Nota de la autora: Lo siento mucho. Ya sé que debía haber actualizado antes pero tuve dos parciales y luego decidí tomarme un descanso. Pero ya está. Aquí llega un nuevo capítulo, el penúltimo de la primera parte. Este capítulo tiene mucho romanticismo por parte de Sirius y James. Os tengo que confesar que el James-Lily no se me da muy bien y no estoy muy satisfecha con lo que he escrito pero vosotrs sois los que tenéis que opinar. Por el contrario, me gusta mucho como me quedó la parte de Sirius y Elisabeth. Espero que disfrutéis leyéndola tanto como yo escribiendo. Y no os preocupéis por Remus. Ahora lo está superando con la ayuda de sus amigos, aunque aún le queda algo más por sufrir. Pero en la segunda parte le aguardará algo bueno. Lo prometo.
Saludos y muchas gracias a las reviewers (¿existe este término?): Riku Lupin, Anya, Revitaa, Sara Fénix Black, y E. Naomi Yano. Y también a aquellos que leen mi fic pero no dejan review. Besos.
Capítulo III"Joven amo. Qué gusto verle por casa." Kreatcher apareció tras la puerta con su rostro arrugado, sus inmensas orejas peludas y su sarcástico tono. "Es una fortuna que un carruaje no lo haya arrollado en el camino."
"Yo también me alegro de verle, Kreatcher. Qué bien que no te hayas caído por las escaleras." Respondió Sirius al mayordomo en igual tono sarcástico. Era mutuo el aprecio que se profesaban. Sirius le lanzó su sombrero y abrigo y lo dejó atrás.
No había dado ni tres pasos cuando su padre, con los ojos inyectados en sangre y agitando violentamente la última edición de El Profeta, apareció en la escalera.
"¡Sirius Orion Black! Te exijo que me expliques de qué va todo esto."
Por la puerta del salón apareció su madre con su pelo negro recogido en un rígido moño y expresión severa. No estaba sola. Varias de sus amigas de la aristocracia aguardaban degustando una taza de té, todas mal disimulando su interés por la disputa familiar que se avecinaba y de la que sacarían jugosos chismes en los siguientes días.
"No pensaba que se darían tanta prisa en publicar la noticia." Murmuró Sirius sin darle importancia.
"¡Qué he hecho para traer la desgracia a esta familia! ¡Mi hijo es instigador de huelgas proletarias!"
"Tú hijo lucha por los derechos de millones de trabajadores."
"¿Qué será lo próximo que hagas? ¿Poner una bomba como esos anarquistas?" Las fosas nasales del hombre se dilataban con cada inspiración de aire. Rara era la vez que Sirius había visto tan furioso a su padre, que por lo normal, era frío a la hora de enfrentar a su hijo y no solía perder los nervios. Pero Sirius sentía que había traspasado un límite. "¡Fuera de mi casa! Tú ya no perteneces a esta familia."
"¿Desde cuando he pertenecido a ella? Con mucho gusto romperé lazos con vosotros. ¿Decís que os avergüenzo? Soy yo quien se avergüenza de personas hipócritas, crueles y perversas como vosotros, que utilizáis a las personas para vuestro propio beneficio." Tomó de manos del mayordomo su abrigo y sombrero que este, presto como un rayo, había cogido para devolvérselo, no sin dejar de sonreír maliciosamente. "¡Qué os pudráis en el infierno!
Con un portazo Sirius Orion Black abandonó definitivamente el número doce de Grimmaud Place.
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Le abrió el ama de llaves. Dejó sus cosas a su disposición y se encaminó hacia los departamentos de su prima. Allí la encontró tumbada en el diván, su largo pelo negro, rasgo inconfundible de los Black, recogido en una trenza sobre su pecho. Su piel estaba macilenta y bajo sus ojos se dibujaban unas profundas ojeras. No por ello dejaba de sonreír a la pequeña Nymphadora que jugaba a sus pies con un osito de felpa.
"Sirius dice que no quiere tomarse el té. Le voy a castigar."
"¿Hablabais de mí?" Preguntó desde el umbral de la puerta.
"¡Primo Sirius!" La pequeña Nymphadora se abalanzó a sus brazos.
"Tenemos dos Sirius en la familia, querido primo. Nymphadora hablaba del osito."
"Conque le has puesto mi nombre al osito." Le pellizcó cariñosamente la nariz.
"Se parece a ti. Mira." Sirius rió ante la imaginación de la niña y la volvió a posar en el suelo. A continuación se acercó a Andrómeda y se inclinó para besar su mejilla.
"Nymphadora, cariño, baja y dile a la señora Davies que te dé la merienda."
"Sí, mamá."
Sirius se sentó junto a su prima. "¿No está Miss Dawson?"
"Hoy es su día libre."
"Ah. Vaya." Respondió distraído.
"¿Detecto desilusión en tu voz, querido primo?"
"¿Por qué dices eso, Andrómeda?"
"Puede que esté enferma pero no he perdido mi instinto femenino."
"No sé de qué me hablas."
"Entonces no te interesará saber dónde pasa sus días libres Miss Dawson, ¿verdad, Sirius?"
Sirius apresó en su puño la tela del pantalón. "Endiablada Andrómeda."
"No tienes que ponerte celoso. Que yo sepa no existe otro, en el modo en que tú piensas."
Sirius la miró ceñudo. "¿En el modo en que yo pienso? ¿Insinúas que sí hay otro?"
"En efecto: su padre."
"¿Tiene familia?"
"Sí, cariño. La gente suele tener familia." Andrómeda puso los ojos en blanco. "Su padre no es muy anciano pero debido a una temprana sordera tuvo que abandonar su puesto de profesor adjunto en la Royal School Board of Music. Era un músico y profesor muy estimado en su tiempo, adulado y admirado por todos, pero, como suele pasar en estos casos, en cuanto caes ya nadie se acuerda de ti."
"Dawson..."
"Bueno, querido primo. Supogo que después de tremenda discusión con tu padre – no creas que no me he enterado – vendrás a cenar esta noche y dormirás aquí. La cena se sirve a las 6 y media. Tienes unas tres horas para ir a visitarla. Encontrarás la dirección en mi agenda, sobre el escritorio."
"Eres la mejor, prima. Lo sabes, ¿verdad?" Murmuró abrazándola con delicadeza.
"No lo dudes, primo. Por supuesto que soy la mejor." Andrómeda sonrió. Sirius le estampó un beso en la mejilla y abandonó la habitación.
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"¿Tú? ¿Cómo has sabido...?"
"¿No me invitas a pasar?" Sirius la miraba con una sonrisa radiante apoyado en el marco de la puerta. Su pelo estaba un poco revuelto y su traje no tenía el aspecto impecable de costumbre, quizá tenía algo que ver con el rubor de sus mejillas y el sudor de su frente, fruto de una carrera y la precipitada subida de las escaleras. Pero Elisabeth no podía dejar de admirar la belleza del hombre.
"Estás llevando esto muy lejos. ¡Es la casa de mi padre!"
"¿Lizzy? ¿Quién es?"
"¡Nadie, padre!" Elisabeth gritó. Pero Sirius ya la había esquivado y se adentraba en el pequeño salón del piso, decorado con viejas alfombras y muebles sin el brillo que tuvieran antaño, últimos resquicios de una vida mejor.
"¡Maestro Dawson! Es todo un honor conocerlo." Sirius cambió de mano el sombrero y se la ofreció al anciano que lo escrutaba desde su sillón. "Mi nombre es Sirius Black y fui alumno de William Lwarence. Él siempre hablaba mucho de usted, su maestro, y de cuanto desearía ser como usted, y en parte me transmitió sus deseos a mí. Lo vi actuar en tres ocasiones y puedo afirmar que me dejó usted sin aliento."
"¿Black? Mmm." El anciano se mesó la barba mientras buscaba en sus recuerdos. "Usted debe ser ese muchachito del que tanto presumía Willy. Sí, recuerdo el concierto de Navidad de hace nueve años. Tuve que darle la razón: usted era sin duda el mejor de todos los alumnos que actuaron."
"Me halaga, señor."
"Lizzy, ¿Qué haces que no le ofreces una taza de té al señor Black?" Ordenó el maestro Dawson golpeando con firmeza el bastón en el suelo. Elisabeth había observado todas las lisonjas de Sirius hacia su padre. ¿Qué pretendía el joven Black? ¿Era verdadera la admiración por su padre o simplemente trataba de ganársela con esa estratagema? De todas formas, no le quedó más remedio que cumplir los deseos de su padre.
"Me avergüenzo de no haberme dado cuenta de que Miss Dawson era su hija. Tiene un gran talento. Su hija trabaja para mi prima, si no lo sabía." Comentaba Sirius cuando regresaba al salón.
"Es cierto, aunque es muy rebelde. Siempre está con esos románticos tan de moda – no los menosprecio, creo que son grandes compositores – pero creo que debería dedicarles un poco más de tiempo a Bach y otros."
"Padre, ya lo hago, pero usted es demasiado estricto." Elisabeth le acercó la taza a su padre y se sentó a su lado sobre la alfombra.
"Lizzy, tócanos algo mientras tomamos el té."
Obedientemente, Elisabeth se sentó al piano de pared y escogió una sonata de Beethoven que sabía que gustaba a su padre y que aceptaba como interpretaba.
Al acabar, Sirius aplaudió pausadamente y sonriendo con soberbia, interpretando el papel de crítico.
"Bien. Una correcta interpretación."
"¿Correcta? Quizá debiera demostrarnos su talento, señor Black. Si no le importa."
"Por supuesto."
Sirius se sentó mientras Elisabeth se situaba junto a su padre. El anciano hacía gran esfuerzo por captar la melodía y Elisabeth sabía lo que sufría de agotamiento y frustración.
"Padre, quizá quieras acostarte un poco antes de cenar."
"No. Estoy bien."
"No es cierto, padre. Una cabezadita le sentará bien."
"Discúlpeme, señor Black. Los años no perdonan. Pero siga tocando."
Elisabeth lo acompañó hasta el dormitorio, dejando a Sirius sólo por unos instantes con la música.
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"¡Ay, Lizzy, Lizzy!" Exclamó Sirius sin dejar de sonreír con picardía.
"No le permito que me llame así, señor Black. No hay tanta confianza."
"¿Ahora me vuelves a llamar señor Black? Creí que ya nos tuteábamos."
"Después de lo que ha hecho hoy, no." Respondió con vehemencia la joven de brazos cruzados.
Sirius se hizo el inocente. "¿Qué he hecho hoy que tanto te moleste? Tan sólo he venido a conocer a tu padre al que estimo."
"No creo que le haya beneficiado tu visita." Elisabeth parecía apesadumbrada. "Le trae recuerdos y es doloroso para él."
"Siento mucho lo de tu padre. Es lo peor que le puede pasar a un músico."
"Él hace todo lo posible por escuchar la música pero no puede. Al final acaba escuchando la melodía tal y como la recuerda. Nunca llegará a escuchar mis progresos."
"Pero él sabe lo buena que eres." Agarró su mano con suficiente fuerza para no dejar que la apartase pero no como para hacerle daño. "Si no, yo se lo puedo decir."
Se levantó del asiento y tiró de ella hasta situarla frente al piano. Tomó sus manos entre las suyas y las colocó sobre el teclado. "Toca. Toca para mí, por favor." Le susurró en el oído, haciéndola estremecer con su aliento en su cuello.
"¿Qué quieres que toque?"
"Algo de Chopin. Un nocturno."
Empezó a tocar con cierta inseguridad, debida a la presencia tan cercana del joven.
"Creo que no puedo estar a tu altura. ¿Cómo lo haces? A tu lado, creo que soy una principiante en el piano."
"Mentira. Sólo tienes que dejarte llevar." Se sentó a su lado en el taburete pero del lado contrario, así podía enfrentar su mirada. "A veces piensas demasiado. Tu espíritu quiere ser libre pero lo encierras."
"Nadie es libre."
"Tú y yo podemos serlo. Ahora. En este mismo instante." Con un dedo rozó la suave piel de su cuello. Olió su cabello y su nariz acarició su mejilla. "Sólo déjame entrar. Ábreme la puerta de tu corazón. ¡Qué importan los demás! Sólo tú y yo."
Depositó un suave beso en su mejilla, cerca de la comisura de los labios. Ella entreabrió los labios y un jadeo de placer escapó de ellos. Sus dedos se volvieron torpes y comenzaron a errar sobre el piano. Sirius apoyó una mano sobre la de ella, sin dejar de recorrer con besos su blanco cuello, y la apartó de las teclas.
Elisabeth Dawson había perdido la guerra. Su enemigo, Sirius Black le había clavado la poderosa arma que eran sus besos y ella se había rendido sin resistencia. ¿Dónde te has metido Elisabeth? El amor ha podido con ella.
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Era el primer combate al que asistía Remus Lupin, arrastrado por Sirius. También lo había motivado el deseo de apoyar a su nuevo amigo, James Potter. Este se había hecho ganar su confianza tanto como ya lo había hecho con la de Sirius.
Lupin y Sirius buscaban asientos libres cuando se toparon con un hombrecillo bajo y regordete, de movimientos nerviosos como los de un roedor.
"¿Pettigrew? ¿Peter Pettigrew?" Exclamó un asombrado Lupin. "¡Qué coincidencia!"
"¡Lupin! ¡Black! Hacía mucho tiempo... que no nos veíamos." Pettigrew estaba muy desmejorado, pensó Lupin rememorando la imagen que tenía de él en sus años escolares en Hogwarts. Estaba perdiendo pelo y su rostro mostraba signos de no estar pasando unos buenos momentos.
"¿Qué te trae por aquí, Pete?" Sirius lo miraba con los ojos entornados. Nunca se había llevado especialmente bien con Peter Pettigrew, pero siempre había tolerado su presencia.
"Un simple entretenimiento, Sirius. Je, je. Me tengo que ir. Todo un placer, chicos. Hasta la vista." Y con torpeza, se apresuró a abrirse camino entre los asistentes al combate.
"Deben ser ciertos los rumores." Murmuró Lupin siguiendo con la mirada a Pettigrew.
"¿Qué rumores?" Preguntó Sirius.
"Que tiene problemas con el juego. Apuesta en todo lo habido y por haber, con la mala suerte de que lo pierde. Y por si fuera poco, la fábrica de su familia se está yendo a pique."
"¿No se había muerto el viejo Pettigrew?" Sirius había encontrado dos asientos desocupados y ya se estaba sentando.
"No, pero le dio un ataque de apoplejía y tiene el lado derecho inmovilizado. Mucho está durando. Es Peter quien se ocupa de los negocios pero por lo visto con poca fortuna. Se rumorea que los Lestrange van a comprar parte de las acciones."
"¿Los Lestrange? Mal asunto. Esos no son trigo limpio."
"Te recuerdo que tu prima está casada con uno de ellos."
"Por eso lo digo." Sirius se sentía incómodo hablando de Bellatrix. Una mezcla de sentimientos contradictorios tenía lugar en su interior.
Antes de que el tema de conversación siguiera alrededor de los Lestrange y Bellatrix, el combate dio comienzo.
"Sólo espero que hoy, Pettigrew haya apostado bien." Concluyó Lupin con un suspiro y se concentró en el combate.
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James Potter agradeció el trago de cerveza que se deslizó por su seca garganta. Después de toda la tarde cargando con cajas que albergaban las pertenencias de Sirius, sus músculos necesitaban un descanso.
"¿Y qué vas a hacer ahora? Tú familia te ha desheredado y no creo que puedas vivir para siempre de tu prima o de Lupin – aunque creo que a él no le importaría."
"Te equivocas al pensar que no tengo recursos." Sirius retiró el cabello de su frente y bebió de su cerveza. "Cuando hice la mayoría de edad me dieron parte de la herencia en vida de mi padre. No he sido tan tonto como para gastármela toda – aunque Moony lo cree así. Parte la empleé para la causa obrera, pero otra, intuyendo que esto ocurriría algún día, la invertí en acciones, teniendo buena fortuna."
"Vaya sorpresa, amigo Padfoot. No te creía tan previsor."
Los dos brindaron con sus jarras de cerveza. En ese momento, un hombre de cara redonda y facciones amables, pero con unos ojos marrones astutos e inteligentes, se acercó a su mesa.
"Mira a quién tenemos aquí. Si son Potter y Black."
"¡Hola, Franky!" James estrechó su mano con la de Frank Longbottom, compañero hacía unos años en la destilería de ron de Cave & Son. Por el otro lado, Sirius lo conocía ya que este dirigía uno de los sindicatos con más afiliados de Londres, y con el que había colaborado escribiendo panfletos propagandísticos.
"Me he enterado de lo de tu familia, Black." El hombre no se aventuró a decir más.
"Felicítame, Franky. Soy hombre libre y ahora más entregado que nunca a la causa."
"Estamos contentos con tenerte. Pásate un día de estos por el cuartel. Estamos preparando emprenderla con la fábrica de armas propiedad de los Lestrange. Se niegan a cumplir los acuerdos y por encima, se atreven a despedir a trabajadores y reducir salarios."
"Son peligrosos, eso dicen." Apuntó James.
"Tienes razón." Dijo Sirius pensativo. "Pero no podemos permitir que se salgan con la suya. Contáis con mi apoyo, Franky."
"Ya nos veremos entonces, chicos." Y el hombre los dejó con sus cervezas.
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"Lárgate, Potter. Espantas a la clientela."
"Di que vendrás a dar un paseo conmigo después y te dejaré en paz."
"¿Cómo hay que decírtelo? ¡No quiero salir contigo!"
"Vamos, Lily. Déjame que te invite a algo. Soy buen chico." Le suplicó.
"Mira que eres cabezota, Potter. ¡No!"
La pelirroja le dio la espalda y se marchó en dirección contraria.
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"¿Qué ocurre James?" Le preguntó Lupin mientras paseaban por Hyde Park.
"Nada." Respondió metiendo las manos en los bolsillos y encogiéndose de hombros.
"Si quieres no me lo cuentes pero sea lo que sea no te va a beneficiar. Ayer no tuviste tu mejor combate y creo que se debe a tu baja moral." Lupin suspiró y señaló el rostro inflamado del joven Potter. "¿No has pensado en dejarlo?"
"¿El qué? ¿El boxeo? No puedo permitírmelo. Gano más dinero del que hubiera soñado. Prefiero soportar una derrota a tener que pelear cada mañana por un trabajo en penosas condiciones y que no da para comer."
"Yo no hablaba de regresar a las fábricas. Yo podría conseguirte un trabajo mejor."
"¿En serio?"
"Por supuesto, no ganarías tanto como con el boxeo, pero sí te daría para vivir en buenas condiciones."
"Te estaría agradecido toda mi vida."
Lupin rió. "No hace falta tanto. Para eso están los amigos."
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"¡Déjame! ¡Te digo que me sueltes!"
James reconoció al instante la voz de mujer que gritaba. Sin duda era Lily y alguien la estaba molestando. Alguien que no era él.
Corrió hasta girar la esquina del Covent Garden y encontró a un par de borrachos que intentaban propasarse con ella. De inmediato soltó la bolsa con el uniforme de su nuevo trabajo y salió en ayuda de la chica. Agarró a uno de los hombres por el hombro y lo separó de ella.
"Te está diciendo que la dejes."
El hombre lo miró con los ojos entornados para luego soltarle un puñetazo que James esquivó. Él se apresuró a responder con otro en el estómago que lo dejó sin aire por unos instantes que el compañero del borracho aprovechó para lanzarse sobre él. Éste consiguió golpearle en el rostro, haciendo que su nariz empezase a chorrear sangre. Pero para James eran gajes del oficio. En dos golpes estratégicos lo dejó K.O y el primer borracho no se atrevió a volver a enfrentarlo. Agarró a su compañero y los dejaron solos.
"¡Estás sangrando!"
"Tranquila, no es nada. Por suerte, la nariz no está rota." Respondió James con voz nasal ya que con una mano presionaba su nariz para que se detuviera la hemorragia.
"Toma mi pañuelo." La pelirroja se lo tendió pero James no lo aceptó.
"Se manchará todo de sangre y será difícil de limpiar."
"No importa." Lily le puso el pañuelo en la magullada y sanguinolenta nariz.
"¡Ay!"
"¡Lo siento!" Se apartó asustada pero James la retuvo con una mano. Lily se sonrojó por el contacto.
"No pasa nada." Él sonrió aunque apenas se notase bajo el pañuelo manchado. Lily prosiguió a limpiarle la cara con suavidad para no volver a hacerle daño.
"Gracias por acudir en mi ayuda."
"No podía permitir que nadie más te molestase más que yo."
Lily chasqueó la lengua para después sonreír.
"¿Te duele?"
"No te preocupes. Estoy acostumbrado. Soy boxeador."
"Si estás acostumbrado quiere decir que recibes muchos golpes..." Lily sonrió con malicia.
"¡No quería decir eso!" Exclamó ofendido. "He ganado la mayoría de los combates desde que me entreno con Sirius." James bajó el rostro. "Aunque estoy a punto de dejarlo."
"¿Por qué? Parece gustarte mucho."
"Ahora tengo otro trabajo. Lo acepté porque pensé que a ti no te gustaría que me dedicase a eso."
"¿Lo hiciste pensando en mi? ¡Pero si te he estado rechazando durante todo este tiempo!"
"Ya ves, soy muy cabezota. Creo que me he enamorado de ti." Afortunadamente estaba ya oscuro porque si no, Lily hubiera visto a un James completamente rojo.
"Oh, James..."
"Shss." Posó un dedo sobre los labios de ella y esbozó una tímida sonrisa. "No digas nada. Sólo que me darás una oportunidad."
"James, claro que sí." Ella tomó su mano entre las de ella y la acercó a su mejilla. "Yo como una tonta estaba enamorada de ti pero todas me decían que tú no ibas en serio. No quería creerlas, pero tampoco quería sufrir si luego me hacías daño. Por eso fui tan dura contigo."
"Lily: yo nunca te haría daño. Antes moriría." La cogió por el talle y la acercó hacia él. Afortunadamente, su nariz había dejado de sangrar hacía rato. "¿Te puedo besar?"
"¿Besarme? ¿Con la cara llena de sangre? ¡Ni lo sueñes!" Lily se separó de su abrazo pero soltando una carcajada ante el rostro de decepción de James, se volvió a envolver en su abrazo y se acercó a su rostro. "Bobo. Eso no se pregunta. Estoy deseando que lo hagas."
Y James no se demoró más.
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"¡Potter! No quiero que vuelvas a aparecer con el rostro machacado. La gente te mira mal y no me quedaría más remedio que despedirte."
"No se preocupe, señor Diggle. Ya no volverá a ocurrir. Se lo prometo, señor." El jefe de estación pareció satisfecho con la declaración de James y lo dejó tranquilo.
"¿Es verdad eso, Potter?" Le preguntó el anciano que todos los sábados cogía el tren de las 10 con destino Edimburgo. Era un hombre de rostro afable y simpático, con una pelo y barba níveos y unos anteojos con forma de media luna. James y él habían entablado una pequeña amistad desde que el primero entrara a trabajar como portaequipajes en la estación de King's Cross.
"Sí, señor Dumbledore. El boxeo es historia. Ayer fue mi último combate."
"¿Y cómo quedó el resultado?"
"Gané, por supuesto." Respondió todo orgulloso.
"Felicidades, Potter."
"Guarde todavía las felicitaciones, señor Dumbledore, que todavía hay más."
"¿Ah, sí? Dígame, Potter." El anciano sonrió.
"Me caso. Con Lily." James no podía estar más radiante de felicidad. "Tengo bastante dinero ahorrado para mantenernos a los dos. Y ahora tengo este trabajo que no está mal. Sé que le caigo bien al señor Diggle – si fuera otro ya me hubiera despedido por lo de antes – y si trabajo duro podré ascender y quién sabe a qué llegaré."
"Me gustan los hombres como usted, Potter. Lástima que no hubiese sido alumno de Hogwarts. Sé que hubiera llegado todavía más alto."
"No se preocupe, señor. Todavía me queda mucho por delante."
"De todas formas, cuando tengáis hijos, serán bien recibidos en Hogwarts. Concedemos becas y siempre habrá para tus hijos."
"Muchas gracias, señor Dumbledore. Es la hora señor. Su tren va a salir." Añadió james mirando el reloj.
"Nos vemos el lunes, Potter. Y mis enhorabuenas otra vez."
"Gracias, señor."
