FLECHAZO III
Francis lo había convencido de pintarse las uñas de rosa con el esmalte de Monique. Arthur accedió sólo después de que aceptara quitarse las vendas definitivamente y hacerlo él también. Así acabaron los dos sentados en la alfombra de su habitación pintándose uno al otro. Francis mantenía sus dedos extendidos, al notar la destreza con la que manejaba el esmalte sobre sus uñas, preguntó:
—¿Ya habías hecho esto antes?
—Un par de veces con pintura negra.
—El rosa se te ve muy bien —afirmó. Ya le había pintado las suyas unos minutos antes, si bien con menos prolijidad que él. Arthur se limitó a sonreír y seguir con su labor, aunque su expresión no se debía al cumplido que acababa de escuchar.
—Con que el fantasma de la ópera, ¿eh? —dijo, jocoso.
Incapaz de mover las manos en esa situación, Francis sólo pudo hacer una mueca de fastidio.
—Sabía que te burlarías de eso.
—No me estoy burlando. Simplemente trato de imaginarte con una máscara de ese estilo.
Monique le había contado que no era la primera vez que su hermano exageraba una herida. Años atrás se había hecho un corte en plena nariz tras golpearse con la puerta del auto y resultó ser algo imposible de ocultar. Francis había sentido que su belleza fue arruinada, hasta que tuvo la brillante idea de ponerse una máscara similar a la del fantasma de la ópera. La usó por una semana, por suerte para él estaba de vacaciones y no había tenido que asistir así a la escuela, donde sin duda hubieran prohibido que portara la máscara. Monique lo había contado como una anécdota simpática y no con intención de burlarse de su hermano, para ella era un dato de color acerca de la infancia de Francis. A veces él sentía que lo avergonzaba igual que su abuelo con esos recuerdos de antaño, incluso siendo ella más chica que él.
—Debes de sentirte identificado con ese personaje, ¿no? —preguntó Arthur, echando una mirada a su rostro ahora completamente sano.
—No realmente. Cuando vi la película el fantasma me pareció bastante imbécil, aunque ahora comprendo que Christine no pudiera controlar su atracción hacia él, era algo que estaba más allá de ella —dijo con una leve sonrisa antes de encogerse de hombros—. Pero no era más que un imbécil y su verdadero amor era Raoul. Tanto él como Christine fueron mis amores platónicos a los trece años —confesó Francis—. Igualmente, debo admitir que la estética y dramatismo del fantasma me gustaban más.
—Te encanta lo teatral —comentó Arthur.
—Así es. —Observó cómo terminaba de pintarle las uñas y cerraba el frasco—. ¿Alguna vez te han roto el corazón? —se le ocurrió preguntar de la nada.
Arthur soltó una risa corta y negó con la cabeza.
—Nunca estuve en pareja —respondió—, así que jamás pasé por desengaños amorosos.
Francis se sopló un poco las uñas y luego sacudió la cabeza.
—Un corazón roto no necesariamente proviene de una relación amorosa fallida.
—¿A qué te refieres? —dijo, frunciendo el ceño con confusión.
—Puede ser causado por una pelea entre amigos, o después de haber sido decepcionado por tus padres o desilusionado por algún héroe que admiras.
Arthur calló. Dejó sus ojos posados sobre sus uñas ahora rosadas como si éstas le estuvieran comunicando algo. Tomó aire y lo soltó en un suspiro silencioso.
—Entonces el dolor que se siente cuando tu padre te abandona también cuenta como tener el corazón roto —murmuró—. Y yo que creía que era inmune a esas cosas. Es una mierda.
Sobre la alfombra, Francis se arrastró lentamente hacia su lado. Aguardó a que dijera algo más, pero Arthur seguía sin mirarlo siquiera.
—Nadie es la excepción a la regla. Sabes, no sólo las personas te pueden romper el corazón, también determinadas situaciones. —Al igual que el otro, apartó la vista hacia sus manos—. Cuando mi madre murió hace poco más de un año creí que yo también había muerto con ella. Todo lo que quedaba de mi corazón eran piezas imposibles de reunir nuevamente. Por un largo tiempo se sintió como si fuera forzado a continuar viviendo sin tener dentro de mí la parte que me daba vida, como si faltara algo y estuviera medio vacío. —Arthur levantó la cabeza en su dirección y Francis lo imitó, al cruzarse sus miradas se encontraron con las mismas emociones—. Así que sí, es una verdadera mierda. Los guantes de cocina que perdí eran de ella, supongo que por eso no me acostumbro a usar otros —dijo con dificultad, porque no había considerado el asunto de ese modo sino hasta ahora—. Si tuviera que crear un universo perfecto, absolutamente ideal, sería uno en donde ningún corazón es roto.
Arthur esbozó una débil sonrisa y acercó su mano a la de Francis, las dos portando el mismo esmalte.
¡Este es el capítulo en el que aparece el título de la historia!
En caso de que no lo hayan sospechado todavía, la principal razón por la que escribí esto fue para que quienes leyeran tuvieran una lectura con la cual sentirse bien. Es pura y enteramente para disfrutar sin sufrir al final, al contrario de otras cosas que escribí.
Sé que algunos la leen y espero que pueda hacerlos sentirse bien por un rato, a mí ciertamente me ayudó al escribirla.
