LA BICICLETA EQUIVOCADA

Francis no se enteró por los ruidos metálicos provenientes del costado del colegio, ni por el alboroto causado por los estudiantes que se acoplaron allí, ni por el video que Elizabeta había subido a Instagram. Fue mucho más sencillo que eso, fue gracias a Monique que vio todo por la ventana del pasillo y corrió a avisarle. Cuando llegó a la escena del hecho, tras abrirse paso entre el tumulto, lo vio a ese vándalo, sin uniforme y que probablemente tendría dieciséis años como él. Estaba atacando su preciada bicicleta con un martillo. No consideró la posibilidad de ser agredido de la misma forma, ni tampoco pensó en su mano que se había quemado hacía unos días y continuaba doliéndole. Simplemente actuó y lo apartó de un empujón.

—¿Qué te piensas que haces? —le gritó al atacante. El mismo cambió su expresión de enfado por una llena de petulancia.

Se sacudió la chaqueta negra con la mano que no sostenía el martillo e hizo seña a la bicicleta con un gesto con la cabeza.

—¿Es tuya? —preguntó.

—¡Sí, y me la acabas de hacer mierda! —chilló Francis, inspeccionando el daño. El asiento y la cadena estaban fuera de lugar, ambas ruedas habían sido pinchadas y una de ellas se encontraba desprendida y abollada.

—Entonces tú has de ser Antonio Carriedo —dijo el vándalo—. Estamos a mano ahora.

—¡Yo no soy Antonio! —exclamó con indignación mientras lo fulminaba con la mirada.

—Pero… —En un instante se había helado—. Dijiste que esta es tu bicicleta y Antonio tiene una bicicleta amarilla. ¿Quién más tendría una así?

—¡Yo! La compramos en el mismo lugar, imbécil.

Para entonces los demás alumnos de la escuela habían estallado en carcajadas, otros tantos los incentivaban a iniciar una pelea.

—Deberías haberlo pensado antes de comprar algo tan ridículo.

A pesar de sus palabras, en su rostro había un deje de vergüenza, pudo ver claramente que no tenía intención de llevar esto mucho más lejos. Francis se fijó en la bicicleta una vez más antes de volver su atención al chico. Soltó un suspiro.

—Me pagarás por ella.

—Bien, te la pagaré —acordó. Cuando estaba a punto de darse la vuelta para marcharse, Francis lo agarró del hombro y lo detuvo.

—Me refería a ahora mismo.

Sus compañeros se habían empezado a esparcir, alguien había alertado a una profesora de lo acontecido. El vándalo echó una mirada a su alrededor antes de lanzarse a correr. Francis tardó un segundo en reaccionar antes de seguirlo a toda velocidad, se había ido tan rápido que hasta olvidó su martillo en la "escena del crimen". Lo persiguió por uno de los lados de la escuela que daban contra el patio de gimnasia, a esa hora estaba desierto y pudo ver sin dificultad cómo trepaba el muro para escaparse. Supuso que por allí mismo era por donde había entrado.

Apenas había alcanzado a sujetarse con las manos de la parte superior, cuando Francis apretó el paso y saltó sobre él. Lo agarró por las piernas y lo derribó contra el piso, poniendo todo su peso sobre el vándalo.

—¡Ni pienses que vas a escaparte! —exclamó mientras luchaba por sujetarle los brazos. El otro quería empujarlo con las piernas pero era inútil. Finalmente dejó de oponer resistencia.

—¡Ya está, suéltame! —gritó—. No voy a ir a ningún lado.

Francis permaneció encima suyo un momento más mirándolo con desconfianza. Al notar que permanecía quieto soltó un poco el agarre, todavía sin dejarlo del todo libre.

—No te dejaré ir sin que me hayas pagado —sentenció con firmeza.

El otro suspiró como si estuviera exasperado y se recostó en el césped vencido.

—No llevo dinero conmigo ahora mismo —le dijo encogiéndose de hombros—. Mira, te pagaré, pero no puedo dejar que me encuentren aquí.

Francis lo mantuvo sujeto.

—¿Sugieres que te deje ir así nomás?

—Volveré cuando terminen las clases.

—¡Ja! Seguro que lo harás.

El chico gruñó y rodó los ojos.

—No fue mi intención, creía que era de Antonio.

—Te creo y te dejaré ir —dijo Francis. Dicho esto se puso de pie lentamente y se sacudió la ropa con cuidado. El otro alzó sus gruesas cejas con sorpresa antes de imitarlo—. Si dejas tu celular conmigo. Es la única forma en la que puedo confiar.

—No puedes estar hablando en serio.

Pronto alguna autoridad aparecería y él ni siquiera iba a ese colegio, ni tenía un uniforme con el cual pasar inadvertido. Soltó una maldición y extrajo el teléfono de sus jeans rotos, a regañadientes se lo entregó a Francis. Antes de que pudiera tomarlo, lo apartó.

—Tiene contraseña, así que no intentes nada. Te veré en la entrada al final de las clases. Procura traer también mi martillo.

Después de dejarle el celular se marchó trepando el muro. Francis observó el objeto con funda verde y se lo guardó en el bolsillo.

Tras la última hora de clase, Francis interrogó a Antonio al respecto.

—Vaya, lamento lo de tu bicicleta.

—Sí, pero se suponía que sería la tuya. ¿Por qué alguien querría hacerte eso?

—La verdad no sabía que tenía enemigos.

—Era un vándalo de nuestra edad. De pelo rubio y verde, no tenía uniforme así que venía de otra escuela, con cejas enormes y pinta de hacerse el rudo.

Antonio soltó una risa y sacudió la cabeza.

—Lo siento, no conozco a nadie así —se disculpó—. Te llevaría a casa hoy, pero mis primos acaban de llegar de visita y debo volver temprano.

Estuvo tentado a pedirle que fueran juntos a encontrarse con él a la salida, pero si en realidad ese chico tenía algo contra Antonio no podía permitir que lo tuviera cerca.

Por alguna razón había esperado que llegara antes que él. No fue así. No sólo llegó más tarde, sino que Francis tuvo que esperar tanto que la escuela ya estaba casi vacía. Tenía su martillo en la mochila y el teléfono en la mano, se sintió tentado en revisar su interior pero era cierto que tenía contraseña. No valía la pena arriesgarse en descifrarla, podía acabar bloquéandolo y ya no habría forma de ocultar lo que hizo. A lo lejos lo vio caminando en dirección a la entrada. Puede que viniera de su propio colegio, sin embargo no llevaba mochila ni nada parecido. Quizás había faltado a clase exclusivamente para ir a destruir la bicicleta de Antonio. No le preguntó nada al respecto.

Lo primero que hizo fue extender la mano, esperando recibir su celular.

—¿Cómo te llamas? —preguntó sin dárselo todavía.

—Arthur. ¿Me lo devuelves ahora?

—Muy bien, Arthur. Soy Francis —se presentó antes de entregarle el teléfono y el martillo. Tras guardar todo, Arthur le extendió unos billetes doblados. Francis los contó sin mucho esfuerzo—. Esto no es suficiente para una nueva bicicleta.

Arthur se metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros, sus ojos se posaron sobre el objeto que él mismo había roto.

—Yo podría arreglarlo.

—Prefiero el dinero —dijo Francis, cruzándose de brazos.

—No lo tengo, no puedo pagarte por una nueva ni por el arreglo. Pero tengo las herramientas necesarias, si la llevo a mi casa puedo dejarla como estaba.

—No te confiaré mi bicicleta después de lo que hiciste.

—Es la única solución que puedo ofrecerte. La tomas o la dejas.

Francis soltó un gruñido y dio una patadita al suelo.

—Ugh, bien. Pero lo harás en mi casa, frente a mis ojos. Empezarás mañana, hoy no tengo tiempo para esto.

Arthur se encontró sin otra alternativa más que aceptar. Intercambiaron números para mantenerse en contacto, Francis procuró asegurarse de que fuera su teléfono de verdad y no se tratara de una trampa.

—Tal vez también tendría que pedirte tu dirección para que no vuelvas a escaparte.

—No seas tan paranoico —suspiró Arthur—. No era mi intención que tú fueras mi víctima.

—Si sabías que no te alcanzaba el dinero para pagarla, ¿por qué te molestaste en darme esto antes?

—No es para la bicicleta, torpe, sino para que puedas pagarte un coche o algo para regresar a tu casa.

Aunque no lo dijo en voz alta, Francis admitió que lo había pensado muy bien. A fin de cuentas no tendría que cargar con todo ese metal.

Pidió un auto y le comunicaron que tardaría unos veinte minutos en llegar, así que le pidió a Arthur que aguardara con él.

—¿Para qué me quieres acá?

—Si voy a aburrirme por veinte minutos al menos no quiero estar solo.

Arthur lo ayudó a juntar las partes sueltas de la bicicleta que había arrastrado hasta allí y las acomodaron en la acera para poder sentarse contra la pared externa de la escuela.

—Queramos o no, te tendré en mi casa un par de días —continuó Francis—, no está de más empezar a conocernos.

—Ya te he dicho mi nombre.

—Eso no es conocer a alguien. Podríamos compartir el auto y dejarte en tu casa, si quieres.

—No realmente.

Francis movió el rostro hacia él, mirándolo con el ceño fruncido.

—Sabes que estoy siendo extremadamente amable contigo teniendo en cuenta lo que hiciste, ¿no es verdad?

—¿Quieres que me arrodille y agradezca tu misericordia?

No pudo evitar pensar en que si se tratara de Antonio o Gilbert hubiera hecho una broma acerca de las demás cosas que podría hacer de rodillas. Dadas las circunstancias, se abstuvo de bromear y simplemente dijo:

—No estaría mal.

—¿A qué hora viene tu auto?

—Ahora faltan quince minutos, más o menos.

—Dios —se quejó Arthur.

—Dios no tiene nada que ver con esto, tú mismo te lo buscaste.

Miró a Francis con mala cara pero no dijo nada más. Todavía en silencio, sacó del bolsillo un paquete de cigarrillos y encendió uno mirándolo directo a los ojos, sin siquiera ofrecerle o preguntarle si le molestaba que fumara. Lejos inmutarse, Francis buscó dentro de su mochila y sacó una caja más grande y un encendedor más elegante que el de Arthur, que era uno de los baratos que vendían en todos los kioscos. Tras la primera calada le echó el humo en la cara. Sintiendo su orgullo herido, Arthur le hizo lo mismo, aunque en lugar de molestarlo causó que Francis riera.

Siguieron fumando cada uno por su cuenta hasta que el auto llegó. Para su sorpresa, Arthur tuvo la decencia de ayudar a guardar la bicicleta y sus piezas desprendidas en el baúl. Francis no volvió a ofrecerle compartir el viaje. Una vez que arrancó lo vio por la ventanilla, alejándose a pie por el lado opuesto a él.

¿Sería capaz de arreglar su bicicleta como prometió? Sólo esperaba que tuviera más herramientas además de ese martillo infernal.