TRES AMIGOS

Ni Antonio ni Gilbert sabían qué era lo que estaba mal con Francis. Se había pasado toda la mañana evadiéndolos con excusas de que debía estudiar y hacer su tarea, aun cuando ambos sabían que eso era lo último que prefería hacer con su tiempo libre. Nuevamente estaba aislado en la biblioteca, con su nariz metida en los libros de texto. Esta vez no lo interrumpieron, se limitaron a verlo desde lejos. Se le habían acercado a hablarle antes, pero Francis los ignoró y en cambio salió a buscar más libros. Por mucho que intentaron hacerlo reír y llamar su atención, nada funcionó.

Antonio suspiró ruidosamente y Gilbert tiró de su brazo.

—Vamos. Se le pasará para mañana. Quizás sólo tiene miedo de reprobar alguna materia.

—Pero él nunca reprueba, es absurdo.

Había algo que Antonio sospechaba pero que no quería que fuera real. Como enviada para despejar sus dudas, Monique se topó con ellos en el pasillo a la salida de la biblioteca. Enseguida comenzaron a hacerle preguntas sobre su hermano.

—Ha estado así durante todo el fin de semana. Usualmente habla de estas cosas en casa.

—Sí, le encanta quejarse cuando está disconforme —asintió Gilbert.

—Pero esta vez no ha sido así, ni siquiera papá está seguro de lo que ocurrió el viernes —dijo, rascándose la cabeza.

—¿El viernes le pasó algo? —inquirió Antonio.

—¿No les contó? —Monique exclamó con extrañeza—. Fue a casa de Arthur por primera vez. Cuando volvió se lo veía raro, pero dijo que todo andaba bien. Fue entre el sábado y el domingo que la cosa empeoró. Apenas salía de su cuarto.

Sus temores fueron confirmados, esto definitivamente tenía que ver con Arthur. Antonio deseaba enojarse con él y culparlo de todo, pero no podía evitar cuestionarse si tal vez él había entendido todo mal y había empeorado las cosas al hablar con ese chico. ¿Podía su mejor amigo de verdad estar interesado en alguien así? Ahora realmente empezaba a arrepentirse de haberlo desalentado tan magníficamente.

—¿Estás diciendo que este tal Arthur pudo haberle hecho algo? —preguntó Gilbert, frunciendo el ceño.

—No me apresuraría en buscar culpables —dijo Monique—. Pero algo pasó con Francis y si lo va a hablar con alguien estoy segura de que será con ustedes dos.

—Es imposible, nos lleva evitando todo el día.

La chica se encogió de hombros.

—Al menos ahora tienen más información, ya saben qué preguntas hacer.

—Tiene razón —le dijo Antonio a su amigo. Le agradecieron a Monique antes de volver a la biblioteca.

Ahí estaba Francis de vuelta, leyendo sus libros sin poner atención realmente. El dúo fue hasta su escritorio y se sentaron uno a cada lado. Antonio fue el primero en hablar.

—Sabemos que algo anda mal, es hora de que lo dejes salir.

—Y no nos vengas con la excusa de que tienes que estudiar —intercedió Gilbert, quitándole el libro de las manos.

Francis se cruzó de brazos haciendo un pequeño puchero.

—¡Estoy bien!

—Sí, suenas de maravilla. —Gilbert rodó los ojos—. Sabemos que algo pasó con ese Arthur, sólo dinos dónde vive y no tendremos reparos en ir y romperle la cara.

—¡Dios, no! —exclamó alarmado—. No tienen que romperle nada a nadie, es sólo que… —exhaló antes de cubrirse el rostro con las manos—. Me siento un idiota.

—Ey, ey, vamos. —Antonio rodeó sus hombros con un brazo y dejó que su amigo se recargara sobre él—. Eres de las personas menos idiotas que conozco.

—No, definitivamente soy el idiota más grande. Debí haberme dado cuenta de que todavía seguía en el armario para su familia.

Antonio sintió una punzada de culpa. Debió haberle advertido sobre aquello en su momento en lugar de haberse burlado de Arthur.

—¿Él mismo te lo confesó? —preguntó.

—No —se lamentó Francis—. Lo noté en su expresión. Estaba mortificado cuando su mamá nos encontró besándonos en la cochera de su casa. Después de eso prácticamente me echó de su casa.

—Ouch —exclamó Gilbert mientras le palmeaba la rodilla.

—Sí, y no hemos hablado desde entonces. No responde mis mensajes ni llamadas.

Sin poderlo soportar más, Antonio lo rodeó con el otro brazo y estrujó a Francis contra sí fuertemente.

—¡Lo siento, todo esto es culpa mía! Lo quise acobardar el otro día —confesó—, le dije que no eras su tipo, me di cuenta de que estaba en al armario y me burlé. No me caía bien y quería alejarlo de ti, ¡lo lamento!

Francis colocó ambas manos en sus hombros y se separó lentamente para verlo a los ojos. Gilbert tuvo la sensatez de permanecer callado.

—¿Desde cuándo te metes en mis relaciones?

—Lo lamento, no creí que te gustara.

—Yo tampoco creí que así fuera, pero sucedió. Y si tú no... —Con un gruñido se dejó caer de vuelta en sus brazos. El daño ya estaba hecho. Además, sería injusto de su parte enojarse por algo así después de lo que le había hecho a Gilbert—. A decir verdad, ya que estamos siendo sinceros… Yo también tengo algo que confesar. ¿Recuerdan esa cita con Elizabeta? —preguntó con la vista fija en Gilbert—. Nos besamos.

—¿Qué? —exclamaron sus dos amigos al unísono.

—¡En verdad lo siento!

Gilbert forzó una risa, súbitamente de pie y moviéndose inquieto.

—¿Y por qué lo sientes? —dijo sin mirar a ninguno de sus amigos—. Yo lo siento por ti. ¡En serio, qué asco!

Francis fue hasta él, lo tomó del brazo con delicadeza.

—Sé cómo te sientes por ella, no debí haberlo hecho. Pero Elizabeta no es para ti, no funcionaría.

Su amigo se detuvo, quieto por un momento antes de mirarlo con el ceño fruncido.

—Debería estar enfadado contigo, ¿no? —dijo duramente antes de suspirar y cambiar su expresión por una más dolida—. ¿Y acaso tú sí eres para ella?

—No creo que yo le gustara verdaderamente, más bien me usó.

Iba a omitir la propuesta que le hizo de comenzar una relación, no tenía sentido herirlo con eso. Gilbert asintió lentamente, luego ambos volvieron a sentarse con Antonio.

—Encontrarás a alguien que te corresponda —dijo Francis en un intento por animarlo. Antonio se incorporó, tenía una brillante idea que incluso lo podría redimir de sus errores.

—Creo que yo tengo la solución para eso. ¿Recuerdan que mi familia está de visita? —Sus dos amigos asintieron—. Tengo una prima hermosa que es sólo un año menor que nosotros. Se llama Chiara y viene de Italia, te la puedo presentar si estás con ganas de olvidar a Elizabeta —le sonrió a Gilbert. Éste lo agarró del brazo y lo sacudió con renovado entusiasmo.

—¡Y no se te ocurrió mencionar a tu bella prima antes!

Francis le dirigió una sonrisa de agradecimiento a Antonio, sabía que lo que había hecho no estaba solucionado pero serviría para distraer a Gilbert por ahora.

—Todos nuestros problemas amorosos se solucionarán, confíen en mí —dijo Antonio y luego les dio un corto abrazo—. Haré lo que sea necesario para ayudarlos. Si hay algo que pueda decirle a ese chico, dímelo, Francis.

—No es tu culpa que me ignore o que él no pueda hablar con su familia —admitió Francis—. Ya le dejé bien en claro que me gusta. Lo peor es que su madre ni siquiera reaccionó mal.

—A mi entender entonces él es el del problema —opinó Gilbert—. Él te gusta, tú le gustas y su madre no es homofóbica. Tan sólo es un poco cobarde y necesita un empujón. —Se acercó en modo más confidente—. Yo digo que a la salida de la escuela deberías ir a su casa y poner las cosas en claro.

—¿Hablas de un gran gesto romántico?

—Yo no lo llamaría de forma tan cursi, pero sí.

—¡Deberías usar tu bicicleta! —acotó Antonio—. Sería como un símbolo porque así fue como se conocieron.

—Te montas en ella, vas hasta la ventana de su casa y lo sorprendes sosteniendo un parlante con su canción preferida.

—Estoy seguro de haber visto eso en alguna película —dijo Francis. Quizás algo cursi y romántico era más su estilo y no el de Arthur. Necesitaba un punto intermedio, algo más pequeño pero íntimo, y sin duda fuera de sus casas—. Ya lo tengo —exclamó poniéndose de pie—. Primero, voy a necesitar que alguno de ustedes me lleve a mi casa. Me gustó tu idea de la bicicleta, Antonio. Iré a su casa como dijo Gilbert, pero nada de música, lo llevaré al prado junto al lago para pasar un rato a solas y tener un día de campo.

—¡Esa es la actitud!

Sus dos amigos lo apoyaron. En lugar de seguir en la biblioteca rodeados de sus tareas pendientes, pasaron el resto del receso en el patio como de costumbre.

Desde el día en que Arthur descompuso su bicicleta a martillazos, tuvo que volver a su casa a pie junto a su hermana y sus amigas, o bien Gilbert y Antonio se turnaban llevándolo en sus bicicletas. Esta vez se subió con Antonio, los tres marcharon a toda velocidad para ayudarlo con los preparativos para su tarde romántica. Ni su padre ni Monique estaban en casa todavía y tampoco almorzarían ahí, por lo que no había problema si se llevaba comida consigo.

—¡Voy a usar tu baño! —anunció Gilbert apenas llegaron.

—Yo me encargaré de juntar comida —dijo Antonio, pensando en probar un bocadillo en el proceso.

Francis salió por la puerta trasera hacia el jardín, lugar donde había dejado su bicicleta cuando la pintó con Arthur. Lo que no esperaba era verlo a éste inclinado sobre ella, del mismo modo que tantas tardes lo había hecho. Al verlo llegar a Francis se puso de pie de inmediato, cubriendo la bicicleta con su cuerpo.

—¿Arthur? —dijo sorprendido—. ¿Qué haces aquí?

—No había nadie así que entré saltando los arbustos —explicó a toda prisa. Su rostro ya empezaba a colorearse—. Quería hacer algo para ti.

Se hizo a un lado y dejó descubierta la bicicleta de Francis. Una gran cantidad de rosas sintéticas la decoraban, había enrollado los tallos hechos con alambre recubierto de verde en los caños metálicos del vehículo, hacían que el objeto pareciera salido de un cuento de hadas. Francis se acercó para acariciarlas con cuidado.

—Hubiera usado rosas reales pero se habrían arruinado al cabo de unos días —dijo mientras tomaba unos pasos hacia él. Siguió hablando en un tono más bajo—. Lamento lo que pasó.

Por un momento Francis creyó que lamentaba haberlo besado. Detuvo sus manos y se giró hacia Arthur.

—Siento haberte largado así de mi casa —prosiguió—. También lo de las llamadas y mensajes.

Francis le echó una última mirada a la bicicleta antes de volverla de nuevo a él.

—Se ve preciosa, gracias por haberlo hecho. Es gracioso, yo estaba a punto de ir a tu casa en ella para hacer un gesto por ti. Me ganaste de antemano —sonrió.

Arthur le devolvió la sonrisa antes de acercarse a abrazarlo. Los brazos de Francis no tardaron en rodearlo.

—Lamento lo de tu madre —murmuró—, espero que todo esté bien entre ustedes.

Arthur se separó tan sólo un poco.

—No contaba con que ella se tomara todo con tanta tranquilidad.

—Más bien creo que fuiste tú quien exageró.

—Odio tener que salir del armario con cada persona —carraspeó—. Desearía que no asumieran que soy heterosexual.

—¿Tus hermanos también lo saben ya?

—Un paso a la vez. Tampoco tengo que decírselos directamente, sacarán sus propias conclusiones cuando vengas de nuevo a mi casa.

Francis soltó una exclamación de sorpresa. Estaba a punto de preguntar cuándo sería eso, antes de que tuviera oportunidad de hacerlo Arthur sujetó su rostro y lo besó. Se perdieron en los labios del otro de tal forma que apenas registraron las palabras de Gilbert cuando habló.

—¿Deberíamos irnos para darles tiempo a solas? —bromeó en voz alta desde la puerta trasera.

Se separaron y lo vieron de pie junto a Antonio, los dos portaban sonrisas igual de divertidas.

—Arthur, este es Gilbert —sonrió Francis y ambos jóvenes se saludaron—. Y ya conoces a Antonio.

Hubo un corto y tenso silencio hasta que Gilbert volvió a abrir la boca.

—Ya que estamos todos acá, propongo que almorcemos lo que tienes en tu heladera.

Francis miró a los otros dos para asegurarse de que estuvieran de acuerdo, pero con lo único que se encontró fue con que estaban incómodos.

—Bien, si vamos a hacer esto espero que al menos se den la mano —dijo con determinación.

Arthur y Antonio se miraron, sabían que la alternativa no era nada buena. Con poco entusiasmo de ambas partes, se estrecharon la mano.

—A ver si dejas de arruinarle las relaciones a Francis —exclamó Gilbert con una risa.

—¡No era esa mi intención! —insistió Antonio.

—Más te vale no volver a intentarlo porque me verás por aquí constantemente —Arthur sonrió con altanería.

—Tal vez con el tiempo por fin pueda descubrir qué fue lo que Francis vio en ti.

Se soltaron la mano a la vez. Ya no era una pelea en serio sino una riña inofensiva. Francis echó sus brazos alrededor de ambos con una sonrisa complacida.

—En serio, Antonio —empezó a decir Gilbert—, no sé cómo no te diste cuenta de que Francis lo miraba con ojos de "quiero que me cojas".

Esta vez Arthur se echó a reír con ganas.

—Sólo estás celoso porque esa mirada nunca te fue dirigida a ti —dijo Francis.

—No deberías olvidarte de esa vez del verano pasado —mencionó Antonio.

—Me gustaría escuchar más de esa historia —intervino Arthur—, incluso hasta podríamos intercambiar anécdotas de él.

—Parece que al fin encontramos un punto en común.

—No se supone que se hagan amigos burlándose de mí —se quejó Francis. Se le vino a la mente una idea y sonrió para sí—. Me pregunto si ustedes dos se hubieran enamorado si Arthur te hubiera obligado a reparar su bajo.

Un escalofrío recorrió a Antonio y Arthur le dio un pequeño codazo a Francis tras soltar una maldición.

Los cuatro entraron a la casa para almorzar exactamente como había sugerido Gilbert, eligieron una película que continuaron viendo hasta después de terminar la comida. No había sido la tarde romántica que ni Francis ni Arthur habían planeado, pero sabían que ya tendrían tiempo para ellos dos solos cualquier día del futuro.