ENSAYO Y ERROR
Con su caja de herramientas en mano, el sábado a primera hora había ido a la casa de Francis. Era blanca y brillaba bajo la luz del sol. Desde el frente podía verse que un camino al costado llevaba hacia un jardín en el fondo. Observó las ventanas del segundo piso y se preguntó si alguna de ellas pertenecía al cuarto de Francis.
En la puerta fue recibido por un hombre de aspecto curioso. Vestía una camisa de jean holgada, pantalones de vestir y sandalias. Su cabello rubio, más claro que el de Francis, lucía medianamente crecido y ondulado, daba la impresión de estar algo descuidado, a diferencia de su elegante y fino bigote que acompañaba a una barba levemente espesa.
—Hola, soy Arthur. Vengo a ver a Francis.
El hombre lo saludó con un beso en la mejilla que lo descolocó un poco. Se presentó como su padre, Maurice. Lo hizo entrar a la casa y dijo:
—Mi hijo todavía sigue en la cama, pero lo levantaré para ti.
—No es necesario, puedo volver más tarde —propuso por pura cortesía. ¿Cómo se atrevía a seguir dormido después de hacerlo ir hasta su casa?
—No, no. Te tomaste la molestia de venir hasta aquí —dijo Maurice, mirándolo con unos ojos que destilaban empatía—. Además eres su… —Pareció dudarlo antes de continuar—. ¿Su cita?
La situación se volvía cada vez más incómoda para Arthur. Negó rotundamente su suposición, justo a tiempo cruzó la puerta del living una joven de gafas y con una larga trenza que descendía por su espalda, ella echó claridad sobre el asunto.
—Él no es su cita, papá —dijo con una sonrisa divertida—. Es el chico que le rompió la bicicleta.
Maurice frunció el ceño con confusión y volvió su atención a Arthur.
—Estoy aquí para repararla —se apresuró a aclarar antes de levantar la caja de herramientas.
—Eso es muy atento de tu parte —asintió el padre de Francis.
Arthur esperó sentado en un sofá a que el chico se dignara a levantarse de una vez. Tras ir a su cuarto, Maurice le anunció que pronto vendría y, para pesar de Arthur, se sentó enfrente suyo dispuesto pasar el rato con una conversación. Resultó ser menos incómoda que la anterior. Le preguntó si había visto el juego de fútbol de anoche, si bien Arthur no era fanático de ningún equipo francés, apoyaba el mismo que Maurice y eso fue suficiente para que pudieran entretenerse durante los siguientes quince minutos.
—¿Por qué tuviste que venir tan temprano? —protestó Francis, completamente despejado y alistado, mientras se abría paso en la sala.
—Tú me dijiste que viniera temprano.
—Ya era hora de que te levantaras, hijo —intervino su padre—. Arthur vino a reparar tu bicicleta.
Francis se cruzó de brazos.
—¿Sabías que él fue quien la destruyó? No puedo creer que dejaras entrar al enemigo a casa.
Maurice sólo rió y le dio unas palmadas en el hombro antes de retirarse.
—Si me necesitas estaré en el taller.
Francis condujo a Arthur al jardín, donde aguardaba lo que una vez fue su perfecta bicicleta. Se sentó en una silla cruzado de piernas y lo miró.
—¿Te quedarás ahí todo el rato? —Arthur preguntó molesto.
—La idea era que yo pudiera vigilar como la reparabas —dijo, haciendo comillas en el aire al pronunciar la última palabra.
—¡Sí la repararé!
—Puede que hayas convencido a mi padre de que sabes cómo hacerlo, pero hasta que no lo vea no lo creeré.
Arthur bufó y se puso manos a la obra. En un intento por impresionar al otro, comenzó por la parte más difícil. Sentado de rodillas en el césped, se puso a empujar y tironear mientras trataba de hacer encajar la rueda salida en su lugar. Sin embargo, cada vez que lograba colocar la cadena, ésta salía volando por la fuerza que ejercía en la rueda.
—Creo que primero tendrías que reparar la rueda y luego la cadena —comentó Francis.
Arthur se volteó para fulminarlo con la mirada.
—Y yo creo que lo tengo bajo control.
Francis no dejó de estudiarlo ni un segundo. Al principio se arrimó al borde de su silla, pero finalmente acabó poniéndose de pie a su lado.
—No lo estás haciendo con cuidado, terminarás empeorándolo.
—¿Prefieres hacerlo tú? —espetó Arthur—. ¿Con esa mano lastimada?
—Aun así lo haría mejor que tú.
Volvió a su lugar y tomó un libro de poesía de la mesa del jardín. Contento de que al fin lo dejara en paz, Arthur se dispuso a inflar las ruedas. Al terminar volvió al césped para tratar de meter la que estaba salida en su sitio, pero el exceso de fuerza hizo que en cambio saliera disparada la rueda y aterrizara en el jardín de al lado.
Francis levantó la cabeza de su libro.
—¿Qué fue eso?
—La rueda… —Comenzó a decir Arthur antes de suspirar pesadamente—. Iré a buscarla.
—¿Está en la casa de los vecinos? —Miró hacia dicha dirección para luego ponerse de pie—. ¡No te molestes, yo la buscaré! —dijo entusiasmado.
El otro chico se sorprendió por su repentina amabilidad. Mejor para él si Francis iba. Por mera curiosidad se quedó observando a la puerta vecina. Una dama de cabello oscuro recogido y una falda hasta el suelo salió a recibir al joven. Él era puras sonrisas y buenos modales, hasta su postura había cambiado por una más coqueta. Intercambiaron un par de palabras e instantes después la misma mujer se dirigía a su patio para buscar la rueda. Se la entregó a Francis y se despidieron.
—Ahora veo por qué tenías tantas ganas de ir tú —exclamó Arthur cuando lo vio regresar.
—¿No es hermosa mi vecina?
Arrojó la rueda al césped y se ubicó en la silla con un suspiro, embelesado.
—Es una bella mujer —dijo, encogiéndose de hombros—. Seguro que con edad suficiente para adoptarte.
—Tiene un hijo. Creo que es mayor que yo —murmuró pensativo—. Es igual de atractivo que ella, pero ya tiene novio. Su madre, en cambio, está soltera —sonrió—. Una vez que cumpla la mayoría de edad podré salir con ella. Ha de tener mucha experiencia.
Arthur soltó una risotada.
—No eres más que un niño para ella. Además de que pueden verse a kilómetros tus preferencias sexuales.
—¿Y tú qué sabes de mi sexualidad? —preguntó alzando una ceja.
—A simple vista puede verse que prefieres a los hombres.
—Pues te equivocas. Soy bisexual y sin preferencias, me gustan todos por igual.
—Si tú dices —respondió Arthur, sin estar totalmente convencido. Se agachó en el césped de nuevo.
Francis apoyó el rostro sobre su mano sana y lo miró con curiosidad.
—No sonabas muy entusiasmado cuando hablábamos de mi vecina y lo bella que es —comentó—. ¿Qué hay de tu orientación sexual, Arthur?
—No veo cómo eso es asunto tuyo —dijo sin voltearse a verlo—. Pero si de verdad quieres saber, soy gay.
Después de un momento se puso de pie con los brazos cruzados y lo desafió con la mirada.
—Así que ninguno es heterosexual —asintió Francis —, es bueno tener eso en común.
Arthur permitió que sus hombros se relajaran. Sin responder, volvió a concentrarse en la bicicleta, deseando que por algún acto divino pudiera repararla sin muchas complicaciones.
Pautaron que regresaría el lunes por la tarde. Esta vez Arthur trajo una bolsa oscura además de la caja de herramientas y fue recibido en la puerta por el propio Francis. La música del clarinete de Monique inundaba la sala, sentado frente a ella, Maurice observaba atentamente mientras almorzaba. Al verlo a Arthur se apresuró a saludarlo y luego enseñarle lo magnífica que era su hija con la música.
—Toca muy bien —coincidió Arthur. La joven no se había detenido ni un momento desde que entró.
—¡Vaya que sí! —dijo Maurice— ¿Tú tocas algún instrumento?
Arthur procedió a contarle que hacía años había comenzado con el bajo y hasta el día de hoy continuaba haciéndolo, mencionó que también tocaba la guitarra aunque en menor medida. Maurice le dio unas palmadas en el hombro y una sonrisa.
—Está muy bien, te felicito. La música es sumamente importante, el arte misma lo es.
Arthur le agradeció algo avergonzado, no era usual que las personas lo felicitaran de ese modo. Incluso a su propia madre no le agradaba del todo la música que tocaba. Francis no tardó en interrumpirlos para llevarlo al jardín con él.
—Deja de intentar hacerte amigo de mi papá —se quejó.
—¿Te molesta que pueda agradarle más que tú? —dijo con soberbia.
—Ya ponte a trabajar.
—No me trates como si fuera un obrero mal pagado.
Tomó su lugar en el césped como la vez anterior, al igual que antes, comenzó forcejeando inútilmente las piezas metálicas. Siempre atento a lo que hacía, Francis permitió que siguiera así por un rato. Cuando finalmente tuvo suficiente, exclamó:
—Te das cuenta de que eso no sirve para nada, ¿no?
—Tampoco sirve de nada tu presencia acá —dijo Arthur, soltando todas las piezas para ir a buscar su celular.
—¿Crees que encontrarás la solución en un tutorial de YouTube?
—Voy a poner algo de música así no tengo que aguantar tus quejidos a cada rato.
Al instante comenzó a sonar una guitarra eléctrica desenfrenada que sobresaltó a Francis.
—Para, deten eso, ¡es insufrible! —gritó por sobre el ruido de la música. Arthur dejó pasar unos cuantos segundo más antes de pausarla—. Sigue con lo tuyo, yo pondré algo.
Lo oyó suspirar pero lo ignoró mientras buscaba en su teléfono una canción decente. Con una sonrisa, posó su dedo sobre el video de Kissing Strangers. La música no había sido una mala idea después de todo, podía deleitarse con el hermoso rostro de Joe Jonas sin quitar los ojos de la pantalla. A unos pasos de él, Arthur volvió a protestar.
—¿En serio esto es lo que escuchas?
—Algunas personas preferimos cuidar de nuestros oídos y no someternos a esa basura que recién pusiste.
—Basura… —carraspeó Arthur, pero no dijo mucho más. En cambio, aprovechó la distracción de Francis para manipular la bicicleta a su gusto. Abrió la bolsa negra que había traído sólo por si las dudas y procuró tapar con el cuerpo su contenido, de manera que Francis no supiera lo que tramaba hasta que hubiera acabado. Éste, distraído con los siguientes videos, no se enteró de lo que ocurría hasta que pasó un buen tiempo.
Arthur se puso de pie y sacudió sus manos.
—Listo —anunció—, ya está todo terminado.
—¿Qué? —preguntó Francis con absoluta sorpresa. Dejó lo que hacía abruptamente y se acercó a su lado para ver de lo que hablaba, no era posible que en una tarde hubiera arreglado todo el desastre que causó. Y estaba en lo cierto. Lejos de haberle solucionado los problemas, Arthur había empeorado las cosas al agregarle a su bicicleta un par de rueditas entrenadoras. Todas las partes desprendidas habían sido pegadas rudimentariamente con cinta adhesiva, con el sólo propósito de lograr que la bicicleta se mantuviera en pie.
Conteniendo la risa, Arthur se deleitó viendo la expresión de ira que iba en aumento en Francis. Su rostro siempre impecable estaba arrugado por la pura impotencia que sentía, por un segundo había confiado en que Arthur hablaba en serio y terminó cayendo en su terrible broma.
—¿Me estás tomando el pelo? —Clavó sus ojos en él justo cuando estallaba de risa—. Te mataré. Te mataré si no las quitas ahora mismo.
No importaban sus amenazas, continuaba riendo, al volver a contemplar las pequeñas ruedas tuvo que agarrarse el estómago.
—¿Te imaginas paseando frente a la casa de tu vecina en eso? —exclamó con una carcajada—. ¡Definitivamente te terminaría adoptando!
—¿De dónde las sacaste siquiera?
Francis lo corrió de en medio con un empujón, refunfuñando. Viendo que el otro seguía muy divertido con su broma, se dispuso a sacarlas él mismo, no iba a permitir que siguieran ahí por mucho más tiempo. Antes de que pudiera tomar las herramientas para hacerlo, Arthur alejó de él la caja.
—¡Devuélvela! —exigió Francis, arrojándose sobre él y causando que la caja cayera, desparramando todas las herramientas en el jardín.
—No te aguantas nada, ¡mira lo que hiciste!
Allí mismo sobre el pasto se pusieron a forcejear por una llave inglesa como si sus vidas dependieran de ello. Habían perdido la noción del tiempo y otro día más para arreglar la bicicleta.
Arthur estaba sentado sobre la cama, con el bajo entre los brazos y su laptop encendida frente él. En la pantalla, un video instructivo sobre cómo tocar el riff de cierta canción capturaba su atención. Lo puso en pausa y practicó una vez más lo que había aprendido, leyendo las partituras que había copiado en su cuaderno. Continuó así unas cuantas veces más, hasta que logró tocar la canción sin mayores complicaciones. No estaba del todo satisfecho, sin dudas la debería ensayar un par de veces más, pero por ahora esa melodía ya lo había hastiado y buscó en las sugerencias qué otra cosa podía tocar. Sus ojos se detuvieron sobre el título de un video. Kissing Strangers, la canción que Francis había puesto el otro día. Resopló y siguió de largo. Ya había tenido suficiente de ese chico y debería volver a verlo el jueves después de clases.
Odiaba admitirlo, pero realmente no tenía mucha idea de cómo arreglar el desastre que había hecho. No le pediría dinero a su mamá para llevarla a un taller, quería encargarse de eso él mismo, además de que ya había repetido una y otra vez que él sabía cómo hacerlo. Su mente se imaginó brevemente a sí mismo diciéndole a Francis que la repararía en su casa, para luego llevarla a escondidas con un profesional.
Sacudió la cabeza. No podía hacer eso, tenía que resolverlo frente a sus propios ojos, era una cuestión de orgullo. El único problema era aprender a hacerlo por su cuenta.
Ensanchó los ojos ante la brillante idea que se le había ocurrido. Se quitó el bajo de encima con prisa y apagó el parlante. Borró lo que había escrito en la barra de búsqueda y, en cambio, tipeó cómo arreglar bicicletas. Francis había subestimado los tutoriales, pero para cada una de sus canciones habían servido. Una larga lista de videos se desplegó ante su mirada curiosa, y Arthur pasó el resto de la noche y el día siguiente estudiando cada uno de ellos.
La tercera vez que fue a su casa no pusieron música, sabían que las cosas no acabarían bien y Francis no quería distraerse. Al menos no demasiado. Su libro de poemas seguía con él y se tomaba la libertad de leerlo, no sin echar una mirada a lo que hacía Arthur para asegurarse de que esta vez no estuviera tramando nada.
Contrario a sus suposiciones, el inglés había sacado su teléfono celular para ver un video instructivo. Era un tutorial sobre cómo reparar el asiento de una bicicleta. A pesar de que se hubiera reído acerca de hacer algo por el estilo la vez anterior, Francis se abstuvo de hacer comentarios burlones, Arthur se veía concentrado y sin el apuro del primer día, ni las ganas de hacerlo enfurecer del segundo. Cuando se arremangó su camisa escocesa para trabajar más cómodo Francis se encontró incapaz de quitarle la vista de encima. Unos tatuajes decoraban sus brazos, entre ellos pudo distinguir un colorido dragón de elegantes alas y la calavera de un ciervo. No le gustaban particularmente, pero el arte en todas sus formas siempre había sido de su interés y esas imágenes sobre su piel parecían haber sido hechas con suma dedicación. Tenía ganas de acercarse y apreciarlos con detenimiento, trazarlos con la yema de los dedos y adivinar sus formas, pero tuvo que esforzarse por permanecer en su lugar. Soltó un suspiro y se conformó con simplemente verlo manipular las herramientas tal cual mostraba el video.
