Tus dedos apenas son capaces de sostener con firmeza aquella última tanda de naipes, la cual dará por concluida la partida. Los cuatro ases comienzan a tornarse borrosos mientras parpadeas varias veces, incapaz de contener las lágrimas.

—Hey, ¿no piensas jugar? ¿Tan malas son esas cuatro cartas de mierda que ya estás llorando patéticamente?

La satírica carcajada hace eco a lo largo del cuarto a la vez que tu corazón se paraliza a causa del miedo. Aún sabiendo a ciencia cierta que no lograrás escapar, te pones de pie inmediatamente, corriendo hacia la salida. Sin embargo, la esbelta figura de tu contrincante ya se encuentra apoyada contra la puerta, observándote con un brillo picaresco en los ojos.

—A dónde se supone que vas...

—Al... Al baño —mientes descaradamente.

—Mala suerte. No irás a ninguna parte antes de que terminemos con esto. Enséñame tus cartas.

Tus palpitaciones se incrementan en cuestión de segundos y cientos de estúpidas ideas aterrizan en tu mente. El material de los naipes no parece demasiado resistente. Quizá, si mascaras con determinación, podrías llegar a tragártelos y...

Demasiado tarde. Con un rápido movimiento el vampiro alcanza el objetivo mientras su amplia sonrisa comienza a desvanecerse. Sabes lo que sucederá a continuación o, mejor dicho, no lo sabes y eso lo vuelve mucho más terrible. Esas cuatro cartas suman el puntaje más alto, convirtiéndote en la ganadora del juego. He aquí el verdadero problema: Ayato NUNCA pierde.

—Qué es esto —cuestiona con la voz cargada de ira—...De dónde las sacaste...

—¿Qué? ¿Qué...cosa?

—¡Las cartas! No intentes ocultarlo. Hiciste trampa.

Niegas compulsivamente con la cabeza, retrocediendo por precaución.

—Una estúpida como tú jamás podría ganarme de buenas a primeras...tsk. Estoy muy enojado en este momento.

—¿Puedo irme ya?

La pregunta abandona tus labios tan precipitadamente que antes de que puedas caer en la cuenta ya te arrepientes de haberla formulado. Sin embargo, Ayato no parece sorprendido en absoluto.

—Quieres irte, OK. Vete.

Ladeas la cabeza, totalmente incrédula.

—Vamos. Tengo cosas que hacer. Ya perdí suficiente tiempo contigo —concluye, echándose sobre su cama.

Uno, dos, tres pasos y el muchacho aún continúa en su lugar. La distancia que te separa de la puerta es mínima. Llena de euforia te avientas hacia la salida pero, a escasos milímetros de atravesar el umbral de la puerta, tu cuerpo es interceptado violentamente.

—Cambié de opinión.

Sus ojos, abiertos de par en par, brillan más que el halo de luz proveniente de una de las lámparas.

—Así que te gusta hacer trampa...

—Ayato, yo no hi...

—¡DEJA DE NEGARLO!

Sueltas un quejido al colapsar tu espalda contra una de las paredes. De todos los Sakamaki, Ayato es el que siempre te ha generado mayor temor, por lo que no está en tus planes hacerlo enfadar aún más. Su mano helada sujeta tu mentón, obligándote a mirarlo.

—Voy a hacer una excepción y sólo porque el idiota de Reiji quiere que nos reunamos abajo en breve. Admite que hiciste trampa y te dejaré ir.

Tragas con dificultad mientras observas los puntiagudos extremos de sus colmillos, demasiado cerca para tu gusto.

—No... No puedo mentir. No quiero hacerlo —susurras, clavando la vista en el suelo—. Jugué honestamente pero no me interesa haber ganado ni nada de eso. Yo sólo quier...

—Una única chance —te interrumpe, presionando la punta de tu nariz con su dedo índice—, y podrás abandonar mi humilde morada hasta nuevo aviso.

Dejas escapar un extenso suspiro al tiempo que la impotencia se apodera de ti, dando inicio a un nuevo debate interno. ¿Qué se supone que debas hacer? ¿Admitir una culpa inexistente y ser sometida y humillada por Ayato, como de costumbre, o revelarte de una vez por todas y darle a ese vampiro caprichoso una dosis de su propia medicina? Hay una brecha muy grande entre ambas opciones pero la supervivencia ocupa un escalón muy alto dentro de tus prioridades actuales por lo que, luego de escupir decenas de improperios internos, vuelves a enfrentarlo.

—Está bien, tú ganas. Hice...trampa.

—Haaah...dilo otra vez.

—Hice trampa —repites, carente de expresión.

—Con que sí, ¿eh? OK.

—¿Contento?

Sus labios vuelven a curvarse, esta vez en una macabra sonrisa que no puede significar nada bueno.

—Finalmente lo admites, ¿ves que no era tan difícil?

—¿A...ahora pued...?

—Tenía la esperanza de que realmente hubieras sido sincera conmigo pero, viendo y considerando el panorama, quién sabe cuántos trucos más traerás bajo la manga o, mejor dicho, bajo la ropa...

Tu cuerpo se paraliza mientras tu prenda superior es convertida en jirones que pasan a formar parte del suelo. Con sincero pesar caes en la cuenta de que no volverás a conseguir una camisa similar, herencia de tu abuela materna. Tratas de contener tus impulsos pero la paciencia comienza a escasear.

—Amaba esa camisa —sueltas, mirándolo con frustración— Romperla fue innecesario.

—Lo mismo que hacer trampa, ¿no crees? —responde, divertido.

—Yo no hice trampa.

—Sí, lo hiciste. Acabas de admitirlo.

—¡Esto es estúpido! —exclamas, cruzándote de brazos—, ¿a dónde piensas llegar?

—Por el momento, a tu ropa interior.

Con la misma facilidad que minutos atrás, tu falda vuela por los aires, quedando oficialmente en paños menores. Volteas de inmediato, cubriendo tu anatomía trasera con ambas manos ante la hilarante risotada de Ayato.

—Bonito diseño. ¿Es encaje?

—Ya, Ayato...deja que vaya a mi cuarto —lloriqueas—, necesito cambiarme.

—Sí, claro. Te dejaré ir cuando acabe la inspección.

Una punzada de dolor atraviesa tu hombro derecho al ser obligada a dar la vuelta, quedando nuevamente de frente al vampiro. Su mirada se torna libidinosa mientras analiza los detalles de tu sostén.

—Vaya, quién lo diría...no eres tan plana como pensaba...interesante.

Sintiéndote totalmente humillada y al borde de un colapso, empujas al jodido cerdo con ambas manos, tomándolo por sorpresa.

—¡HEY! ¡¿Qué haces?!

—Me marcho —concluyes sin siquiera mirarlo, avanzando con paso firme. Al menos aún conservas tus zapatos.

Abandonas el cuarto sin miramientos, agradeciendo infinitamente que el resto de los Sakamaki no deambulen por los pasillos. El eco de tus pasos se extiende por el lugar mientras corres a toda velocidad, llegando finalmente a destino. Incapaz de seguir conteniendo las lágrimas te deslizas hasta el suelo, rodeando tus rodillas con ambos brazos. Vivir en esa mansión se ha convertido en una verdadera pesadilla. Sin embargo, sabes que el motivo de tu angustia no se debe a ello, sino más bien a tus verdaderos sentimientos, aquellos que te impiden descansar por las noches y hacen que la culpa te ahogue en un constante martirio que se extiende día a día.

Cierras los ojos con pesar, sintiendo la oscura esencia de Ayato invadiendo tus sentidos, como si realmente te hubiera seguido hasta allí. Cayendo en la cuenta de las posibilidades, te pones de pie de inmediato, soltando un grito ahogado.

Recostado sobre tu propia cama, con ambas manos detrás de la nuca, el pelirrojo te observa con la mirada cargada de desprecio. Lentamente se incorpora, caminando hacia tu posición.

—¿Te crees graciosa? —inquiere, acorralándote una vez más—. Pues, no lo eres.

—Ayato, prometiste que me dejarías ir. Ya fue suficiente.

—¡Yo diré cuándo es suficiente!

Con el corazón en la garganta terminas sobre el colchón, rebotando varias veces dada la intensidad del aterrizaje.

—Continuaré con la inspección y espero que cooperes, por tu bien —deja escapar con cierto dejo de amenaza. Te sientes completamente acorralada. Ya no puedes escapar.

Tu espalda se arquea al sentir las puntas de sus dedos recorriendo la superficie de tu abdomen, comenzando a descender hasta perderse bajo tu ropa interior. Cruzas las piernas en un acto reflejo, pero la intromisión es inminente.

—Quizá guardes más cartas aquí...parece un poco estrecho pero me aseguraré, solo por si acaso...

Cubres tu rostro con la almohada al tiempo que tu femeneidad es irrupida lentamente por dos de sus extensas falanges. El vaivén es tan delicado que no puedes evitar mecer un poco tus caderas de manera acompasada.

—Vaya, vaya...qué tenemos aquí —sisea, entrecerrando los ojos con deleite— ...Alguien está excitada...bastante, diría yo.

Lo sientes retirarse, por lo que echas un vistazo sólo para observar cómo contempla tu cristalina esencia, deslizandola entre sus dedos.

—Eres tan obscena...Tendré que castigarte por esto también.

Tus ojos se abren sobremanera al observar la afilada navaja que saca de uno de sus bolsillos.

—Ayato, qué...

—Voy a beber tu sangre, sí, pero elegiré de dónde saldrá.

Con una expresión enfermiza se arrodilla a un lado de la cama, contemplando tu figura con evidente interés. Tragas con dificultad deseando que, sea lo que sea que vaya a suceder, lo haga rápido y de la manera menos dolorosa posible.

—Bien, empezaremos por tu tobillo.

El filo rasga lentamente la piel de la zona en cuestión, descendiendo un delgado hilo de sangre en consecuencia. El vampiro comienza a beber, sediento, dejando escapar algunos sonidos de satisfacción. El juego continúa, repitiéndose el procedimiento sobre tu pierna derecha y la región inferior de tu abdomen, para concluir finalmente cerca de tu cuello.

—Tu piel es suave y huele bastante bien para ser de una sucia humana como tú —espeta, pasando el dedo índice por el centro de tu tórax—, veamos si también sabe bien aquí y...aquí.

Nuevas heridas hacen aparición, ahora sobre tus pechos. Sin embargo, el comportamiento de Ayato comienza a volverse algo más salvaje que minutos atrás. Un quejido abandona tu garganta cuando tu sostén es arrancado de su lugar con urgencia y antes de que alcances a cubrirte, tus manos son inmovilizadas a ambos lados de la almohada en un vano intento por escapar.

La desesperación se apodera de ti mientras los sollozos se intensifican involuntariamente. La manera en que Ayato está lamiendo tus pechos, succionando con la totalidad de su boca insistentemente, impide que puedas pensar en algo más allá del presente momento. Por mucho que odies admitirlo, el placer comienza a recorrer cada sector de tu anatomía en forma de pequeñas e inquietantes descargas eléctricas.

Inevitablemente, tus ojos viajan hacia su abultada entrepierna pero apartas la mirada de inmediato, sintiendo la vergüenza agolparse en tu rostro. OK, al menos podría decirse que la excitación es mutua. Mientras permaneces cautiva sobre las delicadas sábanas de raso, analizas la situación. Ya fuiste lo suficientemente degradada por lo que, con un poco de suerte, Ayato se detenga. Es la primera vez que alguno de los vampiros con los que convives llega tan lejos. Como si tus pensamientos hubiesen sido escuchados, el muchacho finalmente se incorpora, caminando hacia uno de los ventanales que dan al jardín principal.

Te acomodas un poco, percibiendo la humedad presente en tu ropa interior y las ganas de llorar se apoderan de ti mientras lo observas, de espaldas. Sientes temor. Temor de seguir siendo sólo un banco de sangre y una bolsa de box para Ayato; temor de terminar con un hálito de vida, desplomada sobre el suelo sin haber tenido otra utilidad ni propósito que servir de mero alimento...

—Estuviste con Shu...puedo sentirlo.

Sacudes la cabeza ya que su voz te toma por sorpresa.

—¿Qué dices? —inquieres, cubriéndote con las sábanas.

—Siento su olor sobre tu piel. Maldito sea.

—Estás malinterpretando las co...

—Cuándo sucedió...

—No sé a qué te refieres pero yo no...

Un intenso escalofrío te recorre al observar sus pupilas, similares a las de una serpiente, clavándose en las tuyas. Está terriblemente furioso y temes no poder hacer nada al respecto.

—Qué fue lo que te hizo...¡¿Te entregaste a él?!

—¡No!

—Lo hiciste.

—No lo hice.

—Te dejaste someter por ese jodido hijo de puta y ahora tendré que borrar cada maldita huella que haya dejado sobre tu cuerpo.

Sabes que tratar de explicar una vez más que Shu solamente te obligó a escuchar las nuevas piezas para violín que compuso y luego bebió de tu sangre será en vano.

—Entonces hazme un favor y termina con mi vida de una vez por todas —susurras con amargura.

—¡¿Qué?! —pregunta con sorna— ¿A qué jugamos ahora?

Extiendes tu cuello, apartando el cabello de la zona.

—Bebe hasta la última gota...ya no me interesa.

En cuestión de segundos Ayato envuelve tu cintura, clavando sus colmillos a la altura de tu clavícula. Dejas escapar un alarido mientras la sangre que desciende por tus pechos también es limpiada. Su ávida lengua recorre toda la extensión y continúa su indecoroso camino, haciendóte perder la cabeza. Posas ambas palmas sobre su pecho viendo como desprende sus pantalones con urgencia. Te inquieta perder el conocimiento en cualquier momento dado el torbellino de emociones que se desatan en tu interior, pero es cuando su sexo presiona tu entrada que la poca cordura que aún mantenías desaparece por completo.

Sintiéndote una competa idiota sujetas su rostro con ambas manos, sincerándote por primera y quizá, última vez. La salvaje e impredecible naturaleza de Ayato podría acabar con tu vida ante semejante tontería pero ya nada importa a esas alturas.

—Te amo —dejas escapar en un susurro ahogado.

—Qué...qué estupideces dices...

—La verdad. Te amo, Ayato.

—Eres tan tonta... Tú no...

La intensidad de ese nuevo beso te deja sin aliento, cayendo ambos sobre la cama. Empiezas a jadear mientras te vuelves una con tu amante nocturno,quien intercala movimientos suaves y vigoros en intervalos regulares. Es la primera vez que un vampiro te toma de esa manera. El placer y la angustia pasan a convertirse en un mix explosivo, creando un sendero de lágrimas que comienzan a descender por tus mejillas. ¿Una crisis de llanto, justo ahora? ¡¿Por qué dejar escapar semejante idiotez?! Confesarle tus sentimientos a Ayato, el ser más desalmado sobre la faz de la Tierra, ¡Vamos! Qué imbecil... Vuelves a abrir los ojos, esperando una sonrisa burlona cargada de insultos, pero la imagen que ingresa en tu campo visual dista mucho de aquello.

Los ojos de Ayato te observan con una mezcla de devoción y ternura. El rubor presente en sus mejillas lo hacen ver aún más atractivo, si es eso posible. Lo amas tanto que tu pecho va a explotar. En un arranque desesperado captura nuevamente tus labios, comenzando a moverse con mayor intensidad hasta que ambos se acercan al límite. Sus colmillos, extremadamente filosos, adquieren la totalidad de su tamaño clavandose con premura en el lateral de tu cuello mientras el clímax arrasa con violencia, dejándolos totalmente abatidos entre sudor y jadeos.

Por minutos que parecen una eternidad, el único sonido que llena el aire es el de respiraciones agitadas que poco a poco terminan por apaciguarse. No sabes qué esperar a continuación pero tampoco te mueres por averiguarlo. De hecho, te encantaría permanecer en esa especie de nirvana surrealista en el que te encuentras, imaginando que el resto de los Sakamaki no volverán a ultrajarte, agredirte o simplemente obligarte a darles de beber de tu sangre sino que, muy por el contrario, respetarán tu decisión de quedarte con Ayato aunque, detalle de suma importancia, todo eso sólo forma parte del plano ficticio, claro está...

En un intento por despertar de aquel sueño lo más rápido posible, te incorporas de golpe, cubriéndote instintivamente con la sábanas mientras miles de pensamientos azotan tu mente.

—¿En qué estás pensando? Hay demasiada seriedad en ese rostro.

Tus ojos se posan sobre la mano de Ayato, la cual, a su vez, reposa sobre la tuya. Hasta podrías jurar que su toque no resulta tan gélido como de costumbre. Parpadeas sin comprender a qué se debe aquel delicado contacto, pero lo que realmente te desconcierta es la sonrisa animada que surca su rostro, muy diferente a las macabras muecas a las que estás acostumbrada. Ante la ausencia de respuestas, su voz se alza nuevamente.

—Buscaré algo de ropa para ti y dejaré algunos bocadillos en el escritorio antes de bajar.

—N... No es necesario —balbuceas con timidez—, puedo bajar a la cocina, rogando que nadie me vea.

—No vas a hacer eso. No quiero que nadie más que yo vea tu cuerpo. No quiero que te toquen, que te muerdan. Quiero que esto suceda únicamente entre nosotros. ¿Podrías guardarlo para mí?

¿Ayato, pidiendo permiso? Wow, qué novedad. Aprovechando ese evidente momento de debilidad y armándote de valor, decides dejar las cosas claras por el bien de tu integridad física y emocional.

—¿Guardarlo para ti? Sabes mejor que yo que no tengo mucho poder de decisión en esta mansión. Diles a tus hermanos que no se acerquen y aceptaré de buena gana tu propuesta —sueltas, haciendo una mueca.

Su semblante adquiere tal seriedad que temes haber metido la pata.

—Esos idiotas no volverán a tocarte un pelo y, si se atreven, será lo último que hagan. Además, hueles a mí...por completo.

El tono grave que emplea al decir la última frase consigue que tu interior arda nuevamente, haciéndote arrugar las sábanas con ambos puños.

—Puedo olerte, ¿sabes? —suelta divertido, comenzando a reunir sus prendas—. Si alguna vez tratas de engatusarme con palabritas mentirosas, recuerda que me quedan muchos otros sentidos para descubrir exactamente qué es lo que estás pensando o, en realidad...sintiendo.

La vergüenza te abruma y apartas la mirada, culpable por las imágenes que pasan por tu mente al imaginar un futuro encuentro con tu reciente amante.

—Prepararé algo especial para más tarde y no tendrá nada que ver con mi sala de torturas —agrega entre risas al contemplar tu cara de espanto—, aunque... puede que te torture de otras maneras...

Con aire risueño sigues su recorrido, analizando su figura hasta que se pierde del otro lado de la puerta, no sin antes guiñarte un ojo. Por primera vez desde que llegaste a ese lugar sientes algo parecido a la felicidad.

Mientras piensas en preparar un relajante baño de burbujas analizas cuáles aceites y esencias podrían agradarle más a Ayato y una sonrisa se dibuja en tu rostro al descubrir que, finalmente, ese hermoso vestido negro que permaneció durante tanto tiempo guardado, tendrá un uso que lo amerite. Haber llegado a esa mansión no fue tan terrible después de todo...