Capitulo uno: Hace diez años.

Noviembre de 1981

¡No!

Remus Lupin bramó la palabra en el momento en que se Apareció afuera de un inocuo edificio de apartamentos localizado en las afueras del Londres Muggle. Con el corazón a mil por hora, corrió hacia la entrada, olvidando los dolores remanentes de su transformación dos noches antes. No eran importantes. Nada era más importante cuando la Marca Oscura flotaba en el cielo.

Dos escalinatas después llegó a su destino, pero, aunque la puerta estaba cerrada, él sabía que algo andaba mal. El lobo lo presentía. Remus probó el picaporte; no estaba cerrado. Entró bruscamente, temiendo la escena que sabía que se encontraría.

El lobo lo había sabido. El apartamento estaba en ruinas, como un campo de batalla. Había muebles desperdigados por todos lados, algunos destruidos por disparos de magia mal apuntados, otros simplemente empujados porque estorbaban. La pared del fondo estaba ennegrecida y a la de la derecha se le descascaraba la pintura en lugares que antes habían estado en buen estado. Una túnica yacía olvidada en el respaldo del sillón volteado donde el dueño debió estar sentado cuando llegaron los Mortífagos. No lejos de ahí había una copia del diario El Profeta que ahora nunca sería leído. Los bordes estaban chamuscados, como si el papel hubiera sido expuesto a un calor extremo y casi se hubiera incendiado. A la derecha de Remus había sangre; no mucha, pero algo, y su nariz sensible le dijo que un enemigo había caído ahí, ya fuera muerto o gravemente herido. La pared junto a la puerta de entrada tenía una nueva hendidura y Remus supo que su amigo no había caído sin dar pelea.

Remus parpadeó y descubrió que había lágrimas recorriéndole el rostro—: ¿Sirius? —susurró. Sabía que no habría respuesta, pero aún así tenía que intentarlo. Mas su voz no salía con fuerza; estaba ronca cuando él quería gritar. No…

—¿Sirius?

Por supuesto que no hubo respuesta. De algún modo ya sabía que no volvería a escuchar la voz de su amigo. Desesperado, Remus recorrió el apartamento, lanzando los muebles de un lado a otro, buscando como loco a alguien que no estaba ahí. Al menos esperaba encontrar un cuerpo… pero no había nada. Buscó en cada habitación del pequeño apartamento derruido –el escondite "perfecto"– pero no encontró nada. No había cuerpo. Ni un rastro de él. Sólo quedaba la evidencia de la batalla que Sirius había dado aún sabiendo que no ganaría.

Remus cayó de rodillas y se cubrió el rostro con las manos. Sirius… Y por primera vez desde que había ido a Hogwarts y había conocido a los amigos que llegaría a amar como hermanos, Remus Lupin se echó a llorar. No…

o-o-o-o-o

Dolor.

Era algo que podía soportar. Era un Auror. El dolor no le era desconocido.

—Dime —ordenó la cruel voz.

—Vete al infierno —murmuró Sirius, sus labios partidos y sangrantes. Le dolía hablar, pero podía soportar el dolor. Podía sobrevivir a él y esperar la muerte.

Esperar la muerte.

o-o-o-o-o

—Me temo que es inútil, James —dijo Albus Dumbledore quedamente—. No hemos encontrado rastros.

—¿Y tus espías? —susurró James.

—Solo saben que lo llevaron con Voldemort —respondió el Director, colocando una mano con gentileza en el hombro de Potter. El hombre joven sabía que estaba temblando, pero no le importaba. Sirius se había ido… Sirius ya llevaba cinco días desaparecido.

—¿Qué más no me estás diciendo? —preguntó, odiando en parte el tono acusador de su voz, pero no deseaba que le mintieran. No quería que lo protegieran. Quería saber la verdad.

Dumbledore suspiró—: Saben que lo torturaron. No saben si aún sigue vivo.

Aún. James trató de reprimir un sollozo. No lo logró. Sirius… Había acudido a Dumbledore en busca de consuelo, de esperanza, pero sólo había hallado desesperación. Incluso Dumbledore pensaba que Sirius moriría. ¡Incluso Albus Dumbledore, el único brujo a quien Voldemort temía, creía que no había esperanza! ¿Acaso eso era justo? ¿Por qué había enviado a morir a su amigo? De pronto gritó—: ¡Tenemos que hacer algo!

—¿Cómo qué, James? —le preguntó la suave voz de Dumbledore—. Tú tienes una familia y un linaje que proteger. Remus y Peter también se han convertido en objetivos y el Ministerio está demasiado abrumado tratando de combatir las amenazas actuales como para buscar a un Auror perdido. Ahora difícilmente queda algo para luchar en la guerra —su otra mano se posó en el hombro de James—. Lo lamento de verdad, amigo mío, pero no hay nada que hacer.

"Sólo nos queda desear que termine pronto.

Celebraron el funeral varios meses después, a pesar de que no había cuerpo. Y en el primer aniversario de la desaparición de Sirius, James y Lily erigieron el monumento en su honor en el Valle de Godric, siempre concientes de que el Encantamiento Fidelius jamás se había violado. Esa mañana habían permanecido ahí juntos, en silencio, bañados por el sol matinal pero sin sentir su calor. Ahora de verdad estaban solos. La guerra había alcanzado nuevas proporciones y Voldemort no daba señas de querer olvidarse de los Potter. Claro que aún se comunicaban con Remus y Peter, pero no era lo mismo. El Encantamiento Fidelius los mantenía a salvo de la ira de Voldemort y, aunque sabían que con el tiempo perdería el interés (o al menos decidiría ir contra de alguien más), por el momento tenían que esconderse. Ni a James ni a Lily les agradaba mantener la cabeza baja, pero sabían que era necesario. Tenían a un hijo que proteger.

Y así pasaron los años. Finalmente el Encantamiento Fidelius expiró con el tiempo y, a insistencia de James, se renovó. Sin embargo, esta vez sólo fue para Lily y Harry, con el mismo James como el guardián secreto. Y no es que no confiara en sus mejores amigos; de hecho, tanto Remus como Peter se habían ofrecido. Era sólo que no soportaba la idea de poner la vida de alguien más en peligro. Pero tampoco podía mantener la cabeza oculta bajo la arena por siempre. Y así, con la certeza de que su querida esposa e hijo estaban a salvo en el Valle de Godric, James regresó a su empleo como Auror. El departamento de Cumplimiento de la Ley Mágica lo necesitaba desesperadamente. La muerte de Sirius había dejado un hondo vacío en los rangos superiores de los Aurores y la licencia de James tampoco ayudaba. Con cada vez más Aurores muriendo diariamente, necesitaban de toda la ayuda posible.

Pero los tiempos se hacían sólo más oscuros, culminando en el momento en que Voldemort asesinó públicamente a la Ministro de Magia, a quien había sorprendido inesperadamente en el Callejón Diagon y había logrado matar después de menos de dos minutos de duelo. La muerte de la señora Bagnold había aterrorizado sin remedio a la comunidad mágica; era su fortaleza la que había mantenido unido al mundo mágico y su muerte sólo presagiaba una época de mayor oscuridad. Cegados por el miedo, muchos se aliaron a la causa de Voldemort y el lado de la luz con trabajos se mantuvo en pie. Y las cosas sólo empeorarían…

Apenas tres meses después, el Nuevo Ministro de Magia cayó muerto en manos de Voldemort. A pesar de haber sido un famosos Auror, Rufus Scrimgeour murió igual que los demás. También su sucesor murió, en sólo cinco semanas. En poco tiempo los brujos y brujas temían salir de sus casas. Los inferi deambulaban por las calles a sus anchas, capturando transeúntes a su manera inconsciente. Las comunicaciones comenzaron a romperse. Las diferentes academias de magia corrían peligro de desaparecer porque los padres no querían perder de vista a sus hijos. Los Mortífagos mataban y torturaban tanto a Muggles como a brujos a su antojo, en ocasiones atacando incluso en plena luz del día, pues se sentían muy confiados. Y en medio de todo James Potter trabajaba incansablemente como Auror, sometiendo a incontables brujos tenebrosos y creándose una fama que jamás había deseado en un mundo cada vez más oscuro. Sin importar cuántos Mortífagos capturaban, el Ministerio perdía el doble de Aurores. Al final, llegó un momento en que el mismo Ministerio de Magia comenzó a hundirse.

Hasta que, un día, llegó un hombre a cambiarlo todo.

Y después de seis años de Oscuridad, el mundo vio una ligera luz.