DEL AHORA

Anduvieron en bicicleta bajo el cielo nocturno por ese viejo camino conocido. Al igual que ellos, el prado había cambiado. Gracias a la luz de la luna podían verse las casas que habían sido construidas, eran muy pocas y todavía predominaba el espacio verde. No se adentraron demasiado, el camino ya era difícil de ver y todavía debían volver a la casa de Francis, pero principalmente tuvieron que detenerse porque a la bicicleta que usaba Arthur se le había atascado la cadena. Tenía bastantes años y hacía mucho que Maurice no la usaba ni la revisaba, no era inusual que algo así sucediera. Francis se había bajado de la suya para solucionar el problema mientras Arthur le alumbraba con la linterna de su celular.

—Te has vuelto muy habilidoso con esto —señaló.

—Tuve que hacerlo. —Se puso de pie sacudiéndose las manos—. ¿No recuerdas que después de que repararas la mía casi siempre se le salía la cadena?

Arthur rió. Casi había olvidado aquello. Se sentaron en unos troncos que habían sido cortados y contemplaron el lago.

—Sé de qué se trata esto —afirmó Francis—, yo también lo pensé antes de volver.

—¿De qué crees que se trata?

Francis clavó su mirada ansiosa en Arthur.

—No te hagas el tonto, de nosotros. No esperé por ti, Arthur, tienes que saberlo. Me enamoré y me casé, al final no resultó pero tampoco te esperé.

—Y ahora estamos aquí.

—¿Acaso me estuviste esperando todo este tiempo? —preguntó Francis. Giró el tronco sobre el que estaba sentado para poner toda su atención en él, como si la luna, las estrellas y el lago no existieran. Si bien lo que decía era cierto, no creía que jamás desapareciera del todo lo que sentía por él.

—Supongo que sí, te esperé más de lo que hubiera querido —admitió sin mirarlo—, pero tuve que dejar de hacerlo. —Clavó la mirada en Francis. Para sorpresa de éste, Arthur lucía absolutamente en calma, no había ni un gramo de nerviosismo en él—. En realidad esto no es sobre nosotros. Me voy a casar con Feliciano y necesitaba saber lo que pensabas, no quería lastimarte.

Una pequeña sonrisa se formó en el rostro de Francis, parpadeó varias veces sin dejar de mirarlo. Algo se hundió en su estómago al notar que Arthur no agregaba nada más.

—¿No querías lastimarme? Espera, ¿estás hablando en serio?

—Yo- Sí, creí que debía decírtelo considerando… bueno, todo.

—Es en serio. Entonces me trajiste hasta este lugar, a la luz de la luna, ¿para decirme que te vas a casar con alguien más?

Petrificado ante su reacción, Arthur no dijo nada y Francis se puso de pie, furioso.

—¿Qué es lo que te pasa? —Cuestionó Arthur, lo siguió hasta las bicicletas que habían dejado a un costado—. Acabas de decir que no me esperaste, ¡hiciste tu vida!

—Sí, sí, pero eso no quita que me hayas traído hasta aquí con tanto misterio sólo para… ¡Ugh, olvídalo!

Tomó su bicicleta, dispuesto a subirse y echar a andar. Sin embargo, las manos de Arthur lo detuvieron y lo obligó a mirarlo.

—Quería que te enteraras por mí antes de que lo escucharas de alguien más. Si hubiera sabido… —Sacudió la cabeza y tomó aire—. De verdad no era mi intención darte la idea equivocada.

De un manotazo, Francis le quitó la bicicleta. Quizá lo que más le molestaba de la situación era que Arthur intentara hacerse el maduro.

—No quieras hacerme creer que esto es un error de interpretación. ¡Cualquiera hubiera creído que ibas a proponerme volver contigo!

—¡Pero no lo hice! Es un riesgo pretender estar contigo —exclamó, por fin perdiendo la paciencia—. Fantaseé con la idea de esperarte, pero fue sólo una fantasía. Tengo algo sólido con él. ¿Acaso tú solo tienes derecho a continuar con alguien más?

—Puedes hacer lo que se te dé la gana, Arthur, pero no juegues con mis sentimientos en el proceso.

—¡Tú mismo dijiste que no esperarías por mí!

Arthur tenía razón en eso y era egoísta pedirle que hiciera lo mismo. Si cualquiera de sus amigos se hubiera encontrado en su posición, Francis les hubiera hecho ver sus errores, pero cuando se trataba de sí mismo simplemente no le importaba.

—Si en serio no puedes ver lo que está mal de esta situación, entonces eres más idiota de lo que creía.

—¡Vete a la mierda!

—¡No, tú vete a la mierda!

Francis se marchó en su bicicleta. Había acabado mucho peor de lo que Arthur previó. En su mente, Francis se ponía feliz por él, lo felicitaba por el compromiso e incluso aceptaba ser uno de sus padrinos. No es que pudieran casarse por iglesia, por mucho que eso le hubiera encantado a Feliciano, pero sí iba a haber una ceremonia y Arthur imaginaba a Francis formando parte de ella. No tenía idea de que él había fantaseado con un desenlace completamente distinto.

No lo había esperado, pero durante ese breve instante se permitió sentir la esperanza de que Arthur lo había llevado a ese lugar suyo para confesarle que él sí lo esperó hasta el último instante. Entonces, movido por su gesto romántico, Francis lo aceptaría, siempre lo había aceptado. Vivirían el resto de sus vidas sin volver a separarse. Sus familias quedarían por siempre unidas y su padre los recibiría en la casa todas las tardes. Estarían juntos en cada casamiento, reunión o vacaciones. Con el tiempo, tendrían una casa en el prado, tal como las que habían visto en el camino, y jamás se cansarían de esa vista.

Era ridículo pensar que aquello podía ser algo más que una fantasía. La vida no funcionaba así. Arthur no funcionaba así, simplemente no detenía su vida ni le rogaba a Francis que construyera un futuro con él.

No fue su padrino de bodas, Arthur ya ni siquiera consideraba invitarlo, no tal y cómo habían terminado las cosas entre ellos. Pero un fortuito encuentro los obligó a verse nuevamente. En medio de la organización de su casamiento, Arthur se cruzó con él en un evento de repostería. Francis se acercó primero, su actitud ya no era la de la última vez, en esta ocasión lograron mantener una charla sin reproches de por medio. Feliciano fue a su encuentro también y fue por medio de él que obtuvo la invitación formal.

Tuvo sus dudas, pero a fin de cuentas acabó asistiendo. Llevó a Antonio consigo, Francis no estaba con nadie y tampoco se sentía de humor como para buscar una pareja, por sobre todas las cosas sabía que necesitaría el apoyo de su amigo para un día como ese. Arthur no lo buscó con la mirada ni una sola vez. Se lo veía feliz, comprendió que realmente había acabado. Luego de la ceremonia se quedó poco tiempo en la fiesta, fue la última vez que vio a Arthur en mucho tiempo. Acabó en un bar con Antonio, llorando sobre su hombro. Su amigo sabía que lo que necesitaba en ese momento era desahogarse.

—En serio, sólo a ti se te ocurre asistir a la boda de tu ex —bromeó mientras le acariciaba la espalda. Había perdido la cuenta de las veces que tuvo que consolarlo por Kirkland. No era cualquier ex, era el ex.

—¡Mírame! Ya tengo treinta y sigo llorando por mi novio de la secundaria.

—No seas tan duro contigo mismo.

Realmente fue un día para llorar.


La conoció tras un tropezón digno de película. Al volcar su café sobre ella sólo pudo pensar en el vapor que emitía su taza y cómo el muchacho que lo preparó le advirtió que esperara un buen tiempo antes de beberlo. A ella le tomó unos segundos reaccionar, como si no se hubiera percatado de que la habían quemado.

—¡Mi brazo, mi brazo! —Gritó al ver el café derramado sobre su abrigo—. ¡Mira lo que hiciste!

Al levantar la manga el alma de Francis regresó a su cuerpo, aquella mujer llevaba un brazo ortopédico. Oyó su risa mientras él quedaba invadido por el alivio y la confusión.

—No es tan gracioso, ¡creí que terminarías en la sala de urgencias!

—De hecho es peor, arruinaste mi abrigo.

Fue su turno de esbozar una sonrisa, tenía razón en que su abrigo era bellísimo.

—Me declaro culpable. Si me lo permites, podría pagar la tintorería.

—Sólo si me dejas invitarte un café para reponer el que volcaste.

Elaine era modista, enseñaba diseño en la universidad y trabajaba en equipo confeccionando prendas particulares para sus clientes. Estaba lejos de ser conocida o poseer una reputación, vivía el día a día con su equipo de trabajo, pero tanto ellos como Elaine amaban lo que hacían. Ese día, bebiendo café juntos, se enteró de que ella tenía novio, pero eso no impidió que se volvieran buenos amigos y que, con el pasar del tiempo, Francis la conquistara hasta el punto de que ella rompiera con el pobre diablo. Fue mediante diversos pedidos de ropa que Francis llegó a conocerla de a poco. Sacando medidas y decidiendo diseños, ambos fueron pasando el tiempo juntos en breves encuentros. Ella sabía lo que intentaba hacer y lo dejó, le permitió que la enamorara.

Una noche, cerca de la madrugada, lo llamó:

—¿Es en serio todo lo que dices que sientes por mí? —Su voz sonaba acongojada, apenas audible, hizo que Francis se apresurara a salir de la cama.

—Absolutamente, cada palabra.

—Creo que por primera vez en mucho tiempo no sé lo que hago.

—Elaine, ¿qué sucede?

—Acabo de irme de la casa. Rompí con él.

Jamás se arrepintió de ello. Elaine no era como nadie que hubiera conocido antes, parecía tener los ojos bien abiertos frente al mundo, podía ver las cosas como realmente eran y fue por ello por lo que no aceptó estar con Francis sino hasta sentirse completamente segura de que su corazón no anhelaba a nadie más. Cuando al final estuvieron juntos Francis estaba rendido a sus pies. Era la clase de persona que te preguntaba las cosas a la cara en lugar de plantearse acertijos, que cuando le preguntaban algo acerca de ella misma tenía la respuesta preparada. El primer matrimonio de Francis había sido breve, distó mucho del cuento de hadas que había soñado, con ella sabía que simplemente de llevarla al altar no volvería a conocer el divorcio. Pero Elaine tenía la idea opuesta. No creía en el matrimonio, no veía el amor en ello, sino que el romance se encontraba en compartir la vida con Francis. No porque un contrato se los dijera, sino porque no podían evitarlo.

Llevaban de novios un buen tiempo cuando se animaron a invitar a un tercero a su dormitorio. La idea fue de Elaine, exclusivamente quería que fuera un hombre. Francis no había estado con uno en años, de modo que buscaron al tercio faltante en un bar. Era un sitio para adultos, gente de su edad, sin mocosos que se colaran y los hicieran sentirse un par de ancianos. Sea quien sea, lo elegirían juntos, debía sentirse atraído por ambos en partes iguales. Al menos ese era el plan. Miraron a diferentes hombres, señalando con disimulo sus rostros para que el otro juzgara qué tan atractivo era. Su esposa señaló una cabeza rubia, que incluso antes de que se volteara en su dirección, Francis supo reconocer. Allí, a unas mesas de distancia, estaba Arthur Kirkland fijando la vista en ellos. Sin perder tiempo, se puso de pie.

—Este es un rostro que no esperaba encontrarme hoy.

Hablaba con una sonrisa cansada y a primera vista saltaba que se encontraba bastante ebrio. Mientras lo saludaba, Francis intercambió una mirada con Elaine y ella supo de inmediato que no invitarían a ese hombre a su casa a pasar la noche, pero algo más sucedía. Se excusó para ir al baño y dejarlos solos.

—Así que has sentado cabeza —exclamó Arthur, tomando el lugar libre—. Pero están ligando en un bar.

—Sí, se puede decir que buscamos a alguien para sumar a la diversión.

Pudo ver que algo se despertaba en la mirada de Arthur y tuvo que frenarlo antes de que siquiera lo sugiriera

—Un hombre desconocido, ya sabes, sin historia. Y sobrio.

—Entiendo, entiendo —asintió con la cabeza—. Ha de ser divertido, poder hacer algo así con quien amas. Le hubiera servido a mi matrimonio.

Rió con amargura y continuó bebiendo de su trago. Prosiguió a contarle de su fallida relación con Feliciano, cómo se habían hastiado el uno del otro, cómo la religión se volvió insoportable para él, y finalmente el divorcio.

—Fue siempre su familia la que lo arrastraba a la Iglesia, llegó un punto en el que estaba hecho un fanático y pretendía que yo también lo fuera —le explicó y pidió otra copa. Soltando un suspiro, continuó—: No sé bien dónde encajo en todo este tema de la fe, pero estoy seguro de que no quiero ir cada domingo a ese antro, ni viajar a Italia cada Pascua o sonreírle al abuelo Vargas cuando cita la Biblia.

Francis no pudo hacer más que palmear su espalda como consuelo. Sin importar cuánto le había dolido verlo casarse con alguien más, no podía evitar sentirse mal por Arthur y el desenlace de su matrimonio. Imaginaba que estaba en ese bar para ahogar sus penas y tal vez probar suerte con alguien, pero su estado resultaba deplorable.

—No es sencillo encajar en una familia nueva, en especial si son tan rigurosos —comentó Francis.

—Tal vez fue mi culpa. Llegué a vomitar en el pesebre navideño —le confesó con una risa—. Es que no podía pasar las fiestas sobrio, rodeado de toda esa gente.

—De acuerdo, ¿por qué no dejas que te lleve a casa?

Le apartó el vaso con cuidado y lo instó a ponerse de pie.

Para decepción de ambos, esa noche no obtuvieron la diversión que buscaban. Junto con Elaine, ayudaron a Arthur a volver a casa sano y salvo. Francis se encargó de encontrar la llave y conducirlo hasta la habitación, donde se encontró siendo estrechado en un cálido y sorprendente abrazo.

—Eres un ángel —oyó decir a Arthur, con el rostro hundido en su cuello. Al apartarse le sonrió con picardía—. Llámame si llegas a separarte.

Cuando Francis se marchó ya estaba tendido en la cama y con los ojos cerrados.

Le escribió a la mañana siguiente para ver cómo se sentía, pero Arthur fue cortante en sus respuestas. No por ello dejó de disculparse por su comportamiento y por haberle causado inconvenientes. Francis esperaba que tras este altercado volvieran a establecer algún tipo de contacto, sin embargo no se escribieron de vuelta.

Mathieu nació al cabo de un año. El pequeño no estaba en sus planes pero lo amaron desde el primer segundo. Ya llevaban un buen tiempo viviendo juntos y tuvieron que volver a mudarse al ampliar la familia. El embarazo ocurrió como todos los padres sueñan, sin complicaciones y en absoluta armonía familiar, lo mismo ocurrió al momento del nacimiento: un bebé totalmente sano y bello para todas las fotos que quisieran tomarles. Elaine había tenido la esperanza de que quien siguiera su desarrollo fuera el médico de la familia, que la había atendido toda la vida, pero recientemente se había retirado. Así fue como conocieron al pediatra que luego protagonizaría el final de su matrimonio. Francis había notado algo inusual en la manera en que ese hombre de cabello rojizo lo miraba, si su instinto no le fallaba ese algo tenía que ver con el deseo. A decir verdad él mismo extrañaba el contacto de un hombre, puesto al final nunca pudieron concretar la fantasía que albergaban con Elaine, y ahora no era el momento. Dejó de asistir a las citas, no confiaba en que algo bueno pudiera salir de allí y era mejor no tentar al destino. Lo que acabó por ocurrir fue todo lo opuesto.

Elaine le confesó que lo amaba y no se lo hubiera dicho si cada partícula de su cuerpo no estuviera por completo segura. Francis no tuvo tiempo de sospechar, de seguirla en encuentros furtivos o acusarla inútilmente; ella se lo dijo de frente, sin iniciar una aventura de la que se arrepintiera. Aunque en el proceso acabó rompiendo el corazón de Francis de todos modos. La pelea duró una noche, le había dicho que tenía toda intención de terminar y darle una oportunidad a una nueva relación. La parte racional de su ser comprendía que ella intentaba hacer lo mejor por no lastimarlo, pero lo estaba destrozando y no quería manejar el asunto con frialdad ni ser comprensivo mientras le robaban a su esposa.

—¡Nunca nos casamos, no! Eso es cierto, no estamos casados a los ojos de la ley —sentenció Francis—. Pero no eres menos que una esposa para mí, compartimos años y un hijo juntos. ¿Acaso no significa nada?

Ella lo tomó de las manos, empeñada en su dulzura.

—Estás mezclando las cosas. No soy tu esposa y nadie me está robando, debes entender que no pedí nada de esto.

Francis se soltó sin pensarlo dos veces.

—Claro. Simplemente sucedió, ¿no?

Pasó la noche en casa de su padre, de vuelta en la habitación de su niñez y adolescencia. Descargó su tristeza y frustración, sin importar cuánto se esforzara sus relaciones terminaban mal. Esta vez su instinto le había fallado, al intentar preservar a Elaine, ella acabó por abandonarlo. Sin embargo, ahora era distinto, estaba Mathieu y el pequeño no podía tener a un papá lleno de rencor en su interior. Decidió mudarse definitivamente a lo de su padre de vuelta. A fin de cuentas no estar casados a los ojos de la ley simplificó la situación. Maurice estaba feliz de recibir en casa a su hijo y a su nieto, muy a pesar de las circunstancias, incluso cuando Francis debía ausentarse tenía al niño todo para él. Matheiu convivió con sus padres en partes iguales, pues ellos nunca perdieron el trato. Como siempre ocurría, Francis se supo adaptar a la situación, incluso cuando Elaine se mudó con su nueva pareja. Al principió pensó que algún día sería capaz de perdonarla, pero al cabo de un tiempo Francis llegó a la conclusión de que no tenía algo que perdonar, Elaine no lo había traicionado ni mentido, actuó según dictaba su corazón.

Durante la época en que el niño transitaba el jardín de infantes recibió un llamado inesperado.

—Necesito ayuda para recuperar a mi hijo.

Tenía a Mathieu en brazos cuando el señor Kirkland le dijo esto. Se encontraba hospitalizado, decir que su estado era grave era un eufemismo. Ese hombre no tenía familia o una vida hecha. En todos sus años, lo único que había hecho que verdaderamente valiera algo era Arthur, y lo había perdido. Al sentir al pequeño removerse mientras bebía su jugo no se sintió capaz de negarse ante él. Se juraba que no sería ni la mitad de terrible de lo que había sido ese hombre con Arthur, aun así podía empatizar con el dolor de extrañar a un hijo.

—Tengo sólo una pregunta, ni siquiera me interesa cómo me encontró, pero ¿por qué me necesita a mí de intermediario?

—Él no me hablaría, tampoco su familia, y no te conozco, pero sé lo significas para él.

Por supuesto que Arthur no iba a hablarle, no si lo último que Francis había escuchado acerca de ese hombre era cierto. Recordaba el rol que jugó en aquella separación entre ellos, cómo había abandonado a Arthur una vez más y su ausencia por años. Y ahora estaba muriendo. Hubiera preferido no tener nada que ver con esto, bien podía cortarle el teléfono sin más, su hijo estaba mucho mejor sin él. Pero ahora no era su propio rencor lo que importaba, era una decisión que Arthur debía tomar: si quería volver a tenerlo en su vida o no.

—Bien, lo haré.


Lo tomó por sorpresa, pero cuando le dijo que quería hablar con él, el inglés no perdió tiempo en poner una fecha para encontrarse. Se veía en mejor estado que la última vez, años atrás. Ya no tenía más ese mismo número, su madre, que todavía residía en la enorme casa blanca, se lo había facilitado a Francis.

—Quiero pedirte disculpas por nunca haberte vuelto a hablar —dijo Arthur apenas se sentaron en la cafetería—. Me ayudaste esa noche… que la verdad no fue una de mis mejores noches, y sólo me porté mal contigo.

Era poco característico de él disculparse, mucho más por algo que ya había pasado y realmente no le afectó. Luego se enteró de que llevaba un tiempo sobrio, resultó que sus problemas habían sido mucho más profundos de lo que Francis sospechaba, esto era parte de su proceso. Se pusieron al día y, llegado el momento, no pudo darle más vueltas al asunto.

—Tu padre me contactó.

Le explicó de la enfermedad y su internación, no iba a poder salir de eso. Lo había contactado expresamente para poder ver a Arthur, la única persona que existía en su vida. Le hizo saber sus propias dudas al respecto, había sido un hombre bastante terrible con él y no estaba obligado a hacer nada que no quisiera, su familia estaría allí para apoyarlo. Él lo escuchó todo en silencio, al terminar de hablar le pidió el número que su padre le pasó. Le agradeció a Francis por todo y volvió a abrazarlo como la última vez.

Esperaba que ocurriera lo mismo de nuevo. Arthur desaparecería de su vida con pocas palabras y tal vez en unos años el destino los uniría otra vez, pero al cabo de una semana recibió un llamado suyo, entrada la noche. Acababa de acostar a Mathieu cuando su teléfono sonó.

—Creí que no volvería a saber de ti.

—Lo siento Francis. No quería alejarte de nuevo. —La voz de Arthur sonaba intranquila al otro lado de la línea.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó, porque sabía que de otro modo no estaría hablando con él—. ¿Lo has llamado?

—Lo vine a ver, hablamos esta misma tarde. —Casi podía verlo a Arthur apretar la mandíbula en ese gesto que hacía para contener cada una de sus emociones—. Lo quería insultar, mandarlo a la mierda, había planeado todo lo que pensé en decirle estos años. Y no fui capaz de soltarle la mitad de las cosas antes de quebrarme como un idiota. —Hizo silencio, Francis sólo podía oír su respiración entrecortada, estuvo tentado a decirle algo, pero sabía que era mejor dejarlo hablar—. Es que no era… lo que imaginaba. Creí que iba a estar enojado pero simplemente me puse así y no sé por qué. Quería odiarlo- no, sí lo odio, pero no es sólo eso.

—Lo sé, Arthur —dijo al notar que le costaba encontrar las palabras—, no puedes elegir cómo sentirte.

—Estaba seguro de que no me importaría si se moría, pero al verlo allí…

—¿Lo quieres?

—Sería un estúpido si lo hiciera, ¿no?

—Claro que no, sigue siendo tu padre y no le queda mucho tiempo, no es momento de que te dejes llevar por tu orgullo. No puedes controlar lo que sientes, aunque sean emociones tan contradictorias a la vez —le repitió. No decía nada de eso para hacerlo sentir mejor, realmente creía en sus palabras y no lo juzgaría por la decisión que tomara—. ¿Todavía lo quieres?

Le tomó su tiempo responder, hasta que cedió.

—Mierda, sí. Lo detesto, pero sí. Sí, y no creo poder aguantar dejarlo morir sin haber hecho algo.

Volvió a saber de él a los pocos días, cuando le contó que había hecho las paces, o al menos lo más cercano a hacer las paces de lo Arthur era capaz. No se le daban bien las conversaciones abiertas sobre temas tan sensibles, tenía claro lo duro que había sido para él sincerarse aquella noche que hablaron por teléfono. Lejos de portarse hostil con su padre, lo visitaba con frecuencia y le llevaba lo que necesitaba, habían encontrado la manera de sentirse cómodos en presencia del otro a pesar de los años estropeados, todavía eran un par de extraños unidos por la sangre. Arthur se dejó llevar sin cautela, sabía que esto iba a terminar de una única forma y no podía permitirse frenar por sus propios temores que, si bien estaban correctamente justificados, ahora mismo perdían peso ante lo extremo de la situación. A su madre no le había agradado ni una pizca la reaparición de ese hombre, sin embargo, no cuestionó la benevolencia de Arthur. Sencillamente se limitaron a no hablar del tema. Con un par de padres así no era de extrañar para Francis que Arthur hubiera resultado ser una persona tan cerrada. Hablaban a diario de sus vidas, si no era acerca de su familia, Arthur le comentaba sobre el nuevo ciclo escolar que había iniciado en el trabajo. Lo había retomado hacía un año, luego de iniciada su rehabilitación. Francis se encontró compartiendo con él los problemas por los que pasó con Elaine y su actual situación en casa de su padre. Realmente no creía que fuera a mudarse otra vez, se encontraban a gusto conviviendo juntos y sabían que les hacía bien la presencia del otro, quién sabía cuánto más viviría Maurice.

—Esa es una manera muy cruda de ponerlo.

—¡Pero es cierto! —exclamó Francis—. Además, me gusta vivir con él y Mathieu no podría estar más contento, no veo la necesidad de dejar la casa de mi papá.

—Suenas como un chiquillo —dijo Arthur con una clara sonrisa en su tono de voz.

—No es como si viviera a costilla suya, que te quede claro que compartimos todos los gastos.

—Así que no piensas abandonar tu trabajo esta vez.

—Pues no, esto va en serio.

Quizá por primera vez en mucho tiempo era así, no había otra cosa que quisiera hacer más que cocinar, cuidar a Mathieu y vivir con su padre. ¿Acaso su ambición había muerto? Poco le importaba. Estaba tranquilo por primera vez en mucho tiempo.

—No he visto tu restaurante todavía.

—Lo único mío ahí es la comida.

—Bueno, todavía no la he probado.

—No sé qué esperas para darte una vuelta.

—Tal vez lo haga.

No se habían visto las caras en un largo tiempo, más que por videollamadas iniciadas por Francis. Arthur cumplió con su palabra y se presentó, aunque sin aviso previo, un rato antes de que cerraran. Por fortuna ya quedaban pocos clientes, así que lo sentó en una mesa cerca de la cocina y le sirvió su mejor plato. Tuvo la oportunidad de conocer a los compañeros de Francis gracias al poco movimiento a esa hora, incluso pudo sentarse con él para conversar sin interrupciones.

—No planeaba venir hoy, fue cosa de último momento.

—¿Ah, si?

—Mi hermano va a casarse en dos meses, hoy finalmente llegó la invitación formal. —Le extendió el elegante sobre—. Fíjate en la locación.

Francis extrajo la tarjeta con curiosidad y leyó cuidadosamente. Era el mismo sitio en donde se encontraba el prado, al menos el lugar donde solía estar, cada vez había más casas y menos espacio verde, por lo visto una buena parte se había salvado para hacer sitio para fiestas y eventos.

—¿Tú se lo sugeriste o Dylan es así de romántico por naturaleza?

Arthur soltó una risa corta.

—Nada de eso, recuerdo que mencionó que no sería en una iglesia, pero eso es todo. No te creas que eso lo convierte en un romántico ni por asomo —añadió.

—No puedes negar que tiene buen gusto.

—Supongo. —Tomó el sobre cuando Francis se lo devolvió, pero no lo guardó en su chaqueta. Dudo un poco antes de continuar—. Si no te parece fuera de lugar, me gustaría que me acompañaras.

—¿Fuera de lugar? —repitió Francis con una sonrisa ensanchándose en sus labios. Una vocecilla interrumpió su conversación, un niño de rulos dorados cruzó la puerta de entrada y se acercó a su padre hasta abrazarle las piernas. Francis lo tomó en sus brazos y le cubrió el rostro con besos. Le contó de un dibujo que había hecho con su abuelo, que lo tenía guardado en el auto y ahora se lo traería para que lo colgara en la pizarra de la cocina del restaurante. Al percatarse de la presencia de Arthur cerró la boca.

—Tú debes ser Mathieu —le dijo al niño, extendiendo la mano para que chocaran los cinco—, el campeón de hockey del que tu padre me habló.

El niño sonrió y le devolvió el saludo, luego miró a su padre y de nuevo a Arthur.

—Eres el de las fotos de papá —dijo con seguridad.

—Vaya que tu timidez es selectiva —exclamó Francis con una risa nerviosa—. Sí, él está en algunas fotos. Se llama Arthur. —Se dirigió al otro para aclarar—: Fotos viejas, muy, muy pocas.

—¿Y qué tal salgo? ¿Son fotos buenas?

—Tu cabello es verde —rió Mathieu.

—Tu papá tiene razón, son bastante viejas.

—¿Están en una cita? A mi papá le gustan las mujeres y también los hombres —remarcó con entusiasmo.

—De acuerdo, ve a buscar a tu abuelo al auto —insistió Francis, devolviendo los pies del niño al suelo. La incomodidad era palpable en el aire y no sólo de su parte, sabía que su hijo no se detendría, no cuando de su vida amorosa se trataba, entonces parecía perder toda inhibición—. Luego puedes elegir un postre para llevar a casa.

Mathieu hizo caso, aunque no les despegó los ojos hasta cruzar la puerta de entrada.

—Bueno, no hay dudas de que salió a su padre —comentó Arthur.

—No soy así de entrometido en la vida de otros —se defendió, ignorando por completo la verdad de aquello—. Te juro que está obsesionado con que salga con alguien.

—¿Así que le enseñaste mis fotos? —preguntó Arthur. Le era imposible no sentir curiosidad al respecto.

—Tengo muchas fotos, de muchas personas… pero sí, tú sales en varias de ellas.

Arthur se limitó a sonreír, extrañamente satisfecho con estos detalles.

—Entonces, ¿qué dices de la boda?

—¿Me estás proponiendo matrimonio? —Bromeó Francis, Arthur puso los ojos en blanco como toda respuesta, pero no pudo evitar reír, un cosquilleo que sentía en el estómago ciertamente no ayudaba—. Me encantaría acompañarte. No tiene que significar nada, claro.

—Por supuesto, no tiene que significar nada —concordó Arthur, mientras en sus labios se asomaba una sonrisa cómplice. Ambos querían que significara todo.


Me llevó un tiempo, ¡pero lo finalicé! Espero les haya gustado este final, originalmente Arthur no se casaba con Feliciano, volvía con Francis después del ir al prado y vivían felices por siempre, pero me pareció un final muy aburrido y poco realista. Si bien toda la historia fue algo cursi, creo que este se adapta más a la vida real y a cómo serían las cosas para ellos.

Muchas gracias por leer y a quienes comentaron/dieron fav, un saludo!