Probablemente aquella decisión de tomar un caso casi al azar no fue del todo buena idea, pero era su opción inmediata más atractiva. Estuvo fuera más de tres horas yendo y viniendo, subiendo y bajando. Al final, todo terminó en un problema que no era más que el resultado de un malentendido romántico. Fue el caso más ridículo que había tomado, además de que terminó con un puñetazo en la cara.

Para cuando iba de regreso al 221B, estaba seguro de que pronto sería medianoche. El tránsito de coches era casi el mismo pero no el de los transeúntes, todo parecía más calmado y silencioso por esa parte de la ciudad. Suspiró. Por algunos momentos, logró distraerse lo suficiente como para no pensar en John y en su expresión de rechazo, tampoco en que en ese momento ya estaría en casa con su nueva esposa o quizás aún celebrando y probablemente bailando piezas lentas abrazando a Mary mientras todos los demás, ya ebrios, los miran con los ojos llorosos deseando ser igual de felices que ellos. En cualquier caso, nada podía hacer. A esas alturas, le daba lo mismo. Con sangre chorreándole de la nariz y manchando su camisa blanca, le pidió al conductor que se detuviera frente a su departamento y bajó.

Entró y, de inmediato, supo que la señora Hudson no estaba en casa. Observó con cuidado y se dio cuenta de que ni siquiera había regresado desde que él se fue. No dudaba de que estuviera aún dándolo todo en la pista de baile o sentada en una mesa conversando con señoras de su edad mientras tomaba copa tras copa. Dio gracias de no topársela en su camino y subió a darse un baño. Al terminar de asearse y cambiarse la ropa por una muda limpia, encendió su celular y vio que pasaba de la medianoche, además de que tenía varias llamadas perdidas de Mycroft y aún más mensajes sin leer de parte de él. Lo ignoró y lanzó el teléfono a la cama.

Sherlock solía ser un búho nocturno y esa noche no era la excepción. Tomó su violín y se acercó al balcón, abrió la ventana y dejó que el aire fresco entrara a la alcoba y el viento soplara, agitando su cabello. Se colocó el violín en el hombro y con su otra mano tomó el arco. Tocó. Tocó durante horas. No estaba seguro de qué hora era cuando sus dedos estaban ya entumecidos y sus brazos tan cansados que dolían. Al pasar el arco, el violín no emitía ya ningún sonido. Lo dejó a un lado y se giró hacia el centro de la habitación. Probablemente pronto amanecería, pero la habitación en ese momento estaba a oscuras porque ni siquiera se había molestado en encender las luces. El cielo estaba nublado, así que ni siquiera la luz de la luna podía iluminar tan sólo un poco la silenciosa habitación. Se volvió hacia los sillones que protagonizaban la sala. Observó su sillón de cuero negro, y luego el de terciopelo rojo ubicado justo en frente. Se acercó y tomó asiento. Nunca antes se había sentado ahí y, al hacerlo, pudo comprender por qué a John le gustaba tanto. Era bastante cómodo y amplio, era suave y te daba la sensación de que podías quedarte dormido si así lo querías. Así que lo probó. Cerró sus ojos sólo un momento. Sólo sería hasta el amanecer. Llevaba días sin descansar bien pero aquella noche lo necesitaba, no sólo para darle a su cuerpo el descanso que necesitaba sino para desconectarse, al menos unas horas, de la realidad en la que se encontraba y en la que no podía soportar un momento más el sentimiento de culpa y vergüenza.


Debió quedarse tan profundamente dormido que no se dio cuenta cuando se deslizo del sillón y se acomodó en la alfombra para dormir en una mejor posición. No debió haberse dormido mucho tiempo porque la habitación aún estaba a oscuras cuando abrió ligeramente los ojos, sus sentidos se alertaron cuando escuchó que la puerta de la planta baja se abría y se cerraba. Al escuchar los pasos que subían por las escaleras hacia donde estaba él, pudo confirmar de quién se trataba, no era la señora Hudson, desde luego, ella subía ligera y lentamente o liviana pero entusiasmada cuando lo que tenía que decir era importante. No obstante, esta vez era otra persona. Sherlock reconocía el sonido de los pasos, las pausas al caminar, la presión que hacía sobre el piso. Maldijo por lo bajo, ahora mismo no estaba preparado para encarar otra vez a John. No tenía idea de por qué venía ahora, podría haber jurado que jamás querría volver a verlo o, por lo menos, no tan pronto. Supo que no era una visita casual o desinteresada cuando sus pasos se apresuraron aun más a subir las escaleras. Sherlock se enderezó hasta quedar sentado sobre la alfombra, se recargó en el sillón de terciopelo rojo de John. Estiró una de sus piernas y elevó la otra, recargando un brazo sobre su rodilla. Era una posición que podía dejar a simple vista lo cansado y derrotado que se sentía, pero no le importaba ya a esas alturas. Vio a John entrar con torpeza a la oscuridad, sin embargo, se veía apresurado, tanto que no se molestó en encender las luces. Se adentró en la sala y buscó a alguien con la mirada.

Continuará...