FLECHAZO I
—¿No puedes cancelar lo del viernes?
—Ya te dije que no. Podemos ir cualquier otro día a ver la película.
—Pero, ¿y si le dices que es algo urgente?
—Amelia, me comprometí a arreglar su bicicleta. No puedo simplemente esfumarme.
Arthur devolvió a su estante el libro que había estado mirando y fue al siguiente pasillo.
—Cada vez que te llamamos para hacer algo estás con él —se quejó Amelia. Lo seguía por la librería observando a su alrededor con desgano.
—Eso no es cierto. El otro día fuimos a la heladería sin problema —dijo antes de detenerse frente a una serie de títulos. Inclinó levemente la cabeza para leer bien y sonrió para sí. Emily Dickinson. Era exactamente la misma edición que tenía Francis en su jardín. Todavía tenía presente la imagen de su rostro concentrado cada vez que abría el libro de poemas. Él no lo notaba, pero en medio de su lectura sus labios se movían solos y pronunciaba alguna de las palabras que lo tenían tan ensimismado. A Arthur no lo enorgullecía la cantidad de veces en un día que se detenía a mirarle la boca imaginando las cosas que podría hacer si la tuviera cerca.
Suspiró con pesadez despejando su mente de esas ideas. Acarició la portada del libro y lo volvió a guardar, luego aprovechó a echar un vistazo a los demás títulos pertenecientes a la autora.
—Estoy empezando a creer que te gusta ese chico —dijo Amelia. Arthur detuvo sus acciones en seco y puso su atención en ella.
—Claro que no. Lo hago porque yo fui quien lo dañó. Es lo mínimo que puedo hacer, es cuestión de honor.
—Sí, sí —exclamó sin estar convencida—. Pero nadie tarda tanto reparando una bicicleta. Al menos yo no lo haría.
—¿Y tú qué sabes de reparar cosas?
—¡Sé más que tú!
—Como sea, ya vámonos.
Amelia tomó los libros de cómic que había elegido para llevar y se formó en la fila de la caja. Arthur se detuvo a su lado. De a poco fueron avanzando, justo cuando había nada más que una persona enfrente de ellos, Arthur la frenó.
—Espérame, ya vuelvo.
Se apresuró a ir a la misma estantería de antes a buscar uno de los libros de Dickinson y reunió el dinero necesario para pagar.
