TIEMPO A SOLAS

La noticia de que Elizabeta había aceptado salir con Francis tomó a todo el mundo por sorpresa, en especial al mismo Francis. No es que él no se tuviera confianza en cuanto a citas se trataba, sino que con ella las cosas eran distintas. Era bellísima y no era el único que lo notaba, pero era amiga de Gilbert (o algo por el estilo) y por lo tanto a Antonio y a él los veía como una especie de extensión de Gilbert, otras versiones de él, la misma calaña; y nunca se tomaba en serio sus coqueteos ni sus propuestas románticas. Incluso para Francis éstas eran medio-en-serio-medio-en-broma. Jamás se había planteado la posibilidad de que ella aceptara salir con él. Luego de que lo hiciera, él no se retractó. Sospechaba que había algo raro en todo ello, pero una cita en serio con Elizabeta no podía dañarlo y decidió seguirle la corriente.

Lo que no sabía era que ella había aceptado con el único motivo de fastidiar a Gilbert. Nada podía ser mejor que invadir su espacio y robarle a sus amigos. Además, si los rumores que habían llegado a sus oídos eran ciertos y él efectivamente estaba enamorado de ella, esto sólo lo alteraría más.

Al salir del colegio, Francis se encontró con Arthur esperándolo afuera. Llevaba su mochila escolar en el hombro y cargaba su caja de herramientas.

—¿A qué debo el honor de que vengas a escoltarme? —preguntó con una sonrisa.

—Sé que no es la hora que acordamos, algo surgió y no puedo ir más tarde a tu casa.

—¿Interrumpo algo?

Monique se acercó a ellos, se suponía que hoy volvería a la casa con su hermano. Francis se giró hacia ella, dándole la espalda al otro chico.

—¿Está bien si esta vez vuelves sola? Arthur se apareció de imprevisto e iremos a almorzar.

La joven miró a uno y otro. No hacía falta que dijera nada más para comprender, conocía a su hermano y su rostro decía más que mil palabras. Los palmeó a ambos en el hombro del mismo modo en que su padre lo hacía y sonrió de forma curiosa.

—Para nada, yo me encargo de avisarle a papá.

Se despidieron y luego comenzaron a andar en direcciones opuestas.

—No habías dicho nada acerca de ir a comer —señaló Arthur, dejando que Francis guiara el camino.

—Si hubieras venido en el horario original no estaría con hambre.

—Aun así, no tenemos tiempo para detenernos a almorzar en algún sitio.

Francis rodó los ojos.

—Al menos déjame comprar algo y lo llevaré a mi casa.

—Podrías haber almorzado con tu hermana en lugar de habernos desviado del camino.

—¿Tú no tienes hambre? —Cambió de tema.

Lo cierto era que Arthur tampoco había almorzado todavía. Francis se encargó de hacer su tarea personal el conseguirle un platillo exótico para que probara. Arthur aceptó, aunque insistió en pagar su parte él mismo. Dejó que Francis eligiera sin fijarse en lo que realmente estaría consumiendo después. De camino a la casa se fijó en su mano vendada que no paraba de mover mientras sostenía una de las bolsas.

—Dame eso —pidió Arthur y, a pesar de estar cargando las herramientas, le quitó la bolsa que le incomodaba—. ¿Qué fue lo que te pasó en esa mano?

Francis suspiró y echó un vistazo al lugar lastimado.

—Me quemé cocinando. Soy muy cuidadoso en la cocina y mis comidas son excelentes. Todo fue culpa de esos malditos guantes.

Arthur asintió aunque realmente creyera que los guantes eran algo que usaban las personas en los programas de cocina para lucir más profesionales.

—Tenía un par precioso —prosiguió Francis—, violeta y con rosas bordadas, pero desapareció hace unas semanas y no logré encontrarlos. El único otro par que hay en casa es de un gris horrible. Creía que conseguiría cocinar igual sin ellos pero todo acabó mal.

Levantó levemente las vendas para revelar su herida. Arthur se detuvo y acercó el rostro para ver mejor.

—¿Es en serio? —dijo incrédulo—. Eso apenas es una lastimadura.

—No se verá tan grave pero el dolor es intenso —bufó Francis antes de volver a taparla—. Además, tenerla vendada en la escuela hace que me den un trato especial.

—Así que te gusta dormir hasta tarde y no trabajar en la escuela. Eres todo un vago.

Francis lo empujó con el codo y se apartó cuando quiso hacer lo mismo con él. Entonces dijo lo que hace mucho tendría que haber preguntado pero no se le ocurrió.

—¿Por qué querías romper la bicicleta de Antonio?

—¿Él no te contó? —preguntó con los labios fruncidos—. Creí que eran amigos.

—De hecho, dijo que no te conocía.

Arthur soltó un bufido, indignado.

—¡Ese tipo no tiene vergüenza! Rompió mi bajo en una fiesta. Encima lo hizo cuando yo no estaba, tuve que enterarme por mi amiga Amelia.

—Espera… ¿Entonces no lo viste? Quizás fue alguien más.

—No. Confío en Amelia. Si dice que lo rompió un tal Antonio, entonces fue él.

—Pareces ser muy cercano a Amelia.

Arthur se encogió de hombros.

—Bueno, sí. Es mi amiga. —Le dirigió una mirada amenazante—. Sólo eso.

Francis se sintió extrañamente aliviado de saber que era exclusivamente gay.

—Antonio no es la clase de persona que va por ahí rompiendo cosas. Aunque tampoco lo creí el tipo de amigo que fuera a fiestas sin Gilbert y sin mí —reflexionó.

—Ahí lo tienes —dijo Arthur—. Tal vez es con él con quien deberías hablar de esto y no conmigo.

—¿No hubiera sido más razonable pedirle el dinero para reparar el bajo?

—Usé mi propio dinero para eso. Lo que quería era venganza.

—Yo podría haber roto algo tuyo por lo que hiciste.

—Podrías. —Arthur lo miró a los ojos—. Tuviste la oportunidad de hacerlo con mi teléfono, pero no lo hiciste. Preferiste dejar que arreglara las cosas. —Después de un momento agregó—: Gracias por eso.

Cuando llegaron a la casa de Francis se sentaron a comer. Su padre y hermana ya habían almorzado, de modo que eran los únicos en la mesa. El aspecto verdoso del alimento que había elegido para él hizo que Arthur se arrepintiera de su decisión. Lo notó pinchando y revolviendo con el tenedor sin probar un bocado.

—Son sólo vegetales —señaló Francis.

—Demasiados vegetales. ¿Cómo se llama?

Pronunció el nombre del platillo, pero para los oídos de Arthur no fueron más que palabras incomprensibles.

—No me gusta comer cosas que no puedo pronunciar.

—No seas tan quisquilloso y pruébalo.

Cual niño, Arthur hizo una mueca de asco antes de pinchar un trozo y llevarlo a su boca. Sin decir palabra continuó comiendo el resto del almuerzo con creciente entusiasmo.

—¿Y, qué tal? —preguntó Francis con una sonrisa de autosatisfacción en el rostro.

—No está mal.

—¿Sólo eso?

Arthur rodó los ojos, aunque en su expresión había una sonrisa disimulada con el masticar de su mandíbula.

—Bien, está sabroso. ¿Contento?

—Feliz.


Arthur había preparado en su teléfono otro tutorial, esta vez para arreglar la rueda y la cadena. Francis podía ver que el asunto llevaría un buen rato, estaba más que claro que tendría que continuar viniendo por unos días más. Sonrió ante la idea. No le molestaría para nada seguir viéndolo otro par de veces.

Cansado de tanto leer, puso su atención en la mochila de Arthur.

—No había notado esto en el camino.

Tomó entre los dedos un llavero de peluche con forma de conejo verde alado. Acarició su suave textura con una sonrisa.

—No creí que anduvieras con algo así de adorable colgando de tu mochila.

Arthur alejó la mirada de la bicicleta un momento.

—¿Por qué no?

—Te esfuerzas tanto en tu aspecto de chico rudo que simplemente no parece tu estilo.

—No tengo que esforzarme, me sale natural. Además, creí que estaba claro que me gusta el verde —dijo en referencia a su cabello.

—Pero no tanto en los vegetales.

—La comida es un asunto diferente.

Sin pedir permiso antes, Francis abrió la mochila y se puso a revisar sus pertenencias.

—Deja eso. Vas a hacer que me arrepienta de traer cosas conmigo —gruñó Arthur sin despegarse de la bicicleta.

Extrajo de su mochila un par de libros escolares, entre ellos encontró uno que claramente no pertenecía a la escuela.

—¿Es esto un libro de brujería? Cada vez te vuelves más y más interesante, Arthur.

Pretendió estar fastidiado de que tocara sus cosas, aunque en más de una oportunidad se encontró a sí mismo distrayéndose con la imagen de Francis bajo los rayos del sol. Hojeaba su libro con curiosidad. Parecía no tomarse muy en serio lo que leía, cada tanto esbozaba una sonrisa divertida como si se tratara de un libro de chistes. Arthur se lo hubiera quitado de las manos si no fuera porque aquella expresión hacía que él mismo sonriera.


Era un jueves, la sexta vez que iba a su casa a arreglar el daño que había causado. Al poco tiempo de haber comenzado se había largado a llover y tuvieron que resguardarse bajo el pequeño toldo del patio.

—Así fue como se gastó mi libro de poesía, ¿no es una lástima?

—¿De qué hablas? —preguntó Arthur sin comprender.

—Usualmente dejo el libro en la mesa del jardín, me gusta leerlo al aire libre y no tiene sentido que lo lleve adentro de la casa si no le daré uso allí. Un par de noches atrás también llovió y lo agarró el agua.

Arthur sostuvo el maltrecho libro de Emily Dickinson. La tapa estaba doblada y desgastada, tanto ella como las hojas de adentro se encontraban endurecidas y rugosas, producto del efecto del agua.

—Eres una desgracia para la literatura.

Francis se encogió de hombros. Mientras Arthur seguía inspeccionándolo, aprovechó el momento para ponerse su suéter negro que había descartado momentos antes. No era muy suave al tacto, sin embargo, se sentía como un enorme abrazo que envolvía todo su torso.

—Qué lástima que tu habitación no esté a tan sólo unos pasos, sería tan conveniente para que buscaras un abrigo —exclamó Arthur con ironía.

—No puedo ir, mi mano está lastimada.

Arthur resopló para esconder una sonrisa.

—¿Ah, si? Dámela —dijo antes de acercarse él mismo para tomarle la mano e inspeccionar bajo las vendas—. Es prácticamente nada.

Francis no hizo movimiento alguno, disfrutaba el contacto aunque fuera con la punta de los dedos.

Después de soltarlo se quedaron contemplando la lluvia, aunque Arthur no pudo evitar fijarse en lo guapo que lucía con su ropa puesta. Le quedaba casi igual que a él, aunque su cabello más largo le tapaba parte del cuello y era probable que al menos un pelo acabase ahí atrapado después. Sin embargo, al correrlo para atrás quedaba al descubierto un poco de su clavícula y Arthur se preguntaba internamente cómo sería acercarse y morderlo justo allí.

No volvió a hacer comentarios al respecto, por nada del mundo se atrevería a pedirle que se quitara el suéter.


La mano de Francis era más suave de lo que pensaba. Cálida y agradable al tacto. Si a Elizabeta le hubieran dicho meses atrás que saldría a una cita con Francis Bonnefoy y la pasaría bien, ella se hubiera descostillado de la risa. Pero ahí estaban, volviendo juntos después de una tarde en el centro comercial. Vieron una película romántica de la que no pararon de hablar durante la merienda. A la salida se encontraron con una máquina de peluches. Francis había intentado al menos cuatro veces obtener un muñeco para ella pero no logró, Elizabeta tuvo que forzarlo a darse por vencido antes de intentar ella. A la segunda vez de hacerlo logró ganar el muñeco de un pulpo rosado que le obsequió a su cita. Pese a lo humillado que se había sentido, Francis se encontró incapaz de rechazarlo y se lo llevó consigo del brazo.

Sí, ciertamente había sido una cita agradable, incluso Francis había sido tan caballeroso como para escoltara hasta su casa. Al ver su atractivo rostro bajo la luz de los faroles de las calles, a Elizabeta le dieron ganas de repetir la experiencia. Ya no para fastidiar a Gilbert, sino porque había descubierto que quizás podía haber algo entre ellos. Llegado el momento de despedirse no dudó en tomar la iniciativa y besarlo. En un fluido movimiento, se había estirado hacia arriba para tomar su rostro entre las manos. Francis no vaciló, la tomó entre sus brazos delicadamente, todavía sosteniendo el juguete, y le devolvió el beso con gusto, siempre estaba dispuesto a recibir el afecto de una chica como ella. Fue breve, pero sirvió para confirmarle a Elizabeta que la atracción definitivamente era mutua.

—Me la pasé muy bien hoy —sonrió la joven, acariciando su pecho—. Fue una grata sorpresa.

—La idea era impresionarte, pero creo que tú me acabaste impresionando a mí.

Elizabeta rió un poco, de una manera que no era para nada su estilo, entre avergonzada por el halago y orgullosa.

—Sabes, creo que podríamos hacer esto a menudo —sugirió—. Empezar a salir juntos, de manera oficial.

La sonrisa no se borró del rostro de Francis, le encantaba que ella, quien tanto lo había hecho a un lado, lo considerara digno de ser su novio. Pero sabía que algo no funcionaba, había una cosa que faltaba y sin eso no podía aceptar su propuesta, no hubiera sido propio de él. Si decía que sí, quizás pasaría un par de días tan bellos como este, aunque a la larga acabaría mal. Y había otros dos problemas, el primero era Gilbert. Ya había sido demasiado que concretara la cita con Elizabeta, sin importar lo mucho que su amigo negara sentir algo por ella, sabía que le afectaba. Podía fingir tomárselo todo a broma y podía decirle a Francis que no la rechazara sólo para hacerle pasar un mal rato a ella, sin embargo él lo conocía demasiado bien para creerle. El otro problema era que Elizabeta se merecía más que una simple oportunidad, merecía a alguien que estuviera absolutamente seguro de salir con ella.

—Suena como una buena idea —comenzó a decirle, se dio cuenta de que por su tono de voz la chica ya había adivinado por donde iba la cosa. Su rostro se fue volviendo más serio—. Pero no creo que sea lo mejor para nosotros. De verdad me gustas, pero ser novios no sería lo correcto.

Con una brusquedad muy propia de ella, Elizabeta se apartó de Francis.

—¿Es esa tu mejor forma de rechazarme? —preguntó con los ojos entrecerrados—. ¿O es esto por Gilbert?

Así que sí estaba al tanto. Francis desvió la vista.

—No tengo permitido hablar de eso.

—Ugh, nunca debí haber hecho esto.

De un manotazo, Elizabeta le quitó el peluche del brazo y se dio media vuelta para marcharse.

—¡Eso me lo regalaste! —protestó Francis.

—¡Y tu me correspondiste el beso justo antes de rechazarme! —gritó Elizabeta por encima del hombro. Sacó su celular y dijo—: Voy a volver a compartir ese video de tu bicicleta.

Francis cerró los ojos antes de inhalar con fuerza. No había nada que pudiera hacer para detenerla, sólo esperaba que ese video no llegara a ciertas manos que ya conocía.


¡Así comienza la racha de mala suerte en el amor de Gilbert! Aunque su desenlace ya está presente en el primer capítulo me pareció interesante mostrar cómo llegó hasta ahí.

No voy a mentir, me sentí un poco mal por hacer que Francis saliera con Elizabeta, pero me parece que él es su tipo. Un hombre fino, culto, delicado. Si bien Roderich encaja más con esa descripción, me parece que Francis se acerca bastante, ¿no?

¡Gracias por leer!