Capítulo dos: Las vías del destino
Septiembre de 1991
—¿Puedo sentarme aquí? Los demás compartimientos están llenos.
Harry alzó la vista de su copia desgastada de Quidditch a través de los tiempos y vio a un niño pelirrojo, alto y pecoso parado en la entrada de su compartimiento.
—Claro —dijo Harry sonriendo. El otro niño se veía tan solitario como Harry se sentía en ese momento. Después de todo, la emoción de uno no hacía buena compañía.
El pelirrojo sonrió y, una vez sentado, le estrechó la mano—: Soy Ron Weasley. Es un placer conocerte.
—Harry Potter —Harry se preparó para lo inevitable y no se decepcionó cuando los ojos de Ron se pusieron redondos como platos.
—¡Vaya! —exclamó el chico—. ¿Qué haces aquí?
Harry se encogió de hombros, tratando de no mostrarse incómodo. Su experiencia reciente en el Callejón Diagon le había enseñado a tomar estas situaciones con filosofía, y, por lo que sabía de la familia Weasley, Ron tenía todo el derecho de estar sorprendido—: Voy a Hogwarts al igual que tú. ¿O te refieres a otra cosa?
Ron se sonrojó—: Bueno, es que pensé que estarías en los vagones de adelante. Ya sabes, con Malfoy y sus amigos.
—¿Y por qué rayos iba a querer estar con ellos? —preguntó Harry con una sonrisa. La gente siempre cometía ese error… Él no conocía bien a Malfoy, pero sabía suficiente sobre toda esa familia para saber que prefería ser amigo de un Weasley cualquier día.
—No lo sé… —Ron se puso aún más colorado, si era posible—. Es que supuse que, con lo famoso que es tu papá y que, bueno, que dicen que eres… muy rico…
—¿Y qué? —¿Eso es todo? Harry no pudo evitar sonreír. Había pasado casi toda su vida aislado de otras personas del mundo mágico, exceptuando a algunos amigos cercanos de sus padres, por lo que casi no había tenido contacto con niños de su edad. Sí, por supuesto que había conocido a algunos, pero, debido a la posición de su padre en el Ministerio, la familia Potter estaba al tope de la lista de enemigos de Voldemort… y por lo tanto él y su madre habían pasado gran parte de la última década ocultándose. Harry llevaba años esperando entrar a Hogwarts, al menos para conocer a niños de su edad. Detestaba admitirlo, pero se sentía solo. Sin embargo, la mirada en el rostro del otro niño ofrecía cambiar todo eso.
—¿Entonces no eres amigo de Malfoy? —preguntó Ron con entusiasmo.
—¡Nunca en la vida!
o-o-o-o-o
—¡Sangre sucia!
—¡Basura!
—¡Porquería muggle!
—¡Fenómeno!
Hermione Granger huyó, su espesa cabellera ondeando tras ella. Aunque no era una niña cobarde, los tres muchachos que la perseguían eran más grandes que ella y parecían dispuestos a atacarla. Durante toda su vida, Hermione se había sentido fuera de lugar… Solía hacer que pasaran cosas sin querer y no entendía por qué era diferente… Ahora se dirigía a Hogwarts con el sueño esperanzado de pertenecer ahí. Pero al parecer no sería posible. Desesperada, echó un vistazo dentro de un compartimiento cerrado casi al final del tren y luego se metió rápidamente, cerrando de un portazo y rogando que Malfoy, Crabbe y Goyle no la hubieran visto.
Jadeando, Hermione se dio vuelta, dispuesta a dejarse caer en un asiento y sumirse en la autocompasión. Sin embargo, en lugar de asientos vacíos se encontró a dos niños, uno pecoso con el cabello rojo flameante y otro de anteojos y cabello negro alborotado. Ambos la miraban sorprendidos.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó el pelirrojo suspicazmente.
Hermione tragó saliva—: Lo siento —dijo, decidiendo en ese momento que tal vez no quería ser parte del mundo mágico después de todo. Se acercó a la puerta—. Me iré. Sólo buscaba…
—¿Estás bien? —preguntó el niño de anteojos.
—Sí, estoy bien —el chico parecía ligeramente preocupado, pero Hermione estaba segura de que era la impresión errónea. Todos los brujos, ahora comprendía, eran iguales. Unos tontos.
En eso, se oyeron gritos en el corredor y la niña volteó nerviosamente hacia la puerta. ¿Dónde estaría más a salvo, en un compartimiento con unos niños de los que no sabía nada, o en el pasillo con unos niños que ya la odiaban? Hermione no quería salir, pero quedarse tampoco parecía una buena idea. Desearía jamás haber venido, pensó la niña con furia. Desearía no haber recibido esa tonta carta. Estúpida magia. Estúpidas personas. Miró con nerviosismo a los dos chicos al tiempo que las voces de afuera se oían más cercanas. ¡Y pensar que me había emocionado tanto!
—¿Te están buscando? —preguntó el pelirrojo.
Un golpe en una puerta cercana hizo que Hermione saltara del susto. La niña asintió dudosamente.
—¿Por qué? —dijo el otro niño.
—No lo sé —Hermione se mordió el labio—. Me llamaron sangre sucia. Dijeron que era una basura.
Al parecer se habían enfurecido con sus palabras; ambos se levantaron repentinamente. Hermione deseó que hubiera espacio para retroceder sin tener que salir por la puerta. Pero el pelirrojo le dirigió una ligera sonrisa.
—Ven, es mejor que te sientes —le dijo amablemente—. Sólo quédate detrás de nosotros por si entran.
No tuvo tiempo de preguntarles por qué. La puerta del compartimiento se abrió violentamente y Goyle aulló de felicidad—: ¡La encontré!
Malfoy llegó en unos segundos, pero para sorpresa de Hermione los otros dos niños la empujaron detrás de ellos. Los miró confundida; ambos se habían cruzado de brazos y se habían colocado entre ella y la entrada, bloqueando a Malfoy y a sus dos secuaces. El muchacho rubio sonrió burlonamente.
—¿Tratas de esconderte, sangre sucia? —dijo, arrastrando las sílabas.
—Lárgate, tonto —gruñó de inmediato el pelirrojo—. Este compartimiento es nuestro.
—No veo su nombre escrito —contestó Malfoy arrogantemente—. Pero bueno, no tengo que preguntar quién eres, ¿verdad? Pelo rojo, túnica de segunda mano, es fácil saber que eres un Weasley. No me sorprende que defiendas a ese pedazo de porquería muggle.
—La única porquería que hay en este compartimiento eres tú, Malfoy —replicó el niño de cabello negro, atrayendo la sorprendida mirada del otro hacia él—. Lárgate. No eres bienvenido.
El niño rubio parpadeó—: Esperaría algo mejor de ti, Potter, con tu linaje… —sonrió burlón—. Pero supongo que tu madre sangre sucia tiene más influencia sobre ti de lo que esperaba.
—Bueno, supongo que tú eres la prueba de que tener dinero no significa tener cerebro, ¿verdad, Draco? —replicó Potter sin dejarse provocar, si bien sus ojos destellaban peligrosamente.
—Deberías elegir mejores amigos, Potter —rezongó Malfoy—. Unos más dignos.
—¿Dirás como tú? No gracias, prefiero hacerme amigo de un gusarajo. Sería un conversador más inteligente, y probablemente más honesto.
—¡Vete al diablo, cuatro-ojos!
—¿Cuatro-ojos? —intervino Weasley. ¿Es lo mejor que se te ocurrió, Malfoy? He visto búhos que pueden pensar en mejores insultos.
—Como si tu familia pudiera siquiera comprar un búho decente. Escuché que el viejo que tienen prácticamente cae muerto cuando hace una entrega —espetó Malfoy, haciendo que Weasley se pusiera rojo de vergüenza—. Hermione, fascinada, vio cómo el niño de cabello negro, Potter, de inmediato salió en su defensa. Desearía tener amigos como ellos, pensó celosamente.
—Lárgate, Malfoy.
—¿Por qué debería, Potter? ¿Crees que les tengo miedo a los dos o a tu amiga sangre sucia que está detrás de ti?
Antes de que alguno de los dos niños, o Hermione incluso, pensara siquiera en contestar, surgió otra voz del corredor. Ésta era mayor y más profunda que las demás—: ¿Hay algún problema?
Malfoy y sus compañeros se dieron vuelta, dejando que Hermione divisara a otro muchacho pelirrojo. Éste era mayor que el chico frente a ella, de complexión más bien delgada y severa. Sin embargo, al ver quién era, Malfoy sólo se encogió de hombros—: Con que otro Weasley, ¿eh? —preguntó con arrogancia—. Supongo que se mueven en manada.
—Sí, otro Weasley —replicó el otro—. Sin embargo, resulta que éste es un prefecto. Ahora váyanse los tres o hablaré con el subdirector cuando lleguemos a la escuela.
Los perseguidores de Hermione vieron al prefecto con insolencia, pero se alejaron malhumoradamente, aunque a Hermione le pareció escuchar que Malfoy murmuraba algo entre dientes. Sonaba como si dijera "Ya me las pagarás, adorador de muggles", pero no estaba segura, y dejó de importarle cuando el prefecto dirigió su severa mirada hacia ella y sus nuevos compañeros. Sin embargo, decidió concentrarse en el pelirrojo, que ella supuso que era su hermano. El parecido era más que sorprendente, y el Weasley más joven se enfureció bajo la mirada de su hermano.
—Antes de que empieces a gritarme, Perce, no fue nuestra culpa —dijo Weasley enfadado—. Ellos empezaron.
—No me importa quién empezó, Ron —replicó 'Perce'—. Ya sabes que no debes andar peleando. ¡Y además en el tren! Ni siquiera hemos llegado a la escuela…
—¡No es mi culpa que ellos decidieran perseguirla hasta aquí, diciéndole toda clase de insultos! —espetó Ron—. ¿Qué se suponía que hiciera, quedarme sentado sin decir nada?
El muchacho mayor suspiró—: Bueno, supongo que no —dijo escuetamente—. Sólo trata de no meterte en más problemas, ¿de acuerdo, Ron? No me gustaría tener que escribirle a mamá en cuanto lleguemos a la escuela… —frunció el entrecejo—. Sabía que esos tres darían problemas desde el momento en que los vi subirse al tren.
—Estoy totalmente de acuerdo —murmuró Ron, pero su hermano al parecer no lo escuchó.
De pronto el muchacho se puso más alegre—: Bueno, tengo cosas que hacer. Los compartimientos de los prefectos están al frente y de seguro se andan preguntando dónde estoy… Nos vemos en la selección, Ron.
—Claro —con un gesto final, el prefecto desapareció hacia el fondo del pasillo, dejando a los tres niños en relativa paz y quietud. Después de unos momentos, Ron se encogió de hombros y volvió a cerrar la puerta del compartimiento—. ¡Vaya, eso sí que fue justo a tiempo!
—Totalmente —el otro niño (Hermione recordó que su nombre era Potter) dijo con alivio. Luego, sin embargo, hizo exactamente lo que ella había estado temiendo: volteó a verla—. Oye, puedes sentarte —dijo sonriendo suavemente—. No te vamos a morder.
—Oh —Hermione recordó que Ron se lo había ofrecido antes, pero no había tenido tiempo de aceptar debido a la aparición de Malfoy y sus consecuencias. Se sentó con precaución en el mullido asiento, preguntándose qué pasaría ahora. Ambos chicos se sentaron frente a ella, pero Ron sonrió y extendió su brazo.
—Soy Ron Weasley, como ya te habrás dado cuenta —dijo alegremente—. Él es Harry Potter.
Había algo relajador en su sonrisa. Hermione le estrechó la mano vacilando sólo levemente—: Soy Hermione Granger.
—Gusto en conocerte —contestaron los dos niños. Ella le estrechó también la mano a Harry. Se veían tan agradables… Y parecían tan cómodos, tan confiados, que no resistió preguntarles.
—Supongo que ya eran amigos desde hace mucho.
Harry sonrió—: En realidad, acabamos de conocernos.
—Sí. Yo entré como dos minutos antes de que tú entraras volando por la puerta —dijo Ron.
—Pero los dos parecían… —ahora sí estaba confundida. ¿Por qué los dos la habían defendido y también se habían defendido entre ellos?
—¿Odiar a Malfoy? —le ayudó Ron—. Ah, eso es fácil. Todo el mundo sabe que Malfoy es un idiota. Es uno de ellos, sabes.
—No, no lo sé —Hermione frunció el ceño; no tenía idea de qué estaban hablando. Ron la miró confundido.
—Tus padres son muggles, ¿verdad? —preguntó Harry con amabilidad, pero Hermione sólo lo miró perpleja—. Quiero decir que no eran brujos.
—Sí —suspiró ella—. Supongo que por eso Malfoy y sus amigos no me quieren.
—Bueno, de todos modos son unos estúpidos cabezas huecas, así que no te preocupes por ellos —dijo Ron de inmediato, y Hermione esbozó una leve sonrisa. Quizá Hogwarts no sería tan mala si la mayoría de las personas no eran como los niños que la habían perseguido por todo el tren hace rato, amenazando con convertirla en el gusano que decían que merecía ser. Frunció el ceño pensativamente.
—Pero no entiendo por qué tanto alboroto —dijo Hermione quedamente, no queriendo hacer enojar a los otros dos—. Es que, yo soy igual que ustedes, ¿o no?
—Claro que sí —contestó Harry de inmediato—. Lo que pasa es que algunas personas de las antiguas familias de brujos piensan que no se debería permitir que las personas con padres muggles se conviertan en brujos y brujas. Creen que la magia debe reservarse sólo para los sangre pura. Malfoy es de esos, pero no te preocupes. La mayoría no lo son.
—¿En serio? —preguntó Hermione. Ella había visto a otros niños riéndose cuando Malfoy y sus secuaces la perseguían por el tren; al parecer mucha gente simplemente la odiaba por algo que ella no podía cambiar. Suspirando, Hermione agregó tristemente—: Supongo que los dos son… sangre pura, ¿cierto?
—Sí, pero eso no le importa a la gente buena —le aseguró Ron. Harry sonrió.
—Yo lo soy, pero la familia de mi mamá es totalmente muggle —dijo—. Su hermana, mi tía, también es muy chocante por eso. Detesta la magia y no quiere saber nada de mi mamá o de mí por eso. Descuida, todos somos diferentes y los profesores de Hogwarts no te van a juzgar por tu sangre. Sólo se fijarán en quien tú decidas ser.
—Eso espero —Hermione tragó saliva—. ¿Puedo preguntarles algo?
—Claro.
—¿Por qué me defendieron? No tenían por qué hacerlo —Y eso era lo que más le intrigaba.
—Claro que no teníamos que hacerlo —admitió Ron—, pero mi papá siempre dice que es lo que no tienes que hacer lo que demuestra quién eres realmente. Además, no te merecías eso. Nadie merece que le digan sangre sucia.
—Pero eso es lo que soy, ¿no es así? —Hermione no pudo evitar preguntar con un hilo de voz.
—Sí, tus padres son muggles —respondió Harry con el ceño ligeramente fruncido—, pero eso no significa que haya algo mal en ti. Llamar sangre sucia a alguien es de lo más grosero, pero Malfoy y los suyos son así.
Hermione irguió la cabeza con curiosidad—: Es la segunda vez que hablan como si estuviera en el otro bando de una guerra o algo así.
—Lo está —gruñó Ron. Pero antes de que Hermione pudiera preguntar a qué se refería, Harry continuó con la misma voz gentil.
—Has escuchado de Voldemort… perdón, quise decir Ya-sabes-quién, ¿correcto? —preguntó.
—Leí sobre él en El auge y la caída de las artes oscuras —indicó Hermione, pensando rápido. Había sentido tanta emoción al saber que era una bruja que había leído absolutamente todo lo que se le había puesto enfrente, y ahora que lo pensaba bien…—. Un momento, ahí también leí sobre alguien llamado Potter —recordó—. Creo que era James Potter. ¿Es algún pariente tuyo?
Harry se sonrojó ligeramente.
—Sí, es mi papá. Es un Auror.
—Cazador de brujos oscuros, ¿correcto? —preguntó Hermione para asegurarse de que no se equivocaba. ¡Tenía tanto que aprender!
—Sí. En fin, como ya has escuchado de Vol… —Harry sonrió tímidamente cuando Ron gruñó nervioso—, de Ya-sabes-quién, también sabes sobre la guerra, ¿cierto?
—Sí, pero no pensé que afectara a Hogwarts —dijo Hermione—. Es una escuela. No me digan que Malfoy y los otros dos son Mortífagos, ¿o sí?
—Como si lo fueran —farfulló Ron, y Harry asintió—. Sus padres definitivamente lo son.
—¿Y por qué no están en prisión? —preguntó Hermione. Había leído sobre las cosas horribles que hacían los Mortífagos, aunque tenía la sensación de que los autores de todos los libros que había leído en realidad no decían mucho. En el fondo, ella sabía que las cosas estaban mucho peor de lo que la gente quería admitir.
—Porque la prisión para brujos ya no existe —respondió Harry apesadumbrado—. Voldemort se apropió de Azkaban hace cinco años. Ya no hay donde poner a los Mortífagos, aún si hubiera suficientes Aurores para atraparlos… y no los hay.
