FLECHAZO II

—Tus guantes favoritos reaparecen, pero siempre que cocinas tu comida resulta espantosa. ¿Aceptas?

Francis lo meditó un momento.

—¿Siempre que cocino con los guantes o en general?

—Siempre que lo haces con los guantes —aclaró Arthur.

—Está bien, sí —respondió con dificultad—. Vale la pena el sacrificio. Veamos, ¿aceptarías que todos los embrujos de tu libro funcionaran pero sólo a pedido de otras personas?

—No los llames embrujos. Algunos de ellos ya funcionan, es sólo cuestión de tiempo hasta que los demás también lo hagan. Así que, en respuesta a tu pregunta, no aceptaría.

—Es difícil creer que eso sea verdad —dijo Francis antes de beber un sorbo de la limonada que su padre les había preparado. Arthur había traído consigo los repuestos para la bicicleta y llevaba un buen rato esforzándose por cambiar los radios de las ruedas. Se puso de pie y sacudió el césped de sus jeans. Luego de tomar un trago de su vaso se sentó frente a Francis.

—Quizás para ti, pero no puedo guiarme por tu juicio. Yo encuentro difícil de creer que esa venda que llevas sea de alguna utilidad.

—¡Ya deja de molestarme con eso! Es tu turno.

—De acuerdo —dijo Arthur. Bebió un poco más de limonada mientras pensaba en su pregunta—. ¿Aceptarías que tu bicicleta estuviera perfecta y que incluso pudieras volar con ella, pero cada vez que la montaras tuvieras que hacerlo desnudo?

Francis levantó las cejas.

—No veo cómo eso sería un problema —se encogió de hombros, llevándose una mano a la barbilla para acariciar la corta barba que cada día parecía crecer con más fuerza—. No siento vergüenza de mi cuerpo. Y si alguien quisiera detenerme simplemente me elevaría en el aire. Además, ¿quién se fijaría en si llevo ropa o no cuando estoy volando?

—Ya veo que ustedes los franceses realmente no tienen vergüenza. Es más, creo que aquí a nadie le importaría.

—¿Porque soy muy bello a los ojos?

—Porque todos son tan desvergonzados como tú.

—Veamos entonces qué tan desvergonzado eres tú. Tienes la posibilidad de tener un dragón como mascota, pero cada mañana sin falta despiertas con una erección. ¿Aceptarías?

Arthur frunció los labios.

—¿Cómo sabes que me gustan los dragones?

—Fue una corazonada —sonrió Francis, estirándose sobre la mesa para señalar el tatuaje en su brazo. Arthur rodó los ojos.

—Bien, me atrapaste. Sí, aceptaría.

—¿Y si estuvieras durmiendo con alguien?

—Supongo que no sería un problema si fuera mi pareja.

—¿Y si fuera algo como una pijamada? Conmigo, por ejemplo.

La idea hizo que Arthur se ruborizara de inmediato.

—Me aseguraría de que eso jamás pasara y listo —dijo antes de pararse y volver a trabajar con la rueda—. Ahora es mi turno. ¿Aceptarías tener una mina de oro infinita a cambio de ser castrado?

—¡No! —gritó horrorizado—. Obviamente no. Valoro más mis genitales que todo el oro del mundo. ¿Aceptarías estar en una banda mundialmente famosa que termina separándose después de un año y no tienen éxito individualmente?

—Esa es una pregunta muy específica —comentó Arthur—. No aceptaría el fracaso inevitable, incluso después de un gran éxito. Aspiro a estar siempre en la cima. Además, ya tengo mi propia banda.

Francis arrimó la silla hacia el lugar donde trabajaba.

—¿Ah, sí? ¿Y son mundialmente famosos?

—No todavía —dijo, levantando la barbilla—. Pero lo hacemos bastante bien.

—Déjame adivinar, tú tocas el bajo. —Su interés iba en aumento al imaginárselo debajo de luces de colores en un escenario oscuro, tocando el instrumento con estilo.

—Por supuesto que sí.

Buscó en su teléfono un video casero que había sido grabado en una cochera. Él, junto a otras tres chicas que le presentó como el resto de la banda, tocaban una canción ruidosa y acelerada que estaba seguro de haber oído en otro lado.

—Por el momento nos limitamos a tocar covers. Planeamos producir nuestro propio material original en algún futuro. Creo que lo que importa es disfrutar mientras descubrimos nuestro propio sonido.

Francis podía ver claramente cómo lo disfrutaba. Jamás le había prestado atención al bajo o a su sonido dentro de un conjunto musical como ahora. Saber que su melodía provenía del movimiento de los dedos de Arthur sobre las cuerdas hacía que le gustara mil veces más. Todo su lenguaje corporal al tocar lo hipnotizaba, en especial el ida y vuelta de sus dedos y las ocasionales sonrisas que esbozaba. Al ver contraerse los músculos de sus delgados brazos tatuados tuvo que detenerse en no ir a buscar al Arthur de carne y hueso que tenía ahí en su jardín.

—Nada mal, ¿no?

Francis tragó saliva antes de responder. Este tipo de cosas sencillamente no le pasaban a él, ni siquiera había estado completamente seguro hasta entonces de que Arthur fuera su tipo.

—En absoluto. —Tuvo que devolverle el teléfono, no creía que su joven corazón pudiera soportar mucho más—. Me gustaría verte tocar algún día.

No a toda la banda, sino sólo a él.

Arthur, que no parecía oírlo realmente, asintió mientras buscaba otro video para mostrarle.

—Creo que esto te gustará más —dijo con una sonrisa malvada y le enseñó la pantalla. Allí mismo estaba el video de Arthur rompiendo su bicicleta a martillazos que sus compañeros habían estado difundiendo. Elizabeta había logrado volverlo viral.

—¡Dame eso!

Arthur se alejó de él de un salto para impedir que le quitara el celular. En cuestión de segundos estaban forcejeando por el objeto y todo el encanto de verlo tocar el bajo quedó esfumado. Al terminar con su pequeña riña estaban los dos con las ropas llenas de pasto.

—Sé exactamente quién subió ese vídeo —suspiró Francis.

—Entonces deberías quejarte con esa persona y no conmigo.

—No es tan sencillo, una cita salió mal con una chica.

—No sabía que tuvieras novia —dijo Arthur, empezando a tensarse.

—Fue una sola cita. A decir verdad, jamás debió haber ocurrido.

El asunto le interesaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Se puso a chequear notificaciones sin importancia en su teléfono, fingiendo desinterés.

—Parece que la pasaste muy mal para arrepentirte de esa forma.

Francis negó con la cabeza. Tampoco lo miraba, pero era porque su mente estaba preocupada.

—Yo la rechacé. El asunto es que mi amigo está algo enamorado de ella, temo dañarlo cuando se entere de que nos besamos.

—¿Tan poco leal eres? —Arthur apartó su celular, indignado por lo que sus oídos escuchaban—. Ya besaste a su chica, no puedes decírselo ahora.

—No es su chica. Ni siquiera ha admitido que le gusta —se defendió Francis—. Aun así, no estuvo bien. Pero para que conste, ella me besó primero, yo simplemente no pude resistirme.

Sus palabras lo hicieron sentirse molesto, Arthur se dijo a sí mismo que su enojo provenía del modo en que Francis había tratado a esa chica y a su amigo, nada más que eso.

—Por mí arruina tu amistad si quieres.

—No quiero arruinarla, ese es el problema. —Empezó a dar vueltas, caminando de un lado a otro—. Ella ni siquiera le conviene, si tan sólo hubiera alguien más para él. —Detuvo su andar y fue hasta Arthur—. Tú tienes una banda de chicas, ¡tres posibles candidatas!

Negó con la cabeza y se alejó de él cruzado de brazos.

—Esto no es el siglo quince, no te entregaré a mis amigas en un compromiso arreglado.

—Sólo quisiera presentarlos —explicó casi rogando—, Gilbert es adorable, de seguro les terminará encantando a todas. O al menos a una. ¿Qué tal la guitarrista?

—¿Amelia? Ella ya tiene novia.

—¿Qué hay de las demás? Al menos deberías preguntarles antes de decidir no presentárselo a ninguna.

Sabía que tanto a Suzanne como a Gisel les gustaban los hombres, pero no iba a darle a Francis el gusto de salvarlo de esta.

—Ninguna de las dos está buscando una relación ahora mismo.

—¿Quién grabó el video? Debe ser alguien conocido tuyo.

Marie casi siempre los filmaba tocando. Arthur se rehusaba a exponerla al posible payaso que sería el amigo de Francis.

—Tampoco quiere novio. Ellas mismas lo dijeron.

Francis suspiró rendido. Necesitaba encontrarle a alguien pronto.