Buenas tardes :D

Bien, aquí estoy de nuevo con el séptimo capítulo. Debo aclarar que quizás para la próxima actualización tenga un retraso de días, ya que hasta aquí llega el avance que tenía del fanfic, lo demás son bocetos en proceso todavía. Así que debo revisar y corregir con más calma, pero eso no quiere decir que me vaya a tardar un mes completo (espero XD).

Respecto al capítulo, debo decirles que está basado en el manga/anime, así que leerán algunos diálogos tomados de ambas fuentes y quizás con algunas palabras intercambiadas o modificadas, para beneficio de la narración :D Ya saben que me encanta rellenar algunas partes huecas de la trama XD

Pasen a leer y déjenme saber su opinión ;D

Gracias por su tiempo de lectura y sus reviews.


Sobre sus comentarios:

Melka1: Querida lectora, necesito más palabras ;D de lo contrario no puedo comprender tu opinión :D

Lucy-Lu: Gracias por tus comentarios :D Quisiera escribir más seguido, pero el trabajo no me deja XD Los recuerdos seguirán y aquí leerán el de Agasha que se vio en el manga/anime, pero desde ambas perspectivas. Espero que sigas atrapada con el fanfic ;D

Yista: Sí, es triste su pasado, pero Shion y Pefko serán su apoyo y después la linda Agasha. Me alegra que te guste leer mi narración, eso me ayuda mucho para saber en qué debo enfocarme y mejorar. Gracias.

CrazyOfTheShippers: Bienvenido a la historia ;D es agradable tener lectores que hablen otro idioma ;D Albafica es adorable, lo sé, y yo también lo adoro, junto con Agasha. Espero seguir leyéndote por aquí.

Leyla: Querida, lamento que el recuerdo te hiciera llorar, pero en éste capítulo leerás algo más bonito, espero te guste. Y sí, todos estamos emocionados con la reacción de Albafica al ver a la florista de nuevo :3


Atención: Todos los personajes de Saint Seiya y Saint Seiya: The Lost Canvas, pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi respectivamente. Los OC son de mi autoría personal, así como la historia, la cual solamente escribí por gusto y diversión.


Capítulo 7: La Lluvia

Rodorio, cerca del anochecer.

Agasha se paseaba por el huerto de plantas medicinales. Estaba recogiendo algunas ramitas de manzanilla para llevárselas a la señora Calíope, ya que cuando ella y su padre volvían del mercado, se la habían encontrado y entre plática y plática, la mujer comentó que se sentía mal del estómago. Amable como siempre, Agasha le ofreció llevarle la planta curativa más tarde.

Terminó de quitar la tierra de las raíces, la enjuagó con agua y le cortó lo innecesario. Salió de la casa y se fue caminando por la calle empedrada. La vivienda de la costurera no estaba lejos pero debía dar un par de vueltas debido a los callejones.

De repente, tuvo la sensación de que la seguían. Volteó lentamente, pero no vio a nadie en la proximidad. Reanudó su marcha y un par de metros más adelante, alguien le salió al paso de forma precipitada. Había estado oculto detrás de un arco de piedra.

–Hola Agasha. –

– ¡Zarek, que susto me has dado! – respingó la florista ante su repentina aparición.

–Perdón, no era mi intención– sonrió el muchacho, acercándose hasta quedar frente a ella. – ¿A dónde vas? –

–A la casa de la señora Calíope, le llevo manzanilla porque está mala del estómago. –

El joven forjador asintió y luego suspiró cruzándose de brazos.

–Vaya, quisiera que mostraras un interés parecido por mí, aunque fuera un poquito– se expresó amable, pero evidenciando su interés en ella. –Si me enfermo, ¿También me llevarías plantas medicinales? –

Agasha sonrió por cortesía, pero por dentro suspiró aburrida, de nuevo el galán volvía a insistir con su coqueteo nada disimulado.

–Claro, sólo dime cuál es tu dolencia y veré cuál planta te recomiendo– dijo, mientras trataba de evadirlo para continuar su camino.

–Me duele el corazón– le guiñó un ojo. –Y creo que se debe a que no me das una oportunidad. –

La florista rodó los ojos sin ocultar ésta vez su incomodidad.

–Zarek, por favor, ya hablamos de esto– explicó, evadiéndolo de nuevo. –No estoy lista todavía para hablar sobre volver a casarme, me caes bien, pero… –

Se quedó muda cuando el muchacho interpuso su brazo para no dejarla avanzar. Ella levantó la vista, percatándose de la seriedad en su rostro.

–Agasha, sé que ya no extrañas a Alexander, no tienes por qué guardar luto por más tiempo– tomó las manos de la joven entre las suyas, sin darle tiempo de reaccionar. –Yo realmente estoy interesado en ti, si me permitieras demostrártelo… –

–Basta, Zarek– lo interrumpió. –Suéltame por favor, estás maltratando las ramas de manzanilla. –

El hombre no lo hizo, por el contrario, intensificó el agarre y su contemplación se volvió más afilada, casi demostrando cierta molestia por sus palabras.

–No deberías tratarme así, Agasha– murmuró con un tono frío. –He sido muy paciente y tú no muestras un poco de respeto por mis atenciones. –

– ¡Ya te dije que no estoy interesada! – expresó la florista, subiendo la voz, pero sin perder la calma. – ¡Ahora suéltame, me estás lastimando! –

El herrero se impacientó, mostrándose necio en no querer liberarla. Entonces, con uno de sus brazos la rodeó por la cintura, atrayéndola hacia él con facilidad e hizo el amago de querer besarla. La joven desvió el rostro rápidamente en un claro gesto de rechazo y estaba a punto de gritar, cuando una voz áspera y evidentemente molesta, intervino.

– ¡Oye, muchacho idiota, déjala en paz! – gruñó una mujer mayor. – ¡Tengo un maldito dolor de estómago que apenas puedo andar y a ti se te ocurre entretenerla en el camino!, ¡Lárgate de inmediato, si no quieres que mande a llamar a tu padre y le diga que estás molestándola! –

Zarek le dirigió una mirada furiosa a la inoportuna mujer, pero obedeció casi de inmediato, liberando a Agasha. Masculló alguna maldición entre dientes conforme se daba la media vuelta y se alejaba con paso rápido. A pesar de todo, las personas mayores tenían mucho peso en la sociedad de Rodorio y lo que dijera una en contra de un joven, siempre se tomaba por verdad. Así que el forjador no se arriesgaría a que lo denunciaran.

–Vaya con estos mocosos de ahora, son unos barbajanes irrespetuosos– rumió la mujer, acercándose a la muchacha. –Querida, ¿Estás bien, te hizo algo? –

Agasha negó lentamente, al mismo tiempo que reacomodaba su manojo de manzanillas.

–Gracias señora Calíope, estoy bien– soltó una exhalación. –Zarek no quiere entender que no estoy interesada en él. –

La costurera le hizo un gesto para que la siguiera hacia su casa, la cual se ubicaba a escasos metros más adelante.

–Ven cariñó, vamos a preparar ese té, lo necesito con urgencia. –

Minutos después, ambas platicaban sentadas alrededor de una mesita, Calíope bebía el té curativo y Agasha un poco de café que le había ofrecido.

–Querida, ya deberías ir pensando en remediar tu estado civil– dijo la mujer mayor. –Eres viuda desde hace un año, pero todavía estás muy joven para quedarte sola. –

La florista dio un sorbo a su bebida y asintió despacio.

–Lo sé señora Calíope, pero siendo sincera, no estoy interesada en casarme por el momento, Alexander fue un buen marido hasta cierto punto, pero aparte de Zarek, nadie más se interesaría en una mujer que no puede tener hijos y francamente, no quiero tener que soportar de nuevo la cantaleta de "dame un hijo", "qué será de mi apellido sin un heredero"– suspiró con cansancio, rodando los ojos fastidiada.

La joven había tenido que soportar varias veces semejantes reclamos, a pesar de que no recaía en ella el hecho de no poder concebir un bebé.

La costurera asintió despacio, había escuchado ese rumor de ella, pero también sabía que las comadronas no mentían. La joven florista podía tener hijos, simplemente necesitaba de un hombre sano que pudiera engendrar, no cómo el estéril de su difunto marido.

–Comprendo pequeña, yo espero que algún día puedas encontrar a alguien más, de lo contrario, tendrás que tomar lo que haya disponible– sorbió un poco de té antes de continuar. –Créeme que la soledad no es buena consejera, escucha la voz de la experiencia. –

Calíope había enviudado hace 10 años, su marido era pastor. Lamentablemente, un día no calculó bien su regreso al pueblo y el atardecer lo alcanzó en la sierra, junto con una tormenta que le impidió volver con su rebaño de cabras. La mala suerte quiso que una jauría de lobos hambrientos lo encontrara esa noche. Jamás volvió y unos días después, descubrieron sus restos.

Desde entonces, la costurera se quedó sola y a sus 50 años de edad, ya no encontraría pareja nuevamente, así que sólo le quedaban sus 3 hijos, los cuales la visitaban de vez en cuando, ya que se habían ido a trabajar a la capital. Agasha estaba al tanto de esto y comprendía perfectamente las palabras de la mujer.

–Lo tendré en cuenta, señora Calíope– sonrió afable. –Bueno, ya me retiro, mi padre debe estar esperándome para cenar. –

–Vete con cuidado, cariño– la acompañó hasta la salida. –Y si el idiota de Zarek vuelve a molestarte, dale una patada en las bolas. –

La florista se rio levemente y se despidió con un gesto de mano.

Más tarde, cenaba con su padre, mientras recordaba el encuentro con el forjador. El muchacho no estaba comportándose de la mejor manera y ella tendría que tenerlo muy presente, en especial cuando llegase el momento de reencontrarse con Albafica. No quería que hubiera malos entendidos.

–Agasha– llamó Estelios.

La muchacha parpadeó y lo miró.

–Sí, ¿Que sucede? –

–El alcalde Aristo ya reunió al comité para organizar la fiesta anual– explicó el hombre. –A nosotros nos toca nuevamente hacer el decorado floral para la plaza central, éste año quiere que usemos girasoles para que todo sea más vistoso. –

–Qué bueno, es más fácil usar girasoles para hacer las cadenas decorativas– rodó los ojos y medio sonrió. – ¿Ya no te volvió a insistir con las rosas? –

Su padre negó y sonrió también.

–No, ya no dijo nada, creo que desde que le gritaste el año pasado, renunció a querer pedirte tus rosas. –

Agasha hizo un gesto digno y se cruzó de brazos.

–Él tuvo la culpa por ser tan terco, le expliqué una y otra vez que las rosas demoníacas no pueden ser usadas para adornar, ni siquiera para venderse– dijo, mientras meneaba la cabeza de un lado a otro. –Quizás no sean la variante venenosa que usó el santo de Piscis, pero esas flores no pueden estar cerca de alguien, podrían provocarle algún tipo de alergia respiratoria, tú bien lo sabes, papá. –

Estelios asintió, sirviéndose un poco más de café.

–Si hija, claro que lo sé, pero tú misma te das cuenta que es inevitable que las vean de vez en cuando, el rosal ha crecido de forma desmedida, obviamente llaman la atención– hizo una pausa y bebió un sorbo. –A decir verdad, ya debemos podar algunas ramas, no quiero que se extienda hacia la huerta de los comestibles. –

La joven confirmó mientras cortaba un pedazo de pan.

–Yo lo haré papá, no te preocupes, además, quiero que se vea muy bien para cuando regrese la diosa Deméter y decida qué hacer con ellas. –

Estelios se rascó la cabeza y suspiró.

–En serio hija, me cuesta trabajo creer que la madre de las flores te ha visitado. –

–Ya lo verás, ella volverá– sonrió Agasha. –Y quizás alguien más… –

El hombre mayor se alzó de hombros y aceptó de buena gana su comentario.

–Está bien Agasha, te creo lo que dices, y si todo se vuelve realidad, yo mismo recibiré con los brazos abiertos al santo de Piscis. –

La florista miró con suspicacia a su progenitor. Estelios no se estaba burlando de su anécdota del otro día, simplemente le estaba dando el beneficio de la duda. Como fuese, Agasha sentía que el momento ya se acercaba, no sabía cómo acontecería, pero ya presentía que el guerrero de cabello azul, había vuelto a la vida.

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Santuario, edificio del patriarca.

La noche ya había caído y después de cenar, ambos santos se despidieron para retirarse a sus aposentos. Albafica tomó una ducha y luego de cepillar su largo cabello por un rato, se sentó en el borde de la cama, recordando todo lo vivido a lo largo del día.

Apenas llevaba poco más de día y medio revivido y su vida ya había dado más de un tremendo giro. Pero sin lugar a dudas, lo que más le emocionó, fue ver de nuevo a Agasha. Se había convertido en una hermosa mujer y él no podía evitar que su corazón se sobresaltara ante ello.

No quería reconocerlo, pero en verdad tenía demasiados sentimientos por la joven florista, casi desde que la vio por primera vez en Rodorio. Y conforme pasaron los días, esas emociones fueron creciendo de poco a poco, cuando la miraba llegar al Santuario con sus flores para el patriarca.

Se recostó en la cama, mientras permitía que su memoria lo remontará al pasado, cuando comprendió que era incapaz de aceptar su soledad a pesar de los años y que algo dentro de él, le pedía buscar el acercamiento con otros.

O, mejor dicho, con ella.

*:*:*:*:*

La lluvia llegó de la nada.

El día había sido hermoso y las pocas nubes no parecían amenazantes. Pero a veces la naturaleza es caprichosa y en ésta ocasión, el imprevisto aguacero alcanzó a la joven florista a punto de llegar al Santuario para hacer su entrega.

Albafica sabía que ella pasaría por ahí.

No hace mucho, se había dado cuenta que la chica era ahora la nueva mensajera que entregaba esos bonitos arreglos de flores para el patriarca Sage. La anterior familia que se encargaba de los adornos para el Santuario, se había marchado de Rodorio.

Entonces, por una buena coincidencia, el padre y la hija habían estado en el lugar y momento correctos para que una doncella al servicio de Sage, los encontrara en el mercado dominical y los reclutara como nuevos proveedores de ornamentos para la sala patriarcal. Debido a lo anterior, la florista ahora pisaba el patio de Aries una vez a la semana para entregar sus ramos.

Cuando Albafica la vio a distancia en una de esas primeras entregas, se quedó sorprendido. Y en cierta forma, verla por esos lares le agradó bastante, sin entender bien por qué. Quizás sentía algo de curiosidad por la joven, desde aquella vez que fue testigo de su bondadosa forma de tratar a las flores. Además, debía admitir que los adornos que entregaba, eran muy bellos, lo que significaba que ella sabía cuidar bien todo tipo de plantas.

Entonces y sin proponérselo, empezó a prestar atención a las fechas en que iba. A veces era en miércoles y otras en jueves, pero desde hacía un mes, Albafica había comenzado a esperar por verla. Quizás sonaba extraño, pero el santo dorado disfrutaba de mirarla a lo lejos, aunque fuera por unos minutos. Claro que siempre era desde las sombras, detrás de alguna columna del primer templo zodiacal.

La adolescente debía llegar a la entrada del Santuario y subir las largas escaleras iniciales que la llevaban cerca del acceso a la casa de Aries. Por el momento sólo tenía permitido llegar hasta ahí, porque justo en ese patio, había un cobertizo que fungía como almacén temporal para las entregas de mercancía y mensajería, que después los sirvientes se encargaban de llevar al edificio patriarcal. Esto también aplicaba para las flores.

Inesperadamente, cuando la chica llegó a la parte final de las escalinatas, la lluvia se dejó caer de forma precipitada. Albafica pudo verla apresurar sus pasos, tratando de proteger el ramo.

–Qué horror, estas lindas flores se estropearán antes de que lleguen con el patriarca– la escuchó murmurar.

Ella tenía razón, los pétalos de esos ejemplares eran delicados y podían arruinarse con la excesiva humedad. Pero esto era una situación ajena al santo de Piscis, él no tenía nada que ver con ese problema y ciertamente no debería preocuparle en lo más mínimo.

¿Entonces porque diablos se encontró repentinamente caminando hacia la joven?

No lo supo.

Cuando se dio cuenta de que había abandonado su escondite para avanzar bajo la lluvia, al mismo tiempo que desmontaba la capa de su armadura, el estómago se le contrajo dolorosamente. Quiso detenerse de golpe y dar marcha atrás, él no era de los que se exponían ante alguien así nada más. Lo evitaba a toda costa y más si iba descubierto como ahora, sin una capucha que disimulara quién era.

No obstante, la jovencita tenía una mirada afligida por su arreglo floral, en verdad estaba preocupada de fallar en su entrega para el patriarca. Algo dentro de Albafica lo empujó a querer ayudarla. Ignoró la incomodidad de su estómago y cuando estuvo más cerca de la florista, dejó caer su capa blanca sobre ella para protegerla con todo y flores.

Él pudo ver sus lindos ojos verdes parpadear sorprendidos cuando notó la cubierta. En ese momento, supo que debía huir, porque la sensación que le provocó su mirada, lo inquietó bastante.

–Oiga señor, se lo agradezco mucho– respondió ella rápidamente. –Oiga… –

De nuevo Albafica sintió otro pinchazo de incomodidad y nerviosismo. ¿Por qué su voz tenía que sonar tan amable y suave?, ¿Y porque se quedó inmóvil cuando ella lo llamó?

Ladeó el rostro sólo un poco y notó como la chiquilla intentó acercarse, lo que desató el pánico en él.

La reacción fue precipitada, rechazándola de inmediato.

–No te acerques a mí… – las palabras se le escaparon de la boca sin pensar.

Pudo ver cómo el desconcierto se reflejaba en el semblante de la florista. El rechazo había sido sorpresivo para ella y bastante doloroso para él. Como siempre.

Reanudó sus pasos, alejándose con lentitud, permitiendo que la frustración lo recorriera. Y ahí estaba de nuevo, ese dolor interno que lo destrozaba una vez más.

Para Albafica siempre había resultado difícil alejar a los demás. Pero tuvo que aprender a hacerlo cuando inició el ritual de sangre con su maestro Lugonis. Después de eso, él ya no pudo volver a tratar con nadie. Ya no podía bajar a la villa cercana para comprar cosas. Ya no podía convivir con los demás de igual forma. Ya no debía acercarse a ellos nuevamente.

Convertirse en el heredero de Piscis tuvo un precio muy alto. Y es que para el doceavo santo, no era nada fácil superar el malestar que le provocaba el rechazar a los demás. Ver sus ojos sorprendidos, notar sus rostros estupefactos e incluso percibir sus emociones lastimadas, era como recibir un potente golpe en el pecho.

No obstante, Albafica se consolaba con la idea de que el rechazo de primera y única vez, era lo mejor que podía hacer. Jamás se perdonaría si por irónicos azares del destino, alguien entraba en contacto con su sangre o sus rosas demoníacas. Era más fácil soportar la mirada triste de una persona, que su trágica muerte.

Ese miedo llevaba acompañándolo desde hace varios años y tal vez nunca podría sacudírselo de encima.

La joven florista no dijo nada ante su grosera reacción, simplemente bajó la mano y de nuevo sostuvo sus flores con cuidado, tapándose con la capa un poco más. Se dio media vuelta y siguió su camino hacia el cobertizo para hacer su entrega. En ningún momento volteó, quizás pensando que ella había hecho algo mal y eso lo hizo sentirse incluso peor.

Regresó a su escondite detrás de la columna, en silencio y sin importar que la lluvia comenzara a empaparlo. Un momento después, de nuevo la vio salir del cobertizo, encaminándose hacia las escaleras. Pudo distinguir claramente cómo se envolvía en el manto para cubrirse bien, después inició el descenso de los peldaños hasta perderse de vista.

El guerrero de Piscis exhaló con cansancio y frustración. Eso no había estado nada bien.

Para empezar, no entendía porque se acercó a ella para ayudarla y luego, no supo cómo manejarse en su escueta forma de hablarle. Era obvio que la chica únicamente quería agradecerle su amable gesto. Eso hacía la gente educada y empática con los demás. Albafica también era empático, por eso la ayudó. Lamentablemente, su situación de aislamiento forzado siempre jugaba en su contra.

Volvió a suspirar con resignación, dispuesto a regresar a su templo. De repente, sintió una presencia a unos metros detrás de él, alguien lo había descubierto. Con lentitud giró el rostro para encontrarse con el guardián de Aries.

–No era necesario que le hablaras de esa manera– dijo Shion.

Albafica gruñó para sí mismo. Ya sabía que el lemuriano era muy perspicaz y obviamente en algún momento notaría su presencia rondando el patio de Aries. Podría haber inventado algo en otras circunstancias, pero su compañero de armas no sólo lo había descubierto espiando, sino que también, se había percatado de a quién observaba.

–No sé de qué estás hablando– se hizo el distraído.

El santo de la primera casa zodiacal se aproximó un poco y medio le sonrió.

–No tienes por qué frustrarte de esa manera, no ibas a hacerle ningún daño si simplemente le hubieses contestado su agradecimiento. –

Piscis rodó los ojos, no le agradaba que Shion lo reprendiera sin comprender que ya se sentía lo suficientemente enojado consigo mismo por lo sucedido.

–Tengo que irme, estoy ocupado– de nuevo lo evadió, encaminándose hacia la entrada de Aries.

Shion lo dejó avanzar unos metros antes de decirle algo más.

–Su nombre es Agasha– dijo tranquilamente. –Vendrá el próximo domingo, para ayudar a las doncellas a decorar el templo patriarcal para la ceremonia de primavera, así que… –

Hizo una pausa intencional para obligar a Albafica a detenerse y que volteara si es que quería escuchar lo demás. El santo de Piscis lo hizo, interrumpió su marcha y se giró levemente.

–Es probable que el patriarca Sage te pida abrir el camino de rosas demoníacas que precede su edificio– sonrió sutilmente de nuevo. –Y quizás también te llame para que ayudes con la decoración floral, después de todo, tú también sabes cómo tratar adecuadamente a las plantas. –

Eso no fue ninguna burla. Shion estaba siendo amable y quizás un poco cómplice intencional al proporcionarle esa información.

Y para qué negarlo, el doceavo caballero percibió un nuevo cosquilleo en su estómago al escuchar que la joven florista visitaría de nuevo el Santuario. No obstante, debía mantener su indiferencia como siempre, así que no dijo nada y solamente asintió con un movimiento de cabeza, para luego reiniciar sus pasos.

–Agasha… – repitió el nombre para sí mismo.

Bien, ahora que sabía cómo se llamaba, era muy probable que sus pensamientos comenzaran a enfocarse todavía más en ella. Y no sabía si eso era bueno o malo.

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En aquel tiempo, Albafica no quiso aceptar que sus emociones habían comenzado a jugar en su contra. El simple hecho de mirar a la florista ir y venir con sus ramos era algo que provocó la perturbación de su monótona y triste soledad, alborotando sus pensamientos y llevándolo poco a poco a replantearse sus duras promesas del pasado.

El peso de ser el guardián de Piscis jamás había logrado suprimir su anhelo por la cercanía de otras personas. Y sus juramentos nunca estuvieron exentos de ser quebrantados por él mismo.

Albafica exhaló cansadamente.

Ya no quería pensar más en ello, así que acomodó su almohada y soltó un largo bostezo. El sueño comenzó a llegar y un par de minutos después, ya dormía profundamente.

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Rodorio.

Agasha permanecía recostada en su cama, esperando a que llegase el sueño. Estaba mirando fijamente el techo, rememorando los recientes acontecimientos. Esa sensación de pensar constantemente en Albafica se había intensificado al día siguiente de la vista de Deméter. Y es que era imposible no enfocarse en semejante tema.

Después de meditarlo con más calma, la idea de volver a ver al guerrero de cabello azul le entusiasmaba y no lo podía negar a pesar de todo. No le asustaba el tema de una resurrección, de hecho, lo creía real y lógico, dado que se trataba de alguien que estuvo al servicio de la diosa protectora de la Tierra.

Entonces… ¿Por qué tenía el presentimiento de que esto no sería tan fácil?

Ella sabía cómo era Albafica, al menos la parte más humana que pudo conocer de él. Un hombre amable, de buen corazón, pero que guardaba sus emociones y sentimientos para sí mismo. Quizás por el peso de ser quién era. Tal vez por su temor de dañar a los demás. Probablemente, por lo difícil que fue su vida desde joven.

Pero a pesar de eso, la florista sabía que el guardián de Piscis siempre había intentado ser amable con los demás, aunque no de la forma más común que uno esperaría. En un principio, a ella también le costó trabajo entenderlo y si no hubiera sido por la explicación de su padre, quizás se habría quedado con una idea equivocada de Albafica.

Ese pensamiento continuó rondando y su memoria la llevó al pasado.

*:*:*:*:*

Agasha terminó de juntar las flores que llevaría para el patriarca y las amarró con un lazo. En esta ocasión, había escogido cuatro variantes de bellos colores que serían un bonito centro de mesa. Se encaminó a la salida y vio a su padre limpiando las tinas de madera.

–Papá, ya me voy al Santuario para entregar las flores del patriarca. –

– ¿Estás segura que quieres ir en éste momento, hija? – preguntó el hombre e hizo un gesto con la cabeza, señalando unas nubes oscuras en el cielo. –Creo que va a llover temprano. –

La jovencita vio los nubarrones acercándose, pero aun así, decidió que haría su diligencia.

–Voy a ir rápido, no te preocupes. –

–Al menos llévate mi capucha, por si las dudas– insistió el hombre.

Pero su hija ya había empezado a correr, alejándose rumbo a la salida del pueblo.

Agasha sintió las primeras gotas cuando iba a la mitad de las extensas escaleras.

–Espero que me dé tiempo de llegar– dijo en voz baja, sujetando cuidadosamente su ramo.

No obstante, las nubes comenzaron a dejar caer su lluvia y cuando llegó al inicio del patio de Aries, la precipitación se volvió más intensa. Quiso cubrirse un poco, así como a las flores con una de sus manos, pero no era suficiente.

–Qué horror, estas lindas flores se estropearán antes de que lleguen con el patriarca– murmuró preocupada, sabía que debió haber tomado en cuenta la advertencia de su padre.

Y de pronto, algo blanco la cubrió.

– ¿Qué es esto?– se preguntó mentalmente, mientras parpadeaba sorprendida.

Detuvo su andar y pudo notarlo, un caballero dorado estaba cerca, mirándola brevemente después de dejar caer su capa sobre ella para protegerla de la llovizna. De inmediato, Agasha supo que debía darle las gracias.

–Oiga señor, se lo agradezco mucho– dijo con amabilidad, pero al verlo alejarse, pensó que no la había escuchado, así que insistió y quiso acercarse a él. –Oiga… –

El hombre de cabello azul se detuvo un momento y ladeo el rostro hacia ella. El rechazo en su respuesta fue abrupto.

–No te acerques a mí… –

Esas palabras sonaron frías, distantes.

Agasha se quedó muda y desconcertada, con la mano levemente alzada. El santo dorado tenía una hermosa mirada azul, pero lo que se reflejaba en ella, era sólo melancólica. Luego, la estresante pausa de un par de segundos, empeoró la situación y ella no supo qué hacer.

Él desvió de nuevo la mirada y reanudó sus pasos. El sonido metálico de su armadura fue lo único que oyó la florista mientras lo veía alejarse hasta desaparecer bajo la lluvia. Su mano descendió lentamente, al mismo tiempo que sentía una sensación de vacío en el estómago.

Cuando una persona saluda a otra y no recibe la misma retribución, el sentimiento que se genera es sumamente incómodo y a veces, doloroso.

Sostuvo de nuevo sus flores con cuidado, se tapó un poco más con el manto, dio media vuelta y se encaminó al cobertizo para hacer su entrega.

Algunos minutos después.

La adolescente se detuvo un momento en el umbral de la puerta. Se quedó mirando la lluvia, que aún caía suavemente. Ya había dejado sus flores para el patriarca con una de las doncellas que estaban en ese momento recibiendo también las misivas y la mercancía para el Santuario.

Suspiró despacio y tomó la tela blanca que llevaba doblada bajo el brazo. El santo dorado le había dado su capa de seda para protegerla del aguacero. No podía negar que su gesto había sido amable, pero la manera en que rechazó su agradecimiento, terminaba por opacarlo.

Ella hizo una mueca de ligero enojo.

–Sí, es un hombre muy guapo… e igual de desagradable. –

Desplegó la tela y se la echó encima a modo de cubierta nuevamente. Comenzó a caminar por el patio de Aries, dirigiéndose hacia las escaleras. Realmente no quería mojarse más de lo que ya estaba, ni enfermarse, así que se envolvió lo mejor que pudo para quedar casi protegida hasta los pies y luego comenzó a descender los peldaños.

En ese momento, cuando la tela quedó más cerca de su rostro, pudo percatarse del sutil aroma.

–Su olor es muy suave… son rosas– dedujo de inmediato. –Al menos esto si es agradable en él… –

Rato después, la adolescente llegó a casa, justo cuando la lluvia disminuyó. Su padre se encontraba en el porche, ordenando unas flores. Antes de ir con él, se quitó el manto y lo dejó colgado sobre un lazo ubicado en el patio.

– ¿Te alcanzó la lluvia, verdad? – preguntó Estelios.

–Si papá, pero fue muy poco lo que me mojé– explicó Agasha, sentándose junto a él y comenzando a separar los tallos también. –Un caballero dorado me prestó su manto, pero creo que lo hizo de mala gana. –

– ¿Qué quieres decir con eso? – parpadeó extrañado.

La jovencita explicó todo lo sucedido, la lluvia, la capa, y el gesto de rechazo por parte del santo. Su padre únicamente asentía, esperando a que terminara su relato.

–Sólo quería agradecerle, pero él fue muy grosero– dijo ella en un tono de reproche.

–Bueno, hay una razón por la que él no permite que la gente se le acerque– comenzó a explicar el hombre mayor. –El caballero dorado piensa que su sangre es sumamente peligrosa para los demás. –

– ¿Por qué?– quiso saber, sorprendida por escucharlo.

–Debido a su largo entrenamiento en el Santuario, su sangre se tiñó del veneno de las rosas demoníacas y no quiere poner a nadie en peligro, por lo que se aísla de los demás, para protegerlos– la miró con un gesto condescendiente. – ¿Comprendes eso, hija mía? –

–Que tonta fui… – murmuró cabizbaja, dándose cuenta de que lo había juzgado mal.

En ese momento comprendió que el frío comportamiento del doceavo guardián había sido sólo con la intención de protegerla… impidiendo que se acercara a él.

Al día siguiente.

Agasha ya había lavado el manto blanco y lo había puesto al sol para que se secara.

–Papá, quiero ir al Santuario para regresar la capa que me prestó el caballero dorado. –

Estelios la miró con una media sonrisa mientras recolectaba las semillas de una planta en un pequeño morral.

–Sabes que no podrás entregársela directamente a él, Agasha. –

Era cierto, sin un permiso adecuado, no podría ingresar al Santuario más allá del templo de Aries para buscar al santo y entregarle su manto.

–Está bien, él fue muy amable– se expresó con un gesto alegre. –Yo sólo quiero demostrarle que estoy agradecida por haberme ayudado ayer. –

El hombre exhaló despacio, su hija ahora parecía mucho más comprensiva respecto al santo de Piscis e incluso más interesada en él. Y dado que no quería verla triste por no poder agradecer el gesto amable de la capa, decidió que le permitiría ir a entregarla.

–Bueno, si realmente quieres hacer eso, entonces espera a que llegue el próximo fin de semana– dijo, al mismo tiempo que se ponía de pie y cerraba el morral para almacenarlo con las otras semillas. –El patriarca Sage ha solicitado nuestra presencia para que ayudemos a las doncellas con la decoración en la próxima ceremonia de primavera. –

La adolescente sonrió. Ese evento era privado y lo hacían en el salón patriarcal. Era una gran oportunidad en más de un sentido.

– ¿En serio papá?, ¿Crees que nos permitan ayudar con las decoraciones? – preguntó, mientras doblaba con cuidado el manto blanco.

–Claro que sí, llevamos más de un mes entregando arreglos florales– confirmó Estelios. –Y nosotros tenemos el encargo de llevar el ornamento central para el altar de la diosa Deméter. –

Agasha se sintió todavía más emocionada. Ese día podría regresar el manto y darle las gracias al caballero dorado.

*:*:*:*:*

La florista sonrió.

Ese recuerdo era ciertamente especial, porque había sido el primer acercamiento con Albafica de Piscis. Quizás en ese momento, él se portó serio y distante, pero únicamente lo hizo por su recelo de interactuar con los demás.

Curiosamente, después de escuchar la explicación de su padre en aquella ocasión, ella empezó a sentir más curiosidad por el guardián zodiacal. Aunado al hecho de que, cuando lo vio por primera vez, fue inevitable reconocer que su porte y presencia la habían fascinado. Algo normal que le sucedería a cualquier adolescente de 15 años.

Agasha bostezó un poco, se giró de lado y luego se cubrió con la manta. Sería mejor descansar, mañana tenía que podar el rosal y comenzar con la cosecha de los girasoles para el adorno de la plaza. Así que poco a poco, el sueño la abrazó, quedándose completamente dormida.


Saludos :3