Buenas tardes :)
Aquí está el nuevo capítulo, en el cual me he tomado algunas licencias creativas, claro, después de haber leído e investigado un poco al respecto.
También debo aclarar que para conveniencias del fanfic, he situado cronológicamente el Gaiden de Albafica aproximadamente un mes antes de que iniciara oficialmente la guerra santa, por lo que Pefko y el santo de Piscis tenían poco de conocerse antes de la muerte de éste último.
Así mismo, aclaro que Pefko tenía 8 años cuando sucedió lo de Luco y 14 años cuando Albafica es resucitado. Para mi es más cómoda esta idea :D el chiquillo me cae muy bien XD y será importante en la trama.
Pasen a leer y déjenme saber su opinión, los reviews son importantes para los escritores ;3
Sobre sus comentarios:
lustrousray: Muchas gracias, es bonito saber que consigo atraparlos con mi historia, son muy lindas tus palabras. Agasha me cae muy bien y aunque no sale en éste capítulo, espero que sea de tu agrado ;)
Yista: Que bueno que te gusto la situación, Shion no puede evitar sonreír ante el "problema" de su amigo. Y tienes razón, Albafica NO tiene experiencia alguna XDXD y pues ya saben, alguien tendrá que enseñarle XD
Leyla: Así es, Shion apoyará al guapo de Albafica ;D y aquí verás la importancia de Pefko. Todavía falta para que Agasha vea de nuevo a Albafica, pero pues si, ambos tienen una misión juntos XD
Atención: Todos los personajes de Saint Seiya y Saint Seiya: The Lost Canvas, pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi respectivamente. Los OC son de mi autoría personal, así como la historia, la cual solamente escribí por gusto y diversión.
Capítulo 4: El Curandero
Santuario, edificio del patriarca.
Albafica comía vorazmente lo que tenía servido en el plato. Su apetito se había incrementado considerablemente en las últimas horas. Tan pronto despertó, Shion entró en la habitación con ropa nueva, calzado y algunos artilugios de aseo para darse una ducha. Rato después, ambos se dirigieron al comedor para desayunar.
–Tranquilo Albafica, te vas a atragantar si sigues comiendo de esa manera– dijo Shion, mientras cortaba un pedazo de pan.
–No puedo evitarlo, tengo demasiada hambre– dijo entre bocado y bocado. –Supongo que Deméter no consideró eso después de revivirme, es como si hubiera estado solamente dormido por mucho tiempo y de pronto hubiese despertado famélico. –
El patriarca asintió, quizás el santo de Piscis estaba en lo cierto. Bueno, no tenía muchas referencias de personas resucitadas, pero quizás esto era buena señal. El estado físico y mental del doceavo caballero parecía ser el mismo que tenía justo antes de enfrentarse a los esbirros de Hades.
–Entonces come todo lo que desees, después partiremos a la isla de los curanderos– comentó Shion.
El guardián de Piscis continuó alimentándose, mientras divagaba en sus pensamientos.
–Me pregunto porque ir a esa isla, es decir, la última vez que estuve ahí, me quedó en claro que no existe algo para curar mi sangre– pensó vagamente. –Sin embargo, tengo una opresión en el pecho que no me deja en paz… quizás Pefko es la respuesta y si Deméter quiere que lo visite, tal vez… ¡No, no puedo hacerme estúpidas ilusiones! –
Para Albafica todo lo que estaba sucediendo resultaba todavía desconcertante. Seis años parecían poco tiempo, pero sin lugar a dudas, muchas cosas habían cambiado. Más temprano, mientras se bañaba, Shion le había platicado lo complicado que era llevar las riendas del santuario y más teniendo en cuenta que mucha gente migró después de la guerra.
Afortunadamente, el pueblo de Rodorio se mantuvo habitado y fiel al Santuario. Gracias a que la gente nunca se rindió, la villa comenzó a prosperar, atrayendo visitantes de otros lados. Eso reactivó la economía y fue posible que nuevos trabajadores llegaran en busca de oportunidades. Lo cual benefició a Shion para comenzar con la reconstrucción.
Una vez solucionado esto, tuvo que reorganizar a los soldados y aprendices, volver a establecer la cadena de mando y el modo de vida que se manejaba en ese lugar. También se ocupó de resguardar todas las armaduras doradas en Jamir, excepto la de Libra, Tauro y Aries. Quizás ya estaban en tiempos de paz, pero lo mejor sería siempre tenerlas a la mano.
Albafica se enteró también de que sólo había un caballero de oro en la nueva generación. Se trataba de Teneo, uno de los aprendices de Hasgard de Tauro. Ahora el joven era el orgulloso representante del toro dorado y ya había cumplido exitosamente un par de misiones. Por el momento, el sería el único guardián zodiacal aparte de Libra y Aries, ya que el patriarca todavía no tenía en mente empezar a buscar nuevos guerreros.
Para proteger el santuario, estaban los soldados rasos y los aprendices de santos más avanzados. Para una situación mucho más seria, Teneo y Shion se encargarían, mientras que Dohko permanecería vigilante en Rozan. Lo bueno era que la paz se mantendría estable por muchos años y no habría amenazas por un buen tiempo.
Quizás lo único que no se esperaba escuchar el guardián de Piscis, era que su armadura también había sido almacenada con las demás, por obvias razones. El nuevo patriarca le dijo que él no podía volver a retomar su lugar como santo dorado, por la simple y llana razón de que: Ahora era una persona común, su tiempo de servicio a la diosa de la guerra y la sabiduría, había concluido.
Esto no le gustó al principio al hombre de cabello azul, pero si lo pensaba más detenidamente, la oportunidad que le estaban brindando las diosas era enorme en todo sentido. Ya no era un santo dorado, aunque todavía conservaba el poder de uno. Ya no tenía por qué seguir viviendo en solitario dentro de su templo zodiacal, ahora podía ir y venir, hacer y deshacer a su antojo.
O casi, ya que la única condición era cumplir el pacto hecho con Deméter.
– ¡Demonios!, ¡Esto sigue viéndose como una estupidez… como rayos voy a…! – gruñó en medio de sus pensamientos.
–Albafica– llamó Shion. – ¡Hey, Albafica! – alzó la voz.
Piscis parpadeó por un momento y luego dirigió su mirada al patriarca, estaba tan ensimismado que no lo escuchó.
–Te pregunté si querías más comida– le señaló con la mirada los platos vacíos. –Aunque creo que ya acabaste con la reserva de esta semana– sonrió divertido.
Los ojos azules de Albafica se movieron de un lado a otro a lo largo de la mesa, observando que realmente había comido y bebido bastante. Exhaló con indiferencia mientras tomaba otro poco de té.
–Es suficiente, estoy satisfecho, gracias. –
Shion asintió.
–Entonces vayamos a la isla, entre más pronto hagamos lo indicado por la diosa, mejor. –
– ¿Estás seguro de poder abandonar tu puesto como patriarca? – quiso saber Piscis.
–Claro, no hay problema– confirmó, al mismo tiempo que se levantaba de su asiento. –Teneo es mi brazo derecho ahora, así que de vez en cuando lo dejo a cargo. –
Ambos se encaminaron de nuevo a los aposentos, debían preparar un par de maletas antes de partir, ya que obviamente la visita a Pefko no sería corta.
…
Isla de los Curanderos.
El mar había estado tranquilo, el viaje en barco fue rápido y sin contratiempos, así que después de unas horas, desembarcaron a media tarde en el puerto de la isla.
Ahora Shion y Albafica caminaban por la localidad, ambos vestidos como civiles, usando amplias capas que disimulaban sus rostros con su respectiva capucha. Esto era necesario, ya que los habitantes no tenían por qué enterarse de que el patriarca estaba de visita y tampoco era buena idea que se encandilaran con la guapura de Piscis.
Actualmente, la isla era prospera y la población había crecido después de la guerra. Para su fortuna, no fueron objeto de nuevos ataques después de la eliminación del espectro de Hades por parte del doceavo santo. Esto permitió que la gente fuera retomando su vida de poco a poco, enfocándose en progresar.
Ambos santos caminaron por varios minutos y después de preguntar un par de veces por la casa de Pefko, se encaminaron a las orillas de la villa. Albafica recordó la pequeña cabaña en donde había estado, la cual era el laboratorio secreto donde Luco preparaba los lirios blancos. Sólo esperaba que el chiquillo no se hubiese quedado en ese lugar.
Grande fue su sorpresa al distinguir la vivienda que les habían descrito cuando preguntaron. La casa era del mismo tamaño que otras del pueblo, pero contaba con un par de habitaciones extra, un invernadero y un gran jardín.
Se aproximaron un poco más a la propiedad y en ese momento, el santo de Piscis se detuvo. Shion pudo notar un atisbo de nervios en su rostro.
– ¿Sucede algo? – preguntó.
–Yo… yo no estoy seguro de querer hacer esto… no sé cómo vaya a reaccionar el niño, si se enteró de mi muerte, entonces… – la inquietud se notaba en su voz.
Shion se acercó y le colocó una mano sobre el hombro.
–Escúchame Albafica, ya no puedes permitir que tu pasado te siga pesando– le sonrió con sinceridad. –Tienes una nueva oportunidad, no la rechaces y no le tengas miedo al futuro. –
Piscis cerró los ojos por un instante, inhaló y exhaló despacio, tratando de calmar su aprensión. Asintió con firmeza y reiniciaron su marcha.
La casa estaba rodeada por una valla de madera, cubierta en gran parte por enredaderas de campanillas, cuyo intenso color azul se notaba a la distancia. El patio se dividía en múltiples parcelas, cada una sembrada con plantas de todo tipo. Algunas eran especias para la alimentación y otras eran aromáticas o medicinales. Más allá, por el lateral de la vivienda, había un par de árboles frutales y se podía notar la entrada del invernadero.
Se notaba que quién vivía ahí, tenía mucho amor por las formas de vida vegetal, ya que todos los ejemplares emanaban color, olor y vida propia. Tan sólo con acercarse, ambos santos quedaron prendados del aroma a lavanda, entremezclado con jazmín. Era todo un deleite para el olfato.
Shion agitó levemente la cuerda atada a una pequeña campana que colgaba de la puerta principal. El repiquetear fue escuchado por alguien, quién tardó un par de segundos en asomar una mano desde la entrada del invernadero, haciendo un vago saludo.
–Ya voy, un momento por favor– respondió la voz de alguien joven.
Albafica bajó un poco más su capucha para evitar ser reconocido a distancia.
Un jovencito salió caminando tranquilamente, sosteniendo entre sus manos un ramillete de plantas de diferentes especies. Recorrió el patio y llegó a la valla, saludando con una gran sonrisa.
–Buen día, ¿En qué puedo ayudarlos? – preguntó, ligeramente distraído en sus ramitas, separándolas una a una.
Piscis lo observó atentamente sin descubrirse el rostro. Pefko ya no era un niño de ocho años, ahora se trataba de un adolescente que llevaba el mismo peinado corto y rubio cenizo que él recordaba. Su apariencia todavía conservaba un toque infantil y sus ojos avellana seguían siendo vivaces, asimismo, su simpática sonrisa ahora lucia los dientes completos.
Vestía como cualquier aldeano, con pantalones cafés y camisola blanca, así como sandalias. Pero también llevaba un mandil anaranjado con varias bolsas por el frente que contenían algunas herramientas de jardinería. En la espalda cargaba una pequeña mochila amarilla, seguramente con hierbas medicinales, tal y como lo hacía de niño. Y para finalizar su estampa, lucia tierra en manos y cara, la huella inequívoca de que se la pasaba todo el tiempo entre plantas y flores.
Albafica sonrió para sus adentros y una gran alegría invadió su corazón. El niño había cumplido su promesa de convertirse en un sanador como su padre adoptivo Luco.
–Hola Pefko, ¿Cómo has estado? – habló primero Shion, descubriéndose la cabeza.
El chico abrió los ojos en grande y corrió a la puerta para recibirlo.
– ¡Gran patriarca, que agradable verlo por aquí! – saludó efusivamente, mientras hacía una amplia reverencia. – ¿A qué debo el honor de su visita? –
El santo de Aries le sonrió ampliamente.
Ya conocía al jovencito, porque cada cuatro meses visitaba el santuario para llevar algunas plantas medicinales al depósito de reserva que tenían en la enfermería. Y lamentablemente, también fue Shion quien tuvo que darle la trágica noticia del fallecimiento de Albafica, cuando un día Pefko llegó de improviso unos meses después de que la guerra hubiese concluido.
El niño quedó muy dolido en aquel entonces, pero con el paso del tiempo se sobrepuso, enfocándose en convertirse en el mejor sanador. Entonces, estaba a punto de llevarse una gran sorpresa.
–Pefko, no soy yo quién viene a tratar asuntos contigo, sólo soy un acompañante– volteó hacia Piscis. –Es él quien ha venido a verte… pero por favor, no te asustes. –
El chiquillo dirigió su mirada al otro hombre, completamente intrigado. No podía ver su rostro, pero entre los bordes de la capucha pudo distinguir mechones de cabello azulado y eso le provocó un sobresalto.
Albafica comenzó a levantar la capa en un sólo movimiento, revelándose por completo ante el joven. Su rostro permaneció sereno, no deseaba inquietarlo, pero evidentemente para Pefko fue inevitable el estupor.
Los ojos del adolescente se abrieron excesivamente y se quedó mudo por unos segundos. Sus manos comenzaron a temblar, dejando caer todas las plantas que llevaba. Sus ojos se humedecieron visiblemente.
– ¡S-señor A-Albafica! – tartamudeó.
Se acercó con pasos torpes al santo de Piscis y antes de que éste pudiera hacer o decir algo para evitar su proximidad, el chico se lanzó hacia él con los brazos abiertos. Lo rodeó por completo y hundió el rostro en su pecho, comenzando a llorar desconsoladamente debido a la intensa emoción que lo embargó.
Albafica se quedó petrificado al sentir su cálido abrazo y no supo qué hacer.
Ese inesperado gesto había sido como un golpe que lo había dejado incapacitado para reaccionar. Sus ojos azules buscaron desesperadamente apoyo en Shion. El patriarca le dirigió una mirada condescendiente, con la cual, le dijo todo sin una sola palabra.
"No lo rechaces, no le tengas miedo al contacto humano"
El doceavo caballero tragó saliva con mucha dificultad mientras regresaba su atención al chiquillo que lo abrazaba. Su corazón se estrujó un poco más, provocando que sus emociones se desbordaran, actuando por él. Toda la aprensión y el miedo que sentía por tener cerca a alguien, desapareció en ese breve instante. Sus brazos, que habían permanecido a los lados parcialmente elevados, se movieron por si solos.
Correspondió al abrazo y la sensación que lo embargó fue indescriptible.
– ¿Esto es lo que se siente al abrazar a otro ser humano? – se preguntó, mientras apreciaba la cercanía de Pefko.
No es que él no conociera esa muestra de afecto tan cálida.
Su maestro Lugonis se encargó de educarlo y quererlo como lo haría un padre y cada que podía, éste le demostraba cariño con una palmadita en la espalda, un alboroto de cabello o un abrazo sincero. Eso no lo había olvidado Albafica a pesar de los muchos años de soledad. Pero, recibir semejante gesto por parte de otro ser humano… simplemente lo rebasaba.
El chiquillo lo abrazaba casi fraternalmente, indicándole con eso que lo había extrañado demasiado. Entonces recordó que hace poco más de seis años, cuando ya se marchaba de la isla luego de concluir su misión, se despidió de Pefko dándole una suave palmadita en la cabeza. Ese inocente gesto sorprendió tanto al chico como a él mismo. No supo porque lo hizo, pero le había agradado bastante.
Quizás porque muy en el fondo de su ser, añoraba ese contacto humano más de lo que quería aceptar.
–Si Pefko, soy yo– habló por fin.
El abrazo era muy agradable, pero no quería arriesgarse. Sabía de sobra que, si su sangre permanecía dentro de su cuerpo, no habría peligro alguno… pero el miedo y la soledad son difíciles de alejar. Así que le alborotó un poco el cabello con una mano y después fue liberando sus brazos despacio, dándole a entender al chico que ya podía apartarse de él.
El joven curandero retrocedió unos pasos al mismo tiempo que se limpiaba las lágrimas con el antebrazo.
– ¡Yo… yo estoy muy feliz… de verlo nuevamente! – sollozó, todavía con el nudo en la garganta. – ¡La diosa Deméter no mintió!… ¡Sabía que cumpliría su promesa si yo hacía lo mismo con la mía! – sonrió emocionado.
Shion y Albafica se miraron entre sí, intercambiando conclusiones rápidamente. La madre de la agricultura entraba en escena de nuevo.
– ¿De qué hablas, Pefko? – interrogó el patriarca.
El muchacho exhaló despacio, calmando sus emociones. Recogió todas las hierbas que había tirado y les hizo un gesto para que lo siguieran al interior de la casa.
–Vengan por favor, les contaré todo. –
…
Poco después, los santos dorados estaban sentados alrededor de una mesa en la cocina de Pefko. El muchacho terminó de servirles un aromático té de limón y luego tomó asiento también.
–Aún no puedo creerlo, señor Albafica– volvió a sonreír. –Estoy tan contento de verlo otra vez. –
El aludido parpadeó con extrañeza y ahora caía en la cuenta de que el adolescente no se espantó en lo más mínimo al reconocerlo. Entonces el chico ya sabía previamente que volverían a reencontrarse.
–Dime Pefko, ¿Cómo es que conoces a la diosa de las cosechas? – interrogó Piscis. – ¿Ella te habló de mí y por eso no te asustaste? –
–Sí… la diosa Deméter me dijo que usted volvería– el joven curandero asintió despacio y su mirada se clavó en la taza, su rostro tomó un matiz serio antes de proseguir. –Seis meses después de que la guerra santa concluyó, yo quise ir a visitarlo al santuario, ya que usted no regresó… entonces el señor Shion me dio la triste noticia de su muerte. –
Pefko bebió un largo sorbo de su té, mientras Shion y Albafica lo miraban con seriedad. Sabían que el chico había sufrido bastante al perder a su padre adoptivo y luego al amigo que le salvó la vida en más de una ocasión.
–Continúe con mi vida en la isla, sembrando de nuevo plantas medicinales, ayudando a la gente enferma, retomando el legado bueno de mi maestro Luco y estudiando todos los libros de su biblioteca– suspiró con melancolía. –Nunca renuncié, yo se lo prometí a él y a usted– miró de pronto al santo de Piscis directo a los ojos. –Y jamás me rendí a pesar de saber que ya no estaba en éste mundo… de una u otra manera, encontraría la cura para su sangre envenenada. –
El doceavo caballero sintió un estremecimiento, lo que el chiquillo insinuaba lo perturbó de sobremanera, pero decidió permanecer en silencio y escuchar toda su historia.
–Seguí leyendo, investigando con otros curanderos, aprendiendo de ellos también. Mi maestro Luco era el mejor, pero no le dio tiempo de enseñarme todo su conocimiento, así que yo debía aprender por mi lado – la voz del chico retomó su tono alegre al contar sus logros. –Hasta que cierto día pude comenzar a experimentar con nuevas plantas y sustancias traídas por los comerciantes itinerantes del puerto. Los otros sanadores me explicaron cómo empezar a trabajar y lo hice… las muestras de sangre… –
De pronto Albafica azotó su taza sobre la mesa, interrumpiendo el relato.
– ¿A experimentar dijiste… con muestras? – miró al joven con suspicacia. – ¡Pefko! – su tono fue de regaño.
El adolescente se cubrió la cabeza en un gesto tímido y gracioso, era inevitable tener que decir la verdad.
– ¡S-señor Albafica, no se enoje por favor! – se disculpó rápidamente. – ¡P-pero era necesario que yo… tomara algunos pedazos de su capa!, ¡Necesitaba muestras de su sangre! –
Shion miró divertido la reacción del muchachito. Ahora comprendía porque, hace poco más de seis años, Albafica había regresado de la isla con su capa maltrecha, manchada de sangre seca y… con varios agujeros por todas partes. El santo de Piscis no se había percatado de nada, así que la desechó, simplemente asociando el daño de la tela con la pelea que tuvo contra el espectro.
– ¡¿En qué momento…?! – Albafica se masajeó el puente de la nariz. – ¡Pefko, eso fue peligroso, pudiste haberte intoxicado con mi sangre! –
– ¡Yo soy muy precavido! – respingó el jovencito, sacando de pronto un par de guantes de su mandil. – ¡Mi maestro Luco me enseñó a tratar con mandrágoras venenosas desde los tres años!, ¡Sé perfectamente cómo manipular sustancias y plantas peligrosas! – presumió, muy seguro de sí mismo mientras agitaba las fundas de piel.
El caballero de Aries le hizo una seña con la mano a su compañero para que se tranquilizara y no regañara al chico.
–Vamos Albafica, él sólo quería ayudar, no hizo nada malo, de lo contrario no estaría aquí– le sonrió a Pefko. –Ahora dime, ¿Cómo cortaste su capa sin que se diera cuenta? – su tono fue divertido.
Piscis estrechó la mirada hacia Shion, pero no dijo nada y simplemente se cruzó de brazos, rumiando molesto.
–Ah, bueno, eso… – comenzó a jugar con los guantes, al mismo tiempo que confesaba. –Después de que mi maestro se despidiera y curara a los aldeanos, regresamos a la cabaña porque aún faltaban unas horas para el amanecer– volteó hacia Albafica con una simpática sonrisa. –Mientras usted dormía, yo corté varios pedazos de su capa con grandes manchas de sangre y los guardé en frascos de cristal, claro que antes me coloqué unos guantes, yo sabía lo mortal que era. –
Albafica rodó los ojos y exhaló con resignación. Había estado muy cansado después del enfrentamiento, así que era lógico que no se diera cuenta del arriesgado comportamiento de Pefko.
–Está bien, continúa por favor– pidió, ya más calmado.
El adolescente se levantó de su silla y corrió fuera de la cocina, a un pasillo cercano. Se escuchó el sonido de frascos de vidrio siendo movidos de un lado a otro. Entonces regresó con uno de tamaño mediano, en cuyo interior se podía apreciar una flor sumamente extraña, nadando en un líquido conservante.
Colocó el envase sobre la mesa para que ambos santos pudieran ver su contenido. La forma de los cinco pétalos y su tamaño insinuaba un gran parecido con una violeta, sin embargo, el pulcro color blanco indicaba que no era ese tipo de flor. Aunado a esto, desde su centro, se desprendía una intensa pigmentación verde que formaba una caprichosa silueta conforme se desplegaba hacia los bordes de las corolas.
–Eso parece una… – observó Shion con inquietud. –Una calavera. –
El joven sanador asintió.
–Sí, eso parece– Pefko giró el frasco un par de veces para que pudieran ver la forma completa de la flor, cuyo pedazo de tallo que aún conservaba, era de un extraño color negro. –La llaman calavera verde y solamente crece en los bosques del sur de China– explicó.
La curiosa flor era hermosa, el verde y el blanco combinaban perfectamente. Pero lo macabro era la silueta del cráneo humano que abarcaba gran parte del centro y los pétalos. Si se veía de frente, la figura podía ser intimidante a primera vista. Sin lugar a dudas, un ejemplar muy exótico.
– ¿Qué es esta flor?, jamás había escuchado acerca de ella– dijo Albafica, acercándose y mirándola más a detalle.
–Yo tampoco sé mucho sobre esta especie, la diosa Deméter fue quién me habló de ella– contestó Pefko. –Justamente un año después de la guerra, recibí su visita… –
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El chiquillo trozó las hojas secas y después las vertió sobre el agua hirviendo. Esperó algunos minutos y luego filtró la infusión en un contenedor nuevo, dejándola reposar un rato para que se enfriara. Más tarde, regresó por el extracto y se encaminó a una habitación especial.
Se trataba de la biblioteca de su maestro Luco, la cual también hacia la función de laboratorio de química. Ahí había varios artilugios que empleaban todos los curanderos, desde frascos, morteros y estantes con todo tipo de recipientes, hasta matraces, tubos de ensayo, portaobjetos y un microscopio.
Pefko sabía que su padre adoptivo había dedicado gran parte de su vida a la búsqueda de la cura para la sangre envenenada de su hermano Lugonis, así que obviamente, debía tener un área adecuada para experimentar. Y ahora éste particular laboratorio, y toda la casa, habían sido heredados al chiquillo.
Se aproximó a la mesa de trabajo y dejó la infusión encima. Fue a un estante y tomó un frasco, en el cual había un pedacito de tela de un color rojo muy oscuro. Se colocó guantes y un pañuelo a modo de tapabocas. Con ayuda de pinzas y unas pequeñas tijeras, cortó un fragmento minúsculo y lo depositó sobre un portaobjetos de cristal.
De nuevo se dirigió al extracto y con un delgado tubo de vidrio recogió una porción del líquido. Lo derramó encima de la tela y colocó todo bajo la lente del microscopio. Se acercó al ocular para observar atentamente la reacción química.
Pasaron varios minutos, pero lo que vio no fue satisfactorio. Se alejó del microscopio con la tristeza reflejada en el rostro. Exhalando con cansancio, recogió la muestra fallida y la envolvió cuidadosamente con papiro viejo y otras telas, para después desecharla en un cesto de basura.
–Esa fue la última planta que tenía para probar y no ha servido de nada– se dijo a sí mismo el niño, mientras salía del cuarto.
Se encaminó a la cocina y calentó un poco de té de limón. Después se sentó a la mesa y empezó a meditar.
–Si mi maestro Luco buscó la cura por mucho tiempo y no la encontró… – bebió un trago. –Tal vez yo tampoco lo consiga… – sus ojos se humedecieron levemente. –Eso quiere decir que los siguientes guardianes de Piscis tendrán que cargar con la misma maldición… no es justo… –
En ese momento, el cabello de la nuca se le erizó repentinamente.
–Tienes razón pequeño, no es justo para los representantes del pez dorado. –
La voz se escuchó a sus espaldas, provocando que Pefko brincara del susto y tirara su té sobre la mesa. Volteó inmediatamente, buscando a quién había dicho esas palabras. El pasillo estaba solo, cuando de repente, algo comenzó a fulgurar en el aire. La estela de brillantes tonos verdes danzó despacio de un lado a otro.
El niño empezó a temblar de miedo.
– ¡Un espectro! – gritó despavorido mientras se arrinconaba en el otro extremo de la cocina.
La madre de las cosechas se manifestó en toda su belleza divina. Su sonrisa cálida se amplió al escuchar al niño y sus ojos dorados lo miraron con ternura. Lo había asustado sin querer.
–Dime Pefko, ¿Te parezco tan fea como un espectro? – interrogó tranquilamente.
El chiquillo parpadeó rápidamente, tratando de calmarse al ver lo bonita que era la mujer. De pronto su rostro se le hizo familiar.
–Usted… usted se parece a la estatua que está en el jardín… – dijo con nervios.
–Así es, me parezco a esa figura porque yo soy lo que representa– hizo otra sonrisa. –No soy un espectro, no tienes por qué tener miedo, no te haré daño. –
Los ojos avellana del niño la miraron suspicazmente por unos segundos, pero casi de inmediato sintió que su corazón se tranquilizaba y el susto inicial desaparecía. Esa entidad no era amenazante, algo le decía que podía confiar en ella.
–Mi nombre es Deméter, diosa de la agricultura– continuó presentándose. –Seguramente Luco te habló de mí, es más… él me veneraba con devoción. –
Pefko se acercó de nuevo a la mesa y levantó la taza volteada. La deidad se aproximó también, dejando en el ambiente un dulce perfume de flores silvestres que él olfateó de inmediato, provocando que se relajara todavía más.
–Mi maestro me habló de la diosa de las plantas y las flores– respondió el chiquillo. –Él siempre hacía un rito de agradecimiento una vez al mes y colocaba un tributo de frutas en el altar de la estatua, pero un día… dejó de hacerlo y me prohibió que preguntara el motivo. –
Deméter observaba con atención al pequeño y después de escucharlo asintió, su expresión se tornó momentáneamente seria.
–Yo te diré qué sucedió, Pefko. –
Su mano se elevó frente a ella y una luz de colores se generó de su palma, formando siluetas ante el asombro del infante. Entonces se distinguió con claridad, la representación de su maestro Luco tomó forma. La escena de imágenes se movió, recreando un suceso del pasado.
–Tu padre adoptivo tenía un hermano mayor, Lugonis, quién sufría por el veneno de las rosas demoníacas de Piscis. Él quiso encontrar la cura y desde muy joven se dedicó de lleno al cultivo e investigación de las plantas medicinales. Un día comenzó a invocarme con fervor, pidiendo mi bendición para ayudar a los enfermos y a su familiar– explicó la deidad, al mismo tiempo que su magia mostraba los eventos para los ojos del niño. –Yo se la otorgué y se convirtió en el mejor sanador de ésta isla y sus alrededores. Las personas venían desde muy lejos para ser curadas y con cada logro, Luco me hacía una ceremonia de agradecimiento con bellos tributos. Pero un día… cometió el error de confiar en el dios equivocado. –
Pefko pasó saliva nerviosamente, sabía a qué se refería la madre de las cosechas. Su maestro se vendió al rey del inframundo para salvarle la vida a él.
–Tú enfermaste repentinamente, pequeño– dijo ella, cambiando la escena de nuevo. –Luco cayó en la desesperación por no poder sanarte de esa extraña fiebre que estaba consumiéndote. Él rogó por mi ayuda, pensando que con una nueva planta medicinal podría curarte, sin embargo, tu padecimiento no era terrenal– tomó aire y suspiró, modificando la recreación. –El dios Tánatos te había maldecido momentáneamente para chantajear a tu maestro, cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. No pude hacer nada, la muerte lo engañó, obligándolo a ingresar a las filas de Hades a cambio de "salvarte"–
El chiquillo agachó el rostro y silenciosas lágrimas escaparon de sus ojos.
Todo había sido una trampa de ese cruel dios. Por eso es que, de un momento a otro, se recuperó y su maestro cambió bruscamente de comportamiento. Tánatos levantó la maldición que lo aquejaba una vez que Luco aceptó los lirios del inframundo. Al día siguiente, comenzó a crear espectros a partir de los inocentes aldeanos enfermos.
–Por eso Luco dejó de venerarme, pensó que yo le había dado la espalda– la diosa disolvió la magia y la escena terminó. –Afortunadamente, se redimió al final y gracias a que curó a todos los enfermos, ahora se encuentra en los campos Elíseos, probablemente charlando con su hermano Lugonis– acercó la mano al rostro de Pefko y limpió sus lágrimas.
–Yo… quise seguir el buen ejemplo de mi maestro y ayudar a los demás… – murmuró el niño. –Pero no creo poder cumplir mi promesa… – sollozó.
Deméter se agachó para quedar a su altura.
–Escucha pequeño, tu padre adoptivo nunca dejó de buscar la manera de curar la sangre envenenada de los santos de Piscis. A pesar de la muerte de su hermano, él continuó investigando, lamentablemente, ese maldito de Tánatos intervino antes de que yo pudiera susurrarle dónde hallar la flor correcta– de nuevo secó las lágrimas de Pefko. –No es tan fácil encontrar el antídoto para una rosa demoníaca y menos si éste se encuentra en los territorios de otros dioses– sonrió levemente. –Incluso una deidad como yo, tuvo contratiempos para hallarlo. –
Los ojos del infante se iluminaron al escucharla.
– ¿Usted me dirá dónde puedo buscar esa flor? – cuestionó inquieto.
La divinidad asintió y se levantó de nuevo.
–Tú no puedes ir a buscarla directamente, sería muy peligroso, pero te diré a quiénes debes dirigirte para que la consigan y te la traigan– respondió ella, al mismo tiempo que caminaba hacia el pasillo.
– ¡Muchas gracias diosa Deméter! – el niño saltó de alegría mientras la seguía afuera.
Ambos salieron al patio de la casa, donde sólo el pasto verde crecía.
–Pefko, necesito que prestes atención a una cosa más, es muy importante– lo miró con sus intensos ojos dorados. –Sé que ya sabes sobre la muerte del santo de Piscis– el niño entristeció nuevamente y sólo asintió. –Bien, pues eso no será permanente… él hizo un pacto conmigo antes de morir y volverá a la vida, porque debe pagar su deuda y cumplir con una última misión. –
El jovencito se quedó mudo por un instante y únicamente atinó a abrir la boca en un gesto de asombro. Parpadeó varias veces, pero no sabía qué decir al respecto, aunque si la diosa lo dijo, entonces era verdad.
Deméter le pasó la mano por la frente, apartando sus rebeldes cabellos.
–No será pronto, pero te prometo que él volverá y necesito que tú cumplas con tu palabra, debes encontrar y perfeccionar la cura para su sangre envenenada, asimismo, tienes la obligación de convertirte en el mejor sanador de esta isla– le guiñó un ojo con otra sonrisa.
Pefko asintió y tomando una postura firme, con los brazos a sus costados, pronunció con total seriedad su juramento.
– ¡Se lo prometo diosa Deméter, me convertiré en el mejor sanador y curaré la sangre envenenada del señor Albafica! –
–Acepto tu palabra, pequeño– alzó una mano en despedida. –Ahora me retiro, no me verás, pero yo te susurraré en sueños– finalizó.
Empezó a caminar, desvaneciéndose con cada paso en medio de una brisa de pétalos coloridos y hojas verdes.
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El adolescente suspiró y tomó un nuevo sorbo de té.
Albafica y Shion estaban impresionados con el relato, mirándose entre sí, sólo para confirmar sus sospechas: Las diosas habían tejido un plan bastante elaborado y Deméter era quién se encargaría de la parte final, preparando con antelación todo lo necesario.
–Y efectivamente, la diosa de las cosechas apareció en mis sueños, me mostró cómo era la flor calavera verde y me dijo con quién hablar en el puerto– continuó Pefko. –Los comerciantes de Oriente estaban dispuestos a hacer trueque, ellos traerían ese raro ejemplar y yo les entregaría muestras y semillas de las plantas nativas de ésta isla. –
Tomó el frasco con la flor entre sus manos y lo acercó a su rostro.
–Sus viajes son muy largos y es complicado conseguir estas flores, por eso, únicamente puedo tenerlas cada cuatro meses. Los mercaderes me traen semillas y brotes vivos, pero es muy difícil su cuidado, así que me ha tomado todos estos años desarrollar el antídoto… –
Inesperadamente, Albafica se levantó con brusquedad de la silla, asustando al patriarca y al joven curandero. Su rostro se notaba pálido y de pronto comenzó a respirar de forma errática.
– ¿Qué sucede Albafica? – preguntó Shion.
El santo de Piscis sintió que se ahogaba y no respondió. Lo que acababa de decir Pefko era increíble, casi imposible. La opresión en su pecho se volvió tan dolorosa, que le provocó vértigo, haciendo que se tambaleara ligeramente.
Sin decir nada, se alejó de inmediato, saliendo de la casa. Llegó al patio y con una mano se sostuvo de uno de los árboles frutales, buscando desesperadamente aire. Mantuvo agachado el rostro, apenas asimilando lo que había escuchado. Claramente sintió que sus ojos se humedecían.
La brisa le llevó un aroma familiar que lo sacudió por completo. Giró la vista a su izquierda y sus ojos se clavaron en algo de color rojo que no había notado a su llegada. A unos cuantos metros, distinguió varias rosas escarlata, sembradas en una pequeña parcela. Con paso inseguro se aproximó a ellas.
Pefko y Shion salieron rápidamente, siguiéndolo hasta donde lo vieron arrodillarse de forma estrepitosa. Escucharon cómo su voz se quebraba lentamente y no fue necesario verlo para entender lo que sucedía.
–Son inofensivas… – murmuró Albafica, acariciando con delicadeza los pétalos de una rosa. –Tan inofensivas… que todos pueden acercarse a ellas… y tocarlas… –
Ambos entendieron perfectamente lo que Piscis expresaba con tanto dolor.
Continuará...
Notas:
El microscopio fue inventado por Zacharias Janssen en 1590. Así que para el siglo XVIII, cuando Pefko usa el laboratorio de su maestro Luco, éste ya tenía toda una serie de elementos para la experimentación. Y aclaro que el niño, aunque joven, era muy inteligente, pues él mismo con sus conocimientos, logró hacer que los últimos espectros creados por Luco fueran "defectuosos" al darles un tipo de antídoto con otras plantas medicinales (lamentablemente no pudo curarlos). Así que para mí, el chiquillo si podría haber encontrado la cura para la sangre envenenada de Albafica.
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Gracias por leer.
