenaban esas obras no bien vistas por los iguales a su familia.
Se decidió a comprar el ejemplar que tenía entre sus manos. Sin dejar de marcar con un dedo la página donde estaba leyendo sacó con la mano libre el dinero de su bolsillo. El librero, muy satisfecho de tener un cliente tan asiduo y que además compartían pensamiento, le tendió la vuelta. Sirius Black regresó a la lectura mientras salía por la puerta.
Algo impactó repentinamente contra él y el libro escapó de sus manos cayendo en un charco de agua.
"¡Maldita sea! ¡Lo acabo de comprar! ¡A ver si mira por dónde va!"
"¡Era usted el que iba distraído leyendo!" Una mujer joven le respondió al mismo tiempo que se arrodillaba en el suelo. Sirius no se había dado cuenta de que varias hojas de papel se habían desparramado por el suelo junto a su libro. La mujer con la que había chocado ya se apresuraba a salvarlas del agua y polvo de la calle.
"Siento mucho mis palabras, señorita." Se arrodilló junto a ella y se quitó la gorra a modo de disculpa pero ella no le prestaba atención alguna. Estaba demasiado preocupada en recoger los papeles.
Sirius tomó la más cercana y descubrió que era una partitura de piano. Recogió todas las que pudo además de su libro e intentó secar contra sus ropas las que se habían malogrado con el húmedo pavimento.
"¡Deje eso! No haga más mal de lo que ya ha hecho. La tinta puede correrse." Exclamó la mujer todavía de mal humor arrebatándole los folios de su mano.
"Sólo trataba de ayudar." Respondió irritado. Se había disculpado y ayudado. ¿No podía ella corresponder con educación?
La mujer se giró para responder y por primera vez, Sirius contempló su rostro. Era una chica francamente bonita. Tez morena, ojos grandes y verdes que brillaban como esmeraldas, y unos labios gruesos y carnosos que se le hacían apetecibles. Tenía un pelo castaño oscuro, casi negro. Lo tenía recogido en un moño pero unos rizos rebeldes escapaban enmarcando el óvalo de su cara.
Pero Sirius Black no era hombre que se quedara sin palabras ante una mujer bella, y menos si ésta lo miraba iracunda y no había aceptado sus disculpas, siendo éstas últimas muy escasas en él.
"Pues deje de ayudar."
"Permítame que le diga que carece de educación. Nada me extrañaría que siga soltera por mucho tiempo. No habrá hombre que la aguante."
El rostro de la joven se acaloró y sus labios se pusieron blancos de lo apretados que los mantenía. Sin que Sirius pudiera reaccionar para evitarlo, la mano de la joven impactó contra su mejilla.
"Será..." Murmuró sobándose la mejilla. La joven lo había esquivado y proseguía su camino con paso alterado debido a la agitación.
Sirius se quedó allí parado en medio de la calle observando el caminar de la joven y sin dejar de acariciar la mejilla en la que ya se comenzaba a perfilar en un color rojizo los dedos de una mano.
"¡Vaya mujer!"
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Vio caminar hacia él a su amigo con expresión aburrida.
"¿No disfrutas del baile, amigo Sirius?" Preguntó divertido.
"Vamos, Moony. Marchémonos a alguna parte. Aborrezco todo esto. Podríamos ir a un local del que me han hablado en el que tocan jazz..."
Su amigo se detuvo al verlo negar con la cabeza. "Me temo que esta noche no." Respondió con una sonrisa radiante.
Sirius lo miró con el ceño fruncido. "¿Qué tramas?" Pero para lograr la respuesta sólo hubo de seguir su mirada ambarina. Los ojos de Remus Lupin, conde de Chalfont, seguían los gráciles movimientos de Amanda Langley, una muchacha recién entrada en sociedad, hija del Marqués de Hufflepuff. La muchacha no era del gusto de Sirius que desde hacía dos días parecía haberse inclinado por morenas irritables y maleducadas. Amanda era dulce, delicada y tímida. Cortada por el mismo patrón que todas las hijas de nobles ingleses. Destinada a casarse y criar hijos. Todo lo que buscaba Remus.
"¿Ya te voy a perder tan pronto? Si acabamos de salir del colegio."
"L'amour, mon ami." Remus Lupin posó su copa en la mesa y se dirigió hacia su objetivo.
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En la hora que llevaba esperando junto a una farola, Sirius no dejó de preguntarse qué hacía allí. No quería reconocer que estaba haciendo caso a un presentimiento al más puro estilo del instinto femenino, y para justificar su actitud se decía que no tenía nada más que hacer. La ociosidad de la clase acomodada.
Apareció. Traía el aire decidido de alguien que tiene perfectamente planeado lo que va a hacer. Se detuvo frente a la librería y entró. Sirius no esperó.
Ella paseaba frente a una de las estanterías rozando con un dedo los lomos de los libros. Por fin encontró el que buscaba y lo sacó. Todavía no había descubierto la presencia de Sirius a poca distancia.
"¿Qué lectura puede interesarle a una mujer como tú?" Y le quitó el libro.
"¡Usted! ¿Por qué tengo yo tan mala suerte? Haga el favor de devolvérmelo."
Sirius hizo como que no la escuchaba y alzó la mano sujetando el libro para que la joven no pudiera alcanzarlo.
"Mmmm, Jane Austen. ¡Basura sentimental! ¿Qué puede aportar a una persona una lectura como esta?"
"Me alegra saber que no compartimos el mismo gusto en lo que a lectura se refiere." Respondió con tono de indiferencia y, aprovechando el despiste de Sirius, de un salto recuperó el libro.
Sirius la siguió por toda la librería esperando que ella le volviese a dirigir la palabra. Le gustaba hacerla enfadar. Sentía cierto placer en ello aunque tenía cierto temor de que ella llegara a odiarlo.
"¿Por qué me sigue? ¿Acaso fue un buitre en otra vida? Váyase a hacer algo producente, como trabajar, y lea menos literatura política que no logrará cambiar las cosas."
"¿Por qué piensa eso? Llegará un día en que las clases oprimidas harán su revolución."
"¿Y a costa de qué medios?"
"Estás muy equivocada, aunque no me extraña. No creo que esté muy instruida en esta materia."
"Y si lo estuviera, no perdería el tiempo en discutir con usted."
La joven abandonó el local. Cuando Sirius se decidió a seguirla ella ya había desaparecido sin dar pista alguna de qué camino había tomado.
No sabía quién era ni tampoco dónde vivía. ¿Volvería ella a la librería?
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"Querido primo. ¡Qué placer verte de nuevo!" Andrómeda lo abrazó con verdadero afecto y lo invitó a ponerse cómodo.
"Hola, Sirius." Saludó el marido de su prima y le dio la mano.
Andrómeda era la prima favorita de Sirius. Ella había sido lo bastante valiente como para afrontar las críticas de toda la alta sociedad inglesa y casarse con un hombre de rango inferior y además, miembro del partido liberal. Ahora su prima se mantenía bastante alejada de toda esa vida de vestidos ostentosos, reuniones y bailes, dedicada a su hogar y cuidar a su familia.
"¿Cuántos días te quedarás con nosotros, Sirius?"
"Depende de cuanto tiempo querráis aguantarme – y también de cuánto tarde el viejo en olvidar lo sucedido."
"Miedo me da pensar en qué hiciste esta vez para enfadar a tu padre." Su prima rió.
"Nada que merezca contar. Y cambiando de tema. ¿Dónde está mi pequeña primita?"
"La verás aparecer en cualquier momento. Estaba dando un paseo con la institutriz. Una chica adorable, Miss Dawson, ¿verdad, querido?"
Sirius dejó un pequeño atisbo de duda. Aunque su prima había hecho un cambio considerable en su vida no podía dejar atrás toda una vida de educación aristocrática, y esta tenía la imagen de una institutriz vieja, fea y estricta en la mente de Sirius.
¡Qué equivocado estaba!
"He de decir que usted me ha sorprendido extraordinariamente." Comenzó Miss Dawson al encontrarlo en el pasillo tras cerrar la puerta del cuarto de niños.
"¿Ha cambiado su opinión sobre mí? ¿Puede ser mejor ahora?" Sirius Black estaba todavía maravillado por la suerte que había tenido al encontrar a la bella joven de la librería de institutriz de su pequeña prima Nymphadora.
"No. Ahora es peor si cabe."
"Pero ahora estás tratando con un pariente de tu señora."
"Confío en que usted no protestará. Me atrevería a decir que incluso disfruta."
"Está usted en lo cierto. Me proporciona un entretenimiento que no encuentro en las insustanciales reuniones con los de mi grupo social." Se apresuró a alcanzarla cuando ella comenzó a caminar. "Además, no se encuentran jóvenes tan hermosas y con semejante carácter." Se aventuró a decir.
Miss Dawson lo miró primero ligeramente turbada, quizá alagada, pero pronto tomó una postura seria y desconfiada. Que un hombre de alta posición social intentara conquistarla no era lo que más deseaba. Podía significar problemas.
"Puede que usted olvide con demasiada frecuencia su lugar, pero yo no. Así que haga el favor de no entorpecer en mi vida."
Le dirigió una última mirada glacial y cerró la puerta de su alcoba frente al rostro de Sirius.
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"¿Desde hace cuanto que está Miss Dawson bajo vuestros servicios?" Preguntó fingiendo desinterés mientras movía la copa de coñac entre sus manos.
"Tres meses si no me falla la memoria. Somos muy afortunados de haberla encontrado. Tiene una educación exquisita, sabe mostrarse prudente y toca el piano deliciosamente. Quizá le podamos pedir que nos toque algo antes de retirarnos."
Andrómeda contaba con unos cinco años más que Sirius. Se había casado con Ted Tonks hacía siete años y a los nueve meses del enlace había nacido la, por el momento, única hija, Nymphadora.
Sirius disfrutaba aquellas cortas temporadas que pasaba junto a sus parientes. En su confortable casa en el barrio de Kensington, frente a Hide Park, el joven Black podía respirar el ambiente familiar y apacible que nunca había encontrado en Grimmaud Place. Los envidiaba pero no podía tampoco dejar de desearles todo lo mejor.
Ahora también tenía más motivos para visitarlos con frecuencia.
"Me he enterado que Mr. Lupin se casa."
"Así es. ¡Pobre Remus!"
"¿Por qué? Deberías estar feliz de que tu amigo ha encontrado a una jovencita adorable que lo hará sin duda feliz."
"Pero es muy joven. ¿Por qué no disfrutar más de la vida?"
"Pero ¿Para qué esperar si has encontrado a la persona con quien quieres compartir tu vida?" Objetó la mujer sabiamente.
"No creo que la ame de verdad. Son las circunstancias, la presión, la educación... ¡Todo! Estamos privados de libertad en esta sociedad."
"¡Tranquilízate muchacho!" Mr Tonks apoyó una mano sobre el hombro de su primo para sosegarlo.
"Pareces hablar con mucho conocimiento de causa, primo. ¿Cómo estás tan seguro de que Mr. Lupin no ama a Miss Langley? ¿Te has enamorado alguna vez, Sirius?" Preguntó Andrómeda con una sonrisa confiada.
"Todavía no me he enamorado. Sólo ha habido alguna mujer que otra pero yo nunca dejo que llegue muy lejos. Me prohibo a mí mismo enamorarme. Resultaría muy fastidioso."
"¡Ay, querido Sirius! Cuando el amor te golpea es imposible cerrarle las puertas del corazón."
"Dejemos este tema, por favor." Concluyó a la vez que apuraba su coñac. "No me gusta cuando hablas tan poéticamente de los sentimientos."
"Me sorprendes, primo. Pensé que dirías cursi." Sonrió con complicidad y volvió su atención a algo o alguien que se encontraba a espaldas de Sirius. "¿Sí, Miss Dawson?"
"Señora, me preguntaba si deseaban algo más o por el contrario podría retirarme a mi habitación."
"A decir verdad, mi primo, Mr. Black, está ansioso por escucharla al piano. Si no es mucha molestia..."
Sirius se giró mirando a la muchacha por encima del respaldo del sillón. Notó como ella se resistía a mirarlo y parecía intranquila, como si su presencia la pusiera nerviosa para tocar el piano. Un ligero rubor se había posado en sus mejillas, un detalle que Sirius pensó que le quedaba francamente bien, aunque no podía desmentir que enfadada le parecía arrebatadora.
Miss Dawson se sentó frente al piano y tras tomar aire generosamente comenzó a tocar. La mano izquierda se ceñía a simples acordes mientras la derecha llevaba la melodía y el segundo acompañamiento. Siii, si, si, siii, sol, la... Impromptus no. 3 de Shubert. Delicada, dulce y a la vez apasionada. Puro romanticismo.
Sirius alababa su decisión y escuchó con verdadero placer. Las manos de Miss Dawson se movían ligeras por el teclado. Tenía una buena técnica pero el joven Black sabía que eso no era lo único que contaba en la música. La interpretación era lo que distinguía entre los buenos y los mediocres, y aquella muchacha de mal genio, de lengua presta a responder y belleza salvaje sabía comunicar todos los sentimientos que podían evocar esas notas.
Ojalá esos instantes no terminaran nunca.
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"Brindemos todos por el feliz enlace que tendrá lugar entre mi hija Bellatrix y Rodolphus."
Los presentes alzaron sus copas y bebieron. Sirius imitó el gesto con una sonrisa burlona. Así que su primita se casaba...
Bellatrix Black. Hermosa, arrogante, fría, malvada.
Era la hermana menor de Andrómeda. Tenía la misma edad que Sirius y era quizá con la que mayor relación había tenido. No se podía decir que su relación fuera buena. Nunca tendría el afecto y la estima de los que gozaba su hermana. Sin embargo, tampoco se podía decir que fuera mala.
Sirius no tenía el mayor interés en seguir confraternizando con sus parientes, de los cuales no conocía a la mayoría. Con disimulo tomó una botella de champán y la escondió bajo la chaqueta del frac. Después se guareció en un pasillo vacío repleto de retratos familiares y viejas reliquias.
"¿Sabes, Phineas Nigellus? Esta te la dedico. Va por ti." Y alzó la copa de champagne frente al retrato de su antepasado.
"¿No deberías brindar por mí?" Exclamó una voz femenina detrás de él.
Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando fue arrastrado a una habitación cercana. Sus labios fueron cubiertos por besos de unos labios hambrientos.
"Bellatrix" Pronunció en un suspiro.
Una mano enguantada se introdujo bajo su camisa y acarició su pecho para después bajar hasta sus pantalones e intentar desabrocharlos.
"¡Alto! ¡Para!" Y se separó del posesivo abrazo de su prima. "Estás prometida."
"Y tú borracho. ¿Desde cuando te ha importado eso?" La morena intentó besarlo de nuevo.
"Me importa. No quiero meterme en problemas con mi nuevo primo." Dejando de lado la copa pasó a beber de la botella.
"¿Eso quiere decir que lo nuestro ha terminado?" Bellatrix le retiró la botella con indignación.
"Ajá." Se colocó la camisa dentro de los pantalones.
"¿Cómo me puedes hacer esto? ¿Me rechazas? ¿Ya no me deseas?"
"No sé por qué te pones así. Al fin y al cabo eres tú quien se casa y ha hecho que lo nuestro termine. Fue muy bonito mientras duró."
"¿Esto no ha sido más que un juego para ti?"
"¿No lo fue para ti? Primita, no te engañes."
"Hay otra mujer, ¿verdad?"
"¿Por qué habría que haber otra mujer? Simplemete no deseo que le seas infiel a tu futuro marido conmigo. No me van las casadas." Tomó la botella de manos de su prima y le dio un beso en la mejilla. "Felicidades."
Bellatrix Black se quedó sola en la habitación, herida en el orgullo y llena de indignación. Cualquier otro sentimiento gentil que podría haber albergado su corazón por su primo quedó sepultado bajo el odio y el rencor.
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"¡Tú también! ¡No, por favor!" Sirius se dejó caer en una butaca. Todavía le dolía la cabeza de la resaca.
"¿No te alegras de que tu mejor amigo se case?"
"Remus, ¿para qué casarse? Estamos bien como estamos. Solteros."
"Tú estarás bien así, Sirius." Remus mantenía un tono paternal en estas ocasiones en que Sirius se comportaba como un niño tozudo. "Pero yo no lo estaría si no tuviese a la mujer que amo a mi lado, y esa es Amanda."
"Me siento traicionado." Sirius ocultó su rostro entre sus brazos y fingió un lloriqueo. Remus puso los ojos en blanco y rió.
"Bueno. Ya que no vas a cambiar de opinión... ¿o me equivoco?" Remus negó con la cabeza. Sirius identificaba un brillo especial en los ojos miel de su amigo. "Pues sólo me queda desearte que seas un hombre muy feliz."
"Gracias Sirius." Remus abrió sus brazos para acoger a Sirius en un abrazo pero éste lo detuvo. "Pero si luego te arrepientes, no me vengas con el cuento." Riendo se fundieron en un abrazo y después brindaron... con té.
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"¡Primo Sirius!" La pequeña Nymphadora corrió por el parque a lanzarse a los brazos de Sirius.
"¿Cómo está mi niña? ¡Cómo has crecido! ¡Mira que pesas!" La aupó y dio vueltas en el aire con ella provocando melodiosas carcajadas de la niña.
"Señor Black, tenga cuidado."
Sirius se detuvo, sosteniendo todavía a Nymphadora en brazos, y se volvió a la institutriz. Miss Dawson estaba frente a él, igual de bella pero también igual de inalcanzable. ¿Por qué ella se resistía a sus encantos?
"Me alegro de verla, señorita Dawson."
"Lo siento, pero tenemos que irnos."
"Jo." Protestó la niña pero se dejó llevar cuando Miss Dawson la cogió de la mano y tiró de ella.
"Espera." Sirius la tomó por el codo. Ella se resistió a encararle. Él le susurró. "Podrías ser cortés y haberme dicho que también te alegras de verme. Tu silencio me duele más que me mientas."
"Adiós... señor Black."
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"¡Apuestas! ¡Hagan sus apuestas ahora o luego se arrepentirán! ¡Gran combate esta noche!"
"¿Quiénes combaten?" Preguntó Sirius haciéndose un hueco entre el grupo de apostantes.
"Peso pluma. Fletcher contra un debutante: James Prongs Potter."
"Démosle un voto de confianza al novato. 20 libras por ese tal Prongs."
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Un hombre intentaba reanimar a un joven larguirucho y lleno de moratones. Sangraba profusamente por la nariz y el labio roto. Apenas podía abrir el ojo derecho de lo hinchado que lo tenía.
"Jamás había visto tamaña sangría en un combate."
"Déjeme en paz." Gruñó el joven.
"Vamos. No te amargues por la derrota. Siempre se aprende de algo."
El dueño de la voz se sentó a su lado.
"¿Qué quiere? No soy una atracción de circo para reírse."
"Ni yo alguien al que le guste el circo." Una mano apareció frente a los ojos – o mejor dicho, el ojo. "Mi nombre es Sirius Black y me ofrezco como tu manager."
"¿Está loco? ¿No ve que se me da esto fatal?"
Por primera vez lo miró a la cara. Se veía claro que pertenecía a una clase privilegiada. Buena ropa, elegancia en los movimientos, buen acento y pronunciación.
"No me interesa. No pierda su tiempo."
"Yo puedo convertirlo en un buen boxeador."
"¿Dónde aprendió a boxear? ¿En los bailes de debutantes?"
"No, en el colegio. Tenía que defenderme de alguna manera de los matones que se querían cebar conmigo o con mis amigos." El hombre sonrió. Parecía de verdad amistoso, y de fiar.
"Yo no pierdo nada, en todo caso es usted el que pierde."
"Ni tú ni yo perderemos. Te lo aseguro."
Y estrecharon sus manos.
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"¡Vivan los novios!"
"¡Viva!"
"¡Que hable el padrino!"
"¡Sí!"
Todos los invitados se volvieron hacia Sirius. Se puso en pie sosteniendo su copa de champagne y empezó a hablar.
"No es un día feliz para mí. Siento decirte esto, Amanda, pero no te soporto." La recién esposa de Remus Lupin torció el rostro. "Sí, porque te has llevado a mi mejor amigo. Todo el mundo sabe que soy muy posesivo con mis cosas y Remus, mi Moony, era mío. Pero dicen que si encierras a tu perro, se marchará con el primero que le abra la jaula, y tu Amanda la has abierto y cautivado el corazón de mi amigo. Todo el mundo sabe también que quiero mucho a Remus, y su infelicidad es la mía también, y si no está a tu lado él no es feliz, y por tanto yo tampoco. Creo que me estoy extendiendo demasiado. En definitiva, os auguro la mayor felicidad del mundo. Mis más sinceras felicitaciones."
Los invitados empezaron a aplaudir pero Sirius los interrumpió con un gesto de mano. "¡Se me olvidaba! No creas Amanda que te vas a quedar a Moony gratis. Quiero que le pongáis mi nombre a vuestro hijo. ¿Os imagináis un pequeño Sirusín?"
Una sonora carcajada se extendió por todo el salón. Sirius dio un beso en la mejilla a Amanda y abrazó a Remus.
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Dos hombres caminaban haciendo eses y cantando a viva voz por las calles de Londres. Uno llevaba una botella de whisky y el otro sacudía un fajo de billetes.
"¡He ganado!"
"Ya te lo dije."
"¡Mira cuánto hemos ganado!" James Potter no podía dejar de contar las 150 libras esterlinas que habían ganado de apuestas.
"Y son para ti. Te las mereces, James."
"Pero tú eres mi manager. Algo tienes que cobrar ¿no?"
"No es dinero lo que quiero."
"¿Entonces por qué me ayudas?"
"Eres mi obra buena del año." Sirius sonrió de lado.
Llegaron al Convent Garden. Varias floristas paseaban por allí esperando que alguien comprasen sus flores.
"Hola, guapa." Sirius se había soltado de James y acercado a una florista de anchas caderas y rostro sonrosado.
"¿Quiere el caballero un ramillete?"
"¿Qué tal a ti?"
"¿Qué tal si te tragas la cesta?" Y le golpeó en la cabeza. James empezó a reír a carcajadas.
"No tienes suerte ni con las feas."
"¿A quién llamas tú fea?" La mujer estaba dispuesta a arremeter contra James, pero otra florista, una chica joven de pelo rojo y ojos de un verde esmeralda apareció.
"No gastes esfuerzos con borrachos como ellos."
"Hey. ¿De dónde has salido tú?" La pelirroja ignoró a Sirius.
James se había quedado sin palabras. Jamás había visto animal más bello. Pero ya estaba Sirius para hablar por él.
"¿Cómo te llamas, guapa?"
"A ti no te importa."
"Y si te compramos mi amigo James y yo un ramillete, ¿nos lo dirías?"
"¿Por uno sólo? Por eso no os doy ni una mirada."
"Es una chica dura. ¿Oyes James?"
"¿Y si te compro toda la cesta?" Tanto la joven florista como Sirius miraron sorprendidos a James. El joven miraba con un brillo febril en sus ojos a la pelirroja y un rubor cubría sus mejillas.
"¿Para qué quieres veinte ramilletes?"
"No sé. Pero si así me dices tu nombre."
La florista lo miró largo rato. Al final acertó a decir. "Estás loco. Guárdate tu dinero para algo mejor.
"Pobre James. Has topado con un hueso duro de roer."
"Presentándoos borrachos ante una mujer no vais a conseguir conquistarla. A otra puede que la llevéis a la cama, pero yo ya estoy muy acostumbrada a hombres como vosotros."
"Estoy harto de que las mujeres piensen que las quiero para acostarme con ellas. Mira a Miss Dawson. Jamás había insistido tanto con una mujer. Le hago regalos, le digo cosas bonitas..."
"Como hacen todos los hombres."
"¿Y cómo pretendes que lo haga?"
"Hechos. Algo que demuestre más sinceridad. Tienes que convencerla de que no es una cualquiera para ti."
"Sois muy complicadas." Sirius comenzaba a quedarse dormido sentado en un portal.
"Será mejor que te lo lleves o se va a enfriar."
"Sí." James no la miró a la cara, dolido todavía por el rechazo. Agarró a Sirius por los sobacos y le hizo andar.
"Por cierto." James se volvió a medias. "Lily. Me llamo Lily Evans."
James sonrió. "James Potter."
