DE LO QUE VINO DESPUÉS
Cuando se conocieron no sabían que estaban iniciando una historia de amor que los marcaría por el resto de sus vidas. Comenzó como un romance juvenil, en la flor de su adolescencia, y terminaron la escuela secundaria estando todavía juntos. Eran conscientes de que la prueba a fuego comenzaba entonces, cuando sus personalidades se definieran y sus vidas buscaran su propio camino.
Arthur todavía tenía la meta, quizás algo ingenua, de hacer música de manera profesional con su banda, aunque su madre insistiera en que eso no era un plan de vida confiable. Llegaron al acuerdo de que él no abandonaría la música y que sería su prioridad, siempre y cuando cumpliera anotándose en la universidad y asistiendo a clases. Dado que la literatura era otro gran interés para él, acabó siguiendo esa área de estudio. Por su parte, Francis no tenía firmes convicciones acerca de lo que quería para su futuro. De lo que sí estaba seguro era que estaría lleno de nuevas experiencias y rodeado de belleza. Se dedicaría en cuerpo y alma al arte, sólo le faltaba descubrir qué rama de ella lo apasionaba. Creyó descubrirlo cuando Arthur compartió con él un tema que había estado hablando con su banda. Todos, a excepción de la baterista que oficialmente se había despedido de ellos, tenían el deseo de viajar a los Estados Unidos. La primera opción de Arthur había sido Inglaterra, pero sus otras dos amigas, Amelia y Suzanne, habían preferido Norteamérica como destino en dónde probar suerte y conseguir el éxito. También incluyeron en sus planes a Marie, quien no estaba en la banda con ellos pero siempre había sido una fiel amiga, y ninguno quería excluirla.
La idea fue como una revelación para Francis, hacía cierto tiempo que tenía ganas de dejar Francia y recorrer el mundo, al escuchar que irían a Nueva York acudieron a su mente las imágenes de los grandes teatros de Broadway, los artistas que se encontraban dando lo mejor de sí en cada esquina y las enormes marquesinas que anunciaban los espectáculos de la noche. En ese momento supo que tenía que ser actor, uno que pusiera su alma frente al público encima de un escenario.
Sus planes estaban en sintonía, el único problema eran los gastos. Debían reunir lo suficiente para los pasajes y para poder sobrevivir en una ciudad como Nueva York hasta conseguir trabajo, lo cual no era nada barato ni sencillo de lograr. Dado que sus familias no podían cubrir estos gastos (en el caso de la madre de Arthur, no quería), los cinco acordaron aprovechar todo el año siguiente trabajando para reunir el dinero necesario. La banda se enfocaría en ensayar y conseguir tocar en cuantos lugares pudiera, colaborarían con diversos bateristas hasta conseguir un miembro fijo en Estados Unidos. Marie los apoyaría en lo que pudiera, Arthur cumpliría con el acuerdo que hizo con su madre, Francis tampoco perdería el tiempo y tomaría clases de actuación y participaría en todas las obras de principiantes que pudiera. Durante ese año todo marchó sobre ruedas, nadie se desanimó ni perdió de vista el objetivo. Cada cual mejoró en sus aficiones, Arthur incluso llegó a tomarle gusto a la vida académica y a la carrera que abandonaría cuando se marchara. Odiaba admitirlo, pero sentía cierto cariño por la idea de dar clases en una gran universidad como hacía su madre.
En uno de los espectáculos de los que llegó a participar con su banda conocieron a otro grupo, mucho más popular y experimentado que ellos, se hicieron buenos amigos y quedaron en volver a encontrarse en Nueva York en los meses siguientes para presentarles a diversos contactos que los ayudarían con su carrera musical. Su vida podía haber seguido ese camino junto a Suzanne y Amelia, pero en cambio todo fue estropeado por una estúpida pelea en un bar. No fue con ninguna de las personas con las que solía reunirse, de modo que nadie supo con exactitud cómo se desarrolló la pelea, solamente lo vieron regresar con la mano derecha rota y sus sueños aniquilados.
Los médicos le dijeron que le llevaría tiempo recuperarse por completo, estaría meses sin poder tocar. Él mismo descartó los planes del viaje, estaba decidido a quedarse en Francia y continuar con sus estudios universitarios. No importó lo mucho que sus amigas y su novio le insistieran diciéndole que podría recuperarse en Nueva York y conocer la ciudad y el ambiente musical con ellos hasta que estuviera listo, Arthur estaba convencido en quedarse. Fue evidente que él sería el único en hacerlo cuando Francis le preguntó:
—¿No me acompañarás?
Con esa sola pregunta dejaba en claro que iría de todos modos y no cancelaría sus planes simplemente porque su novio lo hubiera hecho.
Siguió firme en su decisión pero tampoco le pidió que se quedara. Tendrían una relación a larga distancia, fue un acuerdo mutuo y cordial. Muy por el contrario, la relación con Amelia y Suzanne terminó y fue en los peores términos posibles. Tener que conseguir dos miembros en lugar de uno no era tan duro como sentirse traicionadas por su amigo con quien habían planeado un futuro juntos. Distinto fue el caso de Marie, que al enterarse de que Arthur no iría ella también optó por quedarse. Resultó que verdaderamente ella no tenía ningún deseo de viajar, si lo hacía o no los planes profesionales del grupo no se verían alterados.
La pareja se despidió en el prado que tantas veces habían visitado, antes de que sus vidas tomaran caminos distintos por primera vez desde que se conocían.
Francis tomó más clases de actuación en Nueva York y fue maravillado por los círculos artísticos que abundaban. Teniendo en cuenta las pocas personas que conocían en esa ciudad, no resultó inesperado que su vínculo con las dos chicas se volviera más estrecho. Compartieron un lugar donde vivir y ganas de triunfar en lo que amaban. En un año conocieron una vida a la que sintieron que podían acostumbrarse.
Visitó a Arthur un total de tres veces, cuando el dinero era suficiente y los tiempos, justos. Tras cada viaje lo encontró más y más enfocado en sus estudios, la motivación era evidente en las horas que pasaba leyendo o hablando de libros. No le había costado manejarse con su mano dañada, a los textos podía seguir leyéndolos, a la hora de escribir un ensayo se las ingeniaba dictándole a la computadora mediante un micrófono, y en los exámenes los profesores procuraban evaluarlo de manera oral. Lo encontró inusualmente contento con su situación. Con el paso de los meses recuperó el contacto con sus dos amigas y entonces ya no estuvieron tan enemistados. Durante ese último tiempo se había encontrado sintiéndose más cercano que nunca con Marie, incluso llegó a presentársela a uno de los amigos de Francis. Gilbert siempre había tenido problemas en el amor, después de que su novia lo dejara se sintió tan solo como Marie lo estaba en ese momento. Probaron ser una buena combinación de personalidades. Para las fiestas de fin de año los otros tres volvieron de Nueva York y se reunieron tanto con sus familias como con sus amigos. Todo aparentaba ser como en los viejos tiempos.
La mano de Arthur estaba prácticamente sana y tocar con ella no hubiera implicado ningún riesgo. Suzanne y Amelia lo sabían, por eso había vuelto a Francia con una propuesta para él: no habían conseguido a nadie para reemplazarlo y no deseaban hacerlo si él estaba dispuesto a irse con ellas cuando regresaran a Norteamérica. Por supuesto que Francis también había estado detrás de esta invitación, no había nada que deseara más que vivir en la misma ciudad que su novio y compartir esa maravillosa vida con él. Su sorpresa fue masiva cuando los rechazó. No tenía intención de volver a la música ni de abandonar sus estudios, su amor por la literatura ya no era un retoño como meses atrás Francis lo vio, ahora había florecido maravillosamente. Si simplemente creía que no se iba a unir a ellos estaba equivocado, lo cierto era que Arthur tenía planes de seguir con sus estudios en Inglaterra, donde pudiera especializarse en literatura inglesa.
—No quieres venir con nosotros a Nueva York, ¿pero estás dispuesto a irte a Londres por la universidad? —había preguntado Francis, más indignado que las dos chicas. Comprendieron que la música ya no fuera su prioridad o pasión, pero su novio no podía terminar de creer que rechazara la oportunidad de estar con él y hacer lo que creyó que amaba.
—Nunca te pedí que dejaras de hacer lo que querías para quedarte conmigo, tú tampoco deberías hacérmelo a mí. Ni siquiera sabías qué era lo que querías hasta que te propuse que viajáramos juntos.
Todo fue en picada a partir de entonces, cada uno tenía sus planes y estos no cuadraban con los del otro. Al terminar de discutir y dar por finalizada su relación, ninguno de los dos siquiera propuso volver a aquel lugar en el que juraron nunca olvidarse del otro.
Francis continuó con sus clases de teatro en Nueva York, colaboró en numerosas obras de manera gratuita y más tarde en otras que sí pagaban, aunque comenzó con papeles secundarios. El rol protagónico vino cuando interpretó a un personaje francés, amaron tanto su rostro como su actuación. Para otros papeles el caso fue contrario, tuvo que aprender a disimular su acento y a competir con otro sinfín de caras bonitas, ahí fue cuando la técnica y la gama de personajes que era capaz de interpretar salieron a relucir. Se abrió camino en el ambiente gracias a ello y a diversas personas con las que se fue cruzando, logró hacerse conocido no sólo por la excelencia de su trabajo sino también por sus tórridos y apasionados romances con otras figuras conocidas. Sus relaciones parecían no tener un punto intermedio, eran breves encuentros de una noche o dos, o se convertían en noviazgos tan desenfrenados e intensos que le hacían perder la cabeza. Lo único que tenían en común era que siempre terminaban. Hacía tiempo que ya no frecuentaba a Suzanne y Amelia, ahora residían en California, salían juntas y aparentemente habían conseguido un contrato con una pequeña disquera.
Le fueron ofrecidos papeles para la televisión y el cine, pero Francis los rechazó todos, lo suyo era el teatro. Se embarcó en una importante obra que sería llevada a diferentes ciudades, no sólo de Norteamérica sino también de Europa, incluyendo Londres. Sabía muy bien lo que implicaba, tendría la oportunidad de reencontrarse con Arthur después de tres años de haber terminado. Claro que se habían vuelto a ver durante ese período, como las veces en que Francis viajaba para ver a su padre, hermana y amigos, y coincidía con las visitas de Arthur a su propio hogar. La primera vez se encontraron por accidente, lograron hacer las paces y amigarse nuevamente. A partir de entonces, por un acuerdo implícito, cada vez que viajaba siempre procuraba avisarle para saber si estaba y así poder reunirse, incluso si era sólo por una noche. Ambos dejaban en claro que eso no significaba que estuvieran volviendo a estar juntos. Más de una vez las cosas terminaron mal, aunque siempre había una próxima.
Esa vez estuvieron en la misma ciudad por un tiempo más prolongado y Arthur lo recibió al igual que siempre. Le quedaba poco para finalizar sus estudios, ya tenía experiencia impartiendo clases particulares a niños de diferentes edades y había conseguido adaptarse a Londres como el inglés de sangre que era. El tiempo que Arthur no le dedicó al trabajo y al estudio, y Francis a los ensayos y al escenario, lo pasaron juntos como hacía tiempo no ocurría, como si su relación hubiera vuelto a su curso natural. A pesar de que hubiera conocido a diferentes personas, él tampoco había tenido una relación seria y estable. Arthur ya no lucía como el mismo de antes, a través de los años había notado el cambio de forma paulatina. Del adolescente que conoció la primera vez sólo quedaban las marcas de tinta en su piel. Ambos habían crecido y había cosas que todavía les quedaba por descubrir del otro, esta vez Francis esperaba poder llevárselo consigo para poder hacerlo.
No era el único con esas intenciones.
El padre de Arthur, a quien no veía desde la infancia, se apareció en la puerta de su casa. A pesar del rencor que su hijo le tuviera, las preguntas sin respuesta ganaban en número. Aquel hombre lucía como un verdadero caballero inglés y su personalidad tenía todo el carisma que a Arthur le faltaba. Era, en pocas palabras, alguien difícil de odiar para él, todo esto sin mencionar el amor por la literatura que ambos albergaban. Trabajaba para un periódico conocido, después de haber recuperado la confianza de su hijo le aseguró que podría conseguir un lugar para él dentro de la editorial en Londres. Tenía frente a sí la propuesta de su padre y la de Francis, quien quería que lo acompañara durante el resto de su gira después de que terminara sus estudios. ¿Y luego qué? Arthur no quería ser su sombra en los Estados Unidos y seguirlo detrás de cada proyecto que se le ocurriera comenzar. En lugar de aceptar, le pidió que esperara por él, no estaría en Inglaterra por siempre. Le daría una oportunidad a la propuesta de su padre, pero cuando acabara con ello quería asegurarse de que Francis estaría ahí para él. Cada uno tenía su postura y ambas eran inflexibles.
—¿Y cuándo piensas acabar? No puedo esperarte por siempre —había dicho Francis—. No puedes pedirme eso. He pasado años con la esperanza de que pudiéramos volver a estar juntos y eso estropeó todas mis otras relaciones, ya no puedo seguir así.
—Y yo no puedo dejar toda mi vida para seguirte en tus caprichos.
Los viejos conflictos todavía seguían ahí, sus vidas aún estaban buscando camino.
—A veces creo que estás celoso porque tomé un sueño que para ti no era más que una fantasía y lo hice realidad para mí.
—Ese nunca fue tu sueño, sólo te gusta el estilo de vida que viene con él.
—Hasta el día de hoy no estoy seguro de si te lastimaste la mano como autosabotaje porque tenías miedo, o si en verdad jamás quisiste nada esto.
Algo era seguro, ninguno iba a abandonar lo que tenía ni sus posibilidades futuras por el otro. Hicieron su mejor intento por ser maduros y terminar en buenos términos, esta vez de manera definitiva.
Arthur se acostumbró a su padre y terminó su carrera, poco tiempo antes de la graduación dejó de oír de él. Trató de contactarlo reiteradas veces, al presentarse en su casa él ya no estaba. Cuando por fin contestó sus llamadas le confesó que había dejado la ciudad. Tenía problemas de dinero con las personas equivocadas y debía ocultarse hasta que dejaran de buscarlo. Le pidió a su hijo que le enviara una suma para salir del apuro y le dijo que le conseguiría el trabajo del que le había contado. Antes de poder pasarle sus contactos y darle más detalles, Arthur le cortó la llamada.
Regresó a Francia ya recibido, dio clases particulares como había estado haciendo hasta entonces, eventualmente consiguió un puesto en una escuela en la que enseñaban en inglés exclusivamente. A partir de entonces se le abrieron puertas para trabajar en otros colegios, posteriormente logró obtener un cargo menor en la universidad en que había iniciado sus estudios. Para entonces vivía en un modesto departamento cerca de la casa donde creció, ahora sólo la habitaban su madre y sus dos hermanos menores. Los visitaba con frecuencia, también se veía con Marie, que actualmente estaba en una relación con un chico de Cuba. Retomó también contacto con la familia de Francis, comía en la casa de su papá de vez en cuando, como muchas otras veces en el pasado, y se ponían al día con la vida de cada uno. En ocasiones se les unía Monique, cuando se tomaba un descanso de la orquesta en la que tocaba y de las clases de música que daba.
Arthur se dio cuenta de que había extrañado la vida en Francia, por mucho que se hubiera acostumbrado a salir con un paraguas en mano y estuviera cómodo con el bullicio de Londres, disfrutaba más todavía de la calidez del sol por las mañanas de camino al trabajo y el suave murmullo de un pueblo pequeño cuando regresaba a casa.
Casi sin percatarse de ello, surgió un amor improbable. En una escuela primaria en la enseñaba, Feliciano, uno de sus colegas, se le había acercado una mañana a preguntarle por el libro que estaba leyendo. Era uno de poesía.
—Es Emily Dickinson, me trae buenos recuerdos leerla.
Su respuesta habilitó a que Feliciano comenzara a hablarle y nunca más terminase. Le contó acerca de sus propios recuerdos agradables, qué le gustaba y cosas positivas en general, algo que Arthur nunca le había preguntado. Lo dejó hablar, más adelante y ya entrado en confianza, comenzó a hacerlo callar pero Feliciano rara vez obedecía. Aunque quizás fuera porque se sentía solo al principio, lo cierto era que cada vez disfrutó más de su compañía. Por muy distintos que fueran, le costaba imaginarse su rutina sin que Feliciano estuviera involucrado en ella. Cuando empezaron a verse fuera del ámbito laboral supo sin lugar a dudas que lo suyo era algo más.
Después de haber terminado su relación con Arthur, Francis había vuelto a los Estados Unidos, esta vez acompañado de Gilbert. También se había separado de su novia recientemente y estaba perdido, juntos esperaban poder ayudarse y reconectar esa amistad que se había visto afectada por la distancia. Le mostró lo que él mismo conocía de ese enorme país que nunca antes había visitado y recorrieron ciudades nuevas. Francis estaba perdiendo la motivación por su trabajo, el estar con su amigo lo entretenía lo suficiente como para no sentirse por completo cansado. El tiempo que pasaban juntos le hizo descubrir a Gilbert lo que los demás veían en Francis, así comprendió que a él también le gustaban los hombres. Lo que compartieron no fue más que una amistad con un poco de experimentación por su parte, algo que ambos disfrutaron enormemente. Las cosas cambiaron cuando encontró a alguien que sí despertaba sentimientos románticos en él. Roderich había sido novio de Elizabeta años atrás y lo había detestado por ello, pero ahora era él quien le atraía. El amor improbable no se limitaba a Arthur. Ya sin su amigo que lo distrajera, Francis tuvo que enfrentar la crisis que se desarrollaba en su interior.
Monique estaba de visita en su casa y ambos bebían vino, no tardaron mucho en tener una de sus charlas profundas. Su hermana también tenía sus propios dilemas, al igual que él, no estaba tan segura de que quisiera seguir con su empleo actual. Siempre había ansiado formar parte de una ópera pero últimamente había descubierto una nueva pasión. Todo comenzó cuando tuvo la edad suficiente para ingresar legalmente a un casino, una vez que probó los juegos, el azar y las probabilidades se apoderaron de ella. Hubiera sido un serio problema si jugaba, perdía plata y se veía incapaz de detenerse. Con Monique era distinto, ella era sumamente buena en ello y no lo decía por vanidad, sino que era un hecho innegable. Ni siquiera le importaba el dinero, lo suyo era la adrenalina y el desafío. Tan así que la propia dueña del establecimiento había notado que alguien ganaba demasiadas veces como para no ser sospechoso. Al comprobar que no había ningún tipo de trampa, sino astucia e ingenio, le ofreció que trabajara para ella. Desde entonces Monique se dividía entre la música y el casino, aunque nunca le había contado de esto último a su padre. Le habían ofrecido que se dedicara a tiempo completo al casino y ella quería hacerlo, si bien sabía que era una apuesta arriesgada y todo lo que conocía de él era por su propia experiencia sin ningún documento que la avalara.
—¿Y tú confías en esta apuesta?
—Absolutamente.
En su interior ella ya había tomado la decisión antes de contárselo a su hermano, todo lo que necesitaba era ese pequeño empujón.
Mientras Francis vigilaba la comida en la cocina, su cabello en una prolija coleta y sus manos cubiertas por sus guantes violetas que hacía años tenía, se preguntó por qué no podía tener él tan claro lo que quería del mismo modo que Monique. Si Dios le hubiera dado a elegir algo para hacer por el resto de sus días, probablemente hubiera elegido degustar las mejores comidas del mundo. Entonces meneó la cabeza, pues en algún punto se cansaría de comer, pero no de la comida en sí.
Francis tuvo otra de sus revelaciones.
Esa misma noche, ambos hermanos juraron que perseguirían lo que de verdad querían. Ella había amado la música y él la actuación, seguramente siempre le tendrían cariño. No significaba que hubieran hecho malas elecciones, ellos habían cambiado y esas etapas habían llegado a su fin, lo que ahora deseaban era distinto. Monique iba a aceptar el trabajo en el casino y estudiaría negocios para que los conocimientos profesionales la respaldaran; si bien Francis sabía cocinar mejor que muchos, él también volvería a estudiar para volverse un experto.
El teatro se volvió un modo de sobrevivir, la verdadera pasión ahora estaba en la cocina, su nuevo arte que en realidad siempre había estado ahí. Su vida tomó un giro igual de importante cuando conoció a Sadik. Trabajaron juntos en una obra y la química fue inmediata. Sus energías estaban en sintonía y parecía que el mismo fuego corría por sus venas, para todos los que los conocían se volvieron inseparables. Su relación fue una que tuvo más peso y mayor seriedad que las que había experimentado en sus primeros años en ese país, lo amó con intensidad y en un rapto de impulsividad contrajeron matrimonio. Vivieron juntos y sin problemas por un año y medio, hasta que su esposo quiso finalizarlo todo cuando la chispa que los avivaba a los dos se extinguió por completo. Francis no pudo no sentirse abatido, aun así lo tomó como una señal de que tenía que seguir con el objetivo que se había impuesto y renunció al teatro de una vez por todas. Pasó por un par de trabajos mediocres que poco lugar dejaban a la creatividad que él quería traer a la cocina. Por lo único por lo que se lo conocía era por su trabajo como actor, como chef no tenía ningún tipo de experiencia concreta y esa era la mayor dificultad. Se sintió salvado cuando desde Francia le llegaron noticias de su amigo Antonio. Él todavía era cercano a Renée, el restaurante de su familia volvería a abrir y necesitaban a alguien en la cocina. Antonio intercedió por su amigo, dado que estaban en apuros y ya conocían a Francis, confiaron en ellos y aceptaron tomarlo. Había llegado la hora de volver a su querida Francia.
Las noticias de que volvería de manera definitiva llegaron hasta Arthur. Todavía estaba con Feliciano, el amor que sentía por él era honesto, pero en su mente Francis había sido ese primer amor del que se arrepentía haber dejado ir, a pesar de que sus razones para terminar hubieran sido justas. Últimamente se había dado cuenta de que Feliciano no podía ser un amor de consuelo, lo que tenía con él no era lo que en realidad deseaba para su futuro. A pesar de esto, le daba miedo siquiera imaginarse terminar su relación con él, por fin se sentía cómodo con alguien que encima lo quería de esa manera, perder la estabilidad que había conseguido a su lado era demasiado. Sin embargo, estaba claro que lo amaba más de lo que Arthur lo hacía. Resolvió que intentaría recuperar a Francis y, ya fuera que lo aceptara o no, terminar con su novio actual era lo correcto. No le diría que había cortado con Feliciano para estar con él, lo conocía y no quería lo aceptara simplemente para impedir que estuviera con alguien más. Esta vez tenían todo a su favor y no veía razón para que las cosas salieran mal.
Al regresar a casa esa tarde Feliciano lo sorprendió con una propuesta de matrimonio.
El padre de Francis lo había invitado a cenar a su casa para darle la bienvenida a su hijo, acudieron todos los amigos cercanos que tenía allí y sus nuevos empleadores, fue una noche de reencuentros. Después del postre y antes de que todos empezaran a marcharse, Arthur llamó a Francis afuera. Tenía algo que hablar con él seriamente, lo cual no pareció sorprenderle demasiado. Antes le pidió que fueran hasta el prado, una tarde con su padre habían encontrado la vieja bicicleta de Francis guardada en el galpón y todavía funcionaba. La última vez que recordaba verlo montado en ella fue cuando se despidieron antes de que partiera a Nueva York. Arthur usó la bicicleta de su papá y Francis volvió al vehículo oxidado con el que había comenzado todo.
No recuerdo haber estado editando un texto tanto tiempo como me pasó con esta historia, mientras iba avanzando y releyendo se me ocurrían más cosas para añadir y modificar. Ahora creo que por fin está lista y estoy satisfecha con el final.
Esto es solamente el principio, en el próximo capítulo empieza "la historia de verdad".
Como la historia tiene origen en Francia usé nombres franceses con estos personajes en particular: Suzanne es Seychelles, Marie es Nyo!Canada y Monique es Mónaco. Amelia es Nyo!EEUU, con ella ya no daba usar un nombre francés.
