«Amor es dejarle ganar aunque pudieras destruirlo.»
—Charles M. Schulz.
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¿Quién es ella?
Eso es lo que había pensado el Santo de Piscis al ver por primera vez a la turca, Afrodita no era el tipo de hombre que se fija en cualquier mujer a su alcance, más bien se podría decir que era muy exigente en cuanto a féminas y compañeras se trataba, así como cerrado y precavido de acabar ilusionándose con quien al final no valdría la pena. Por eso incluso él mismo se sorprendió al descubrirse así mismo mirando insistentemente a esa chica de cabellos oscuros y buscándola con la mirada. De algún modo ella se las había arreglado para llamar poderosamente su atención de una forma que nada o casi nada solía hacerlo.
Aunque cualquiera esperaría que un hombre como Afrodita se hubiese sentido interesado en la peculiar belleza de Aysel o en su penetrante mirada celeste, por mucho que costase creerlo en realidad no fue eso lo que llamó su atención, sino que fue la expresión de Aysel lo que lo cautivó. Era una expresión indescifrable, saturada con cierto aire defensivo al tratar con alguien del sexo masculino.
Y eso le gustó, despertó su curiosidad..
Le gustó la presencia que la chica poseía que recordaba al calor y adrenalina del verano. Su manera de vestir grácil y a la vez fuerte, igual que ella. Que aparentaba que ella pretendía dar una buena portada.. Cuando en realidad no era así y en realidad ella trataba de hacerle caso omiso a las primeras impresiones que otros tenían de ella. El tono claro y fuerte de su voz que dejaban ver a una femenina despreocupada.
Esa complejidad en su carácter tan fuerte, esa impresión que ella daba permanentemente de que existía mucho más de lo que se veía a simple vista era algo atrayente, cautivador. Que consiguió hacer sonreír a alguien tan frío como Afrodita de Piscis.
No diría que ella no era como las demás porque decir algo así era sumamente ofensivo para las otras féminas. Simplemente se trataba de que en el aura de Aysel percibía algo especial, algo que la hacía destacar de entre su grupo de amigas, y Afrodita sentía la intensa necesidad de saber lo que era. De averiguar si esa impresión hipnótica que emanaba la mujer era genuina o simplemente una ilusión óptica para encajar en esta sociedad que sólo sabe etiquetar.
Aunque Afrodita no debería sentirse intimidado por eso, porque él también tiene cierta fama, a pesar de que es en su mayoría mala al ser a menudo referido como uno de los traidores que no debieron gozar del perdón y bondad de Athena, así como el caballero cuya belleza resplandece entre el cielo y la tierra deseado por un buen número de mujeres en el Santuario. Al punto de que cuando entra a una estancia es difícilmente evitable tener las miradas encima, algunos con temor, otros con repulsión, estos con admiración y aquellos con deseo.
Y llegó un momento en el que Afrodita fue incapaz de negar que le atraía Aysel, tomando como meta el que también la atención de esa imponente muchacha se fijase en él.
Puesto que Afrodita está acostumbrado a que la gente lo siga sin más como si hubiesen caído bajo una especie de hechizo, como si el letal perfume de sus rosas se les hubiese metido al cerebro creando una adicción y causando que tengan que seguir a la fuente en busca de más. Y en esos días ha estado ansiando que esa inolvidable chica también lo haga, no está seguro de si es sólo un capricho o interés en una persona que no lame el piso donde él pasa. Pero desea averiguarlo, desea averiguar si esto que parece existir entre él y la turca es algo que tiene futuro o es sólo pasajero.
—¿Y esto?—la de ojos aqua arqueó una ceja seguido de una media sonrisa recibiendo la rosa roja que le ofrecía el pisciano. Intrigada notó que le había quitado las espinas.
—Un pequeño presente para una dama fascinante como usted—le contestó con una pequeña sonrisa en sus brillosos labios rosas, incitante y atractivamente misteriosa.
La muchacha le devolvió la mirada mientras cruzaba los brazos en una postura suspicaz, lo escaneó con su mirada y su mueca entre pícara y defensiva se acentuó.
—A primera vista es un gesto encantador—increpó Aysel moviendo sus brazos para alzar la rosa hasta su rostro, rozando su pómulo con los tersos pétalos sin apartar la vista del Caballero de las rosas—. Pero ¿Qué debería interpretar a través de él?
—Puede interpretarlo como mera cortesía, o una manera de expresar el creciente interés que tengo en usted. La decisión es únicamente suya—Afrodita soltó de manera juguetona aquella insinuante frase, como el gato de Cheshire lanzándole un acertijo a la inocente y curiosa Alicia.
—¿Qué le hace pensar que voy a aceptar tan fácilmente dicho interés en mí? ¿Cómo siquiera sé si es sincero?
El tono que utiliza hace sonreír a Afrodita; pretende aparentar frialdad y desinterés, pero él siendo tan perspicaz como es puede notar que ella está tratando de disimular la gran curiosidad que esta conversación y su propia presencia está despertando en ella. Ha captado su interés con su trato tan directo, lo cual es mucho más que una buena señal para el de cabellos celestes.
—Nunca dije que creía que me aceptaría de inmediato—contestó de manera provocativa y astuta—. Sólo dije que estoy interesado en usted, señorita Aysel y que haré lo posible para que también se interese en mí.
—Me temo que tal vez no pueda manejarme, soy demasiado intensa—replicó la turca.
—¿Le gustaría apostar?—Afrodita contraatacó con esa pregunta retórica—. No puedo rendirme sin antes de intentarlo, y si efectivamente no se siente cómoda, sólo dígamelo y me detendré de inmediato.
En realidad eso último no era del todo mentira, pero tampoco era del todo verdad. Afrodita es una persona firme que sabe bien lo que quiere y cómo conseguirlo, además de que se aferra a ello con uñas y dientes. Pero como todo caballero y uno de los hombres más refinados de la Orden sabrá aceptar un no si la joven se lo dice. Le dolerá en el orgullo pero lo podrá sobrellevar.
El caballero de Piscis se da media vuelta con elegancia y se aleja zanjando el final de la extraña conversación, dejando a la morena con las palabras en la boca, la rosa en su mano y un gesto de absoluto asombro. Gesto que es imitado por las amigas de Aysel que espiaban la conversación desde lejos.
Aunque Aysel se giró de nuevo una vez se recuperó un poco de lo que acababa de pasar con el duodécimo guardián y frunció su ceño al ver a sus locas amigas ahí paradas—casi amontonadas— atrás y observándola con demasiada atención.
—¿Por qué me ven así, bola de entrometidas? ¿Cuánto tiempo llevaban escuchando?
—Lo suficiente, Ay. Lo suficiente—confesó Nallely con una sonrisa entre divertida y nerviosa, que luego terminó de hacerse totalmente pícara—. Podrías considerarte afortunada. Normalmente Afrodita no se fija en nadie, suele replegarse mucho en sí mismo y vive recluido en su casa—terminó comentando la chica de ojos mieles en un tono que le provocó desconfianza a Aysel.
—Hablas como si estuvieras dando por hecho que aceptaré sus sentimientos—replicó la turca.
—Nadie ha dado por hecho que aceptarás sus sentimientos, Ay—habló esta vez Johari acercándose—. Es sólo que todas estamos de acuerdo en que ha sido algo... Inesperado lo que acaba de pasar ¿O no lo fue para ti?
Ante eso la de ojos aqua sencillamente se quedó callada, porque nada de lo que Johari había dicho era mentira. Además de que tenía que admitir que no confiaba en Afrodita ni en las intenciones que este parecía tener con ella, ella desde muy corta edad tuvo la desgracia de conocer el lado oscuro de la población masculina. Esos que solamente buscan aumentar su ego tratando a las féminas como un juguete y luego tirándolas como si de una basura se tratase, sobre todo aquellos como Afrodita que sabían que poseían la suerte de haber sido tocados por la belleza. Sí, Flor, Johari y Rubí varias veces le habían dicho que no generalizara y alejara a todos los hombres por esas malas experiencias.
Pero Aysel pensaba que era algo que simplemente no podía evitar, cuando uno ha sido dañado por terceros el corazón se endurece aunque uno no quiera o simplemente no se de cuenta. Y a ella no se le podía pedir que sencillamente le diera una oportunidad al primer sujeto guapo que expresaba interés en ella—que cabe destacar ni siquiera estaba segura de si era genuino—, sencillamente cuando se trataba del sexo opuesto. Ella no era de ese tipo que salta sin pensar.
Los días pasaron luego de la peculiar "confesión" del pisciano hacia la de ondulados cabellos negros que más aparentaba ser el detonante de una especie de competencia entre Afrodita y Aysel. Mientras que Afrodita invertía todo el encanto natural que poseía y sus maneras caballerescas para atraer a la turca esta se resistía y se intentaba escudar debajo de sus propias dudas, recordándose que no estaba segura de lo que realmente el pisciano quería con ella y que no sabía que podría poseer Aysel que fuese lo bastante encantador como para que el Santo de Piscis hubiese puesto los ojos en ella, interesándose lo suficiente como para manifestarle su deseo de perseguirla—más aun siendo quien era y como era—.
Eso sí; aunque Aysel se negaba rotundamente a aceptarlo incluso para sus adentros. En el fondo se había sentido enternecida por el hecho de que Afrodita le hubiese dicho sin más que la encontraba atractiva, aparte de la dedicación que había mostrado desde entonces para captar su interés. Se negaba a aceptar que lo estaba logrando y que comenzaba a percibir sensaciones semejantes a la atracción romántica primeriza por Afrodita, sensaciones como lo eran comenzar a sonrojarse por los piropos encantadores, los gestos atentos y la galantería general que el de cabellos celestes desplegaba para con ella, como lo eran sonreír inconscientemente al recibir sus pequeños y sencillos obsequios, sensaciones como lo eran la incapacidad de preguntarse qué estaría haciendo Afrodita cuando estaba sola en su casa.
Aysel se negaba a reconocer que, poco a poco el hermoso hombre de ojos celestes se estaba haciendo un espacio en su corazón.
Y aunque no lo supiese, no era la única.
Porque en los días que se transformaban en semanas que a su vez se transformaban en meses, meses en los que habían durado con esa pequeña dinámica similar al juego del gato y el ratón. Para Afrodita fue difícil, pero no imposible confesar que en lugar de disminuir o aburrirse, su interés y atracción hacia Aysel se había incrementado al punto de sentir con ella una irremediable conexión que nunca antes había percibido con nadie más. Ni siquiera con Deathmask que era su mejor amigo o con la propia princesa Athena, que era la que lo perdonó por su traición sin ninguna clase de rencor y le dio una segunda oportunidad devolviéndolo a la vida.
Y es que Afrodita había descubierto una especie de vena masoquista que no sabía que poseía al no querer dejar de perseguir a la chica. Había comenzado confiado de que ella caería, pues siempre pensó que nadie se resistía ni se resistiría a su belleza y poder, empezó convencido de que ella acabaría haciendo lo mismo que toda esa legión de "admiradores" que existía detrás de él. ¡Vaya sorpresa! Que resultó no ser así, y tratándose de algo completamente nuevo era natural que su interés se acrecentara hasta acabar transformándose en una especie de entretenido y atractivo capricho.
Le gustaba que Aysel se alejase de sus coqueteos y le mandase esa mirada de entre suspicacia e interés, de lo contrario ya no sería divertido para él. Descubrió que le gustaban las mujeres que se detenían y se hacían las difíciles. Le gustaban las chicas malas como ella.
Sencillamente; Aysel le gustaba. Ya no cabía duda.
Y ya ansiaba el día en el que la hermosa turca cayese en sus brazos, ese día en el que pudiera decirle«Chica mala, ríndete».
¿Quién? ¿Quién ganaría este pequeño partido? Hay un dicho que dice "En el amor y en la guerra todo se vale" y eso con ellos dos era un hecho. Sin embargo; también olvidaron que en esa batalla del amor, simplemente la mayoría de las veces no existe un ganador definido.
Aysel perdió...
Afrodita también...
Más pronto de lo que hubiesen querido pero más tarde que cualquiera se descubrieron perdiéndose en la presencia contraria y hablándose al oído. Afrodita bajaba la cabeza y se concentraba completamente en la voz femenina de la de ojos aqua, olvidándose de todo lo demás y sin siquiera darse cuenta. De la misma manera que lo hacía Aysel, escuchando cada palabra salida de los labios sonrosados del Caballero de las rosas como si en ella se hallasen todas las respuestas del mundo, o todas las que necesitaba.
Ambos lo supieron, supieron que las cosas entre ellos habían cambiado. Supieron que esto ya no era un simple juego.
Y eventualmente; se olvidaron por completo de dicho juego. Dedicándose casi por completo a conocerse, a divertirse juntos descubriendo quién era realmente esa persona con la que habían entablado una química casi sobrenatural y difícil de ignorar. Nunca estando satisfechos porque sabían y sentían que aún, tanto Afrodita como Aysel tenían muchas facetas y veredas por explorar. Y ellos ansiaban conocer absolutamente todo.No, ninguno sabía lo que le estaba pasando. Se olvidaron de esa apuesta silenciosa que realizaron, se olvidaron de barreras, desconfianzas y de coquetería forzada. Pasando a ser completamente naturales, viéndose el uno al otro en todo su esplendor. Hasta que llegaron a darse cuenta de que ya era demasiado tarde, que ya toda resistencia había perdido cualquier sentido.
Lo que empezó siendo una competencia se volvió costumbre. Y todo eso pasó por confiarse, porque Aysel era tan orgullosa y confiada como Afrodita. Creyó que al tener una idea lo que planeaba eso haría más fácil deshacerse de él y evitar caer en su telaraña, se unió a ese juego porque pensaba que iba a ganar. Y por desgracia para ella, las cosas nunca son así de sencillas.
Lo que empezó como un juego, terminó con dos personas furiosamente enamoradas.
Descubrir esto los confundió—y para qué negarlo, los asustó— como pocas cosas han logrado hacerlo en sus cortas vidas. Ambos lo supieron al observar los ojos del otro, Aysel observó la auténtica consternación en los límpidos ojos azules del sueco, y este percibió en la mirada de la turca el mismo sentimiento bañado con un toque de un sentimiento tan odioso.. El miedo.
Miedo por lo que estaba sintiendo, miedo porque en esa trampa en la que los dos habían caído gracias a sus propios sentimientos no existía ni la más mínima grieta por la cual pudiesen escapar. Lo supieron desde el primer día, no había marcha atrás. Y por primera vez, se detenían para exteriorizar frente al contrario toda su inseguridad. ¿Qué iban a hacer? Jamás imaginaron que esto llegaría tan lejos, que los marcaría por dentro de esta manera, por una vez, se vieron sin saber cómo actuar y parados uno frente al otro. Se sonrieron.
—Lo he decidido—sentenció la fémina con el azúcar en los labios—. Te daré una oportunidad, terminaste por cautivarme.
Una sonrisa traviesa se le escapó al de cabellos celestes:—¿Lo ves, querida? Yo siempre ganó—se jactó y en lugar de molestarse, Aysel se rió.
—No lo creo, soy yo la que ha ganado. Porque también te atrapé a ti.
—Tienes razón—contestó el sueco—. Podríamos considerarnos ambos ganadores.
—Esa idea me gusta, querido caballero.
Mientras hablaban habían comenzado a acercarse el uno al otro, como si se moviesen sobre ruedas y sin apartar la mirada con sus sonrisas. Hasta que el pisciano sintió el calor que desprendía el cuerpo vivo de la fémina, rodeó la cintura de la fémina con sus brazos tonificados y en respuesta, Aysel envolvió los suyos propios en el cuello de Afrodita.
—Mi querida chica mala ¿Al fin te rindes?
—Me rindo—confesó la muchacha de rostro cobrizo con una gran sonrisa— ¿Tú te rindes?
—También me rindo.
Ya sin más cosas para decir sus rostros se terminaron de acercar y sus labios se unieron; jugando felices, juguetones y dulces.
Desde ese momento en el que la vio, destacando entre todas las personas con su presencia caliente y mágnetica supo que no podía dejarla escapar. Que si lo hacía se arrepentiríapara el resto de su vida.
Esa chica veraniega que lo cautivó y le enseñó a probar el elixir del amor. A la que le agradecía por haber sido tan buena contrincante.
