DISCLAIMER: Los personajes y lugares le pertenecen a Hajime Isayama. Esta historia participa en el evento Colaboraciones Artista-Fanficker, organizado por el grupo Club de Lectura de Fanfiction y en compañía de la fanartista Hisa Nalemi.
ESTRELLA DE INVIERNO
Largos segundos de silencio y oscuridad fueron reemplazados por una potente luz blanca que iluminó el escenario: frente a sí, se extendía una gigantesca pista de hielo y no muy lejos de su posición, una joven rubia y esbelta hacía la reverencia ante el público que la ovacionaba con aplausos. El corazón de Bertholdt Hoover latió con fuerza cuando sus miradas se encontraron: ¡era el ángel más hermoso que había contemplado en toda su vida! ¡Su hada de ensueño! La mujer que en pocos años se había convertido en la bailarina de hielo más famosa de Marley: Annie Leonhardt.
El joven de veinte años apenas dio crédito a lo que experimentaba y tras comprobar que llevaba un traje parecido en color al de la muchacha, supo que finalmente se había cumplido su deseo más anhelado. Cuando las arpas del "Vals de las Flores" empezaron a sonar, Hoover no dudó en extender su brazo derecho hacia ella y con gran delicadeza, tomó la mano de Annie para atraerla hacia sí. Pudo sentir el calor de su piel, la intensidad de sus ojos celestes, el suave deslizar de sus patines sobre la pista… y cuando la distancia entre ambos se acortó lo suficiente, se armó de valor para rodearla con sus brazos. ¿Qué privilegio podía compararse con lo que vivía en ese preciso momento? La dulce sonrisa de Annie respondió por él y cautivado por el hechizo de su mirada, se animó a rozar su mejilla, con claras intenciones de besarla.
"Bertholdt": la oyó pronunciar su nombre, con una voz que pese a ser grave y reposada, alabó como la más angelical que había escuchado en toda su vida; incluso sentía que su esencia tan "común y corriente" para el mundo desaparecía por el simple hecho de tenerla a su lado. Hoover no pudo esperar más y se acercó cada vez más, ansioso por alcanzar el paraíso de sus labios.
—Bertholdt —esta vez, la voz sonó más gruesa de lo normal y el joven la miró lleno de confusión, hasta que su maravillosa fantasía se esfumó con el golpe de la realidad y el brusco jalón que sentía en su hombro—, ¡despierta, Bertholdt!
—¡Aaah! —reaccionó el muchacho, segundos antes de chocar contra un obrero que llevaba unas planchas de cedro ya pulidas— ¡¿Pero qué…?!
—¡Casi te estrellas contra la carreta de Marcel! —Reiner, su compañero de trabajo, suspiró muy aliviado y volvió a caminar con él, rumbo al exterior de la fábrica de madera— ¿Qué te tiene tan distraído? No me digas que es por la próxima función de "tu novia".
—¡Q-que no es mi novia! —Bertholdt se ruborizó al instante y buscó rápidamente su tarjeta de trabajo— ¿Cuánto falta?
—Media hora —Reiner se acomodó en una fila de obreros, detrás de su amigo—. ¡Oye, tranquilo! Si tomas el tranvía de las siete, llegarás a tiempo.
—Eso espero —puso su tarjeta en la máquina de asistencia y marcó su hora de salida, al igual que su camarada—. Es una fortuna que termináramos de aserrar todos esos troncos de roble: pensé que no me alcanzaría tiempo para volver a vestirme, ¡y ni siquiera sé si lo hice correctamente!
—¿Bromeas? —revolvió su cabeza entre risas— Jamás vi a alguien arreglarse tan rápido, ni siquiera yo lo hago con mis citas.
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo, Reiner? ¡NO-ES-UNA-CITA! —trató de justificarse, sin éxito— Sólo es mi bailarina favorita, visitará Liberio por primera vez y con el empleo explotador que tengo, quién sabe si la veré en otra ocasión…
—Está bien, está bien, no me expliques más —lo interrumpió, más que convencido del oculto enamoramiento de Hoover, hasta que algo a la distancia lo movió a tomar el brazo de su compañero—. ¡Rayos, está por llegar! ¡Deprisa!
Sorprendido por la enorme empatía que su mejor amigo demostraba hacia sus asuntos románticos, Bertholdt se dejó llevar hasta la estación y cuando el silbido del tranvía resonó contra el carril, le pidió por última vez que lo acompañara al teatro. Como en todas las ocasiones que lo hizo, recibió su negativa con la mera excusa del aburrimiento que le producían las actuaciones, y allí se dio cuenta de que no podía pedir una señal más clara: ya era tiempo de que afrontara ciertas aventuras solo. Sin más réplicas, Hoover dejó que Reiner le acomodara la bufanda y el gorro, oyó cómo le deseaba toda la suerte del mundo y así ingresó al tranvía que lo llevaría hasta el Gran Teatro de Liberio.
Una gran masa de gente ocupó todos los asientos del vehículo; pero aquella situación tan molesta para cualquier pasajero ansioso por descansar, no se tornó en inconveniente para Bertholdt. Parado frente a la ventana trasera, el muchacho agradeció tener la suficiente soledad para despejar su mente al ritmo del paisaje que "corría afuera", por efecto de la velocidad del tranvía, en tanto comenzaba a nevar en su ciudad.
Las calles de piedra cambiaron su típico gris por el blanco y una vez más, la ilusión de la pista de hielo volvió a aparecer ante Hoover, esta vez iluminada en todo su esplendor. Sonrió involuntariamente al notar la onírica figura de Annie en medio del espectáculo, la vio saludar con la donosura que su presencia inspiraba y como siempre ocurría en sus sueños, contempló su danza celestial por toda la plataforma.
En ese momento, un leve freno lo espabiló y tuvo que agarrarse del pasamano al igual que los demás pasajeros hasta que el tranvía dejó de moverse.
—¿Qué está pasando? —preguntó Bertholdt, mas no le respondieron por las quejas de la gente hacia el maquinista— ¿Por qué…?
—¡No podemos avanzar! —el maquinista salió de su cabina y avanzó entre el gentío, rumbo a la puerta principal del vehículo— Parece que hay problemas con la red eléctrica y hasta que lo reparen, tardarán mucho tiempo. Les pido que bajen despacio, por favor…
—Oiga, espere… ¡ay, lo siento! Con permiso… —el joven se disculpó por pisarle el pie a alguien y alcanzó al maquinista, en medio de todos los que reclamaban la devolución de su pasaje— señor, disculpe, ¿cuánto falta para llegar al Gran Teatro?
—Más de quince cuadras —señaló hacia la izquierda—, será mejor que espere otro tranvía.
—¿Esperar? —tal situación lo turbó— P-pero la función…
—Sea lo que tenga que hacer, ojalá le vaya bien —le entregó su dinero.
Bertholdt no dijo más y contó sus monedas: ¡ni siquiera le alcanzaban para tomar un automóvil privado! Temeroso de perder la única oportunidad de ver a Annie, no demoró en bajar del tranvía, guardó su dinero en la billetera y corrió a gran velocidad por la avenida. Apenas hizo paradas, rogaba que sus pies no lo traicionaran resbalando contra la nieve y mientras evitaba chocar contra los transeúntes, apretó el bolsillo izquierdo de su pecho como si la vida se le fuera en ello.
El tiempo corrió deprisa para él, no calculó cuánto, pero al voltear hacia la derecha por un jirón, finalmente pudo sonreír. ¡Había llegado a su destino!
—¡Entradas! —un adolescente ofrecía boletos por la calle— ¡Tenemos asientos disponibles para la "Función de la Princesa de Hielo"! ¡Últimas entradas a mitad de precio, no pierdan su oportunidad!
Los anuncios de Annie Leonhardt decoraban todas las paredes de aquel jirón y a su alrededor, muchas personas se acercaron por motivo de la futura obra teatral. Semejante escenario sólo provocó una inmensa alegría en Hoover y tras ponerse en la cola que conducía al Gran Teatro de Liberio, sacó de su bolsillo izquierdo la entrada que había comprado con Reiner, hace más de una semana: su directo ingreso al Edén y la puerta a su más anhelado sueño.
Muy cerca de su sitio, un anciano ofrecía arreglos florales para la función y el suave aroma de las rosas terminó por cautivar el corazón de Bertholdt: ¡sin duda, una flor sería el mejor obsequio para su amada artista! Recordó que aún guardaba el pasaje del tranvía y sin pensarlo dos veces, compró un pequeño ramillete con las pocas monedas que tenía en su billetera. Las chispas de nieve se posaron sobre sus flores y la entrada a la función; una vez más, la mente de Hoover soñó con la joven que bailaba con un traje blanco y emplumado, bajo una lluvia de pétalos rojos.
Bertholdt volvió a sonreír: ¿era normal fantasear tanto con una celebridad? ¿Lo suyo era simple admiración o algo más? ¿Acaso Reiner tuvo razón cuando le dijo que se había enamorado? Sus latidos se aceleraron con tan sólo imaginarlo y confiado en el éxito que hasta ahora había conseguido, aquella revelación bastó para distraerlo unos segundos: el tiempo suficiente para sentir cómo alguien le arrebataba la billetera de las manos.
—¡HEY! —exclamó, tras ver a dos chiquillos escapando con su pertenencia— ¡ESO ES MÍO, DEVUÉLVEMELO!
El joven ni siquiera se percató de la gente con la que tropezaba en su camino, con tal de recuperar lo que le habían robado. No le importó que la gente lo llamara "loco" o "trastornado" por su desesperación y pese a la astucia de los ladronzuelos, logró atrapar al que planeaba huir con su "trofeo" por la esquina del jirón. Hoover no sabía cómo responder en situaciones así y pese a su habitual serenidad, obligó al niño a que le devolviera su billetera y luego lo dejó ir.
Algunas personas quisieron ayudarlo y pese a insistirle que denunciara a los avezados, Bertholdt no tuvo cabeza para decidir por obra del shock; y cuando finalmente volvió en sí, recapacitó en la hora: ¡el ingreso a la función había comenzado! Angustiado, se excusó con la gente por el escándalo y regresó a la fila que ya iniciaba su entrada al teatro.
—¿Se encuentra mejor? —preguntó el guardia de la puerta principal, tras ser testigo del robo frustrado y el estado alterado de Hoover.
—Sí. Lamento lo sucedido —volvió a disculparse—. Vengo por la función…
—Entiendo —asintió el encargado—. Permítame su entrada, por favor.
—Claro… —Bertholdt rebuscó su bolsillo y en un santiamén, su rostro palideció mucho más que en el momento del asalto— ¿d-dónde? ¡¿Maldita sea, dónde está?! ¡Mi boleto desapareció!
—¿Está seguro? —intentó ayudarlo— ¿Dónde lo puso antes?
—¡Lo tenía en mi bolsillo, señor! Yo… demonios, debí perderlo mientras perseguía al chico —hizo un recuento de lo último que había sucedido y miró hacia atrás—. Un segundo, ¡tú! El muchacho de las entradas en rebaja…
—¿Y-yo qué tengo que ver? —el aludido retrocedió con evidente temor.
—Señor, le pido que se calme —el guardia lo contuvo.
—Debe quedarte una entrada —suplicó Bertholdt, al límite de su autocontrol—, ¡te oí venderlas a mitad de precio! Dime que te queda alguna, por favor, pagaré lo que sea necesario…
—Lo siento mucho, acaban de agotarse —dijo el niño, cabizbajo.
—¿Qué? —respondió con un hilo de voz.
—Temo que no se puede hacer nada, señor —intervino el guardia—, sólo pueden ingresar los que tienen su boleto.
—Usted no lo entiende —Bertholdt sacudió su cabeza cual poseso—, debo estar en esa función…
El guardia cerró toda charla con una última negativa y a su orden, otros dos asistentes lo sacaron de la fila sin que Hoover opusiera resistencia. Privado de toda comprensión, trató de asimilar el repentino cambio de la situación y se preguntó en qué instante las cosas se habían torcido cuando todo daba muestras de lo contrario. Sus manos temblorosas apenas sostenían una rosa maltrecha y en silencio, contempló a las otras personas que ingresaban a la función sin ningún impedimento.
Al borde del llanto, Bertholdt sufrió por el inmenso nudo en su garganta: ¿por qué el destino había resultado injusto con él? ¿Sus grandes esperanzas fueron en vano? Ya no sabía qué decir o hacer, excepto caer sentado en el borde de la vereda y ser testigo de cómo el jirón iba vaciándose hasta no quedar nadie, mientras los guardias cerraban la entrada y la función daba inicio sin él.
Desde el exterior, pudo escuchar los temas instrumentales y el cálido aplauso del público que seguramente celebraba la danza magistral de Annie. Gracias a los rumores de quienes oían el espectáculo por radio, supo que vestía un hermoso traje celeste y blanco con perlas brillantes en el pecho y llevaba el cabello recogido en un moño sencillo; imaginó los centenares de piruetas que hacía al deslizarse sobre el hielo y conforme pasaron las horas, la orquesta cambiaba el ritmo de las canciones, hasta tocar el "Arabesque" como cierre de función. Los acordes del arpa y la flauta parecían reflejar la magia del baile de Annie, en contraste a la soledad que envolvía a Bertholdt durante la nevada que ya se había calmado, quizás por piedad del azar.
El suave barullo del final no se hizo esperar y cuando el solitario Hoover se resignó a mirar su reloj, escuchó un último coro de aplausos: si mal no recordaba, su artista preferida había prometido una ronda de entrevistas al término de la función, pero aquello poco podía levantarle la moral, sobre todo con el aspecto tan desaliñado que no quería mostrar ante ella. La tristeza lo embargó de nuevo y mucho más cuando un automóvil lujoso pasó por el jirón mientras era perseguido por bastantes fanáticos y periodistas. Esto sólo significaba una cosa para Bertholdt: su hermosa estrella de invierno había cumplido con su evento y continuaría su gira por el mundo.
La calle volvió a quedar vacía otra vez y luego de que el reloj del teatro anunciara la medianoche, Bertholdt decidió levantarse y volver a casa, sin más consuelo que el haberla visto partir sin una garantía de retorno próximo. Cual indigente, comenzó a patear la nieve bajo sus pies y caminó por el exterior trasero del Gran Teatro de Liberio, consciente de que el ruido de la avenida sólo conseguiría aturdirlo más. A solas, aspiró la única rosa roja que le quedaba y se preguntó si realmente había valido la pena arriesgarse tanto para conocer a la bella Annie.
Una fuerte brisa pareció responderle al agitar su rosa y en medio de su desánimo, Bertholdt tuvo que correr para intentar rescatar los últimos pétalos que le quedaban como recuerdo de esa fallida noche… y cuando creyó que las cosas no podían marchar peor, vio las hojillas engancharse a la tela de un abrigo azul y esponjoso. Aun bajo la nevada, el muchacho frotó sus ojos y quedó anonadado ante la persona que tenía en frente: ¡era su adorada bailarina de hielo!
—Buenas noches —la joven lo saludó con cierta timidez.
—Usted… n-no puede ser cierto —Bertholdt entró en negación y la observó detenidamente hasta convencerse de que no estaba soñando—: ¡por todos los cielos, es Annie Leonhardt!
—¡Por favor, no! —le hizo el ademán de silencio—. Se supone que me marché hace unos minutos, no diga nada.
—¿Pero cómo? —miró hacia el jirón que dejó atrás y volvió a contemplarla, reconociendo su vestido celeste y blanco bajo el abrigo— ¡Y-yo la vi partir en su automóvil!
—Lo sé, es confuso —explicó, con una sonrisa apenada—. Es que tantos viajes me confunden y le pedí a mi representante que alguien tomara mi lugar, así distraía a los demás para que yo saliera por aquí sin que me acecharan.
—¡INCREÍBLE! —gritó Bertholdt, preso del éxtasis, hasta que él mismo se reprochó por su impulsividad— ¡Digo, no! ¡Lo siento, no quise ser grosero! Es que… —intentó relajarse— realmente no se imagina cuánto he esperado este momento y ahora que la tengo frente a mí…
—¿Acaso no estuvo en la función? —preguntó Annie, intrigada.
—No pude —esta vez, le tocó a él avergonzarse—. Sucedieron muchas cosas.
Ambos guardaron silencio. La bailarina siguió observando a su fanático con curiosidad, mientras asentía y se acurrucaba en su abrigo por efecto del clima: sin que ella lo supiera, dicha acción fue suficiente para detonar la innata preocupación de Hoover.
—La nevada aún no termina —expresó el joven—. ¿Me permite invitarle una taza de leche y rosquillas?
—¿A esta hora? —Annie parpadeó, sorprendida.
—Hay una cafetería muy discreta por aquí y si gusta, la acompañaré hasta el lugar donde se hospeda —insistió—. ¿Qué dice?
Annie evaluó la situación con bastante reserva y pese a que prefería no haberse cruzado con nadie en su camino al hotel, no pudo evitar sentirse intrigada por la amabilidad de quien declaraba ser su completo admirador. Había algo en aquel hombre que le agradaba y lejos de sentirse incómoda por tal extraño encuentro, agradeció tener la oportunidad de conocerlo.
—No me dijo su nombre —le extendió la mano para saludarlo.
—Bertholdt Hoover —correspondió a su gesto.
—Ha sido un placer —sonrió, muy tranquila—. ¿Su propuesta sigue en pie?
Bertholdt asintió con gran emoción y ofreciéndole su brazo derecho como escolta, marchó con Annie rumbo a la cafetería. En la calma de la noche invernal, conversaron de cuantas cosas venían a su mente y contra todo pronóstico por ser desconocidos, disfrutaron de su compañía. Para Annie, surgía una nueva amistad que desde ya consideraba interesante; y para Bertholdt, se concretaba la oportunidad de conocer a su amor platónico, aun si dicho sentimiento decidía llevarlo en secreto.
N.A.:
¡Buenas madrugadas a todos! (Sí, lo estoy terminando a las 3 a.m., no pregunten por qué XD).
¡Me siento muy emocionada con este nuevo fanfic! Hace mucho tiempo no escribía un BeruAni fluff (una de mis amadas OTP's); pero sobre todo, es la primera vez que hago una colaboración ficker-fanartista, ¡y me siento más que satisfecha por ello! En primer lugar, quiero darle las gracias a Hisa Nalemi por hacer dupla conmigo y diseñar la portada que formó parte de este desafío… además, celebro el hecho de conocer en ella a otra compatriota mía (fue una sorpresa que no me esperaba, ¡lo adoré!), y también extiendo mi agradecimiento al Club de Lectura de Fanfiction por abrir retos tan interesantes: gracias a ustedes, estoy desempolvando a la ficker que lleva oxidada hace meses, y en esta ocasión, al lado de una gran artista como Hisa :3
Si han llegado hasta aquí, espero que les haya gustado esta pequeña historia de Bertholdt y Annie en un universo alterno: si bien en el canon no surge nada más que compañerismo, creo que en circunstancias más "normales" (?) se hubiera dado la oportunidad de que se conocieran :'') así que, ¡muchas gracias por sus lecturas y reviews, y buena suerte para todos! :D
