Buenas noches:

Les traigo nuevo capítulo, en el cual habrá otro recuerdo, pero... no será feliz. Tengo que agregar un poquito de drama en todo esto XD

Muchas gracias por el tiempo que le dedican al fanfic y por sus reviews, me hacen muy feliz y me animan a escribir más :3


Sobre sus comentarios:

Melka1: Que bueno que te gustó :D y aquí dejo un nuevo capítulo, no es el reencuentro, pero sí un primer "acercamiento" ;) espero te guste.

aquarisgab88: Bienvenido(a), gracias por leer y por supuesto que esto sigue, la historia no será corta ;) y ojala sea de tu agrado.

Lucy-Lu: Es grato saber que les gusta el fanfic :D Y sí, no puedo negar que tu propuesta de Shion x Agasha, me ha dejado pensando, voy a escribir sobre ellos más adelante y creo que ya tengo la idea para bosquejar :3 Muchas gracias por leer :)

Yista: Así es, los recuerdos son para reforzar la relación entre Agasha y Albafica :D que bueno que te gustan, porque habrá más ;) Y como le dije a Lucy, tomaré en cuenta la pareja de Shion y Agasha, ¿porque no? quizás logre algo entretenido ;)


Atención: Todos los personajes de Saint Seiya y Saint Seiya: The Lost Canvas, pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi respectivamente. Los OC son de mi autoría personal, así como la historia, la cual solamente escribí por gusto y diversión.


Capítulo 6: El Antídoto

Isla de los curanderos, al día siguiente.

Muy temprano por la mañana, los santos dorados y Pefko ya estaban listos para comenzar con las pruebas.

Se encontraban en la habitación que era biblioteca y laboratorio al mismo tiempo. El joven sanador ya tenía puestos sus guantes, una túnica que hacía la función de bata y un pañuelo como tapabocas. Albafica permanecía sentado junto a la mesa de pruebas, con la manga de su camisa completamente levantada. Su brazo izquierdo estaba al descubierto, sobre la superficie.

Mientras Pefko buscaba algunas cosas, Piscis hacía movimientos de cierre y apertura de su mano para hacer que las venas fueran visibles. Era necesario que el chico tomara muestras de sangre fresca para valorar la eficacia del antídoto creado a partir de la flor calavera verde.

Shion se mantuvo en silencio a una distancia prudente recargado en el muro, él era un mero espectador y prefería esperar, observando atentamente. Si esto resultaba, el futuro de los portadores de Piscis cambiaría para siempre.

–Señor Albafica, tendré que tomar varias muestras– dijo Pefko, acercándose con una cajita de madera roja. –Entonces… será necesario hacer varios cortes pequeños o uno sólo, pero profundo– su voz se escuchó nerviosa.

El doceavo santo asintió tranquilamente.

–Un sólo corte bastará y no te preocupes, nosotros somos más resistentes de lo que crees– le sonrió levemente para tranquilizarlo.

El joven curandero dejó la cajita sobre la mesa y fue hacia un estante para tomar algunos frascos pequeños de vidrio, todos estaban vacíos y esterilizados. Regresó y los colocó en fila para luego abrir el estuche de madera y tomar uno de los punzones de hierro pulido que había en el interior. El instrumento era lo suficientemente puntiagudo y filoso para abrir rápidamente la piel.

También sacó una pequeña redoma de alcohol de su mochila para el proceso de desinfección. Esterilizó el instrumento cuidadosamente con un pedazo pequeño de paño y luego el área del brazo de Albafica, donde se realizaría la incisión.

– ¿Listo, señor Albafica? – preguntó Pefko, levantando el punzón.

El hombre sonrió más ampliamente e hizo una leve negación con el rostro al ver cómo le temblaba la mano al chiquillo y aguantaba la respiración involuntariamente.

–Tranquilízate Pefko, si tiemblas un poco más, podrías cortarme el brazo– levantó su mano derecha, solicitando el instrumento. –Deja que yo lo haga, tú prepara los frascos. –

El chico liberó el aire retenido en un gesto de alivio, realmente no estaba muy entrenado en esto de las sangrías y aún le faltaba mucha práctica. Afortunadamente los guardianes de Athena tenían nervios de acero.

–Gracias, me falta bastante práctica y la señora que me enseña no está de momento en el pueblo, así que mis clases de anatomía están incompletas. –

– ¿Tienes una maestra de medicina? – interrogó Shion desde su lugar.

–Así es, se trata de una partera ya retirada, que tiene muchos conocimientos del cuerpo humano, la conocí hace dos años cuando llegó a vivir a la isla. Ella, junto con los otros sanadores, me han enseñado mucho. –

Albafica tomó el punzón y lo acercó a la parte interna del brazo. Antes de hacer la incisión, confirmó que Pefko ya tuviera listo el recipiente donde caería la primera porción de sangre, así mismo, se aseguró de que no tendría contacto con ella, gracias a la protección que llevaba encima.

–Atento, Pefko– dijo el santo, para después cortar su piel sin apenas inmutarse.

El corte fue muy pequeño y las primeras gotas rojas comenzaron a caer directamente al frasco de vidrio. Hizo un poco más de presión y el fluido aumentó, llenando poco a poco el contenedor. Cuando estuvo listo, Pefko lo tapó rápidamente, colocándolo a un lado mientras acercaba el siguiente.

Repitieron el proceso durante varios minutos hasta que en total llenaron seis frascos. Al finalizar, el jovencito volvió a desinfectar la herida y la vendó rápidamente.

–Con esta sangre es suficiente– tomó un frasco y la observó con atención. –Y ahora, quiero hacer la primera prueba– dijo emocionado.

Piscis asintió sin decir nada, pero claramente notó una convulsión en su estómago. La incertidumbre lo recorría nuevamente, ya que no sabía si esto funcionaría. La diosa Deméter le dijo que nada sería como antes y eso podía significar muchas cosas. Pero a pesar de todo, trataba de no ilusionarse, porque lo que estaba sucediendo sonaba demasiado bueno para ser verdad.

Pefko buscó en otro estante algunas cosas y regresó a la mesa de trabajo. Preparó el microscopio, los portaobjetos, un par de goteros y una pequeña botella, completamente negra. Se acercó al doceavo caballero y se la mostró.

–Señor Albafica, aquí se encuentra el antídoto que he obtenido de la calavera verde– explicó en un tono serio. –Se trata de una toxina muy poderosa que se extrae por destilación de los pétalos y el núcleo de la flor, probablemente, es tan peligrosa como el veneno de su sangre. –

El hombre de cabello azul tomó la botella con algo de miedo. En ese pequeño contenedor estaba su esperanza, la promesa de una vida libre de soledad. No podía ver su contenido, pero el vidrio oscuro le devolvía su propio reflejo de manera inquietante. Era un peligroso azar el que se estaba jugando.

– ¿Se trata de otro veneno?, ¿Esa sustancia puede anular la toxicidad de mi sangre? – preguntó con inquietud.

El adolescente asintió despacio.

–Se podría decir que es un contraveneno… la madre naturaleza tiene sus propias armas para atacar y defenderse– expuso con aire solemne. –Y de acuerdo con las pruebas hechas, sí, puede anular el veneno de las rosas demoníacas, sin embargo… – hizo una pausa lenta. –A pesar de que he conservado perfectamente las muestras de su sangre, sé que los resultados no son completamente seguros, ya que la toxina en ellas, está degradada por el tiempo. –

Tomó un gotero y un frasco de líquido rojo.

–Lo que voy a hacer ahora, es probar directamente el antídoto sobre su sangre fresca, pero no puedo garantizar si el efecto será positivo o necesitaré incrementar la potencia, agregando más flores calavera verde. –

Recogió unas gotas rojas y las depositó en un portaobjetos, el cual colocó bajo la lente del microscopio. Albafica le regresó la botella negra y con el otro gotero, recogió una fracción del antídoto. El líquido era de un intenso color verde, el mismo que poseía la figura del cráneo humano en la exótica flor. Lentamente acercó la sustancia y la dejó caer sobre la sangre.

Ambos santos dorados contuvieron la respiración sin darse cuenta.

Pefko se acercó al ocular y comenzó a observar atentamente la reacción de la muestra. Entonces se movió repentinamente de su posición para correr a un anaquel de libros y tomar un grueso compendio de hojas empastadas en piel café, con su respectiva pluma y tinta. Regresó de inmediato y empezó a tomar notas, sobre lo que seguramente era, su cuaderno de trabajo.

– ¡Oh vaya, es increíble! – decía el adolescente mientras observaba y anotaba. – ¡Que intensa reacción! – de pronto, se sobresaltó y en su tono de voz se distinguió la preocupación. – ¡Oh, no puede ser! –

Shion y Albafica se miraron nerviosos.

– ¿Qué sucede? – se aproximó Shion por fin, no podía mantenerse a distancia por más tiempo.

El joven curandero levantó el rostro, su expresión era de pavor.

–E-el antídoto… f-funciona, pero…– tragó saliva con dificultad. –Creo que… ésta infusión es demasiado potente… ha dañado todas las moléculas de veneno y… también a las células sanas… –

Los dos hombres se quedaron atónitos.

Pefko se llevó la mano al pecho, sintiendo que le faltaba el aire. Estaba sumamente emocionado y al mismo tiempo asustado. Se sentía fascinado al ver que su investigación había funcionado, la flor calavera verde era efectiva. Pero también crecía su pánico al descubrir que la contra toxina era demasiado violenta en reacción con la sangre de Albafica.

Si el guerrero de Piscis tomaba ese antídoto, corría un grave peligro.

–Entiendo– habló el patriarca primero. –Es muy potente el veneno de esa extraña flor, pero puedes reducir su intensidad, ¿O no? –

El jovencito asintió rápidamente y de inmediato escribió más notas en su compendio.

– ¡Tendré que hacer más pruebas!, ¡Debo preparar los pétalos, tengo que reducir su tiempo de ebullición!, ¡Quizás deba intentar sólo con el núcleo o destilar todo por un periodo más largo! – comenzó a explayarse más y más emocionado. –Pero… esto me tomará al menos un par días– volteó hacia Albafica. – ¿Podría esperar un poco más, por favor? –

Piscis parpadeó, saliendo de su estupor finalmente.

El antídoto funcionaba, simplemente debía perfeccionarse. La buena fortuna le sonreía y después de llevar una vida tan solitaria, por fin tendría la oportunidad de cambiar su destino y el de los siguientes guardianes del pez dorado.

Liberó el aire retenido en una exhalación rápida y se levantó de la silla.

–Pefko, he pasado la mayor parte de mi vida añorando una cura para mi sangre envenenada– se acercó y colocó su mano sobre el hombro del jovencito. –Claro que puedo esperar un poco más, no te preocupes. –

Las lágrimas se asomaron en los ojos avellana del adolescente y de nuevo, sin previo aviso otra vez, se abrazó de él con evidente emoción. Albafica solamente alcanzó a elevar su brazo vendado y no lo quedó más remedio que aceptar la muestra de cariño, correspondiendo con su otra mano y una gran sonrisa.

–N-no sabe lo feliz que me siento, s-señor Albafica– dijo entre sollozos el chiquillo. –S-siempre tuve miedo de no poder encontrar la cura… pero ahora lo he conseguido… espero que mi maestro se sienta orgulloso de mi– suspiró emocionado.

–Él siempre estuvo orgulloso de ti, no lo olvides– contestó Piscis. –Y ten por seguro que ahora lo estará aún más– le dio unas palmaditas en la espalda.

Pefko se apartó y asintió, se le notaba una gran emoción en la mirada.

– ¡Comenzaré a trabajar de inmediato! –

Shion carraspeó un poco para llamar la atención, también tenía una sonrisa sincera en el rostro.

–Te felicito Pefko, la diosa Deméter estará complacida, pero me temo que debemos volver al Santuario– miró a su amigo. –Debemos ir a Rodorio, Albafica tiene pendiente otra visita, así que volveremos cuando tengas perfeccionado el antídoto. –

–Lo entiendo perfectamente patriarca Shion– hizo una inclinación rápida el adolescente. –Por favor, regresen en tres días, les prometo que tendré lista la cura final– se quitó los guantes, la túnica y el tapabocas. –Pero antes de que se vayan, tienen que desayunar conmigo, para que prueben mi comida– sonrió alegremente.

Ambos santos aceptaron gustosos.

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Rodorio.

Ya era media mañana cuando Agasha terminó de limpiar la casa y preparar la comida. Su padre no tardaría en terminar de cosechar el nuevo pedido de flores. Esta vez debían llevar más cantidad porque era domingo y el mercado se instalaba en la tarde, para beneficiar la visita de los habitantes de otros pueblos. Por lo tanto, tenían que limpiar muchas plantas.

Entonces lo escuchó acomodando las tinas de madera. Salió de la casa con un sombrero para cubrirse del sol, sus guantes de carnaza y la navaja curva que siempre usaba.

–Mira hija, que bonitas están– Estelios le mostró las diversas flores. –Esta temporada las orquídeas rojas crecieron muy bien, así como los tulipanes amarillos. –

La joven se acercó y comenzó a revisarlas.

–Es cierto, nos pagaran muy bien por los ramos. –

Llenaron con agua las tinas y luego comenzaron a dividir las plantas por grupos y especies, para luego sumergir los tallos y que se mantuvieran frescas. Posteriormente, se dispusieron a limpiarlos y acomodarlos en bonitos ramos.

El día prosiguió su marcha y después de la hora de la comida, ambos floristas alistaban el carromato con las repisas que usarían para exhibir las plantas adecuadamente.

–El carpintero hizo muy bien estos aparadores desmontables, es muy fácil colocarlos– comentó Agasha, al mismo tiempo que acomodaba algunas macetas.

–Sí, tienes razón, valió la pena invertir en ellos– contestó Estelios. –Te voy a acompañar hasta el mercado y te ayudaré a instalarte, pero no podré quedarme a vender contigo, debo ir con el alcalde para ayudar con la organización de la fiesta anual. –

–Está bien papá, no te preocupes– asintió Agasha.

Tiempo después, cerca del atardecer.

La joven ofrecía sus arreglos florales a los visitantes que recorrían el mercado. Ya le faltaba poca mercancía por vender, así que continuó su actividad por un rato más. Entonces una pareja se acercó a preguntar por las orquídeas rojas.

En ese preciso momento, sintió que alguien más la miraba. Quiso dar un vistazo a su alrededor para confirmar, pero como los clientes decidieron comprar, su atención se quedó con ellos. No sabía quién o quiénes eran, porque sentía más de un par de ojos sobre ella, pero tuvo el presentimiento de que se trataba de alguien conocido.

No se sentía incómoda realmente, así que concluyó su venta y no le dio más importancia. Entonces el ruido de su estómago le dijo que ya era hora de marcharse. Comenzó a levantar las macetas que tenía en el suelo para acomodarlas en la carreta.

Su padre llegó en ese instante.

– ¡Te quedaron pocas flores! – se expresó contento, al ver que las ventas fueron buenas. –Valió la pena la desmañanada para cosecharlas. –

–Si papá, me fue muy bien– dijo Agasha. –Pero creo que por hoy fue suficiente, que te parece si regresamos a casa, ya tengo hambre. –

Estelios asintió, ayudándola también a recoger las flores restantes. Minutos después, ambos se encaminaron de regreso a su hogar.

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Santuario, edificio del patriarca.

Era media tarde cuando Shion y Albafica regresaron de la isla de los curanderos. La visita había resultado mucho mejor de lo que podían haber imaginado. Sin lugar a dudas, las diosas Athena y Deméter, sabían lo que estaban haciendo. Y ahora el santo del último signo zodiacal comenzaba a guardar una pequeña esperanza en la que su futuro se veía un poco más brillante.

–Bien, eso fue un algo cansado, pero creo que valió la pena– comentó el santo de Aries mientras se sentaba en su escritorio y acomodaba unos libros.

Albafica tomó asiento frente a él.

–Te lo agradezco Shion, en verdad no sabes la emoción que siento en estos momentos– dijo, haciendo una leve sonrisa. –Aunque todavía no termino de asimilar lo que está pasando. –

–Ya te lo dije, las diosas son benevolentes e, independientemente de que necesiten tus rosas demoníacas, ellas quisieron darte esta oportunidad– sonrió el lemuriano. –Pero ahora, debemos hablar de la siguiente instrucción que me dio Athena y… sé que esto puede ser complicado para ti, pero necesito que me digas si estás listo para ir a Rodorio. –

El santo de Piscis tragó saliva con algo de nervios.

–Sabes perfectamente que me agradaba recorrer el pueblo bajo la protección de mi capa– desvió la mirada. –Pero ahora no estoy seguro de poder enfrentarme a Agasha… ni a nadie más. –

Shion lo miró detenidamente, esto no sería tan fácil. El miedo que siempre ha cargado Albafica todavía le pesaba demasiado. Era comprensible, su vida no fue nada fácil y no podía esperar que su compañero asimilara su nueva existencia en un dos por tres. No obstante, llevarlo de nuevo con la florista, era necesario, porque eso también lo podría ayudar.

–Albafica, sé perfectamente que llegaste a desarrollar sentimientos por ella, no tienes por qué tener miedo de reconocerlo– lo observó detenidamente. –Y ahora que Pefko está a un paso de la cura para tu sangre envenenada, es tiempo de que olvides tu recelo a la cercanía de otros. –

El guerrero de Piscis cerró brevemente los ojos, evadiendo a su amigo y tras exhalar lentamente por un par de segundos, lo miró con suma seriedad.

–Para ti es fácil decirlo, tú no conoces lo que es el dolor de lastimar a alguien con el simple tacto… no sabes lo que se siente ver morir a un ser vivo solamente porque… te acercaste a él… – su voz titubeó.

Albafica aún conservaba los fantasmas de su pasado que lo atormentaban de vez en cuando. Era imposible borrar de sus recuerdos la muerte de Lugonis en sus propios brazos. Nunca podría dejar de lado las advertencias de siempre tener cuidado al ejecutar sus ataques con las rosas y jamás lograría olvidar las fatales consecuencias de no saber controlar ese deseo tan humano de convivir con otros seres vivos que no fuesen sus flores.

Lamentablemente, el doceavo caballero tuvo que aprenderlo de la forma más dolorosa.

El súbito recuerdo de esa experiencia llenó su mente.

*:*:*:*:*

Apenas había pasado un mes desde la muerte del hombre que fue más que un padre para él.

Como heredero de Piscis, el deber de Albafica era reportarse ante el patriarca Sage para tomar el puesto de santo dorado. Sin embargo, el dolor de la pérdida, todavía era demasiado. No quería abandonar la cabaña ni el jardín de rosas demoníacas, sus únicas compañeras ahora.

No se sentía listo para ir al Santuario y formar parte de la élite de Athena, todavía no. Sabía perfectamente que ir a ese lugar y convertirse en un guerrero, implicaba muchos cambios y él todavía era un jovenzuelo con ganas de conocer algo más del mundo.

Miró con desgano la carta proveniente del Santuario. Era la tercera misiva que enviaban, solicitando su presencia ante el patriarca. Pero Albafica no deseaba atender la orden, así que arrojó la envoltura de papel sobre la mesa y se dirigió a la salida.

Rato después, caminaba por el monte, distrayéndose con el sonido de las aves y con la vista de la flora que por ahí crecía. Esos largos paseos eran la única manera de poder ver otras formas de vida que no fueran sus letales rosas rojas.

Las agresivas flores habían sido creadas para matar y no permitir la proliferación de otras plantas cerca de ellas, asimismo, también impedían que los animales de todo tipo se acercaran al jardín y a la zona colindante donde vivía el joven Albafica. Esa peligrosa fragancia que a veces liberaban, contaminaba el aire, provocando graves consecuencias.

En ese entonces, el heredero de Piscis no era muy consciente de ello, dada su inmunidad natural. Sabía que las rosas eran mortales por el veneno interno que poseían. Y también estaba al tanto de que su propia sangre era tan letal como ellas. Pero no sospechaba a qué grado habían evolucionado sus flores, una vez que él comenzó a cultivarlas.

El uso de su cosmos se había perfeccionado, dotando a las rosas demoníacas de más poder. Por lo tanto, la esencia que liberaban en época de reproducción, era mucho más fuerte y se impregnaba por más tiempo en las ropas que él usaba. Ese día, no había tomado la precaución de cambiar sus vestiduras antes de salir a su recorrido.

Y lo pagaría muy caro.

Albafica escuchó un bramido débil a varios metros de distancia frente a él. Lleno de curiosidad, se aproximó lentamente, ocultándose entre los arbustos. Lo que vio, lo dejó simplemente fascinado.

Una hermosa cierva de color rojizo estaba recostada en el suelo, pariendo un cervatillo. La hembra se notaba cansada por semejante actividad, quizás era su primera cría. Y también se podía apreciar que estaba lastimada de una de sus patas traseras.

El joven Albafica se acercó un poco más, tratando de no hacer ruido. Nunca en su vida había presenciado el parto de ningún animal… o persona. Así que su curiosidad lo llevó a quedarse todo el tiempo necesario, observando el esfuerzo de la cierva y el nacimiento del pequeño animal.

Los minutos pasaron y el cervatillo quedó tendido en el suelo, húmedo y tembloroso después de abandonar el útero materno. Por el momento, no conseguiría levantarse debido a sus débiles extremidades, pero su madre tampoco podría hacerlo. Albafica se dio cuenta de que la pata de la cierva, estaba rota.

Probablemente se lastimó de camino a ese lugar y el parto se le precipitó. El joven sintió lastima por ella y el deseo de querer ayudarla, afloró con fuerza.

Lentamente salió de su escondite e hizo que su cosmos emanara con suavidad. Ambos ciervos bramaron asustados por un momento, pero conforme se iba aproximando, comenzaron a tranquilizarse. Todos los seres vivos tienen parte del universo dentro de ellos y la energía vital es una forma de percibirlo. Los animales pudieron notar que ese humano no tenía malas intenciones.

Albafica se acercó despacio y con calma acarició la cabeza de la madre. Ella aceptó el gesto y se quedó quieta, resoplando todavía por el agotamiento y el dolor de su herida. Momentos después, el joven se quitaba una alforja que siempre llevaba con él cuando salía. En ella transportaba carne seca y agua en una pequeña ánfora tapada con un corcho.

Hizo un cuenco con algunas hojas grandes de una planta cercana y vació un poco del líquido, ofreciéndoselo después a la cierva. El animal lo olfateó y por un momento quiso alejarse del agua, sin embargo, la debilidad era tanta, que su instinto la obligó a beber. Se terminó todo el contenido.

El muchacho volvió a llenar el cuenco y lo ofreció a la cría. El pequeño cervato lo rechazó, ya que sólo deseaba tomar la leche de su madre. Torpemente intentó levantarse, pero no lo logró. Entonces Albafica lo sostuvo con sumo cuidado y lo acercó al vientre materno, para que pudiera empezar a alimentarse.

La cierva bramó inquieta, esforzándose por levantarse. Pero la fractura era demasiado evidente, no lo lograría. El heredero de Piscis sintió tristeza y de nuevo su buen corazón lo llevó a querer hacer algo para ayudar.

Rompió parte de su camisola y con cuidado limpió la herida, luego acomodó el hueso y vendó todo con otro pedazo de tela y una rama para mantener una posición correcta de la extremidad. La cierva seguía inquieta y ahora había comenzado a jadear sonoramente. Albafica se acercó de nuevo junto a ella y colocó su cabeza sobre su regazo, ofreciéndole más agua. El animal bebió con urgencia y momentos después, empezó a salivar.

El cervatillo chilló nerviosamente, levantándose con torpeza sobre sus temblorosas extremidades. Con lentitud se giró hacia el muchacho, bramándole con fuerza.

Albafica sonrió al verlo ponerse de pie, pensando que ese era un gran logro, sintiéndose privilegiado por presenciar tan bella escena.

De repente, todo cambió.

El cervato empezó a jadear bruscamente y en un instante, su hocico dejó escapar borbotones de sangre. Agachó la cabeza y comenzó a toser con más fuerza, manchando el suelo con liquidó rojo a cada expectoración que daba.

El joven sintió como una fría garra le atenazaba el corazón sin clemencia. Sus ojos se abrieron casi desorbitándose al observar el cambio en el rostro del animal. El dolor más cruel deformó su expresión.

La sangre se mezcló con la saliva y los restos de leche materna. Su bramido entrecortado se volvió un grito de sufrimiento cuando colapsó hacia el suelo, retorciéndose agónicamente. Su pequeño cuerpo tembló con violencia y sus ojos negros dejaron correr un par de lágrimas mientras la vida se le escapaba.

Albafica gritó asustado al ver semejante escena. Entonces, otro chillido lo perturbó aún más.

La cierva gemía en igual tortura, las convulsiones en su interior la estaban desgarrando y la sangre comenzó a sustituir la saliva que escurría por su hocico. Bramó furiosa hacia el joven humano, juzgándolo con lágrimas de impotencia escapando de su oscura mirada.

El heredero de Piscis sintió que se quedaba sin aire, al mismo tiempo que algo se rompía en su interior. No podía respirar y el dolor en su pecho no hacía sino aumentar. Intentó retroceder, pero sólo pudo arrastrase un poco hacia atrás, quedándose petrificado mientras presenciaba como la vida abandonaba a las inocentes criaturas.

La madre escupió más sangre y en un último intento, retorció su cuerpo lo más que pudo, acercándose a su cría, la cual dejaba escapar su aliento final. El pequeño se quedó quieto y sus ojos se apagaron por completo, la muerte se reflejó en ellos.

La cierva lloró tan lastimeramente, que Albafica sintió como su corazón se rompía en mil pedazos una vez más.

Comenzó a sollozar cuando ella le dirigió una última mirada triste antes de sucumbir. Sin querer, había asesinado a la madre y a su hijo recién nacido. Sus lágrimas escaparon en un torrente imparable y el dolor lo obligó a gritar hasta lastimarse la garganta.

El bosque se quedó mudo, escuchando su arrepentimiento y juzgándolo en silencio.

Ese día, la mirada azul del muchacho se opacó un poco más.

Desde ese momento, se prometió que nunca volvería a acercarse a otro ser vivo, por más que lo deseara.

*:*:*:*:*

Albafica bajó el rostro apesadumbrado.

Recordar aquello le resultaba tan difícil como la muerte de su maestro Lugonis. Algunos quizás no lo entenderían, porque no habían vivido la vida que a él le tocó. Sin embargo, con el paso de los años, esa promesa se había vuelto demasiado dura y cruel para su corazón. Y sabía que, desde que vio a Agasha por primera vez, su entereza para cumplir cabalmente ese juramento, se había tambaleado por completo.

Shion permaneció en silencio todos esos segundos en que Piscis se perdió en sus amargos recuerdos. Sin embargo, no estaba dispuesto a permitir que se ahogara en ellos.

–Tienes razón– habló, sacándolo de sus cavilaciones. –Quizás no pueda comprenderlo del todo, pero eso no quiere decir que voy a rendirme y tú tampoco lo harás. –

El doceavo santo alzó la cara e hizo una media sonrisa, Aries siempre ayudando a todos.

–Escúchame Shion, también quiero intentarlo, pero debes comprender que no es tan fácil dejar mi recelo, si por alguna razón le sucediera algo a Agasha, jamás podría perdonármelo– explicó inquieto. –No es lo mismo que tú estés cerca de mí, porque eres un santo dorado, a que lo esté ella, que es una persona común. –

El patriarca se levantó de su lugar.

–Entonces vamos a solucionar eso, lo primero que debes hacer, es volver a familiarizarte con el pueblo– se acercó a su amigo y sin pedir permiso, lo tomó del brazo para levantarlo. –Y también con su gente, así que daremos un pequeño paseo antes de que caiga la noche. –

– ¿Qué diablos pretendes?, ¡Suéltame Shion! – se quejó, sin poder evitar que lo arrastrara con él.

El lemuriano soltó su agarre y después lo señaló con un dedo muy cerca del rostro, en completa actitud de regaño.

–Nada de peros Albafica, vendrás conmigo a Rodorio– su voz se escuchó muy seria. –Y te recuerdo que ahora soy mayor que tú y también el nuevo patriarca, por lo tanto, tengo más jerarquía… así que te ordeno acompañarme, caballero de Piscis– sonrió con un poco de burla.

El guerrero de cabello azul entornó la mirada, realmente no podía rebatir nada de lo dicho por su compañero. Así que se resignó y medio gruñendo por lo bajo, siguió a Shion hasta el área de las habitaciones.

–Aquí están tus nuevos aposentos– señaló la puerta de una recámara. –Y antes de que digas algo, te recuerdo que ya no puedes estar en tu templo, de ahora en adelante vivirás aquí, al menos hasta que la diosa Deméter dé otras indicaciones, así que alístate, hay ropa y todo lo que necesites, te veo en media hora en la estancia– finalizó, encaminándose a su propia alcoba.

Piscis exhaló resignado, mientras entraba al cuarto. No estaba seguro de querer ir al pueblo, pero se mentiría así mismo si no aceptaba que la idea lo había entusiasmado a pesar de todo.

Rodorio, una hora después.

Ambos santos caminaban por la calle principal del pueblo. El sol ya descendía, pero la actividad de las personas todavía estaba en auge. Unos iban y otros venían, algunos platicaban y otros azuzaban a sus animales para guiarlos de regreso al corral. De igual manera, se podía apreciar el olor de la comida en algunas casas y el de pan en otras.

Aunado a esto, el sonido de las carretas, el fluir del agua en la fuente y el lejano martillar del herrero, le recordaron a Albafica el por qué disfrutaba tanto el visitar Rodorio. Con la mirada recorría todo a su alrededor, dándose cuenta que muchas cosas habían cambiado. Ahora la villa era más grade, con más gente y con más vida que antes.

Tanto Shion como él, iban vestidos de nuevo como civiles, usando sus respectivas capuchas para no llamar la atención de los demás. Y Albafica tenía que reconocer que en verdad estaba gozando éste paseo, porque muy en el fondo, el santo de Piscis, jamás había podido renunciar a ese deseo de interactuar con otros humanos, aunque fuera desde la distancia.

Entonces llegaron a lo que quedaba del mercado dominical. Los comerciantes ya comenzaban a levantar sus mercancías para marcharse.

– ¿Qué hacemos aquí?, es un poco arriesgado que yo ande entre estas personas– dijo Piscis en voz baja.

–Relájate un poco, Albafica– contestó Shion. –No tienes por qué inquietarte, vamos bien cubiertos, además, quiero que veas algo… –

El lemuriano lo llamó para que se acercaran a un arco de piedra y desde allí, pudieran ver a alguien sin ser vistos.

–Ven, seguro te sorprenderás– le sonrió el patriarca, señalando con la mano en una dirección.

Albafica se aproximó, mientras rodaba los ojos con un poco de fastidio. Enfocó la mirada en el sitio señalado y cuando se percató de quién se trataba, inmediatamente sintió que el corazón le daba un tremendo vuelco.

Más allá, en una carreta adaptada como aparador de macetas, estaba una bella mujer de pelo café, ofreciendo un precioso ramo de orquídeas rojas a una pareja que pasaba por ahí. La joven sonreía y asentía amablemente mientras llevaba a cabo su venta.

El santo dorado percibió que la respiración se le detenía por completo. Esa linda muchacha era Agasha.

El patriarca notó como su amigo se quedaba petrificado ante lo que veía y claramente pudo percibir la vibración de su cosmos. Mirar de nuevo a la joven florista le había provocado un estallido de felicidad. Lo observó atentamente y en sus ojos azules pudo notar un brillo especial. Shion no se había equivocado, Albafica realmente sentía algo por Agasha.

– ¿E-en verdad es… ella? – interrogó nervioso. –Yo… la recuerdo siendo una jovencita todavía. –

El lemuriano se rio levemente antes de contestar.

–Claro que es Agasha, recuerda que ya pasaron seis años y si no me equivoco, está por cumplir los 21, o ya los cumplió, no estoy seguro– entonces le dio unas palmaditas en el hombro. –Y como tú fuiste revivido con la misma edad que tenías antes de la guerra santa, seguramente formarán una bonita pareja. –

Entonces Albafica volteó a mirarlo nerviosamente, en su cara se reflejaba cierto pánico.

– ¡No digas tonterías Shion! – retrocedió, manteniéndose oculto. –No creo que Deméter en verdad desee que ella y yo… – se quedó en silencio, mientras un tenue sonrojo se asomaba súbitamente en sus mejillas.

El patriarca observó con asombro su reacción, eso sólo confirmaba los sentimientos que tenía hacia la joven.

–Ya deberías aceptarlo, la diosa fue muy clara. –

Piscis resopló molesto, desviando el rostro sin decir nada. Pero dos segundos después, no pudo resistir la tentación y de nuevo se asomó para ver a la muchacha de cabello castaño.

Ella estaba acomodando sus macetas en la carreta para poder retirarse del mercado. Repentinamente, un hombre se acercó, saludándola con una sonrisa. Albafica tuvo una sensación entraña cuando lo vio ayudándole a recoger los ramos de flores.

Shion se acercó a su lado y también contempló la misma escena.

–Vaya, que bien, así podrás familiarizarte más rápido con él– se giró hacia su amigo con una mueca socarrona. –Albafica, te presento a tu futuro suegro. –

El guerrero de pelo azul palideció ante las palabras de Aries, regresando de inmediato la mirada hacia los floristas. Efectivamente, el hombre recién llegado, era de edad madura y tenía el mismo color de ojos que Agasha, definitivamente era su padre.

–El señor Estelios es una persona tranquila y muy amable, de vez en cuando él lleva los arreglos florales cuando son demasiado grandes– explicó el lemuriano. –Te recomiendo que lo trates de "usted" cuando llegue el momento en que debas hablar con él. –

Piscis se quedó sin aliento y comenzó a retroceder en busca de más aire. De pronto se sentía bastante abrumado y el corazón le brincaba demasiado fuerte.

– ¡Ya cállate Shion! – gruñó por lo bajo.

El patriarca soltó otra risita, no quería burlarse de su amigo, pero era necesario que de una vez fuera aceptando la realidad. Tal vez no sería hoy, pero tarde o temprano, deberá reencontrarse con Agasha y, por ende, ganarse a su suegro.

Escucharon el rechinar de la carreta en movimiento. Ambos salieron de su escondite para observar como padre e hija se alejaban platicando animadamente.

En todo el camino de regreso al Santuario, Albafica fue incapaz de disimular la sonrisa que se formaba en su rostro. El poderoso sentimiento que tenía por Agasha, había despertado incluso con más fuerza que antes.


Continuará...

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