Le gustaría decir que el héroe Dinamight estaba preparado para lo que viniera, pero realmente no lo estaba. No para esto.
Su relación con Shōto nunca fue muy afectuosa en el sentido de brindarse demasiadas muestras de cariño físicas, pero durante todos esos años en los que vivieron juntos, supieron complementarse; supieron ser la llama que aviva un desborde de pasión, casi como si detonara una necesidad intensa de tenerse cerca el uno al otro, a la vez que una sensación de frescura impedía que se quemaran mentalmente por la rutina que establecieron dentro del matrimonio.
No obstante, esa frescura, en un día como cualquiera, se salió de sus manos y llegó al extremo de ser demasiado fría. El rubio se preguntaba, muy en el fondo, si habría tenido parte de la responsabilidad el hecho de haber dejado solo a su pareja un tiempo antes de que el cambio de este último comenzara a hacerse visible.
Katsuki vio, impotente, la manera en que Shōto se retraía más y más, volviendo a la burbuja de ensimismamiento en la que vivía incluso en los primeros meses de relación. En retrospectiva, nunca fueron personas de muchas palabras, así que el día que Katsuki trató de acercase a su pareja, pudo reafirmar lo que ya sabía desde la secundaria: las cosas hechas a medias no sirven. No sirvió intentar hablar cuando jamás en su jodida vida lo había hecho, porque con Shōto no era necesario; siempre se habían entendido con miradas, gestos y palabras no dichas.
Por eso, cuando Todoroki empezó a rehuir del contacto visual, ser esquivo en lugar de hacer gala de su neutralidad característica y omitir los pequeños detalles que tenía con Bakugō en las mañanas, como darle un beso en la mejilla o la frente antes de irse al trabajo creyéndolo dormido, aunque de hecho sabía que le tocaría levantarse unos minutos después y de todas maneras lo besaría en los labios cuando se levantara a arreglarse; entonces, en la mente del rubio sonaron las alarmas de que algo andaba mal.
Como Katsuki no acostumbra a dejar cabos sueltos, y porque en verdad se estaba preocupando, se acercó a Shōto pensando que las conversaciones irían como siempre. Estaba en un error. Esa tarde, su marido apenas le hizo caso cuando se sentó al lado de él y lo ignoró cada vez que preguntaba, certero y casi insensible, qué demonios estaba pasando con él. En retrospectiva, Katsuki sabe que fue un tonto al no medir el tono de sus palabras; sus emociones, siempre intensas, parecían reclamos antes que una muestra de sincero interés.
Definitivamente, habría sido mejor reconocer cuándo era hora de rendirse, cosa que nunca supo hacer y ahora su mejor cualidad le jugaba en contra; antes que presionar los puntos incorrectos de la persona que más amó.
Al rubio le encantaba cuando Todoroki se encendía literal y metafóricamente; cuando las llamas resplandecían y sacaban las sensaciones más viscerales de su sangre y corazón en el campo de batalla. Y también, cuando trataba de contenerse en la intimidad para no hacerle daño con sus habilidades en medio de la empresa, y Bakugō no lo sacaba de su tonto error para aclarar que eso no era factible debido a la compatibilidad tan alta de sus cualidades, porque al muchacho de los iris rubíes le encantaba contemplar la lucha interna de su entonces novio por contener el deseo que él le causaba.
Esa vez, en cambio, detestó ver esa lucha reflejada en los ojos de su pareja, cuando segundos después decidió dejar de contenerse y se consumió en las llamas anímicas que probablemente le estaban quemando hasta la razón y su buen juicio. No pensó llegar a discutir con Todoroki. No así. No yéndose casi a los golpes, como cuando peleó con Deku en la UA. Bakugō recordó, fugaz, aquella ocasión, y también esa otra en la que, en pleno festival deportivo, sacudió a su ahora esposo con evidente molestia por haberse dejado ganar.
Ah, ciertamente eran dolorosos esos recuerdos una vez que los comprendía: Bakugō siempre fue el que buscaba pelea, sin imaginar que un día, Todoroki le iba a corresponder. Eso último le gustó cuando tuvieron su primera cita, su primer beso, su primera vez… Pero no ahora que destilaban sus ojos una rabia infinita como la que un joven Bakugō resguardaba en su corazón al entrar en la UA. Mucho menos quiso que esa ira nueva y extraña viniendo de su marido se proyectase en su dirección.
¿Qué carajo le habría ocurrido a Shōto esa vez que Katsuki tuvo que irse sin él? Se suponía que, aunque sus dotes en oratoria dejaran mucho qué desear, siempre se habían dado pistas mutuas para que averiguasen por su cuenta lo que quería expresar el otro, como si se tratara de señales de humo. Lo complacía el pensamiento de que, quizás en ese entonces, pudo haber constituido la calma que Shōto necesitó toda su vida; ahora, en cambio, se torturaba con la insinuación de que tal vez Katsuki era dinamita esperando explotar cualquier cosa a su alrededor en un sentido nada heroico.
Cada día se sentía más solitario, como si esa persona viviendo en su misma casa no fuera más su marido, sino un vacío recipiente de lo que un día fue. Lo estaban enloqueciendo la sensación cada vez más frecuente de estar fuera de lugar, y la incertidumbre de qué nuevas consecuencias traería cada movimiento hecho por él rubio. Se sentía perdido: todo se estaba yendo a la mierda.
Qué curioso que él solía ser un héroe con el hábito de decir que no le importaría si todos se murieran o que él mismo iba mandarlos al infierno. Debería haber escuchado con más atención las lecciones en la UA sobre cómo proteger a alguien; sobre cómo salvar su matrimonio. Ahora no sabía si quedaba algo por hacer además de ser testigo de la forma agonizante en que se agotaba el aire entre ellos; la forma en la que terminarían buscando ese aire para respirar lejos el uno del otro si no ponían una solución.
«Noto que mi corazón, no sé... no va. [...] tenemos que hablar, porque ya se va acabando el aire entre nosotros.»
